sábado, 30 de noviembre de 2019

JUAN OCTAVIO PRENZ; CASI DESCONOCIDO


Prenz, el escritor que no tuvo raíces

En los últimos años, me había acostumbrado a un signo personal que me anunciaba la primavera: una llamada de teléfono que me traía la voz inconfundible de mi amigo Juan Octavio Prenz, el escritor, como él decía, yugo-ítalo-argentino, apenas llegado a Buenos Aires desde Trieste, donde vivía desde hacía más de cuatro décadas. El jueves pasado, en vez de la voz de Octavio, me llegó un mail de Betina Prenz, su hija y traductora: me informaba que su padre había muerto esa misma mañana. Y agregaba: "Estaba tranquilo, lúcido e irónico, como siempre fue, hasta el final".
Prenz nació en la Argentina en 1932, más precisamente en la ciudad de Ensenada. En su niñez, vivió en Barrio Campamento, donde se habían asentado inmigrantes llegados de todas partes: los había italianos, yugoslavos, rusos, polacos, ucranianos. Su vida empezó en un puerto fluvial de América Latina y terminó en otra ciudad portuaria, Trieste, que durante siglos había sido el puerto marítimo del imperio austrohúngaro.
En la casa de Ensenada, los Prenz hablaban el serbo-croata. Octavio afinó el conocimiento del español en la escuela primaria. Posteriormente hizo el secundario y se anotó en la Facultad de Letras. Se graduó de profesor y empezó a dar clases en la Universidad de La Plata; al mismo tiempo, publicaba artículos y poemas en diarios y revistas.
De 1962 a 1967, Prenz, interesado en conocer Europa y, en particular, la región de Istria, la tierra de sus padres, se estableció en Yugoslavia y enseñó en Belgrado. En 1967 volvió a la Argentina, pero debió irse en 1975. No era peronista y no quería respirar el aire viciado de la inminente dictadura militar. Desde entonces no residió más en el país. Al principio, se quedó en lo que era Yugoslavia. Volvió a enseñar en Belgrado, pero también en Liubliana, la capital de Eslovenia. En 1979, se radicó en Trieste y allí desarrolló una brillante carrera académica y literaria. Se convirtió en un puente entre las culturas de Europa Central (Mitteleuropa), Italia y la Argentina, adonde, ya en democracia, volvía todos los años. En la Universidad de Trieste enseñaba literatura española moderna y contemporánea. Además, traducía poesía eslovena y serbia al italiano.
Tuve la suerte de que Octavio me sirviera de guía en Trieste. Con él, recorrí las calles del gueto triestino y seguí el itinerario joyceano. Por supuesto, me llevó al famoso Antico Caffè San Marco, frecuentado en el pasado y en el presente por los escritores y artistas más importantes no solo de Trieste, sino de Italia y Europa. En el hermoso primer capítulo de Microcosmos, Claudio Magris describe el interior y retrata a los clientes habituales, entre los que está Octavio, al que lo unían una profunda amistad y una admiración recíproca.
A la poesía Prenz le dedicó ocho libros, entre los que se destacan Mascarón de proa, traducido al italiano por su hija Betina, y Cortar por lo sano. Escribió las novelas Fábula de Inocencio Honesto, el degollado; Habladurías del Nuevo Mundo, con el que ganó el Premio Casa de las Américas en 1992; El señor Kreck, quizá su título más conocido, también traducido al italiano por Betina Prenz, que cuenta la injusta persecución de un hombre común, víctima de una dictadura brutal y corrupta.
La magnífica ficción autobiográfica Solo los árboles tienen raíces narra la vida de los inmigrantes eslavos en Ensenada. Prenz no tuvo raíces, tampoco tuvo épocas, o las tuvo todas: una prueba es nuestro paseo por las ruinas de Aquilea y los comentarios que hizo sobre los mosaicos bizantinos del siglo IV d.C. A principios de este año, Prenz recibió el prestigioso Premio Nonino de manos de Magris. Fue la culminación de su vida.
Como decía Silvina Ocampo, ha llegado "la asquerosa primavera". Alguien faltó a la cita.

H. B.

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