miércoles, 30 de agosto de 2023

JORGE TELERMAN...DIRECTOR DEL TEATRO COLÓN


Jorge Telerman
"Nunca tuve expectativas de que Alberto Fernández fuera un buen presidente, así que no estoy entre los decepcionados"

Texto de Pablo Mendelevich // Fotos: Ignacio Coló
En su vida Jorge Telerman, hoy la máxima autoridad del Teatro Colón, hizo de todo. Diplomático, periodista, docente, consultor de comunicación, empresario teatral, político. Y no se puede decir que esa lista sea la de un curriculum engordado artificialmente: Telerman participó de la Renovación peronista al lado de Antonio Cafiero, sobresalió como embajador en Cuba, construyó un vínculo con Gabriel García Márquez, fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, desarrolló una larga carrera como gestor cultural. Daniel Scioli lo llevó al Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires. Horacio Rodríguez Larreta lo designó al frente del Complejo Teatral de Buenos Aires. En marzo de 2022 pasó a ser director del Teatro Colón en reemplazo de María Victoria Alcaraz. En pareja desde hace siete años con la artista plástica Cyntia Cohen, tiene dos hijos de su primer matrimonio, Federico, de 34 años, director de cine publicitario, y Catalina, de 28, nacida en Estados Unidos, música. –En vista de que tuviste ocupaciones tan variadas, ¿al final del día qué ponés cuando en un formulario te preguntan la profesión y sólo hay espacio para una? –Aunque es la actividad que hace más tiempo que no practico, sigo poniendo periodista. Pertenezco a una tradición en la que el periodismo es el espacio más claro, preciso y eficaz para intervenir en la discusión pública. En un punto eso define la forma en la que me he acercado a las otras actividades. –Dirías que tenés una mentalidad periodística, entonces. –En la medida en que seguimos considerando al periodismo como espacio de intervención en la discusión pública. –En política arrancaste en los años setenta en el PC, ¿no? –Sí, por tradición familiar. Familia de inmigrantes judíos de centroizquierda, como era el noventa por ciento de esas corrientes migratorias. –¿Tus padres a qué se dedicaban? –Comercio textil. Casi arquetípico de primera generación de inmigrantes de la comunidad judía. –Entiendo que tu vida política empezó en el secundario. –Sí, en la escuela técnica y química, la ENET 27. Soy técnico químico. –Como Bergoglio. –Egresamos de la misma escuela. Compartimos, en épocas distintas, las mismas aulas. Un edificio fabuloso, en Lope de Vega y Baigorria. Yo arranqué en la Federación Juvenil Comunista, la Fede, tributo también a mi abuelo Froike, un dogmático amoroso, muy culto. Pero rápidamente, como parte de mi generación, empecé a sentir que esa sensibilidad social la expresaba mejor el peronismo. –¿Seguís siendo peronista?. –No, reivindico la parte virtuosa del peronismo, el haber generado una fuerza política con acento en los derechos de los desposeídos y la idea de desarrollo industrial del país. –¿Hasta cuándo dirías que fuiste peronista? –Hasta la Renovación, que me hizo volver a creer en el peronismo. –Cuando trabajabas con Antonio Cafiero. –Claro. Pero hoy el peronismo es una cáscara vacía. La Renovación fue muy crítica también de parte de la historia del peronismo. –Y se termina el 8 de julio de 1988, cuando Cafiero pierde la interna contra Menem. Vos después fuiste embajador de Menem. –Sí, adhiriendo a una fuerza política... Sin duda el menemismo fue un gobierno peronista por su base social, pero a partir de allí –y después abrimos juicios de cuánto mejor y cuánto peor– comenzó una modificación radical de los contenidos tradicionales del peronismo. –Cuando saliste del colegio secundario elegiste Farmacia y bioquímica. ¿Cómo surgió esa vocación? –Porque yo participé en los inicios de un laboratorio medicinal familiar que luego, para el bien de la salud de la Humanidad, abandoné. La química me fascinaba como espacio creativo de mezcla de cosas que producen algo nuevo. Cuando fue el golpe me fui al exterior y comencé a sistematizar intereses por otras cosas, por ejemplo la filosofía, el lenguaje, el periodismo. Al volver me di cuenta de que ese mundo de la química, la producción de lo nuevo, era una aproximación más poética que real. Seguí en estas actividades empresariales hasta principios de los noventa. –Bergoglio pasó de la química al Vaticano, vos pasaste de la química al Colón. –El Salón Dorado no tiene mucho que envidiarle a la Capilla Sixtina [risas]. –Después tuviste los años de diplomático. –Sí, fui director de información pública de la OEA y asesor principal del secretario general, que era César Gaviria, expresidente, artífice de los primeros y en ese momento eficaces procesos de paz de Colombia. Fue un período muy rico para mí, de muchísimo aprendizaje. Además me sirvió para conocer de adentro la sociedad norteamericana. Mi hija Catalina nació allí. Aun habiendo sido críticos en la juventud de esa sociedad, amamos su literatura, su cine, su música, por lo maravilloso que es. –¿Cuánto tiempo viviste en Washington? –Entre las dos veces, alrededor de cinco años. –Y de Cuba qué impresión te quedó luego de pasar un año y medio en La Habana como embajador? –Tengo pena de que un país tan bello, tan cálido, que no encuentre de una vez por todas la normalidad, el ejercicio de la libertad. Creo en la libre determinación de los pueblos, pero sería una hipocresía ya insostenible no levantar la voz acerca de la falta de libertades en Cuba."El Teatro Colón es para todos, pero no para todo. Es la única discrecionalidad que debe ejercer el director"
–Luego de ser ministro de Cultura de la Ciudad fuiste vicejefe de Gobierno y cuando Aníbal Ibarra es destituido por juicio político te convertiste en el alcalde de Buenos Aires. ¿Qué recordás de ese momento? –El dolor, porque tal como lo dije el día que asumí no fue el curso de honores lo que permitió llegar a tener una de las posiciones más honorables a las que una persona política puede aspirar. Siempre traté de entenderlo como lo que fue, una circunstancia de altísima responsabilidad producida por uno de los hechos más luctuosos de la historia. –¿Y qué pensás hoy de la destitución de Ibarra? –Su destitución fue también producto de la acción muy fuerte de esos padres y familiares que habían sufrido ese dolor siniestro, producto de las desidias, pero yo creo que las responsabilidades tienen un nivel en una cadena de mandos distinta. De todas maneras no es una discusión que me gustaría reabrir. Lo que sí creo, como dijo entonces Bergoglio en una homilía, es que esta ciudad no había llorado lo suficientemente sus muertos. –¿Quedaste conforme con tu desempeño como alcalde? –Traté de estar a la altura, fue una transición muy acompañada después por el voto… –Saliste tercero. –Sí, pero a un punto y pico, sin nada, solita mi alma. Y lo que yo había armado allí era un gobierno de coalición de emergencia. Invité a las fuerzas políticas y le dije: Estamos en esta crisis y necesito hacer un gobierno de unión. Y fue así. Fue un gobierno con radicales, peronistas, socialistas, gente de lo que luego fue la Coalición Cívica. De hecho quien luego me acompañó en la formula fue Enrique Olivera. Hicimos muchas cosas de las que me enorgullezco: la reforma del Teatro Colón, la creación de la Usina del Arte, el comienzo de los contenedores de basura, el mejoramiento de los parques y una transición democrática ejemplar. Yo no lo conocía a Macri [Mauricio Macri lo sucedió el 10 de diciembre de 2007 como Jefe de Gobierno de la Ciudad]. ––¿Eras amigo de Ibarra? –No, él me convocó después de que hice una elección completamente solo en una campaña muy disruptiva y saqué cien mil votos, sin estructura partidaria ni nada. Teníamos conocidos comunes pero trayectorias distintas. –¿Volviste a hablar con él? –No. Hace quince años que no hablamos. –Y después competiste con el PRO, que te terminó absorbiendo. –Competí con el PRO y tuve un enfrentamiento fuerte con el kirchnerismo, sobre todo con Alberto Fernández. –Con quien imagino que no tenés relación. –He sido crítico de él desde esa época. Nunca tuve expectativas de que fuera un buen Presidente, así que no estoy entre los decepcionados. –Tu vida es particularmente variada. –Estoy muy agradecido con todo lo que me sucedió, lo bueno y lo malo. Aun de los momentos duros, los indeseables, se aprende. –¿Momentos malos? –Subidas y bajadas. Las bajadas en política son duras. –¿Cuál fue la peor? –Fueron dos. Una, cuando era vocero de Cafiero y tuve que anunciar yo la derrota del 8 de julio de 1988. El mundo entero estaba convencido de que ganaba Antonio, salvo Antonio. La otra, cuando fui candidato. –¿Pensaste que ganarías? –Hasta diez días antes las encuestas me daban ganador. Yo estaba en pésima relación con el gobierno de Néstor Kirchner, que me mandaba emisarios para presionar, y tenía charlas con el macrismo. De los dos lados pensaban que tenía posibilidades de victoria y hasta apareció un cable de embajadas que decía que un ignoto llamado Jorge Telerman podía ganar la principal ciudad del país. Obviamente me entusiasmé con eso. –Pero tras la derrota abandonaste la política en el sentido electoral. No fuiste por la revancha. Te dedicaste a la gestión cultural y hoy dirigís el Teatro Colón, que es otro mundo completamente distinto, al punto de que los políticos ni pisan el Teatro Colón. –La Argentina tiene una crisis dirigencial, no digo nada nuevo, si no no estaríamos como estamos."La elección expresa un grito de bronca y de dolor. Es importante escucharla. Creo que el próximo resultado puede ser distinto"
–¿Para vos, como dice Vargas Llosa, cuándo se jodió la Argentina? –Claramente en los años setenta. Empieza en el treinta, pero el desdén paroxístico del respeto por la ley, por el orden, sucede en los setenta. La locura de los procesos políticos y organizaciones armadas previos al 76 y la locura criminal del golpe de Estado. A partir de allí se jodieron todos los índices. –Hablemos del Teatro Colón. ¿Debería autofinanciarse? –Estamos pasando un momento angelado en el Colón. No quiero hacer autoelogios, la realidad es tan contundente que hasta me permite tener una actitud humilde, hay que serlo porque al que le va bien es al Colón, no a uno. Le entrega a la comunidad eso que le tiene que entregar: belleza, excelencia, reflexión y apertura. Históricamente el Colón se financió 90 por ciento erario público, 10 por ciento ingresos propios. Yo lo tomé al 25 por ciento de ingresos propios y estamos llegando casi al 40 por ciento. –Pero el Colón cobra en pesos y paga en dólares. ¿Cómo es posible que en la situación actual pueda mejorar sus cuentas? –Esta semana, por ejemplo, estoy tratando de cerrar todos los acuerdos con anticipación para congelar y pagar todo lo que pueda este año. Eso les pasa a todos los gestores y mucho más, sin duda, a los que tenemos insumos importados. También me sucede con la madera para las escenografías. –¿Cuántas veces por semana alguien te dice que el país no tiene divisas y que el Colón debe sostenerse solo? –Afortunadamente tengo mucho apoyo en eso. Hay una comprensión por parte del gobierno [porteño]. El ministro de Hacienda y el Jefe de Gabinete me persiguen como perros cancerberos y hacen bien, yo haría exactamente lo mismo, por más que me dé bronca. Me dicen: gastá menos y me piden explicaciones. Como mínimo una vez por mes hay que hacer rendición de cuentas: por qué gastaste esto, cuánto vas a gastar acá… O en este rubro estás aumentando 30 por ciento con relación al histórico, ¿por qué?. Entonces tengo que explicar. –¿Cómo se negocian los contratos en dólares con artistas internacionales desde un país que no tiene dólares? –Hay que negociar. Me ayuda el hecho de que al Colón quiere venir todo el mundo, eso es bárbaro. No lo quiero decir muy fuerte porque el ministro de Hacienda me va a pedir que ahorre más todavía. Desde acá llamás a un presidente si querés. Y como mínimo te va a responder el llamado, no digo que te va a conceder lo que pidas. El Colón es Messi, es Maradona, aparece en cualquier encuesta de satisfacción de los turistas. Cuando se les pregunta qué quieren visitar en la Argentina sale las Cataratas y el Colón, que está primero o segundo. En las visitas guiadas tenemos más de 150.000 visitantes. Más de la mitad son extranjeros. La tarifa que pagan es una de las cuentas que me ayudan en los ingresos. –De modo que para contratar artistas no te sentís en desventaja. –Cualquier persona del mundo te dice yo quiero estar en el Colón. Después tenés que negociar. Sería un ingrato si te dijera vos no sabés lo difícil que está. Invitar al Colón es lo más fácil del mundo. Es cierto que después ninguno te baja la tarifa. –¿Te sentís poderoso como director? –Cuando vos estás acá no tenés que pensar mucho eso porque, si no, te estremece. Pero es un lugar poderoso, en el que vos sos un pequeño granito transitorio, es una institución que tenés el honor de dirigir y conducir pero que ya tiene ciento y pico de años, que va a tener mil quinientos años más. –En materia de géneros musicales, lo más lejos que el Colon llegó bajo tu gestión fue con el homenaje a Luis Alberto Spinetta. ¿Podrías definir cuál es el límite a tu criterio? –El Teatro Colón es para todos, pero no es para todo. Es la única discrecionalidad que debe ejercer el director. Creo que el teatro, bancado por la comunidad, tiene que abrirse a cosas que están fuera de su plan original, que es el de la ópera, el ballet, la música de partitura. Puede y debe dar lugar a otro género. La sabiduría popular dice ¡Al Colón, al Colón!. Spinetta, y sobre todo Artaud, lo que hicimos este año, fue un clásico. La presentación en vivo de Spinetta la hice yo cuando era secretario de Cultura. También lo hice con Cerati, que presentó sus concierto sinfónicos, y con Dino Saluzzi. –¿Cuál es la condición? –Tiene que ser música de excelencia. ¿Y qué es la excelencia? Bueno, eso es discrecional. –¿A quién le dijiste que no? –No pienso contestar."Creo en la libre determinación de los pueblos, pero sería una hipocresía ya insostenible no levantar la voz acerca de la falta de libertades en Cuba"
–Y respecto de alquilar el teatro, ¿a quién se lo negaste? –No se alquila más. Había compromisos adquiridos que yo respeté, no puede ser de otra manera en la continuidad jurídica del Estado, pero no se alquila. Tenemos tantas ideas... nos faltan días. Necesitaríamos una maquinaria escénica como las que tienen los teatros modernos, como La Bastilla o el MET, que permiten tener en el subsuelo cinco o seis escenografías distintas con maquinarias que van corriendo... podés tener el mismo día dos óperas. Tenemos muchísima más demandas e ideas de las que podemos hacer. –Decime una idea que tengas ahora en mente. –Estoy en conversaciones para hacer un espectáculo que ganó premios internacionales, cruza del barroco y el trap, Las indias galantes, de Jean-Philippe Rameau. Hay una producción francesa con un director argentino, Leonardo García Alarcón, y la coreógrafa Bintú Dembelé, una genia del street dancer, que sustituyó el ballet por una compañía de chicos de barrios marginales. –Ahora sí hablemos de política. ¿Cómo ves el resultado de las PASO? –Con mucha preocupación. La Argentina es un país que desde hace muchas décadas retrocede desde la mayoría de las perspectivas. Hay alguna que otra zona del desarrollo como país que no muestra signos de decadencia. –Infiero que estás volviendo a hablar del Colón. –Estoy pensando en cierto desarrollo científico, pero el Teatro Colón ciertamente... A mí me gusta estar en la puerta cuando termina la función y mucha gente me dice: ¡Qué orgullo el teatro, dos horas acá me permitieron estar en otro país, ese país que yo anhelo! –De algún modo el Colón es una isla. –Es una de las manifestaciones que nos siguen haciendo saber que es posible otra realidad. –¿Tenés una explicación para el hecho de que este teatro haya podido conservar su nivel de excelencia pese a los cambios de gobiernos y a las sucesivas, interminables crisis nacionales? –Como toda institución tuvo subas y bajas, pero me parece que hay un pacto implícito entre la comunidad que se siente orgullosa de la institución y una buena administración. El orgullo sólo no alcanza, sería nacionalismo de pacotilla. Cuando a quienes nos toca transitoriamente administrar ese pacto, podemos mostrar que hemos estado a la altura... –Bueno, nos estamos desviando del resultado electoral. –El resultado es la prueba palmaria de una sociedad que con sobrados motivos está harta de un estado de las cosas que no hace sino empeorar, una sociedad que está dolida. La elección expresa un grito de bronca y de dolor. Es importante escucharla. Muchos dicen que fue una alerta que se le quiso dar... –¿Pensás eso? –No. Sí creo que el próximo resultado puede ser distinto, pero lo que sucedió no fue un juego sutil planteado de boca en boca: Che, démosle un sustito. Quedan sesenta días para hacerse cargo de esa bronca y de ese dolor. Lo que está expresando La Libertad Avanza son ideas que llevan a una crisis mucho mayor de la sociedad, el sálvese quien pueda. –¿Cuál será a tu juicio el futuro del peronismo? –El peronismo está descompuesto. No sólo no le veo chances electorales, sino que estamos en un cambio de época.

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