sábado, 2 de diciembre de 2023

UNA EXTRAORDINARIA DUPLA TANGUERA


Susana Rinaldi y Osvaldo Piro: el reencuentro en escena de mucho más que una gran dupla tanguera.
Los artistas, que formaron una familia en los años 70, presentan  en el Teatro Coliseo el álbum que grabaron juntos
Texto Mauro Apicella | Foto Hernán ZentenoEl bandoneonista y la cantante, reunidos por su amor a la música
Es difícil imaginar que alguien no se sorprenda por la vista que tiene el departamento de piso alto donde vive Susana Rinaldi. Mientras que Buenos Aires crece hacia arriba, desde allí (todavía) se puede ver buena parte de la ciudad y el río. Pero los detalles están dentro del departamento. En un living colmado de objetos se pueden descubrir aquellos galardones con los que se ha consagrado a lo largo del tiempo, como una militante del tango, al punto de grabar discos que comercialmente nunca tuvieron destino de éxito masivo (eso nunca le importó). Dejó la Argentina en busca de trabajo como cantante en el exterior, y países como Francia la recibieron con los brazos abiertos. Con los años acopió distinciones como el premio a la Excelencia de los Latin Grammy, que recibió en 2010. Esa estatuilla está ahora sobre el piano que domina el living, junto al CD de un flamante disco que, justamente, fue nominado en el rubro tango. Reencuentro, se llama: es un disco que grabó con un viejo compañero de vida y de ruta musical, y una eminencia en el mundo tanguero, Osvaldo Piro.
Con un perfil más bajo, el bandoneonista también cuenta con “galardones” en su currículum. Su paso por la orquesta de Alfredo Gobbi, hace 70 años (Piro tiene hoy 86), la creación de su propia típica, cuando era todavía muy joven o el padrinazgo de Aníbal Troilo son algunos. Cuando “Pichuco” murió, su esposa donó sus tres bandoneones; uno fue a manos de Piro.
Aunque Susana y Osvaldo, ya para mediados de los 70, emprendieron caminos por separado, sus dos hijos, Ligia y Alfredo, también artistas, los mantuvieron en contacto. Además, la música los reunió en varias oportunidades, hasta que se animaron, a los ochenta y pico, a grabar un álbum juntos. Y habrá también una cita con el público, esta noche, en el Teatro Coliseo, que servirá para presentar en vivo este álbum.
Para reagruparse como esa familia que alguna vez fueron (y que, de algún modo, siguen siendo), de a uno van cayendo a la casa de La Tana. Primero Osvaldo, luego Alfredo y más tarde Ligia, que se escurre entre los pasillos para retocar su peinado primero y luego posar para las fotos de este clan de músicos. En definitiva, todos participarán en la presentación del Teatro Coliseo. Alfredo escribió unos textos y Ligia será una especie de anfitriona del concierto en donde se recorrerán clásicos del repertorio más tradicional del tango y algunos temas compuestos por Osvaldo.
Las fotos generan un momento de debate porque algunos de ellos no quieren dar la imagen de esa familia tradicional que nunca fueron. Y se entiende. Ligia y Alfredo no vivieron en una casa regida por horarios de oficina y fines de semana de descanso. Vivieron la presencia y las ausencias de padres músicos, con viajes y trabajos de trasnoche. De hecho, así fue como a finales de los 60 se conocieron Osvaldo y Susana. “¿Lo contás vos o lo cuento yo?”, le dice Piro a Rinaldi, con sonrisa cómplice. “No, lo contás vos”, responde La Tana.
“Año 1968. Se abre Michelangelo [sala porteña de música de la calle Balcarce], con los tres túneles originales que descubrieron cuando hicieron la excavación del edificio. En el túnel de tango estábamos programados Astor Piazzolla con el Quinteto, Susana Rinaldi con sus músicos y yo con mi orquesta. Ahí nos conocimos”, dice Osvaldo. “Y hemos aprendido mucho los dos por el amor profundo que la gente ha tenido por nosotros. Muchas veces me dije: qué pena que en un momento esto se cortó, porque nos hemos perdido a los hijos de toda esa gente que tenía para con nosotros una actitud muy desconocida entre los argentinos. Siempre que pienso en cómo estará Osvaldo, me viene a la memoria lo que hicimos. No por nosotros dos solamente sino por imponer musicalmente, sin saberlo, cosas extraordinarias”, agrega Susana. “Fue tan importante lo que provocaba el tango en esos años que la cola de gente daba la vuelta a la esquina hasta por la avenida Belgrano. Y hacíamos tres funciones los viernes y sábados. Terminábamos a las cinco de la mañana”, dice Osvaldo. “¿Y cuando yo tenía 15 años ustedes se enojaban porque iba a ver bandas que tocaban a las 3 de la mañana?”, pregunta Alfredo. “Sí, tenés razón...”, admite Osvaldo.
–¿Será que el rock es muy tanguero?
Alfredo: –En sus hábitos, sí.
-¿Qué influencia tuvo en la vida artística de ustedes la bendición de Gobbi, Cátulo Castillo y Troilo?
Osvaldo: –Qué afortunados fuimos por haber podido verlos, conocerlos y ser apadrinados por ellos. Mi primer long play estuvo apadrinado por Pichuco, que decía que para muestra alcanza un botón. Eso habla de la generosidad de un tipo que fue lo más grande que teníamos.
–¿Evitar la foto tradicional refleja la vida familiar que tuvieron?
Alfredo: –El esquema tradicional estaba roto de fábrica por tener padres atípicos. Lo que tengo presente es que mis viejos eran muy populares. Puede resultar inverosímil hoy, pero pibes de ocho o nueve años que iban al colegio con nosotros sabían perfectamente quiénes era mis papás. Mis viejos eran dos artistas de tango muy famosos y sus hábitos eran de cauce natural. Me acuerdo de unas figuritas redondas que venían con personajes de Titanes en el Ring, con Sandro, Kiss, Darío Vittori y también estaba mi vieja. Ella estaba en una caricatura con las que jugábamos al “chupi”.
Ligia: –Perdón, pero yo no jugaba a eso [dice y se ríe]. Pero es cierto que, en ese momento, los padres de nuestros amigos escuchaban tango.
Alfredo: –Aunque a finales de los 70 el tango estaba acartonado. Susana: -Todo lo que te conté tiene importancia en lo que vamos a hacer. Aunque hoy haya otra gente. No sé por qué creo que nos irá bien. Pero el tiempo ha pasado, algunas veces ganaron los que no debían haber ganado y hay que aguantárselo. Qué le vamos a hacer. Pero a nosotros nos ha ido muy bien, incluso con gente que no es cercana políticamente, que se nos acercaba.
–¿Cómo surgió la idea de volver a hacer música juntos?
Osvaldo: –Surgió de los años de experiencia, de convivencia, de ser papá y mamá de los chicos. Yo vivo en Córdoba, en La Falda. Trabajé solo. Pero los músicos estamos acostumbrados a eso. Porque cada vez que pongo notas en un pentagrama, me suena en la cabeza. O sea que sé lo que va a sonar. A todos los músicos que componen o hacen arreglos para orquesta les pasa lo mismo. Y lo gracioso es que la conozco tanto a Susana que fui muy audaz y aparecí con la pista hecha. Solo me faltaba el visto bueno de la Tana. Nos conocemos mucho, ella no me iba a pelear por los arreglos. Lo sé. Tuvo esa generosidad de adaptarse a lo que escribí. Además, en el último tema, “Tinta Roja”, que está en vivo, lo dice: “Yo solo tuve que poner la voz en lo que escribió este señor” [Piro la mira y se ríe]. Era un reproche con público enfrente.
–El disco tiene detalles que no hace imaginar ese trabajo tan… a la distancia.
Osvaldo: –Conozco los espacios que me va a dejar Susana cuando pone la voz. Adonde me va a dejar dibujar, para agregar lo mío. Es como pintar un cuadro, en última instancia, en la imaginación. A pesar de esa audacia, porque yo vivo en Córdoba y ella en Buenos Aires, salió bien, no nos podemos quejar.
–¿Se debían este disco?
Osvaldo: –¿Qué te parece? Además de nuestra historia familiar y de tener hijos, siempre hicimos carreras independientes. A veces los empresarios hacían el esfuerzo de juntarnos, pero este es el primer disco juntos. Por eso le dije: “Tana, es ahora o nunca”.
Susana: ¿Te parece? Le dije. Y sí, era “ahora o nunca más”.
–¿Los hijos dieron el OK?
Alfredo: –Más que un visto bueno, lo que hicimos fue acompañarlos. Creo que es atávico a la historia de cada uno de ellos y del tango. Necesita ser documentado por respeto a esa historia.
Ligia: –Es un disco hermoso. Tiene una voz increíble y arreglos maravillosos. Una interpretación en este tiempo y en esta edad que los junta.
Por el mismo camino
Ligia es una de las mejores cantantes argentinas de jazz. La precisión y el refinamiento vocal son dos de sus grandes virtudes como intérprete. Tiene varios discos publicados y un repertorio que se amplió con los años hacia otros géneros de la música popular argentina y latinoamericana. Alfredo se hizo conocido dentro de esa camada tanguera surgida a finales de la década del 90. Más tarde, abordó la obra de Zitarrosa y se embarcó en proyectos como Tangótico, su propuesta más reciente, que combina el perfil tanguero con el rock más oscuro, que trae desde su adolescencia.
–¿Tuvieron que pensarlo más de una vez para decidirse por la misma profesión que sus padres? Ligia:
–En mi caso, no. Supe desde temprano hacia dónde quería ir. El peso quizá lo tuve de más chica, a los ocho, cuando en el colegio me hacía un poco de ruido que las preguntas fueran las mismas. ¿Tu mamá está viajando? ¿Adónde? Era más la gente grande la que preguntaba que mis propias amigas. Le debe pasar a todos los “hijos de”. Yo me encerraba en mi cuarto con discos de Ella Fitzgerald y Billie Holiday. Evidentemente algo me pasaba interiormente y con ese repertorio con el que me di a conocer durante tanto tiempo.
–Alfredo, ¿en qué lugar estás ahora como músico? Alfredo:
–Estoy ensanchando fronteras que, creo, pertenecen a una misma dialéctica de nuestra identidad. A los 25 años me di cuenta de que el tango estaba en mi propia dialéctica. Lo tenía en casa. El mejor aprendizaje que me dejaron mis viejos es el de ejercitar y predicar un repertorio que fue fundacional para las décadas del sesenta y del setenta. Por una cuestión generacional me sentí interpelado por el rock a los 12 años, cuando me partió la cabeza ver a Soda Stereo, en el teatro Astros, presentar su primer disco. Mi poca afición al deporte hizo que hiciera catarsis yendo a ver, de adolescente, bandas de rock. Creo que es la misma instancia en la que se puede sentir interpelado por el trap un pibe de 14 años. Al día de hoy, creo que Tangótico es el reflejo de las dos conjunciones. Hay tango en la música de [Charly] García o en la de [Palo] Pandolfo, o en la lírica del Indio Solari. El Polaco [Goyeneche], en la postrer de su vida, es redescubierto por toda esa generación de músicos, como un baluarte y una resistencia absolutamente rockera del tango, quizá por su voz aguardentosa y su decir arrabalero, casi punk.
Apología tanguera –Osvaldo, ¿Qué pasó cuando decidiste cambiar los boliches tangueros de Buenos Aires por las sierras cordobesas?
Osvaldo: –Caño 14 no existe más. Y hay otros que montan espectáculos para los gringos, donde no puede faltar zapateadores y boleadoras. Es un mercado que a mí y a muchos como yo no nos interesa. De eso puede hablar La Tana más que yo. Incluso de manera más directa.
Susana: –Sí, lamentablemente. Después de haber escuchado lo que tantas veces se dijo sobre lo que hacíamos, que no servía para nada... Yo creo que le di como cantante, simplemente, una manera diferente al tango y a su historia. Pero eso no me da derecho de olvidarme del horror que la gente del tango recibió de nuestra historia. Todos los que llegaban a los grandes espacios siempre pusieron por delante las músicas extranjeras. Hay cosas que me gustan mucho, pero eso no viene al caso. Solo me pregunto por qué el tango no. Y porqué a algunos chicos les pueda dar vergüenza decir que les gusta el tango. Ahí hay cosas que no se arreglaron nunca. El tango tiene una fuerza personal en cada uno de nosotros. Los de afuera, que saben querernos, cuando nos llaman es para que vayamos a cantarles un tango.

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