domingo, 30 de abril de 2023

ECONOMÍA CUESTA ABAJO


Ciclo democrático. Un gran fracaso económico colectivo
En 40 años, casi la única política de Estado fue la creación de nuevos pobres Por Marina Dal PoggettoAnte las protestas de los ahorristas, en marzo de 2002 un banco de la City blindó su fachada con chapa
Este año se cumplen 40 años de democracia. Con sus matices, la alternancia a través del voto, la división de poderes, la no proscripción y la libertad de opinión fueron la norma. El péndulo cívico militar que caracterizó el funcionamiento del país desde el golpe de Estado de 1930 fue erradicado a partir de 1983.
pero el orden institucional conseguido convivió con una tendencia muy mediocre de la economía, sobre la que se monta un ciclo extraordinariamente pronunciado de ilusión y desencanto (Gerchunoff y Llach). Sacando la tragedia de Venezuela, la economía argentina es la que menos creció en una región que creció poco desde 1980. pero a diferencia de otros países, que aprovecharon el escenario de dólar débil y precios altos de las commodities en la primera década de este siglo para terminar de construir sus monedas y sistemas financieros que intermedien el ahorro a la inversión, la argentina volvió a recrear en los últimos veinte años una tasa de inflación que supera hoy los tres dígitos.
El “con la democracia no solo se vota, sino también se come, se cura y se educa” que proyectó alfonsín en su discurso ante el Congreso en el arranque de su gestión no se cumplió. Casi que la única política de Estado en estos años fue la creación de nuevos pobres y una economía cada vez más dual con un “Estado presente” que compensa con transferencias directas la disfuncionalidad creciente de una economía mediocre en términos colectivos.
Contrastes perversos
El deterioro colectivo convivió con oportunidades individuales/ sectoriales que han permitido, no uno, sino múltiples procesos de “acumulación originaria”. Estos últimos fueron producto de la transferencia de ingresos coordinada por la inconsistencia de la política distributiva y los diversos esquemas de financiamiento del déficit fiscal adoptados (deuda y/o emisión monetaria) que llevaron a las sucesivas crisis, por el devenir de las propias crisis y por los mecanismos de política utilizados para salir de ellas. Casi que hasta podría decirse que la argentina tiene un “proceso de acumulación originaria” por gobierno.
A diferencia de otras sociedades, donde el establecimiento del contrato social sin discutir el origen del capital establece las reglas de funcionamiento para el desarrollo, en la argentina las acusaciones cruzadas sobre el origen de los males terminan dándose en simultáneo con nuevos esquemas de transferencias groseras en un loop infinito que, desde la vuelta a la democracia hasta hoy, acumula dos crisis terminales mientras estamos comprando todos los boletos para una nueva crisis, en una economía que lleva casi cinco años a la deriva desde que se detonó la toma de ganancias a principios de 2018.
En 2023, otra vez una transición, esta vez en una economía “encepada” con un Banco Central cada día más descapitalizado, pone en riesgo el poco ahorro de los argentinos depositado en el sistema financiero, frente a un gobierno dispuesto a todo para postergar la corrección y parte de la oposición apuntando a que esta se produzca durante la gestión actual. En el medio, un candidato con promesas de ajuste indoloro, “porque lo va a pagar la casta”, y de salarios en dólares “como Ecuador” detrás de una dolarización mágica, empieza a conseguir votos de una sociedad hastiada por la crisis permanente, la inflación y la inseguridad, reduciendo en la transición aún más las chances de cooperación que evite una nueva crisis.
En 1989/1990 y más tarde en 2001/2002, las crisis fueron muy costosas en términos colectivos (ruptura de contratos incluida: plan Bonex en 1989 y corralito en 2001), pero también terminaron convirtiéndose en oportunidades, dada la reacción de la política (tardía, pero reacción al fin) frente a una sociedad que demandaba soluciones rápidas a la hiperinflación en la primera y a la megarrecesión en la segunda.
En 1989/1990 la pauta era Bernardo Neustadt explicando en el horario central por qué frente al Estado corporativo doña rosa no tenía teléfono, sufría cortes de luz y tenía baja intensidad de gas durante el invierno, mientras pagaba precios de los bienes muy caros en una economía groseramente protegida, y avalando una reforma del Estado sin precedentes en el pasado. reforma del Estado que derivó en un aumento de la productividad, que no alcanzó para compensar el atraso cambiario, producto del inflexible esquema monetario adoptado en 1991 y las subas de tarifas en dólares, cuando el mundo dejó de acompañar. Sobre todo cuando, al no haberse graduado el país, las condiciones de refinanciación de la deuda, contraída compulsivamente para normalizar el default con bancos de la deuda heredada del gobierno militar y las deudas previsionales y de proveedores de alfonsín, no terminaron de mejorar. Y fundamentalmente, con una sociedad que no toleró el aumento del desempleo inicial, causado por el salto en la productividad mencionado. Desempleados que no pudieron ser reabsorbidos por una economía que se estancó en 1998, cuando el escenario de dólar fuerte global generó una sucesión de crisis en países emergentes que culminaron en el colapso de la convertibilidad a fines de 2001, justo cuando el FMI le soltó la mano al país.
Tenemos un estado de bienestar trucho que no se financia y una sociedad fragmentada

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