miércoles, 23 de febrero de 2022

LA UTOPÍA K


La utopía k, entre Santiago Maratea y el Kun Agüero
En los últimos días el kirchnerismo se mostró prolífico en eso de sumar enemigos retóricos
Luciana Vázquez
Alberto Fernández....Alfredo Sábat
De Santiago Maratea al Kun Agüero, en los últimos días el kirchnerismo se mostró prolífico en eso de sumar enemigos retóricos y definir todavía más el sentido de su concepción del mundo, un campo de visión cada vez más restrictivo que empieza a excluir, rarísimo, a sujetos sociales que por pertenencia social e historia de vida podrían ser deglutidos fácilmente por su maquinaria ideológica para convertirlos en representación de un deber ser que digiere lo individual en lo colectivo.

 En cambio, el kirchnerismo ofrece resistencia a un chico salido de la pobreza que se inventa a sí mismo: el Kun Agüero, por caso. O se resiste y rechaza a nuevos protagonistas que se hacen cargo de algunas de las funciones históricas del autodenominado Estado presente kirchnerista o de la militancia kirchnerista: no se vio ninguna pechera de La Cámpora en los fuegos de Corrientes. Ahí estuvo, en cambio, la ayuda que logró reunir Maratea.
El modo en que buena parte de la militancia, la política y la intelectualidad kirchnerista interpretó a Maratea y el Kun puede definirse como resistencia, como mínimo, o directo rechazo, como máximo.
El caso Maratea, fue leído como la expresión de un voluntarismo narcisista efectivo en el corto plazo pero inconducente para las escalas que demanda la política real y que el Estado garantiza. El kirchnerismo se esforzó por no desmerecer la proeza filantrópica de Maratea justo cuando el oficialismo quedó expuesto pero no logró digerir del todo eso de la sociedad civil organizándose sin la mediación estatal. La lectura más instalada volvió al manual de Eva Perón: desacreditó la caridad, individualista y narcisista, de la donación voluntaria y autogestionada y optó por reivindicar la acción del Estado y la lógica de la obligación ciudadana vía impuestos.
Esa reivindicación implica un salto lógico insostenible: dejar de lado que el Estado kirchnerista no supo, no quiso o no pudo usar de manera efectiva y transparente los 3058 millones de pesos del Servicio Nacional de Manejo del Fuego para prevenir la escalada del incendio en Corrientes. “El nuevo presupuesto implica un crecimiento de fondos siete veces superior a lo ejecutado en 2020 ($433 millones) y 15 veces lo gastado en 2019 ($196 millones)”, se enorgullecía el ministerio de Juan Cabandié en marzo de 2021.
En el Kun y su rechazo al impuesto al patrimonio, el debate kirchnerista inventó un deudor privilegiado de un Estado presente. En la medida en que el héroe individual es un hijo de la tribu kirchnerista, es decir, de las políticas públicas que, según el kirchnerismo, creó el contexto para su desarrollo, el héroe individual debería reconocer ese aporte y estar a la altura de esa deuda tácita.
Para parte del kirchnerismo, el Kun es egoísta y el Estado, un acreedor constructivo que aportó a su carrera: gracias al esfuerzo de todos y de las políticas públicas, imaginan los kirchneristas, pudo convertirse en la estrella que es. La visión kirchnerista del mundo está en problemas: no logra integrar sujetos sociales que habrían sido naturalmente propios hasta hace un tiempo. Cambió el mundo y se estancó el kirchnerismo. Ahora se resiste o directamente se pelea con todos, aún con los arquetipos más cercanos. El oído absoluto para captar la música de lo popular sigue fallando.
Cristina Kirchner lo había intentado antes con L-Gante cuando creyó ver en el músico popular de nueva cepa el resultado perfecto del plan Conectar Igualdad, un creador de hits a fuerza de teclear la netbook del Estado kirchnerista. Fue lo contrario: un chico que abandonó la secundaria y se hizo a sí mismo con la compra blue de una netbook del Conectar que otro chico no usó y traficó por unos pesos.
Especímenes sociales únicos desafían cada vez más la pretensión moral del kirchnerismo de distribuir héroes, siempre los propios, y demonios, siempre los otros, a diestra y siniestra. Para el kirchnerismo, la política es un escenario bajo control de la retórica estatal y militante que asigna buenos y malos. Su concepción del Estado presente alcanza ahora otros límites. El Estado no es sólo presente sino que adquirió autonomía y vida propia y ocupa una posición superior en una jerarquía social en la que los sujetos deben rendirle devoción, mostrar agradecimiento eterno y compensarlo por los esfuerzos realizados. No es el Estado al servicio de la ciudadanía sino la ciudadanía subordinada al Estado.
Sin embargo, sujetos que debían estar del lado de los buenos llegan ahora para cuestionar las múltiples verdades kirchneristas que desde hace meses chocan fuerte contra la realidad. Desafían al Estado presente kirchnerista y su capacidad de sancionar identidades legítimas con sólo aplicar una racionalidad pragmática: el Kun lo hizo con el tema impuestos. “A la gente le gusta claramente pagar menos impuestos”, comprende, según el video que se viralizó la semana pasada. “A mí no me molesta pagar los ingresos”, aclara con naturalidad. El 50% de impuesto a las ganancias que dejó en Inglaterra deja claro que no es fácilmente encuadrable en un “la derecha egoísta”, según la retórica kirchnerista.
Es un cambio de época que la lectura kirchnerista no termina de captar. Al kirchnerismo le cuesta concebir lo individual, lo privado y junto con eso, la libertad como terreno ideal de la sociedad donde los individuos se prueban. Por el contrario, para esa lectura, el Estado es el protagonista de la vida pública, antes que los individuos. Y junto con el Estado, el líder carismático que lo gobierna. En este caso, Cristina Kirchner. La adoración carismática a la vicepresidenta que se volvió a ver en su último cumpleaños es un correlato de superioridad vital que el Estado tiene en la visión kirchnerista del mundo.
Pero hay otra dimensión muy interesante del caso Maratea que está sobre la mesa: el tamaño del aporte filantrópico de la sociedad civil en la Argentina. Un punto de comparación puede aportar Canadá, donde la actividad filantrópica representa el 8,1% de su PBI y emplea al 10% de la fuerza laboral canadiense. La filantropía aporta más que el comercio a la economía canadiense y está muy cerca del sector de minería e hidrocarburos. El caso de Argentina es distinto: un sector pequeño, aunque creciente en la región.
En 2020, cuando se desató la pandemia, un grupo de CEOs y hombres y mujeres de negocios de Argentina, convocados por el politólogo y sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga, encaró una de las campañas solidarias más ambiciosas de la Argentina. “Seamos Uno” se propuso llevar cajas con 56 viandas y productos de limpieza a hogares vulnerables. Desde marzo de ese año, en 10 meses, logró reunir fondos por 871 millones de pesos en 10 meses. El volumen de la colecta se consideró récord. Ahora es un joven de 29 años, Santiago Maratea, el que sorprende por el resultado de su convocatoria: más de 100 millones de pesos en 24 horas para llevar ayuda clave a la provincia de Corrientes, castigada por los incendios.
A la excepcionalidad de esa campaña empresaria, que se destacó precisamente por eso, por su carácter único en un momento excepcional como la pandemia, se le suma la sorpresa ante la proeza de Maratea y su capacidad de motivar a la sociedad es también una medida indirecta de lo incipiente que es el sector de la filantropía en Argentina. Esa excepcionalidad y esa sorpresa hablan de una industria de la filantropía incipiente.
Para una concepción del mundo más armoniosa, que integra el rol del Estado, del sector privado empresarial y de la ciudadanía, la filantropía es una fuente de recursos valiosa. “La filantropía privada para el desarrollo es una fuente de financiación creciente para los países de ingresos medios y bajos, estimada en cerca de 8000 millones de dólares al año, según cifras de 2018″, planteaba una investigación de la OCDE. Se calcula que representa el 5% del PBI mundial. Estados Unidos es el que tiene el sector filantrópico de mayor peso. Bill Gates y su fundación lideran el sector.
Y en este sentido, un punto clave y sintomático para Argentina. El sector filantrópico y su tamaño menor, en el que precisamente por eso se destacan las excepciones, es pequeño porque el peso del sector privado está condicionado en medio de una cultura política kirchnerista que demoniza el aporte individual y privado y ha sido eficaz en confundir lo legítimo y solidario con lo estatal kirchnerista y lo hegemónico.

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