miércoles, 27 de diciembre de 2023

CLAVES AMERICANAS Y LA DECISIÓN DEL GOBIERNO


¿Hay motivos para ser optimistas?
Andrés Oppenheimer


Ahora que está terminando 2023, mucha gente ve un futuro sombrío para su país y para el mundo. Pero desde una perspectiva histórica no se justifica tal pesimismo sobre el futuro a largo plazo. Es cierto que 2023 será recordado por acontecimientos horribles, como el ataque terrorista de Hamas y la guerra entre Israel y Hamas que se inició acto seguido, o el segundo año de la invasión no provocada de Rusia a Ucrania.
El ataque de Hamas, que mató a 1200 israelíes, en su mayoría civiles, incluidos 240 jóvenes que asistían a un concierto de rock, fue uno de los actos de violencia más salvajes de los últimos tiempos. Los terroristas no solo mataron intencionalmente a civiles inocentes, sino que también tomaron de rehenes a abuelos y niños, violaron y mutilaron a mujeres y, según los socorristas, quemaron a bebés.
Y también es cierto que hay amenazas tecnológicas y políticas en el horizonte cercano. Es probable que la inteligencia artificial multiplique enormemente las noticias falsas y produzca un mayor caos en todas partes. Y el expresidente Donald Trump, un mentiroso compulsivo que intentó dar un golpe de Estado tras perder las elecciones de 2020, podría ganar las elecciones estadounidenses en noviembre. Pero, a pesar de todos estos hechos preocupantes, el mundo está mejor que en siglos pasados. Vean los siguientes datos, que pueden encontrar en el sitio web Ourworldindata.org, de la Universidad de Oxford.
Primero, aunque casi 200.000 rusos y ucranianos han muerto desde que Rusia invadió Ucrania, en 2022 –y cada muerte es una tragedia–, hay menos víctimas de guerras hoy que en el siglo pasado. Se estima que 7,1 millones de personas murieron en la Primera Guerra Mundial (1914 a 1918); 21 millones de personas murieron en la Segunda Guerra Mundial (1939 a 1945) y un millón murieron en la Guerra de Vietnam (1955 a 1975). Estas cifras contradicen a quienes afirman que el mundo es cada vez más violento.
Segundo, la gente vive mucho más tiempo. Por extraño que parezca, en 1900 la esperanza de vida media de un recién nacido en todo el mundo era de 32 años. Hoy son más de 71 años en todo el mundo, y más de 77 años en los países desarrollados. Esto es el resultado, entre otras cosas, de importantes mejoras en la atención sanitaria del parto, el agua potable, los antibióticos, las vacunas y la nutrición. Tercero, y aunque también nos suene extraño a muchos, la gente trabaja menos que antes. Nuestros antepasados trabajaban más de 70 horas a la semana, seis días a la semana. La semana de 40 horas es un fenómeno relativamente nuevo que comenzó a mediados del siglo XX.
Un número creciente de países –entre ellos, Holanda y Dinamarca– ya tienen semanas laborales de 34 horas, o están a punto de adoptarlas. Y con la reciente llegada de ChatGPT y otros programas de inteligencia artificial generativa, la mayoría de las tareas aburridas y repetitivas serán reemplazadas por computadoras. A pesar de estas impresionantes señales de progreso humano, una encuesta anual de Gallup en 142 países muestra que el porcentaje de personas que sienten estrés, tristeza, ira y preocupación ha aumentado constantemente del 24% en 2006 al 33% en 2022. Quizá sea debido a la ansiedad causada por las redes sociales o a una creciente epidemia de soledad, u otros factores, pero hay una ola de descontento en el mundo.
Mi respuesta a los pesimistas es hacerles una pregunta muy sencilla: si te duele una muela por una caries, ¿preferirías haber ido al dentista hace 200 años, cuando no había anestesia y te sacaban los dientes con una pinza, u hoy? Hasta ahora nadie me ha dicho que preferiría haber ido hace 200 años. Además de dar una perspectiva histórica más acertada, el optimismo ayuda a vivir más y mejor. Un estudio de 2019 basado en más de 70.000 personas publicado por la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos mostró que los optimistas viven entre un 11 y un 15% más que los pesimistas.
Otros estudios que cito en mi nuevo libro, ¡Cómo salir del pozo!, muestran que las personas que piensan positivamente tienden a ser más enérgicas, productivas y felices que aquellas que piensan negativamente. Es cierto que el progreso humano no es una línea ascendente continua. Hay altos y bajos, como la Segunda Guerra Mundial y acontecimientos trágicos más recientes. Pero la tendencia histórica general es positiva. No debemos olvidar eso al entrar en 2024. ¡Felicidades!

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El derecho a la protesta en una sociedad democrática
Julio Montero

La decisión del Gobierno de implementar un protocolo que regule la protesta activó una catarata de críticas por parte de “organizaciones” que se mantuvieron en silencio durante cuatro años y celebraron una cuarentena inconstitucional que nos privó de libertades fundamentales. Ni la posible visita de criminales de lesa humanidad como Maduro las sacó de su letargo. Tampoco faltan los expertos que denuncian la ilegalidad de la medida en los medios.
El derecho a la protesta es ciertamente esencial. Pero no es el más fundamental, como sostienen algunos. Es un derecho derivado de la libertad de expresión y reunión. La diferencia no es menor: para expresarse y reunirse no es necesario destruir bienes públicos, acudir con máscaras y palos o cortar calles, a menos que el tamaño de la manifestación lo vuelva inevitable.
En la literatura especializada existe un amplio consenso respecto de que ningún derecho es absoluto. Los alcances del derecho a la protesta quedan así sujetos a una interpretación de la Constitución y de la moralidad política que la sustenta. Muchos de los que reivindican el carácter incondicional del derecho a la protesta presuponen una mirada conflictiva de la sociedad, donde las “injusticias estructurales” justifican cualquier medida de los oprimidos para combatir a sus verdugos.
Esta visión es muy distinta de la que anima a las democracias pluralistas de naturaleza liberal-republicana. Si en algo coinciden estas dos tradiciones es en que la función del Estado es garantizar la igual libertad de todos. Naturalmente, hay disposiciones que bajo el pretexto de regular un derecho vuelven imposible su ejercicio. Pero no hay ningún derecho que esté totalmente blindado a la normativización.
Quienes atribuyen un estatus especial al derecho a la protesta desde una perspectiva liberal suelen señalar que se trata de un derecho esencial para la democracia, ya que solo una esfera pública libre donde los ciudadanos pueden comunicar su disenso permite la formación racional de la voluntad general. Pero si seguimos esta pauta interpretativa, es la propia democracia la que marca los límites del derecho a la protesta. Cuando el objetivo de los manifestantes es expresar su rechazo a políticas de gobierno o dar visibilidad a sus posiciones con la expectativa de convencer a la mayoría de revisar su opinión, estamos ante una propuesta “persuasiva” amparada por el derecho aun si genera trastornos, siempre que sea pacífica.
Si, por el contrario, el objeto de la protesta es impedir una medida amenazando con el caos o subiendo los costos de implementarla, la protesta es abiertamente antidemocrática, ya que aspira a bloquear la voluntad popular, transfiriendo el poder de las instituciones representativas a minorías corporativas mediante prácticas de extorsión. El mejor ejemplo son los cortes de calles sistemáticos y las 14 toneladas de piedras para impedir que el Congreso sesionara durante el gobierno de Macri. Si el análisis anterior es plausible, resulta claro de qué lado está la democracia. El resto es una forma erudita de “resistencia” que solo busca erosionar los consensos democráticos alcanzados desde 1983.
Si el objeto de la protesta es impedir una medida amenazando con el caos o subiendo los costos de implementarla, la protesta es abiertamente antidemocrática


Filósofo, politólogo y premio Konex a las humanidades. Profesor de la Universidad de San Andrés

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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