
¿Y si mejor pagamos para que nos espíen bien?
La protección de los datos personales es clave para el progreso de las democracias occidentales, pero conduce a una paradoja
Meta se propone lanzar en Europa versiones sin avisos de Instagram y Facebook, para atenerse a las regulaciones de la Unión; pero el que no haya avisos no garantiza de ninguna forma la privacidad; es mucho más complicado
Ariel Torres
En estos días se supo que Meta se propone lanzar versiones pagas y sin avisos de Instagram y Facebook, para cumplir con las regulaciones sobre privacidad que está imponiendo el viejo continente. Que, hay que decirlo, es casi el único territorio donde se hace algo para preservar esta garantía constitucional clave para el funcionamiento de las democracias occidentales. Sin privacidad, en un panóptico digital fiscalizado por algoritmos que no se cansan (pero pueden cometer errores garrafales) y son capaces de reconocer patrones de comportamiento que ni en el más distópico estado policial (la Viena de Beethoven, digamos) habría soñado, una democracia se estanca.

El problema de un panóptico no es obvio a simple vista. Pero el criptógrafo estadounidense Bruce Schneier lo explicó con la claridad meridiana que lo caracteriza. Hay temas que las sociedades necesitan poder debatir lejos del status quo para que alguna vez, en el futuro, se conviertan en derechos que damos por sentados. Por ejemplo, el voto femenino. Hoy suena delirante, pero alguna vez el voto femenino fue algo que se hablaba en secreto, hasta que hubo masa crítica para empezar a reclamarlo. Después de mucho sacrificio (delirante al cubo), las mujeres obtuvieron el derecho de participar de los comicios.

Lo vuelvo a decir, porque los párrafos pueden pasar inadvertidos. Hubo una época en la que las mujeres no podían votar. Eso fue hace 2000 años, en la Roma Antigua, ¿no? No. En la Roma Antigua ni siquiera tenían el derecho a la vida. En algunos cantones suizos el voto femenino se estableció recién en 1971. Y de todos modos, en ningún lugar del mundo fue antes de la última década del siglo 19 (salvo en Hawái, donde lo lograron en 1840, pero luego la Constitución de 1852 se los volvió a quitar); hay países donde la mujer no vota y otros donde pudieron hacerlo recién en el siglo XXI. La resistencia a que las mujeres voten (y pueden reemplazar este derecho por cualquier otro que se les ocurra) fue tan feroz que si el Estado hubiera sabido que estas discusiones existían, habría terminado con la movida antes de darle posibilidad de alcanzar masa crítica. Es lo que hace un estado soviético o cualquier otra forma de totalitarismo. La privacidad es un pilar del progreso de las sociedades democráticas.
Pues bien, como Europa sufrió muchísimo por causa de gobiernos mesiánicos que se basaban en la absoluta pérdida de la privacidad, hay en el continente una serie de leyes y regulaciones que intentan frenar el avance (no ya de Estados, sino) de compañías privadas sobre la privacidad de las personas. La más conocida es la que te avisa que el sitio usa cookies. Concedido, no sirve para nada y en el fondo termina siendo peor, porque uno se cansa y le da OK a todo, sin leer nada. Pero al menos existe la inquietud para poner límites y proteger los datos personales.
Otra vuelta de tuerca
Hay un punto en el que se hace obvio que las buenas intenciones de los políticos son insuficientes y que sin una sólida formación tecnológica, por adecuadas que parezcan las regulaciones, nacen obsoletas. Lo pondré en términos muy claros: ¿qué garantiza que Instagram o Facebook no sigan recolectando información sobre sus usuarios, si la suscripción pasa de gratis con avisos a paga sin avisos? La respuesta está en cualquiera de las plataformas que hoy tenemos para ver películas y series u oír música. No hay garantías.
Spotify y Netflix (pero lo mismo hacen todas las demás, solo menciono a las dos más conspicuas) saben qué veo y oigo y, sobre esa base, me recomiendan otras películas, series, bandas, compositores y así. Por ejemplo, si le preguntamos a los algoritmos sobre mi perfil dirán que tengo una sospechosa tendencia a los contenidos sobre asesinos seriales y que prefiero a Bach, a Mahler y a Beethoven. Ya expliqué este curioso malentendido en otro lado, y las catastróficas consecuencias que estas herramientas tendrían en manos de un déspota; que, insisto, es la razón por la que Europa se preocupa tanto por la privacidad. Cierto es, sin embargo, que oigo mucho (pero no solo) Bach y Beethoven. Acaba de salir un nuevo disco de The Flower Kings; muy bueno. Me avisó Tidal, y se lo agradezco, porque de otro modo, en mi vorágine cotidiana, nunca me habría enterado. Pero para eso tienen que saber que me gusta The Flower King.

Así que, incluso en servicios rentados, no hay garantía alguna de que las plataformas no sigan recolectando datos personales. Está en el ADN de los servicios en línea, al menos de Google para acá, el saber quiénes somos. O creer que lo saben. Importa bien poco si pagamos o no una cuota.
Pero démosle una vuelta de tuerca. Supongamos que las compañías se comprometen por escrito a no tomar más datos de los usuarios que paguen una suscripción. ¿Cómo van a hacer para ofrecer los servicios de hoy? Sugerirte amigos, mostrar tus contenidos con algún mínimo orden en la pantalla de otros, permitirte dar like, bloquear o comentar, todo eso requiere que se recolecten datos. Es como Maps; sabe dónde vivís. Podrías, eventualmente, nunca decirle que es tu domicilio particular. Pero no te preocupes, de todos lo saben y, sabiéndolo, de todos modos se va a confundir, como esa vez que me preguntó qué tal había estado el barrio donde vivo, porque como durante la pandemia pasé mucho sin salir, el algoritmo se confundió y creyó que había pasado por ahí de visita.
Responsabilidad y credibilidad
O sea que pagar no garantiza nada porque en rigor estarías pagando por algo que solo funciona si la plataforma recolecta datos. Pero démosle una vuelta más todavía. Supongamos que les creemos y que Facebook, Instagram (o lo que sea) dejan de funcionar como ahora y pagás por un servicio que es tan aburrido que no sirve para nada. Porque, claro, no están recolectando tus datos personales. Un momento, esperen. ¿Estamos seguros de que no los están recolectando? La respuesta simple es que no podemos saberlo.
Es el problema y a la vez la naturaleza de estas tecnologías. Son cajas negras. No pueden estar seguros de qué están haciendo, excepto que la Unión Europea gaste fortunas en revisar cada paquete de datos que entra y sale de estas plataformas, y en ese caso tendríamos un problema de orden mayor por el que Europa ya sufrió mucho. Es decir, un Estado vigilante. Con buenas intenciones, pero vigilante. Mañana cambia el viento, asciende un gobierno totalitario, y esa vigilancia se vuelve en contra de los ciudadanos. Ya pasó. (Dicho sea de paso, y aunque no es el tema de esta columna, Apple y otras compañías están amenazando con irse de Inglaterra, si se aprueba una ley que les impone debilitar el cifrado de la mensajería instantánea. Es la otra lucha, la de la libertad de expresión, que en Europa es menos importante, según me explicaron oportunamente dos periodistas ingleses en 2015, que la de la privacidad, por razones históricas.)
Así que mi mejor consejo es que le propongan a Meta (y a otros) que en lugar de sacar los avisos y cobrar una cuota sean más transparentes respecto de para qué recolectan esa información. En Netflix eso es bastante claro. O en Spotify. El problema ya no es la privacidad, sino la responsabilidad y la credibilidad de cada plataforma. Primero Google y luego las redes sociales pulverizaron la privacidad, y ahora, salvo que sepas exactamente lo que estás haciendo, el tener un debate disruptivo mediante Internet requiere de herramientas especiales (es parte de lo que dicto en la carrera de periodismo de la UP). Así que, perdida la batalla por la privacidad, lo que importa es que nuestros datos sean empleados de forma responsable.
Alguna vez se dijo que un día la privacidad iba a ser un lujo, como lo fue durante la Edad Media, y que íbamos a pagar por ella. Aparte de que esto sería inconstitucional, es también impracticable con estas tecnologías. Pero sí podríamos pagar para asegurarnos de obtener un provecho concreto y para fomentar el uso responsable de nuestros datos. Por ahora, no veo otro horizonte verosímil. Queremos servicios (incluso los quieren en la UE) que requieren que las plataformas sepan mucho de nosotros. Bueno, pero que lo sepan de modo responsable. Que no haya otro Cambridge Analytica, digamos
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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