CONVERSACIONES
Hernán Díaz
Lo único que quería hacer era escribir y el mundo me decía, por favor, pará

Fabiana Scherer // Fotos: Fabián Marelli
Hernán Díaz se disculpa por el ruido. Está en el aeropuerto de Filadelfia, la ciudad más grande de Pensilvania, a minutos de abordar el avión que lo llevará a Los Ángeles. Su llamada es sólo para pedir que la literatura sea el hilo conductor de la entrevista que, horas más tarde, cuando aterrice, haremos vía Zoom. El escritor sigue en medio de su extensa gira de presentación por los Estados Unidos de la novela Trust, que el lunes pasado fue reconocida con el premio Pulitzer de ficción, publicada originalmente en inglés y traducida al castellano como Fortuna (Anagrama). “Me despierto a la noche y no sé dónde estoy”, no es la confesión de un rockstar en plena gira, sino la de Hernán frente a la computadora que descubre una habitación de hotel, una de tantas. “Estoy feliz y desorientado en igual medida”, asegura el autor que nació en la Argentina en 1973, creció en Suecia y pasó la mayor parte de su vida en los Estados Unidos. “El anuncio me sorprendió en una ciudad muy pequeña que se llama Greenville, en Carolina del Sur, porque ese día me tocó un evento allí, o sea, estaba en un lugar donde no conocía a nadie. Estaba solo, en un restaurante, cuando me enteré del premio. El contexto fue muy raro. Estaba almorzando y desde mi teléfono seguía la ceremonia, siguiéndole el rastro… Fue un momento un poco dramático. La gente del restaurante se preocupó por mí, me miraba –describe la situación el también autor del ensayo Borges, Between History and Eternity–. Cuando me enteré, me levanté muy acongojado y salí a la calle. Me senté en el cordón de la vereda, con un acceso de llanto absoluto y se acercaron tres señoras sureñas, viejitas, divinas y me preguntaron: ‘¿Estás bien querido, te pasa algo?’. Esas fueron las primeras personas a las que les conté, las primeras personas en felicitarme fueron esas tres viejecitas encantadoras”. El jurado del premio Pulitzer definió a Fortuna como “una fascinante novela ambientada en la América de antaño que explora la riqueza y la ambición familiar a través de narraciones enlazadas en diferentes estilos literarios, un complejo examen del amor y el poder en un país donde el capitalismo es el rey”. Es la misma obra que fue elogiada por el expresidente Barack Obama, seleccionada por medios como The New York Times y The New Yorker como uno de los mejores libros de 2022, que fue nominada al Booker Prize [uno de los premios más prestigiosos del mundo a la literatura anglosajona] y cuyos derechos adquirió Kate Winslet para una miniserie que se podrá ver por HBO. Su biografía dice que nació en Buenos Aires, pero la mayor parte de su vida la hizo en el extranjero. Primero, en Suecia, donde llegó por el exilio de sus padres durante la última dictadura (volvió por unos años en democracia, cuando estudió Letras en la UBA). Se enamoró de la lengua de Shakespeare, la que ya leía en su adolescencia en Buenos Aires, y en algún momento tomó la decisión de vivir en inglés. Ese vivir en inglés lo llevó a viajar, a continuar con sus estudios en Londres, y luego en Nueva York, donde hizo su doctorado en Filosofía y cursó seminarios de posgrado con el filósofo francés Jacques Derrida. Hoy vive en Brooklyn y es profesor en la Universidad de Columbia. “He hecho esto toda mi vida. Toda mi vida me he dedicado a la literatura, a escribir, a leer, que son dos actividades muy solitarias. Excepto que uno considere sus propias neurosis como compañía, en ese caso uno está rodeado de multitudes. Excepto por esas compañías abstractas, uno está solo y no sólo eso, sino que a lo largo de décadas está ese miedo –da un poco de miedo usar el plural realmente– de que todo lo que escribiera fuera rechazado. No logré publicar hasta relativamente tarde. No porque no tuviera cosas escritas, sino porque nadie las quería publicar. Entonces, ahora lo último que se me ocurriría es quejarme, porque tengo que estar de gira, dar entrevistas. Es realmente un privilegio. Ahí afuera hay un montón de escritores y escritoras súper talentosas, que siguen trabajando en soledad. También sé que esto, toda esta efervescencia es muy breve, algo muy limitado. Después uno vuelve al trabajo solitario, que es el que importa también”.

–Resulta interesante evaluar qué lugar ocupan los premios en el universo literario, lo que significan. Inevitablemente, uno piensa en Borges y el Nobel o en la frase de Bioy Casares: “Los premios son buenos para quien no los espera ni los busca y pésimos para el carácter y la integridad de quien trata de conseguirlos”. –Este premio en particular a mí me importa mucho, porque es el gran premio literario de los Estados Unidos. No sólo es un honor descomunal en sí por lo que implica institucionalmente, por las y los escritores que lo han recibido en el pasado, hablo de autores que a mí me cambiaron la vida, sino también por el jurado estelar de este año, que incluye a uno de mis escritores favoritos, Colson Whitehead [ganador en dos ocasiones del premio Pulitzer]. Son presencias muy fuertes, y que tu nombre esté en esa nómina es una rareza muy grande. Volviendo un poco a tu pregunta, tengo tres cosas para decir. La primera es: siento una gran emoción. No voy a cancherear y decir que no me importa. El segundo punto es que hay una dimensión material institucional que es innegable, o sea, te facilita mucho la vida, poder seguir publicando, poder vivir de la escritura, y creo que esa es la función más importante a menos que uno sea Bioy Casares, que tenía mucha plata y a quien admiro ilimitadamente como escritor. Tuve la fortuna de conocerlo, de ir a su casa, de tomar el té con él. Lo que quiero decir, es que para alguien que no tiene plata, ni proviene de una proviene de una familia adinerada, estas cosas son importantes. En tercer lugar, hay una cuestión que es absolutamente impredecible, absolutamente antojadiza, absolutamente coyuntural sobre la cual nadie tiene control. Hay un hecho que creo que no he discutido públicamente. Yo también fui juez del Pulitzer, hace dos años, entonces conozco muy bien el proceso. Fue el año en que ganó Louise Erdrich [en 2021, por su novela El vigilante nocturno]. Conozco muy bien cómo funciona el proceso y también sé, que en última instancia es una serie de personas, no es Delfos, no es oracular, no es una instancia superior la que decide esto. Son un grupo de personas con sus gustos, con su estética, con sus prejuicios, a favor y en contra. Hay mil factores. Si hubiese sido otro el jurado, hubiese sido otro el resultado. Lo que quiero decir de un modo un poco disperso, porque hace mucho que no duermo, es que no es un juicio objetivo. Eso es todo lo que estoy diciendo. Parece un juicio objetivo, pero no lo es, es la suma de juicios subjetivos y de la discusión y del encuentro de esos juicios. Es un honor descomunal, es una gran alegría, es también algo que ayuda un montón y espero poder darle el lugar justo que merece. –Al comienzo de la nota mencionabas tus otras historias que no fueron publicadas, que no “interesaban”. ¿Cómo fue entrar a ese circuito de agentes y editores? –Para mí fue muy difícil poder entrar a ese mundo, el de los agentes, el de los editores y todo lo demás. Lo único que quería hacer era escribir y el mundo me decía: por favor, pará. ¿Entendés? La realidad decía no. La sensación era de confusión. Por un lado, solipsista, es decir, yo aislado porque no hay interlocutores; y por otro lado, la gente que decía no. Lo que me llevaba a preguntarme: ¿Estoy escribiendo garabatos que nadie entiende? Es una imagen un poco radical, pero esa era la sensación. Siempre me dediqué a los libros de un modo u otro y siempre escribí y siempre fui, como dice Borges, rechazado con un universal entusiasmo. Enviaba mis cuentos a todas partes, era un muro difícil de atravesar, era un muro de rechazo, hasta que la novela A lo lejos [tal como se conoció en castellano por el sello Impedimenta] fue aceptada por una editorial pequeña, y lloré de alegría. Lo que quiero enfatizar es que ese deseo de publicar tenía que ver más que nada con mi sanidad, y con confirmar que lo que estaba escribiendo tenía sentido. No era un deseo comercial. Nunca me imaginé lo que me está pasando, ni remotamente. Tampoco era parte del plan. Algo así es algo que uno no gobierna ni controla. La primera novela publicada por Díaz fue finalista del Pulitzer y del Premio PEN/Faulkner, y cuenta la historia de un joven emigrado sueco, muy alto, llamado Håkan, que equivoca el barco y pierde a su hermano en el viaje hacia los Estados Unidos. En el viaje, bordea el continente americano, pasa por Buenos Aires, llega a San Francisco en lugar de a Nueva York y, en medio de la conquista del Oeste, emprende la marcha inversa hacia el Este, al reencuentro de su hermano perdido, a través de los Estados Unidos del siglo XIX. –Tus dos novelas editadas exploran momentos icónicos de la historia estadounidense, momentos claves para la identidad nacional de ese país. –Aunque son novelas inmensamente diferentes, formalmente, temáticamente, en tono, en alcance, A lo lejos y Fortuna tienen algunas cosas en común. Esto no fue intencional ni planeado, no es que estoy siguiendo una especie de manifiesto. No tengo un cajón con puntos que quiero tocar, no escribo así. Los comienzos de los proyectos son más espontáneos. Pero es indudable que, si ponemos a las dos novelas, una junto a la otra, hay una especie de continuidad, hay un común denominador, un arco. Eso es innegable, pese a que no fue intencional. A lo lejos, en parte, trata sobre la consolidación de un territorio en una nación; Fortuna, sobre la consolidación de esa nación en un imperio financiero. En la primera es como si se mostraran las ruedas dentadas del capital comenzando a girar lentamente; y en Fortuna se muestra una máquina perfectamente engrasada. Me interesan mucho estos momentos históricos, esos dos momentos [se refiere a la Fiebre del Oro y las décadas del 20 y del 30], se han petrificado, fosilizado, son más que icónicos y en este sentido me encanta trabajar con clichés y con estos mitos. Son narraciones históricas de las cuales tenemos una imagen determinada. Me gusta esa idea de que piden una exploración geológica. Y en esa exploración geológica, Hernán fue más allá con Fortuna, se propuso tratar otros aspectos decisivos de esa época, las décadas del 20 y el 30, como la inmigración y los nuevos roles que asumieron las mujeres en la fuerza laboral. Igual que muchas mujeres jóvenes de por entonces, creí que hacerme secretaria me permitiría ‘alcanzar tecla a tecla la independencia económica’, como rezaba un popular anuncio de la Remington de aquella época, narra una de las protagonistas de la novela de más de 400 páginas. En la investigación histórica que realizó el autor para la escritura de Fortuna, se hizo evidente que no había mujeres en el mundo de las finanzas, un borramiento deliberado [la primera mujer admitida en la Bolsa de Valores de Nueva York fue en 1975]. Por eso mismo, el escritor señaló en varias oportunidades que más que del dinero, “la novela trata sobre la cuestión de la voz. Quién tiene una voz y a quién le ha sido vedada. Por eso tiene esta estructura polifónica y coral. No podía escribir un libro sobre el dinero sin escribir acerca de esta exclusión, como la exclusión del anarquismo italiano en los Estados Unidos. Una historia que ha sido prácticamente borrada. Una historia de racismo y discriminación contra los italianos (a quienes se percibía a menudo como forajidos de piel oscuro, eran muy reales y trascendían los simples estereotipos y burlas, detalla en Díaz en la escritura de Ida Partenza, una de las protagonistas).

Dividida en cuatro partes, la flamante novela galardonada con el Pulitzer se presenta como una novela corta, un perfil autobiográfico del multimillonario Andrew Bevel; las memorias de una secretaria, y fragmentos del diario de la mujer del magnate. La suma de las partes supone una ambiciosa radiografía de los engranajes que mueven Wall Street. – La noticia de que la novela será adaptada como miniserie por la actriz y productora Kate Winslet para HBO generó gran entusiasmo. ¿Hablaste con ella en estos días? – Sí, a raíz de esta locura volvimos a hablar. Ella está muy comprometida con este proyecto. Siento que es un libro que le importa, me da un poco de vergüenza hablar de todo esto, pero hay un compromiso para que la adaptación refleje la novela lo mejor posible, porque ella misma tiene una conexión emocional con el texto. Y sin emoción no pasa nada. Con toda esta locura de la última semana, ella me comentó que cada vez hay más mujeres que hablan de la novela y de ese borramiento, de esas voces vedadas. –Vos te reconocés como un escritor obsesivo. En este sentido, ¿cómo manejás que la novela sea adaptada, que el guion sea escrito por otro u otros? –Este domingo [se refiere a hoy] me voy a encontrar por primera vez, en persona, con el guionista de la serie que, lamentablemente, no puedo decir quién es. Conozco su trabajo muy bien y es una persona por la que siento mucha admiración. Lo mismo pasa con el director, tampoco puedo decir quién es y me muero de ganas de contarte, pero no me dejan. Tuve una parte muy activa para seleccionar la persona que mejor pudiera entender la novela. Estoy muy involucrado, súper metido, no lo hago desde la escritura, pero hablo con todo el mundo. A los que están involucrados les gusta el libro y por eso se interesan, escuchan. Es un gran desafío, porque la novela está compuesta por cuatro partes que están narradas en géneros diferentes, en tonos diferentes y con retóricas diferentes. La idea es encontrar el modo de adaptarla, de hacerla con diferentes lenguajes, con diferentes géneros visuales, cinematográficos. Lo que nos va permitir muchas oportunidades para la experimentación y así poder contar una historia de un modo diferente. –En la presentación que realizaste en la Feria del Libro de Buenos Aires, contaste que un artista al que siempre tenés en mente como el ideal de lo que debe ser la ejecución de cualquier cosa en la vida es Fred Astaire: “Un ejemplo claro de perfección técnica, disciplina y control absoluto, pero con una ligereza, una gracia y una sonrisa, como si hacer lo que hace fuese sencillísimo. El propio Astaire lo dice con una frase maravillosa: ‘Lo que yo hago no es nada. Ginger Rogers hacía lo mismo, pero marcha atrás y en tacos altos’”. –Hay diferentes clases de escritores y de escritoras, y no creo que una clase sea mejor que la otra, pero yo sé a qué grupo pertenezco, sé el tipo de escritor que soy. Me interesa el control, la disciplina. La oración como unidad. Creo que la oración es el dispositivo tecnológico más perfecto de la humanidad y todo lo que hemos hecho después depende de esta tecnología, la sintaxis. Ese es el comienzo de todo. Ni siquiera la palabra, la sintaxis es el comienzo de todo. ¿No te parece maravilloso el hecho de que esta tecnología, llamémosla así, que es la sintaxis, sea capaz al mismo tiempo de generar tanta belleza? Es algo que a mí me sorprende. Por un lado, es la maquinaria de conocimiento; pero que al mismo tiempo que pueda existir belleza en las posibilidades semánticas de la oración... No sólo semántica, sino también sonoras, es algo que a mí me maravilla. Sé que estoy un poco errático hoy, pero todo esto es un modo largo y verboso de decir que siempre pienso que lo que escribo es solamente tan bueno como la peor oración del texto, o sea, la peor oración me importa. Cada oración puede ser una porquería, pero tiene que ser la porquería que yo quiero. Ese es el control. Lo que más me interesa a la hora de leer un texto es sentir algo, es la emoción. Entonces, acá es donde las cosas se ponen muy complicadas. Cómo hacer que coexista este control absoluto, a nivel de la oración, sin sofocar, sin matar a la emoción. Para mí ese es el trabajo. Esa es la descripción de mi trabajo, un control absoluto sobre el costado lingüístico y estético, pero al mismo tiempo manteniendo viva la dimensión emocional del texto, sino no tiene sentido. –Pienso en ese control al que hacés referencia y lo traslado a las traducciones. –En los idiomas que más o menos hablo, leo los textos, no todos, sólo partes. Me estoy muriendo como todos y no puedo leer todas las traducciones, porque no escribiría nunca más, pero sí les echo un vistazo, hago sugerencias y estoy súper disponible para los traductores. Hay escritores que se desentienden completamente, yo les dejo muy en claro a mis editores extranjeros que quiero colaborar. La traducción es una forma de arte, así que trato de ser útil, no soy un pesado, intento que quede lo mejor posible, no es una cuestión de ego. Es que paso mucho tiempo escribiendo… Además, por el tipo de preguntas que hacen, me doy cuenta de si es un buen traductor (o traductora). Eso también es importante, porque digo: acá tengo que estar alerta, acá me puedo relajar un poquito más. Siento un inmenso respeto por el trabajo de los traductores. Uno de los grandes desafíos de Hernán Díaz es que la novela reúne, como destacamos anteriormente, cuatro versiones distintas, y en ocasiones opuestas, de una misma historia, el retrato de un poderoso magnate de las finanzas llamado Andrew Bevel. Fortuna se presenta en cuatro partes o, por qué no, cuatro libros diferentes: Obligaciones, la novela que narra el ascenso del hombre más rico de los Estados Unidos y la relación con su esposa (Mildred), firmada por Harold Vanner; Mi vida, una autobiografía inconclusa, escrita por el magnate Andrew Bevel; Recuerdos de unas memorias, firmada por la secretaria del magnate, Ida Partenza, y Futuros, por Mildred Bevel. Está forma de narrar no fue buscada, por lo menos no al comienzo, a pesar de que por lo general las novelas que más le gustan a Hernán son las que interrogan sobre sus propias condiciones. “Pensar en el dinero como ficción fue lo que me llevó a que tuviera una estructura polifónica y coral para poder reflejar esas voces excluidas de las que hablábamos antes. Al escribir sobre el dinero hay un elemento metaficcional, porque es una ficción sobre una ficción”. La novela orbita sobre la novela ficticia, escrita por un tal Harold Vanner, que se lee en la primera parte. Las otras tres miradas dan su versión de los hechos narrados. Ficción y realidad se entrelazan entre personajes reales, como el de Ogden Codman, un arquitecto y decorador de interiores que trabajó principalmente para la aristocracia estadounidense. No es casual que aparezca Codman, el coautor con Edith Wharton de The Decoration of Houses (1897). Y en este sentido, Díaz remite a esas voces a las que no les daban su lugar. Este libro de decoración fue el primero que publicó la autora de La edad de la inocencia [ganó el premio Pulitzer en 1921], la primera mujer nombrada doctor honoris causa por la Universidad de Yale. Para trabajar en la segunda parte de Fortuna, Díaz indagó en las memorias de otros magnates, como Henry Ford, Thomas Mellon, Andrew Carnegie, Theodore Roosevelt, Calvin Coolidge, y Ulysses S. Grant, –Es en la figura de Ida, la secretaria, la hija del imprentero, donde aparece esta declaración de amor hacia el libro como objeto, el quehacer literario. –Los grandes protagonistas de la novela son los libros, es decir, la novela comienza con una novela dentro de la novela. Una novela que funciona autónomamente. Te cuento esta pequeña anécdota, totalmente marginal [dice a modo de confesión]: mi sueño era publicar esa primera novela con el nombre de Harold Vanner [tal como firma el autor de Obligaciones], pero a mis editores no les pareció algo demasiado viable. Me voy a arrepentir siempre de que no exista ese libro. Me hubiera encantado mandarlo a reseñar y que las críticas aparecieran como parte del libro. Pero no pudo ser, nadie sintió demasiada atracción... Me gusta mucho esto de que en Fortuna nunca conocemos al autor del libro, mínimamente sabemos algo de su vida, pero no lo conocemos como personaje. Simplemente, conocemos su texto. Me atrae la tecnología de la escritura en el libro. En la tercera sección, por ejemplo, ese mismo libro que los lectores leyeron aparece en un escritorio y un personaje se lo da a otro y este personaje lo lee y lo comenta. Mientras escribo estas palabras, tengo delante el mismo libro que me entregó aquel día Andrew Bevel. La sobrecubierta ya está ajada por el paso del tiempo; la cubierta y contracubierta a punto de desprenderse del lomo descolorido por el sol. Algunos de los pliegos encuadernados están un poco sueltos, como si fueran separatas. Me da la sensación de que esa fragilidad le sienta bien al libro, se puede leer en la página 263 de la edición de Anagrama. “La circulación de textos dentro del texto, juego de muñecas rusas –resalta Díaz–. Por un lado y por otro, aparecen las diferentes formas y tecnologías de la escritura y de la lectura. Desde el imprentero, por supuesto, pero también en la presencia de las máquinas de escribir, el manuscrito que ha sido olvidado, que permaneció sin ser leído, entre otras razones, por la letra ilegible de la persona que lo escribió, es decir, está la materialidad de la escritura en diferentes modos. La reproducción de la escritura a lo largo de la novela es algo que me fascina. Mencionaste a Ida, quien está haciendo un trabajo de archivo, casi 50 años más tarde. Es una señora mayor y encuentra en este archivo sus propios papeles, los mismos que ella había escrito en su máquina de escribir. Ese instante, el de encontrarse a sí misma, es algo en lo que me interesa explorar: la literatura que se pliega sobre sí misma. Esto de mirarse y de entenderse a sí mismo es algo que busco en mi propio trabajo”. Nueva York tiene la estructura de una novela y esa es para Hernán Díaz una de las cualidades de la ciudad estadounidense donde vive desde hace más de 25 años, donde nació su hija. Con Buenos Aires tiene una relación intensa y limitada al mismo tiempo. “Mi madre vive acá, mi hermana, mis sobrinos y un par de amigos muy queridos –le contó a Daniel Gigena en una entrevista publicada en la sección Cultura de este diario–. Así que vengo una vez por año, al menos, a ver a toda esta gente querida. Me interesa que mi hija también tenga una relación con este lugar, que lo conozca más, que sienta que es parte de su historia”. Semanas pasadas, en el marco del ciclo La ciudad y las palabras que organizó el Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile, el autor reflexionó: “Hay algo en esta ciudad [Nueva York] que invita a la ficción. Diferentes narrativas coloniales, corrientes migratorias, el vértigo de la modernidad, la bohemia, las vanguardias…”. –Y como bien destacaste, del dinero. –Durante el siglo XX, Nueva York fue la capital del capital. La historia misma es una pura ficción (...) ¿Y la realidad? La realidad es una ficción con presupuesto ilimitado. Nada más. ¿Y cómo se financia la realidad? Pues con otra ficción: el dinero.
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