domingo, 30 de abril de 2023

AL MARGEN


El país de las paradojas inexplicables
— por Héctor M. Guyot

La crisis que vive la Argentina es una crisis anunciada. Parece la misma de siempre, que vuelve otra vez. Tal como una sinfonía, en cada regreso presenta variaciones, pero el motivo principal resuena cada vez más claro hasta que acaba imponiéndose. Al final, siempre quedamos secos y mangando plata a la desesperada. Primero nos la dan, pero el bolsillo está agujereado o le meten mano y volvemos a pedir, agónicamente, un poco más. Y así.
Lego en las asperezas de la ciencia económica, mi memoria me sugiere que esta debacle, más allá de sus particularidades, no es muy distinta de las anteriores. Me dice también que el loop de las crisis recurrentes continuará en el futuro, aunque de forma cada vez más dramática, dado que el problema de fondo no hace sino agravarse.
¿Cuál sería este problema? Me remito a lo que alcanzo a entender de los análisis de aquellos que saben, que de una u otra forma parecen coincidir en esto. Pido disculpas por enunciarlo de modo un poco más brutal: el problema de fondo, concreto, es un déficit fiscal fuera de órbita provocado en buena medida por todo lo que se come el curro argentino de pequeña y gran escala administrado por el mismo Estado en sus tres niveles, que no solo se traga la plata, sino que además destruye la producción.
Para que lo entendamos los simples mortales, a los economistas les gusta repetir que no se puede gastar más de lo que se produce, que no puede salir más de lo que entra. Con mayor razón, agregaría yo, si una parte considerable de lo que sale no es precisamente gasto, sino curro y corrupción. Así las cosas, la solución de este problema atávico en la Argentina presenta un obstáculo que acaso sea el inconveniente más grande de todos: los únicos que podrían terminar con él son aquellos privilegiados que reciben los principales beneficios de este sistema desquiciado y desarrollado al margen de la ley. Salvo excepciones, no parecen muy convencidos.
De las crisis anteriores, aunque con costos muy altos, salimos. Sin embargo, no resulta claro cómo vamos a dejar esta atrás. El panorama que ofrece la campaña electoral no es muy alentador. El candidato que escala en las encuestas era hasta hace poco un freak cuyo discurso causaba estupor. Una rareza, una anomalía de la antipolítica que ponía una nota de color en las pantallas. El color generó rating y el rating, votos. Hoy el candidato ya no es un fantasma sino una realidad en ascenso, en virtud también de la especulación electoral de otras fuerzas que se le arriman en procura de su propia cosecha de votos y le dan cartel. Lo mismo hace parte del empresariado, por las dudas, acaso para que el candidato no los confunda con la “casta” que vendría a desplazar. A la luz de los acuerdos electorales que va tejiendo, estos hombres de negocios pueden quedarse tranquilos. Pero hay algo más preocupante: el país viene de votar por la bronca irracional, y acá estamos; ¿vamos a reincidir votando lo mismo, pero con otro signo?
Por el lado de la coalición opositora, la interna entre los dos principales candidatos no parece una interna. En lugar de defender la propuesta propia salvando la ajena, conscientes de que una de ellas prevalecerá en las PASO, ambas partes parecen más preocupadas por desacreditar al otro, dañando así la solidez del conjunto. Es que, de propuestas e ideas, poco. Dicen que los equipos trabajan en sintonía, junto con los de las otras fuerzas que integran la coalición. ¿Y entonces? Sin un proyecto convocante que vaya más allá del discurso voluntarista, la sociedad pierde el horizonte. Contra eso conspira también, digámoslo, un ecosistema mediático que no tolera una exposición que supere los dos minutos.
El Gobierno se hunde cada vez más en sus contradicciones. Las mayores son las de su verdadera jefa, que volvió a mostrarse el jueves. Ella quiere estar y no estar. Fue así desde el principio. A pesar de ser quien manda, o por eso mismo, ha sido una vicepresidenta sin gestión ni función. Solo intervenía en el Gobierno para torpedearlo. Al Presidente, que se entregó sin lucha, ya lo hundió. Ahora está haciendo algo parecido con el socio que le queda. Todo el kirchnerismo, con ella a la cabeza, depende de lo que consiga el ministro de Economía en sus gestiones con el FMI. Ella lo sabe, pero una pulsión autodestructiva la llevó a criticar al Fondo, al que culpó por la escalada del dólar y el alza de los precios. Estar y no estar, algo imposible; el tipo de alienación que nos ha traído hasta aquí.
Hoy la Argentina es el país de las paradojas inexplicables: el político que más desconfianza despierta entre propios y ajenos es el encargado de representar al Gobierno e inspirar credibilidad en el Fondo a fin de que suelte un poco más de oxígeno. No es obra del azar. Es casi la evolución natural del pacto envilecido que llevó al peronismo, con el voto de la mayoría, al poder. Pero hay más: la confianza que en ciertos sectores pueda existir en la gestión del ministro se debe a que se conoce el tamaño de su ambición personal... de la que en verdad deberíamos cuidarnos. País de locos.
El candidato que escala en las encuestas era hasta hace poco un freak, una anomalía que ponía color a las pantallas. El color generó rating y el rating, votos

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