domingo, 24 de noviembre de 2019

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Joan Margarit, el constructor catalán de refugios poéticos que se llevó el Cervantes
Margarit, después de enterarse del premio, dijo que es defensor de la independencia catalana, pero que no es el momento
El arquitecto y poeta se quedó con el premio más importante de la lengua española por el conjunto de su obra poética bilingüe; la sombra política en la literatura
BARCELONA.- El insólito Premio Cervantes, el más importante de la lengua española, concedido a un poeta esencialmente catalán, Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938), despertaba ayer todo tipo de suspicacias. Las razones por las que se impuso la candidatura de Margarit no se hicieron públicas, a excepción del fallo: "Por su obra poética de honda trascendencia y lúcido lenguaje, siempre innovador. Ha enriquecido tanto la lengua española como la lengua catalana, y representa la pluralidad de la cultura peninsular en una dimensión universal de gran maestría". Y todo invita a sospechar algún tipo de motivación política.

Hasta el mismo poeta catalán, en conferencia de prensa, se permitió algún que otro sarcasmo cuando fue preguntado por la coartada del bilingüismo. "Yo tengo dos lenguas, la materna y el castellano, que no le pienso devolver a Franco, porque me lo metió a patadas", comentaba. Y la broma no lo es tanto, porque en alguna parte de su autobiografía narra los golpes que recibió de pequeño por hablar catalán. Lo mismo vale para la reivindicación de la pluralidad de la cultura peninsular, de la que hace gala el fallo.
Aunque Margarit prefiera mantener al margen la política, "en el territorio de lo íntimo", porque "mi oficio es público, pero no está al servicio de lo público", la contaminación es inevitable. Entre otras cosas, porque el flamante premio Cervantes es un declarado defensor de la independencia catalana, aunque considere que en la actualidad no se dan las condiciones necesarias. 
Lejos de todo radicalismo el poeta apuesta por la vía dialogada para resolver el conflicto, ya enrocado entre la judicialización del llamado procés, que ha llevado a los líderes catalanes a prisión, y la represión a la manifestaciones contra la sentencia del Tribunal Supremo del pasado 14 de octubre.
En ese sentido, el poeta, que prefiere colaborar por "el diálogo entre lenguas, entre Cataluña y España", disparó algún dardo afilado: "Cambiaría la represión por la complejidad de la educación". Pero también en la misma dirección constructiva puede interpretarse el gesto del Ministerio de Cultura español al conceder el Cervantes a un poeta catalán, como un guiño de diplomacia cultural, cuando ni la política ni la Justicia están a la altura.
Lo cierto es que la dualidad es gran seña de identidad de Joan Margarit. Una dualidad que se manifiesta en todos los ámbitos: intelectual, lingüístico, cultural y existencial.

Hombre de ciencias y de letras, Margarit ha compaginado el ejercicio de la arquitectura -aún forma parte del equipo de profesionales que dirige las obras de la Sagrada Familia de Barcelona- con la poesía en una vastísima obra. Obra que comenzó a escribir en castellano en 1963 con
Cantos para la coral de un hombre solo y que demoró más de dos décadas en abandonar, para decantarse, ya libre de retórica y oropeles, por su lengua materna con L'ombra de l'altre mar (1981). Desde entonces, Margarit ha combinado ambas lenguas, para componer la totalidad de su obra de manera bilingüe y casi simultánea, incluidos sus textos en prosa, como el celebrado ensayo Nuevas cartas a un joven poeta (2009) y la más reciente autobiografía Para tener casa hay que ganar la guerra (2018). Texto este último que definió como "el epílogo a mi obra completa", con la publicación de Todos los poemas (1975-2015).

Pero la duplicidad no se agota en lo lingüístico. El poeta que reconoce a "la tristeza y la soledad" como sus compañeras de ruta más apreciadas, es a la vez un hombre de extraordinario vitalismo. Y su afilada poesía, que hiere en cada verso, está a la vez plagada de imágenes luminosas y de un tono celebratorio de oda. Ejemplo paradigmático es su poemario
Misteriosamente feliz (2009).

Margarit conjuga su querencia por las ciencias exactas y la metáfora en un solo movimiento. "La poesía trabaja con la concisión y la precisión, y estos son dos conceptos científicos, no literarios. A mí para aprender a escribir versos me ha servido mucho más Galileo que Cervantes, aunque el Quijote me haya servido para todo lo demás, para la vida", confesaba hace tiempo a este cronista. Y donde mejor plasma esta fusión el profesor jubilado de Cálculo de Estructuras en la Universidad Politécnica de Cataluña es en el poemario que remite a su cátedra: Cálculo de estructuras (2005).
La suya es una poesía apegada a lo cotidiano y a la experiencia, en versos diáfanos y cristalinos. Pero no por ello su poesía está exenta de hondura. La hostilidad del mundo, el dolor y la pérdida son los enemigos contra los que sublevan los versos de Margarit. La intemperie es el tema de toda su obra. Un polo negativo que combate, fiel a su formación de arquitecto, construyendo refugios poéticos. Austeros poemas que ofrecen amparo ante la inclemencia del existir. "Hay dos tipos de intemperies: la física y la moral. A la primera la resuelven la ciencia y la tecnología, ante la segunda solo tienes la poesía, porque no existe un manual de instrucciones si pierdes a un hijo. La poesía es una herramienta para no hundirte ante la pérdida y el dolor."

Para el poeta de 81 años, los versos son un arma de supervivencia espiritual imprescindible, que no nos protege, sin embargo, del dolor. Pero al menos, es un consuelo. "Trabajo para consolar a gente solitaria, que es el 100% de la población, lo sepan o no. Si un poema no puede consolar a una persona en una situación difícil, es que no vale nada como poema", reflexionaba ayer.
En todo caso, ese consuelo, por lúcido, también resulta cruel. "Igual que la poesía: un buen poema,/ por más bello que sea, será cruel. / No hay nada más. La poesía es hoy/ la última casa de misericordia".
 Así rezan los últimos versos del poema "Casa de misericordia", del poemario homónimo que mereció el Premio Nacional de Poesía 2008 y que cierra un ciclo en torno al tema de la piedad. El imaginario al que remite es el de los duros orfanatos de la posguerra franquista, en tiempos de represión y cartillas de racionamiento. Como aquellas lúgubres instituciones, viene a decir Margarit, la poesía es el último refugio para la intemperie del hombre. "Ante una tragedia vital y una pérdida importante, ¿qué consuelo tenemos? 
Las personas que nos aman, pero hay un momento que acabas afrontándolo solo", explicaba ayer. Y si de algo sabe Margarit es del dolor de la pérdida. De ello trata Joana (2002), su libro más leído y, según confesó, su favorito. Un poemario que compuso, contraviniendo su máxima de "no escribir en caliente", con los sentimientos a flor de piel. Joana era su hija, fallecida tras una larga agonía a causa de un enfermedad terminal.
Ida Vitale, otra Cervantes, rompió el protocolo

La poeta Ida Vitale, premio Cervantes 2018, confesó ayer en la rueda de prensa de anuncio y con el ministro de Cultura español a su lado, que ella tenía como candidato a Enrique Vila-Matas, cuando el ganador fue finalmente Joan Margarit. Ante la mirada de asombro de José Guirao, titular de Cultura y Deporte de España, la uruguaya quiso darles "consuelo a los derrotados" y contó que no solo ella defendió la candidatura del escritor español Vila-Matas para el Premio Cervantes 2019, dotado con 125.000 euros, sino tres miembros más, dijo en rueda de prensa, según la agencia EFE.
"No voto nunca por amigos y no tengo el gusto de conocer a Vila-Matas", indicó, lo que hizo reaccionar con complicidad a Guirao, que le respondió con un "te lo presentamos".
Biblioteca elemental de un premiado

2002
Joana
Clave: son los poemas que escribió durante los últimos ocho meses de vida de su hija.

2005
Cálculo de estructuras
Clave: un libro que combina la indagación personal y el conocimiento del mundo

2007
Casa de misericordia
Clave: un recuerdo de la infancia del poeta, en los años de posguerra y del salto a la poesía
M. N.

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