miércoles, 27 de diciembre de 2023

EL ANÁLISIS DE LA PSICOANALISTA...,SILVIA AMIGO


Alerta sobre las diferencias entre lazo social y fascinación ante un líder: “Nuestra época es terrible, pero no es la única”
La psicoanalista Silvia Amigo rescata la actitud de Freud frente a un mundo amenazante: seguir trabajando y escribir
Diana Fernández Irusta
La psiquiatra y psicoanalista Silvia Amigo
El día en que conoció a Borges Silvia Amigo rondaba los veinte años, estaba puérpera –su primera hija acababa de nacer– y no sabía que iba a escuchar una frase que marcaría parte de su futuro camino. Eran los años ochenta y Silvia, psiquiatra y psicoanalista, transitaba los primeros pasos tanto de la profesión como de la maternidad, cuando le llegó la noticia de que Jorge Luis Borges daría una conferencia en la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
“No me lo voy a perder”, se dijo e hizo lo imposible por estar allí. El azar le fue favorable: cuando llegó, la conferencia todavía no había empezado y Borges aguardaba en una salita. Entonces ella se mandó, lo saludó y pese al alboroto de latidos que le alteraban el corazón, le dijo al autor de Ficciones que siempre lo había leído, que sabía de su estada en Ginebra y su cercanía, por aquel tiempo, a las vanguardias europeas, y que no podía dejar de hacerse una pregunta: ¿por qué había dejado de lado la escritura vanguardista?
“Abandoné las vanguardias –le dijo Borges–porque nunca hay que negarle al lector un primer escalón de inteligibilidad. Prefiero el estilo clásico y su secreta complejidad”.
Silvia Amigo: "El imperativo de gozar es otro imperativo al que estamos sometidos"
Unos cuantos años después, Silvia recibe  en su casa, invita con café y macarons y recita la frase palabra por palabra. “Tengo fama de ser clara”, sonríe. Porque la frase del maestro, como un sello grabado a fuego, marcó su carrera, signada no solo por la pertenencia, desde 1979, a la Escuela Freudiana, sino también por la búsqueda de traducir la experiencia psicoanalítica en ensayos atentos al “primer escalón de inteligibilidad”. Colaboradora habitual de los Cuadernos Sigmund Freud, tiene en su haber un listado enorme de publicaciones que incluye Paradojas clínicas de la vida y la muerte, Inconsciente y repetición, Lecturas del revés del psicoanálisis, Acerca de la vida amorosa, entre muchos otros.
–¿Cómo se hace para lograr esa productividad, ese ritmo de escritura?
–Es un ejercicio continuo. Es arduo, también. Pero además admito que hay un gusto personal. Escribir para un analista no es obligatorio, aunque añade algo a lo que está haciendo y le enseña lo que no sabe, el límite al que llegó. Como no escribo ficción, no estoy obligada a tener la tersura, la excelencia, de alguien que lo hace. Me encantaría, pero no tengo el talento.
Nacida y criada en el ambiente “hipercartesiano” de una familia de ingenieros, Silvia cuenta que desde chica tuvo algo así como “una idea de rebelión contra el impulso colonizador de la razón”. Su formación fue exigente, y tanto en las aulas del Colegio Nacional Buenos Aires como en la Alianza Francesa encontró la intensidad de un trabajo con la escritura y la lectura que sentaría las bases de su profesión. Al psicoanálisis llegó tras escuchar un comentario que terminó impactando en su vida tanto como luego lo haría la frase de Borges. “Muchos de mis amigos del secundario iban a estudiar Medicina, y yo terminé estudiando Medicina un poco azarosamente –rememora–. Un día fui a preparar una materia a casa de un compañero de la facultad. La madre, que era psicoanalista, se acercó y preguntó si alguno los dos pensaba dedicarse al psicoanálisis. Respondí que no, que si hacía algo así mi papá ingeniero se moriría. ‘Vamos a ver si te atrevés’, me respondió ella”.
–Y te atreviste.
–Empecé mi análisis personal mientras estaba en la carrera de Medicina. Y ahí me decidí. Pero me parecía, y lo sigo pensando, que para un psicoanalista tener la formación del hospital psiquiátrico es muy importante. Tener la formación de los casos muy graves arroja luz sobre las neurosis más leves. En el hospital había mucha gente que se iba a dedicar al psicoanálisis, no es un trayecto tan raro. Freud era médico, Lacan era médico.
–¿Será que somos cuerpo y alma? Seres complejos, en todo caso.
–Somos complejos, los únicos bichos que tienen un cuerpo erógeno, no solo un cuerpo biológico.
–¿Cómo sería eso?
–Es largo y aburrido de explicar, pero te doy un ejemplo. Hasta el perro doméstico, que está muy influido por el humano, en el espejo le ladra a su imagen; reconoce que hay un perro, pero no reconoce que es él. El humano sabe que es él. Esa erogeneidad del cuerpo tiene que ver con que uno se reconoce en el espejo. Ama, odia, nunca es indiferente a su imagen en el espejo.
–Vivimos una época de una crisis planetaria que se superpone con las particularidades de la crisis local. ¿Cuánto de esto permea en el consultorio?
– Lo primero que puedo decir es que los analistas no somos sociólogos ni profetas, podemos llegar a hacer lecturas sobre los movimientos de la cultura en que vivimos teniendo en cuenta que estamos dentro de esos movimientos. O sea, no hay mucha perspectiva cuando uno está dentro de las crisis, de los movimientos. Doy un ejemplo. Freud recibió pacientes mientras la Primera Guerra se desarrollaba y sus dos hijos varones estaban en el campo de batalla. Es decir, él empieza su obra a fines del siglo XIX, luego en 1914 estalla la Primera Guerra, sus dos hijos son reclutados, él trabaja en Viena en medio de ese clima. Y con el fin de la guerra viene toda la crisis posterior al tratado de Versalles. ¿Esta es la peor época, la que nos toca? Lo comento de este modo porque si no, uno es apocalíptico…
–Claro, si hubo un apocalipsis fue el de la Primera Guerra. Y ni qué hablar la Segunda.
–Sí, porque si no uno cree que está en el Maelström noruego y se está por hundir. Sigo: vienen Versalles, la crisis económica. Freud y su familia vivían en Austria, pero no estaban libres de la crisis. Y eran judíos en un momento en que el antisemitismo era tremendo. Francisco José toleraba a los judíos… hasta ahí. Llega la época de la Segunda Guerra, viene la anexión con Alemania, en cualquier foto de internet ves a la gente vivando a Hitler cuando entra a Viena. Freud sigue recibiendo a sus pacientes. ¿Cómo permea? Le piden que vaya a Inglaterra y Freud no se quiere ir porque tiene varias hermanas y su hija Anna chiquita. La Gestapo no lo quería mandar a Auschwitz porque no le convenía. La toman a Anna, y le dicen “o Anna o te vas”. Freud tiene que ceder y con un salvoconducto que le consigue la princesa Marie Bonaparte, se va con Anna. Sus hermanas son enviadas a Auschwitz. Cómo permea la época.
Silvia se levanta –estamos en el espacioso living de su casa– y dice: “Quiero que veas algo”. Vamos a su consultorio y allí señala un cuadro de Ana Lía Werthein realizado a partir de una foto intervenida: es Sigmund Freud subiendo al avión que lo llevaría al exilio. “La cara de Freud –insiste Silvia–; la expresión de ese momento en que tiene que ceder”. En la obra hay algo más: transmite una soledad descomunal. Como si todo el peso de un tiempo despiadado se abatiera sobre los hombros de alguien que, en ese instante, no era el padre del psicoanálisis sino un simple ser humano acorralado por la desmesura de la historia. “Él siguió trabajando y en vez de llorar escribió Psicología de las masas y análisis del yo –explica Ami
"En este momento, planetariamente, hay un endiosamiento de lo que se supone la ciencia y la tecnología pueden dar al sujeto: una eterna juventud, una salud de hierro para siempre, una detención del deterioro del cuerpo o de la pérdida de belleza, eventualmente no morir…."
go–. Su respuesta a ese desastre fue esa escritura”.
–¿Y qué hay de Lacan?
–La misma época lo agarra con Francia invadida. Estaba casado con Sylvia Maklès, judía, la tiene que mandar a la zona no tomada por los nazis, al sur de Francia, con él viajando para verla. Nace su hija Judith, le pone Judith en medio de la invasión… Nuestra época es terrible, pero no es la única terrible. Para mí, las respuestas más inteligentes sobre una época son escritos que se hacen sobre lo que está pasando, escritos sobre cultura. Por ejemplo, Freud cuando escribe Psicología de las masas y análisis del yo no menciona ni una vez al nazismo. Y ese libro tiene validez hoy. No hay ni una sola mención a Hitler. Pero sí hay una mención al peligro de formar una masa coaligada, con un líder carismático y un enemigo al que odiar. Eso es claro, cristalino, y está escrito para siempre. Tiene vigencia porque él no se rebajó a utilizar nombres propios.
–¿En lugar de eso describió un mecanismo, lo que subyacía a los acontecimientos históricos?
–Describió un mecanismo y lo escribió muy bien.
–¿Parte de los problemas del presente radicaría en que se tiende a pensar que el monstruo siempre es el otro? ¿El líder negativo siempre es el del sector opuesto?
–Obviamente. Cada bando dice que el odiador es el otro bando. Si querés que diga algo de esta época: hay un uso partidario de la palabra “política” y hay un uso noble, que viene de polis. La polis griega era el lugar donde todo el mundo se encontraba en el ágora, donde se intercambiaba y se hacían lazos. Si hablamos de la polis como el lugar del lazo social es un uso noble. Pero si hablamos de la política como lugar de masas y partidaria... no me siento capacitada para hacerlo porque no soy política en el sentido partidario; sí soy ciudadana y como analista puedo hacer una lectura en el sentido de los escritos culturales. En mi últimos libro [Mentalidades, publicado por Cascada de Letras] tengo varios capítulos sobre masas. Sobre la paranoización de las masas.
–¿A qué se refiere ese término? ¿Tiene que ver con ver al otro como posible enemigo? ¿Con que se nos aparezca siempre como una amenaza?
–Sí, está vinculado con interpretar la realidad, las cosas que pasan, como signos que se me dirigen inequívocamente. Pero bueno, yo quería hablar de lo que le pasaba a Freud porque él trabajó en una época terrible y si leés los casos clínicos que transcribió, ves que no necesitaban horrorizarse frente a lo que ocurría. Se trabajaba con los pacientes y con lo que les pasaba. Eso no quiere decir que los pacientes estuvieran en una torre de marfil, pero la singularidad de cada uno pasa por los filtros de cómo la familia hace que las cosas lleguen al sujeto. Lo que sí creo que pasa en este momento, planetariamente, es que hay un endiosamiento de lo que se supone la ciencia y la tecnología pueden dar al sujeto: una eterna juventud, una salud de hierro para siempre, una detención del deterioro del cuerpo o de la pérdida de belleza, eventualmente no morir….
–Silicon Valley está en la búsqueda de algo así como la vida eterna.
–Pero no lo van a lograr. Es asaltar la morada de los dioses. Hablo de Grecia, ¿no? Los dioses son inmortales. Es como una hybris científica, como creer que todo es luz y no, hay oscuridades. Los psicoanalistas nos ocupamos de las zonas oscuras y sabemos que no todo es conquistable por las luces. Si hay algo típico de esta época es la idea de que todo es posible, como cuando Fukuyama anunció el fin de la historia. Pero cuanto más expulsemos la oscuridad, más va a volver. Mejor integrémosla en un claroscuro.
–¿Eso no exigiría ver la propia oscuridad, hacer un ejercicio en ese sentido?
–De lo que se trata, sobre todo, es de hacer algo mejor con la propia oscuridad, no pretender que un psicoanalista haga la abolición del síntomas. Es algo bien distinto de las psicoterapias, que pretenden liquidar el síntoma. El psicoanálisis pretende averiguar qué significa el síntoma, cuál es el disfrute de ese síntoma y trata de hacer algo mejor con las fuentes del síntoma. Trata de hacer algo mejor con esa oscuridad, y transformarla en el motor de algo mejor para la persona y para el lazo social. Abolir lo que hace es sacarlo por la puerta para que entre por la ventana, probablemente convertido en algo peor. Esa es una diferencia muy grande con cualquier psicoterapia. Te doy un ejemplo tonto: las fobias. La psicoterapia intenta amigarte con un elemento “x” al que le tenés fobia, en lugar de entender qué significa ese objeto fóbico. El perro que te quiere comer: bueno, el psicoanálisis indaga en quién era el que “te quería comer”, qué significa eso.
–Son procesos que exigen tiempo. ¿No se contradicen con una cultura que busca la velocidad, lo inmediato, a toda costa?
–¡A Freud le preguntaban por qué el tratamiento era tan largo! Sí, se necesita tiempo para pagar por el síntoma que uno tiene. Hace un rato hablábamos de escribir: eso también lleva tiempo. Casi todas las cosas que merecen la pena llevan tiempo.
–En el siglo XIX, en la época de Freud, había una subjetividad muy particular, marcada por lo superyoico, la norma, la represión. En la actualidad lo que pareciera primar es, por el contrario, el hedonismo, la inmediatez, los límites lábiles. ¿Asistimos al surgimiento de un nuevo tipo de subjetividad?
–Pero es otra forma del súper yo. El imperativo de gozar es también un imperativo. Lo que un analista trata de ver es si el paciente quiere hacer algo, si aquello en lo que se compromete es algo en lo que quiere comprometerse, si tiene algún plan que tenga sentido para su propia vida. El imperativo de “no perderse nada” es también un imperativo. Es otro súper yo: “no me quiero perder nada”, “no puedo dejar de probar lo último, la última droga”. Y no sabés por qué no te lo querés perder. A lo mejor es mejor perdérselo. No es desde un punto de vista moral que lo que digo, eh. Pero a lo mejor hay cosas que uno prefiere perdérselas, porque se pregunta si realmente serían ganancias. No todos los goces son goces que uno quisiera tener. Por eso: el imperativo de gozar es otro imperativo al que estamos sometidos.
–Que, por otra parte, es como un bombardeo.
–”No lo piense, llame ya”. El imperativo de disfrutar determinadas cosas. Un imperativo que incluso puede venir de las mismas autoridades o de los padres: “probá con las chicas a ver si te gusta”. Otra vez, no es moral ni estoy en contra, pero ¿para qué proponerlo?
–¿Como si se encarnara un nuevo tipo de moralina?
–Terrible, porque toma la apariencia de la corrección política o el libre pensamiento. Y no se deja que fluya… en especial en el niño o el adolescente, no hay que intervenir en el libre curso de la erogeneidad. Hay que dejar cierta espontaneidad, dentro de un marco. Pero esa cuestión del “gozá, toma todo, no desaproveches ninguna oportunidad”.
–¿No es algo que nos afecta a todos, no solo a los adolescentes?
–Por supuesto, pero un adulto esta un poquito más armado como para poner un borde. Pero no todas las personas cuyo DNI dice que son adultas lo son efectivamente, en el sentido de tener cierta capacidad de no sugestionarse tanto.
–Hablemos de la cuestión tecnológica. ¿Qué te parece esto de que el celular tenga tanta presencia en nuestras vidas, que no podamos estar sin consultarlo a cada rato?
–Hay algo que quiero subrayar: un psicoanalista sensato no se pondría en contra de la ciencia, las tecnologías, los avances tecnológicos. Yo uso computadora, tengo celular, uso redes sociales, tengo Facebook, Instagram. No los uso para comentar cómo es mi desayuno, sino para difundir mis seminarios, contar de qué voy a hablar. Me resultan útiles. Y como tengo una debilidad mental por mis nietos, pongo alguna fotito. El problema es hacer de la vida un espectáculo, y eso es lo que está sucediendo. Uno muestra obviamente el lado A de su vida y el lado B no lo muestra. Pero ponerse contra el progreso es ubicarse en una posición oscurantista, lo cual es una tontera. Se atribuye a Lacan una frase que asegura que la ciencia forcluye al sujeto; es decir, que lo anula y lo saca de juego. No lo dijo, dijo otras cosas sobre la ciencia, que son difíciles de explicar. Lo que hay que resaltar es que no hay progreso sin alguna pérdida. Es decir, cada luz proyecta una sombra. Como la luz del sol, de una lamparita… no hay una luz pura, y a las sombras hay que tenerlas en cuenta. Cuando uno mira las redes sociales de alguien tiene que tener en cuenta que las sombras andan por algún lado. Esas sombras están. El problema de las personas que se fascinan con las pantallas es saber que lo que está ahí tiene una sombra. Después, ¿las pantallas han quitado tiempo de lectura? Puede ser. También han informado mucho y muy rápido sobre lo que está pasando en el otro lado del planeta. Es decir, hay luz y hay sombra. ¿Que han creado nuevos síndromes? Sí, pero si no los hubieran creado las pantallas los hubieran creado otras cosas. Hay chicos encerrados en sus cuartos jugando solamente juegos de pantalla, no salen de la habitación, sí, pero si no hubiera estado la pantalla esos problemas familiares se hubieran manifestado con otro tipo de encierro. No sé si se lo puede imputar a la pantalla. Lo que intento decir es: ojo, que toda luz proyecta sombras. Y los analistas sabemos que tenemos que encontrar la zona de sombra que proyecta cada luz que se prende, por ejemplo el desarrollo tecnológico. Porque probablemente quien nos consulta lo hará por alguna consecuencia de la sombra proyectada por esa luz.
–O sea, sería importante dejar de lado la fantasía de que todo puede llegar a ser completo, no contradictorio, brillante.
–O que nos espera un futuro luminoso.
–¿En realidad ninguna época lo fue?
–No, pero tampoco estamos en lo peor de las sombras. Y no hablo de la Argentina, hablo del mundo. Freud escribió tres libros donde un analista, que es él, habla sobre la cultura. Es decir, sobre el mundo y no sobre la clínica singular. Son muy recomendables para tener en una biblioteca de una persona culta. Uno ya lo mencioné, es Psicología de las masas y análisis del yo, donde habla, a mi juicio excelentemente, del fenómeno hitleriano y de cualquier otro fenómeno de masa coaligada alrededor de un líder carismático en el que deposita ciegamente un ideal. Freud dice algo maravilloso: que siempre se puede agregar alguien nuevo a la masa a condición de dejar afuera alguien a quien odiar. Es el mejor poxipol de una masa. Ahí se puede hacer una diferencia entre una masa y un lazo social, donde hay aceptación de divergencias. Otro libro es El malestar en la cultura. La cultura implica salir de la naturaleza, que es el paraíso. Adán y Eva en estado de naturaleza no comen la manzana del sexo, sino la de la sabiduría. Comen el fruto del árbol del saber. Y al entrar en la cultura entrás en el malestar. Una de las fuentes de malestar es el cuerpo propio, el erógeno, que está ligado al cuerpo biológico, sometido a la muerte. Los animales también están sometidos a la muerte, pero no saben que se van a morir. El cuerpo erógeno lo sabe, sabe que está sujeto al deterioro. Por eso nos miramos al espejo, nos contamos las arrugas, nos hacemos botox o nos dejamos las canas, queremos o no seducir, seguimos a la industria de la moda, todo eso tiene que ver con la erogeneidad del cuerpo. Somos el único bicho que sabe que se va a morir. Hay un poema de Borges, “El otro tigre”, donde dice que escribe un poema sobre el tigre porque el tigre no sabe que se va a morir, él solo está en su rutina de amor, hambre y muerte. Otra fuente de malestar es la naturaleza y la fuerza de esa naturaleza: volcanes, cambio climático, desbordes de ríos, la propia pandemia. La tercera fuente es el prójimo. El otro humano del que esperamos el lazo social que nos auxilie, nos brinde amor, protección, y que nos puede dar también hostilidad, traición, asesinato.
–El infierno.
–Claro, l’enfer, c’est les autres. ¿Qué francés lo había dicho? Ah, sí, Sartre.
–Es una frase que atraviesa las épocas. ¿Hay algún tipo de infierno particularmente contemporáneo?
–Siempre pienso que el otro se convierte en particularmente infernal cuando uno no está advertido de que ese otro puede llegar a ser infierno. Cuando uno pone excesivas expectativas en el otro, por ejemplo en el líder de masas, puede llegar a ser infernal. Uno no puede esperar todo del marido, o del novio, la esposa, el hijo. Cuanto más se espera, más posibilidades de decepción hay. Por eso cuanto menos expectativa loca tenga uno, menos ciego va a estar. La advertencia subjetiva es fundamental. El otro no es nuestra salvación.
–¿Qué ocurre hoy con los lazos más cercanos o íntimos?
–En realidad, veo mucha singularidad, no veo tanta cosa que pueda decir “esto es así”. Hay más soledad acumulada en la sociedad de masas. Cuando hay masa hay soledades amontonadas. Y cada miembro de la masa tiene una relación exclusiva con el líder. Hay algo muy gracioso y terrible que dice Freud: el engaño es que el líder ama a todos por igual, pero en realidad se ama a sí mismo. Por ejemplo, la familia masa, la del padre padrone que opera de aglutinante, una familia donde todos están ligados a uno, pero es una masa. Insisto: el lazo es gente unida entre sí con un propósito, intercambiando, cada uno con sus diferencias, productivamente.
–Así como la histeria fue el síntoma que marcó los comienzos del psicoanálisis, ¿existe algún síntoma que se pueda pensar como característico del siglo XXI?
–La histeria es absoluta y completamente moldeable según los criterios de la época. Por ejemplo, la histeria del siglo XIX era la de las señoras o señoritas que tenían convulsiones… ¿Quién ve hoy una convulsión histérica? Pero eso no quiere decir que no haya histeria. Hay una capacidad plástica, mimética, en la estructura histérica como para adoptar modalidades de época. Si hay otras modalidades de presentación lo vamos a ver después, estamos muy adentro de lo que está pasando. Quizás estemos en un cambio de época, y subrayo el “quizás” con un marcador de esos que son fosforecentes. Porque estamos adentro y es muy difícil evaluar desde dentro. No me siento capacitada para profetizar algo así, me parecería una pedantería.
–Comentaste que Freud había escrito tres libros fundamentales ligados con la cultura. Ya mencionaste dos, ¿cuál sería el tercero?
–Moisés y la religión monoteísta. Un acto de valentía, porque está escrito en la época del nazismo. La tesis de Freud es que Moisés era egipcio. Se ganó muchos enemigos con eso. Lo que intenta abordar es la no naturalidad del padre, dice que el padre es una función transbiológica, funciona como un organizador cultural, no natural. Pater semper incertus est: el padre es incierto. La madre, no. El padre es una función simbólica que no depende de la biología. Entonces el padre del pueblo judío no necesitaba ser judío. Es un ordenador simbólico.
–Más allá de estos libros, si alguien te preguntara por qué volver a leer a Freud, ¿qué le dirías?
–En principio, porque escribió sin caer en ningún partidismo. Habló del horror de las masas sin hablar del nazismo, interpretando las circunstancias más allá de la anécdota.
–¿Tenés alguna teoría de por qué los argentinos nos psicoanalizamos tanto?
–Es un país de segundas, terceras, cuartas generaciones de inmigrantes, lo que hace que no tengamos el mismo simbólico de nuestros padres y no sepamos bien a qué simbólico atenernos. Eso creo que es bastante potente como razón de malestar posible que nos lleva a analizarnos. Hay que ver qué pasa en una o dos generaciones. Pero lo cierto es que tenemos una mezcla de simbólicos rarísima.
–Eso también puede ser una riqueza.
–Sí, si se la elabora bien.

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