martes, 26 de noviembre de 2019

FUTUROS CERCANOS


Los hologramas extienden sin pausa los límites de la realidad

En un lugar incierto y en un futuro próximo, Aoi despierta solo y angustiado. Se refriega los ojos y distingue un brillo que le hace sonreír. Es el holograma de su madre. El alivio es fugaz; la angustia vuelve como un rayo. Aunque lo vigila en el desayuno, el doble se desvanece cuando Aoi quiere abrazarlo. Es la premisa de uno de los cuentos de
Los hologramas no hacen compañía (China Editora), donde el periodista Gonzalo Gossweiler imagina la evolución de las pantallas: un celular que proyecta información en 3D, un espejo que nos observa desde todos los ángulos, publicidades demasiado inmersivas. "El holograma es un engaño, pero tiene efectos concretos en la percepción -plantea-. Si provoca el mismo efecto que su modelo, ¿es menos real?"

El fantasma de la ópera
Entre la audacia y el lucro, la industria cultural avanza sin definir una respuesta. A fines de agosto, la Feria del Libro de China sorpren dió con lanzamientos de hologramas de distintos autores y una entrevista en el mismo formato a la primera mujer astronauta del país, Wang Yaping. Escenas solo posibles gracias a la tecnología 5G, la nueva joya tecnológica del tablero geopolítico. "Las mejoras en la velocidad, cantidad y calidad de las transmisiones traen oportunidades únicas", celebró Liying Lin, directora de una feria atravesada por la retracción de las librerías físicas y la expansión de sus variantes online.

Aunque a Gossweiler le daría vergüenza convertirse en avatar, le encantaría tener en sus manos un hololibro donde Stephen King leyera su última novela. No parece una fantasía lejana. También en China, el motor de búsqueda Sogou anunció que usará técnicas de inteligencia artificial para replicar no solo la voz del autor, sino también su aspecto. Si funciona, podría producir hologramas de autores fallecidos partiendo del archivo disponible, para después -a la espera de otro salto tecnológico- aumentar su margen de maniobra.

Al permitir la inscripción de información en la luz o el sonido, la fotografía y el cine desestabilizaron la hegemonía de la escritura, recuerda Maximiliano Brina, programador y magister en Estudios Literarios por la UBA. Ahora que lo digital permite trascender el soporte, los hologramas también podrían alterar la praxis literaria. A falta de un Spotify o un Netflix del sector, la innovación se circunscribe a los márgenes, como las instalaciones de Margarita Paksa y los holopoemas de Eduardo Kac, que cambian de significado a medida que se proyectan. Atento a fenómenos como la impresión 3D, los memes y los mashups, Brina cifra las expectativas en el concepto del prosumidor: aquel que además de consumir contenidos, los produce.

Mientras intenta avanzar en el mainstream editorial, la tecnología holográfica gana terreno en la música, gracias al siempre apetecible mercado de la nostalgia y a la necesidad de renovar ganancias en la era del streaming. Su poder de impacto escaló en el festival Coachella de 2012, cuando el rapero Snoop Dogg cantó junto al espectro de Tupac Shakur, el rapero y activista asesinado en 1996. Con comentarios que oscilaban entre el miedo y el asombro, el productor Martin Tudor empezó a proyectar shows completos. Seis años después, anunció el lanzamiento de Base Hologram, que se aseguró los derechos de figuras como Roy Orbison, Buddy Holly y Maria Callas.

Fue posible gracias a una técnica que tiene 150 años de existencia. En sentido estricto, un holograma es una imagen tridimensional obtenida con iluminación por láser. Lo que solemos ver -y entender- como tecnología holográfica es la relectura del "Fantasma de Pepper", el truco victoriano que consistía en un escenario dividido en dos espacios, uno a la vista e iluminado, y otro oculto y a oscuras. Entre estos dos espacios se colocaba una superficie reflectante, de modo que lo que hubiera en la habitación oculta se reflejara en la visible. Cuando la representación así lo requería, se reducía la iluminación del espacio central y se incrementaba la luz en el espacio contiguo, cuyo contenido "aparecía" ante los espectadores como una presencia fantasmal. Los actuales proyecciones holográficas, se basan, además, en la filmación de un imitador del artista a recrear, con el rostro original reconstruido digitalmente.

Un vivo de otro mundo
Los hologramas musicales explotaron entre 2014 y 2017, cuando distintas empresas anunciaron shows de leyendas como Elvis Presley, Billie Holiday, Michael Jackson y Frank Zappa. En 2020 se sumará el espectro de Whitney Houston. "Ya no está con nosotros -lamentó su cuñada y exmanager, Pat Houston-. Pero su música vivirá para siempre". Como la de Callas, que este año llegó al Gran Rex entre gritos extasiados del público ("¡Diosa!", "¡Bella!") y lágrimas de emoción. "La masterización era muy buena y la experiencia inmersiva fue formidable", recuerda Estela Domínguez Halpern, amante de la ópera y profesora adjunta del Taller de introducción a la información, telemática y procesamiento de datos de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA. "El espectáculo de entretenimiento y el proceso de construcción de temporalidad eran impecables -elogia-. Callas jugaba siempre con una rosa que le regalaban".

Nada nuevo para los miles de fans que se reunieron en marzo en Shanghai para atestiguar el cruce entre la popstar virtual Luo Tianyi -una creación de Yamaha- y el pianista Lang Lang. Mientras agitaban palitos luminosos y coreaban el nombre de su ídola, una doble de voz y una actriz permitían la interacción sincronizada desde el backstage. "Es perfecta", dijo un asistente al South China Morning Post. "Como no es una persona real, puede ser lo que vos quieras". Luo es la réplica de un terremoto con epicentro en Japón, donde las invenciones pop generan un mercado de millones de dólares. La estrella holográfica de la isla es Hatsune Miku. Siempre tendrá 16 años, una ventaja decisiva en una industria caracterizada por el descarte y la renovación compulsivos.

La pregunta sobre la autenticidad es inevitable. ¿Pero cuán importante? Domínguez Halpern sugiere que no tanto: "La voz, la textura y la cadencia interpelan y generan impacto. Es real en tanto transcurre". Brina, que recuerda la necesidad de suspender la incredulidad para disfrutar estos eventos, busca pistas en la esencia del artista: "Es probable que quien se haya formado viendo bandas de rock asocie al "vivo" con el vértigo o el riesgo. No creo que haya mucha diferencia entre haber visto a Michael Jackson o a Whitney Houston sobre el escenario y verlos en un show holográfico. El asunto cambia con artistas como Frank Zappa: ¿el holograma va a improvisar?"

"Una actuación es por definición "en vivo", se plantó en The Guardian el periodista especializado Simon Reynolds. Los tours holográficos involucran una no-presencia, "una esclavitud fantasma", asegura. Rentabilizar el vivo de los muertos genera problemas éticos. Obtenidos el permiso de los herederos -que lucrarán con la tecnología espectral- y los derechos de la discográfica, queda una verdad incómoda: el protagonista tiene voz, pero no voto.
Ante los "desafíos y sensibilidades singulares" que suponía la reaparición, Base Hologram anunció en febrero la cancelación del tour holográfico de Amy Winehouse, fallecida en 2011 por culpa de sus adicciones. "Tuvo una vida difícil y una muerte trágica -reconoció la compañía-. Es demasiado pronto para hacer lo que queríamos". ¿Cuánto hay que esperar para convertirla en holograma? ¿Cuándo dejará de doler? Quizá sea cierto, finalmente, que los artistas nunca mueren.

Voces e imágenes para preservar la memoria
En abril de 2018 murió Aaron Elster, vicepresidente del Museo del Holocausto de Illinois. Unos días más tarde volvió a aparecer sobre el escenario del auditorio, sentado en su habitual silla roja. Lúcido y relajado, hablaba con estudiantes de 13 años sobre los dos años que pasó en el campo polaco huyendo de los nazis. Les contó sobre el frío, el miedo, la desnutrición y lo increíble de la supervivencia allí. Su holograma enmudeció a la sala.
Durante los dos años previos, él y otros 14 sobrevivientes habían viajado a Los Ángeles para sumar su testimonio al Archivo de Historia Visual de la USC Shoah Foundation, cuyo portal permite explorar 55 mil testimonios sobre distintos genocidios. Pasaron una semana sentados sobre un fondo verde, respondiendo 1500 preguntas frente a 50 cámaras. Cuando terminaron, la fundación habilitó pantallas para que el público pudiera interactuar con esas grabaciones. "El proyecto es impresionante", celebra Estela Domínguez Halpern, que conoció a sobrevivientes en museos y marchas por la vida. "Hay una inteligencia artificial detrás, que va escuchando y aprendiendo el estilo de las preguntas, por lo que busca en su base y compone la respuesta en milisegundos".

Elster y sus compañeros estaban convencidos de que volver a atravesar el dolor, y dejarlo allí para la posteridad, valía la pena. Muchos exprisioneros creen que el Holocausto nunca habría sucedido si sus vecinos hubieran hablado. "La imagen holográfica del sobreviviente testimonia en tanto hay alguien que formula preguntas -recuerda Domínguez Halpern-. En ese diálogo se produce un proceso de actualización, donde el mundo digital forma parte y atraviesa la realidad". La interacción con los hologramas de la Shoá nos integra al dispositivo. "La memoria irrumpe y se hace presente, trastocando espacio-tiempo", insiste la docente. "Su singularidad se manifiesta en el movimiento que genera en los sujetos, en tanto moviliza el pasado y crea nuevos enunciados en el presente".

P. C.

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