viernes, 25 de febrero de 2022

El peronismo menos pensado, Sabrina Ajmechet


El peronismo institucionalizó una democracia farsesca que facilitó su hegemonía
En El peronismo menos pensado, Sabrina Ajmechet describe el modo en que Perón pervirtió los principios republicanos
Marcelo Gioffré
Al preguntarle Alejandro Magno a un pirata que había caído prisionero por qué causaba tantos estragos en el mar, el hombre le respondió: “Hago lo mismo que tú, la única diferencia es que como yo tengo solo un pequeño barco me llaman pirata y a ti, que tienes una gran flota, te llaman conquistador”.
Encarnar el Estado significa estar nimbado de una capacidad que se balancea entre lo jurídico y lo místico: la gente cree en las afirmaciones del gobernante por el simple motivo de que lo es, no le exige pruebas de verdad para evaluarlo, lo que lo torna doblemente peligroso en tanto al poder jurídico de cobrar impuestos o castigar se suma un poder inefable. Por eso el poder debe ser limitado por las instituciones: dividido en parcelas que se contrapesen y controlen, pero también segmentado en el tiempo y en el espacio, de modo tal que frente al indefenso ciudadano no se alce un gigantesco Leviatán sino un poder fragmentado y fugaz. Lo que nos muestra El peronismo menos pensado. Cómo se construyó la hegemonía peronista (Eudeba), libro reciente de Sabrina Ajmechet, es el proceso paulatino pero sostenido mediante el cual Perón operó en dirección inversa: convirtió un poder acotado en un poder omnímodo.
"El libro de Ajmechet exhibe con mucha pericia ese lento paso hacia una hegemonía diseñada con las propias herramientas de la democracia"
Todo Estado tiene una gramática institucional sobre la cual se apoya la acción de gobierno. Una dictadura no necesita ni credibilidad ni espesor jurídico, le bastan las armas. El problema es que el momento histórico de Perón coincidió con la posguerra, es decir, con el triunfo de la democracia liberal, razón por la cual la tentación de implantar una dictadura tropezaba con la realidad. De ahí la decisión de enmascarar bajo una apariencia democrática lo que en rigor ocultaba fuertes rasgos autocráticos. Ajmechet estudia las reformas institucionales que le permitieron poner en marcha esta operación. Y lo hace con datos duros, discursos pronunciados en el Congreso, declaraciones públicas de funcionarios y los propios textos legales.
A pesar de que Perón ganó elecciones con cierta facilidad bajo la Constitución alberdiana y la ley Sáenz Peña de 1912, no le bastaba; necesitaba configurar una legalidad en la que nunca tendría que ceder el poder. Un país en el que su voluntad no estuviera sujeta a ningún estorbo.

Juan Domingo Perón, en una imagen de 1950Universal History Archive - Universal Images Group Editorial
Por supuesto que la llegada de Perón al poder está precedida de una serie de problemas que requerían soluciones, tales como la incorporación de vastos sectores al plano democrático o la reubicación estratégica del país en un mundo que había cambiado. Pero el peronismo ofreció soluciones equivocadas. En 1947 la ley de sufragio femenino amplió el universo de votantes, pero no lo hizo en tanto ampliación de derechos, sino inspirado en dos premisas abusivas: consagrar el modelo de mujer en su rol maternalista y sumar votos para el peronismo. Cabe recordar que algunos legisladores peronistas pensaron que la solución era darle al hombre un voto adicional cuando estaba casado. En esa ley hay mucho más pensamiento católico integrista y reforzamiento de idea de familia tradicional que respeto de la individualidad. Lo contrario del feminismo.
La reforma constitucional de 1949 fue escandalosa por las enormes irregularidades en el proceso: en el proyecto de necesidad de reforma no se especificaban los puntos a reformarse; además, se dictó con los dos tercios de los presentes y no del total de legisladores, como exigía la ley. Ningún argumento de la oposición fue atendido en la Convención Constituyente. Se sesionó con una comisión única en la que todos los miembros eran peronistas. Auspiciada por el jurista ultracatólico Arturo Sampay, la reforma implantó la reelección, barrió con la periodicidad de los mandatos (¡cómo se va a privar al pueblo de su conductor por un mero prurito legal!), incrementó el poder de veto del presidente y eliminó la facultad de interpelar a los ministros. Se instauró una Constitución iliberal, cuyo centro no era el individuo sino la familia tradicional y un presunto bien social definido por el líder.



Otro de los insumos que legalizó la unanimidad sin necesidad de disolver o prohibir los partidos opositores fue la ley de partidos políticos. Las dos cuestiones, muy bien desarrolladas en el libro, fueron impedir que la oposición pudiera articular una nueva alianza, como había sucedido con la Unión Democrática y, hacia el interior del peronismo, abortar liderazgos alternativos al de Perón. La ley 13.645 cumplió con ambos propósitos. Y adicionó otra perversión: permitir listas colectoras para que el oficialismo se quedara con la mayoría y también con la minoría. Luego el sistema electoral por jurisdicción uninominal desangró lo poco que quedaba de oposición

El último tema que aborda el libro es el de las provincializaciones de territorios nacionales. Desde la decisión de no hacerlo con todos los territorios a la vez sino ir eligiendo antojadizamente, según las conveniencias políticas, hasta los nombres de Juan Perón y Eva Perón que le asignaron a algunas de las nuevas provincias (Chaco y La Pampa), todo apuntaba a la homogeneización política. Ya en las elecciones de 1951 el oficialismo logró imponerse en las nuevas provincias por porcentajes mucho más altos que el promedio del resto del país.
Avanzado el primer lustro de los años 1950 había muchos argentinos que no estaban representados. Se sustituyó el fraude oligárquico de los caudillos conservadores por un fraude novedoso: las instituciones eran usadas para ocluir y desdibujar una parte de la voluntad popular. Si por algo se caracteriza la democracia es por la conversación pública que matiza y enriquece; pues bien, Perón erigió un muro de silencio: mundos de creencias paralelos, sin porosidad, que no dialogaban entre sí. Cuando el ministro Martín Guzmán dijo “Nosotros nos ponemos la camiseta de la Argentina, cada quien define qué camiseta tiene puesta”, repuso la peor tradición autoritaria: llamar “antipatria” al que piensa distinto y, por ende, cancelarlo como interlocutor válido. Por ese camino agoniza la democracia. El libro de Ajmechet, que empezó siendo una tesis doctoral y mutó en ensayo, constituye un rico aporte: exhibe con mucha pericia ese lento paso hacia una hegemonía diseñada con las propias herramientas de la democracia, usufructuando con abuso evidente demandas y reclamos históricos.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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