martes, 29 de agosto de 2023

Steven Isserlis, en el Teatro Colón


Steven Isserlis, en el Teatro Colón: el profundo amor por la música de Schumann y su gran conexión con la Argentina
El célebre chelista británico se presentará con la Orquesta Sinfónica de Lucerna en el Teatro Colón; lo presenta el Mozarteum Argentino
Cecilia Scalisi

El chelista Steven Isserlis se presenta en el Teatro Colón
Así como él dice sobre Schumann que “su música tiene el don de convencernos de que nos está confiando sus secretos más profundos”, quienes han colaborado con Steven Isserlis dicen que, como intérprete, él también tiene el don de convencer, en su caso de que ningún otro instrumento revela el alma de Schumann mejor que su violoncello. El Mozarteum Argentino le brindará al público del Teatro Colón la posibilidad de apreciar ese fino talento del chelista británico, ejecutando de su compositor favorito la obra que considera su elegida absoluta: el Concierto para cello y orquesta en La menor op. 129, acompañado por la Sinfónica de Lucerna bajo la batuta de su director, el destacado maestro alemán Michael Sanderling, en el marco de un programa brillante que se completará con dos grandes obras de Ludwig van Beethoven: la Obertura Egmont y la gloriosa 5º Sinfonía en do menor.
A ese clima de intimidad y lirismo de la música schumanniana se suma la ternura como otra de las cuerdas sensibles con las que Isserlis se identifica particularmente. Luego, la frescura, la expresión natural y la humanidad en la interpretación como los atributos que más valora en las referencias que admira, como su mentor el violinista húngaro Sándor Vegh.
En diálogo  el consagrado concertista de 64 años recordó su primera visita al país en 1992 con un concierto en el Teatro Colón junto a la Orquesta Hallé de Manchester y, con mayor presencia en su memoria, un viaje reciente que hizo como turista junto a su expareja, la cantante, fotógrafa, actriz y modelo Joanna Bergin, una argentina de madre alemana que nació y creció en Buenos Aires y de cuya mano Isserlis descubrió las bondades porteñas que le fascinan hasta el día de hoy. “Me encantan los parques, las calles anchas, la gente, la carne, la ciudad grandiosa, la cultura de Buenos Aires —cuenta con entusiasmo al inicio de la gira latinoamericana que concluye en el concierto de hoy—. ¡Y me fascina también la idea de que allí crecieron Carlos Kleiber y Martha Argerich!”. Es decir, parte de esa Argentina fantástica que llegó a sus oídos a través de los magníficos relatos y conversaciones con su exsuegra, la escritora y traductora alemana de origen judío, Edith Aron, quien en 1934 emigró con su madre a la Argentina, conoció a Borges y a Octavio Paz, tradujo a Silvina Ocampo y a Bioy Casares, fue amiga íntima de Julio Cortázar en París, y sobre todo, fue la musa que inspiró el enigmático personaje de “la Maga” en su novela Rayuela, la obra más famosa del escritor argentino, una de las piezas claves del boom latinoamericano y de toda una época de la literatura. Como información al margen, “ahora, el 4 de septiembre Edith cumpliría 100 años -menciona Isserlis-. Para ese día, su hija [radicada en Londres], presentará un ciclo de canciones basadas en poemas de Octavio Paz con traducción al alemán de la propia Edith y música de otro gran amigo suyo, el compositor berlinés Aribert Reimann -agrega-. ¡Toda esa conexión es lo que tengo con la Argentina!”.
El chelista es nieto de Julio Isserlis, notable pianista ruso judío que abandonó Moscú en 1922
Volviendo a la herencia de su propia estirpe, habló de su abuelo pianista, Julio Isserlis, un notable músico ruso judío que abandonó la Moscú soviética en 1922; de la sofisticada selección de sus instrumentos, de entre los cuales elige, por su sonido cálido, grave y poético, un legendario Stradivarius de 1726; habló de los libros infantiles que escribió bajo el influjo schumanniano, y de la música que trae a la Argentina, que es, según él, la más personal, la más confidencial e inspirada composición del genio romántico.
-¿Cómo distingue una interpretación muy buena de una extraordinaria?
-Preguntándote si te conmueve o no. El margen entre la partitura y la interpretación musical es igual al margen que tienen los actores entre el texto y la actuación: frente a las mismas palabras, hay infinitas posibilidades y maneras de decirlas ¿cómo distinguir esas diferencias? respondiéndote a la pregunta de si te conmovió o no, si atrapó tu atención de modo sincero o no. Yo diría que la comprensión de una obra y la sinceridad son lo importante.
-¿La comprensión tiene que ver con una búsqueda teórica en el campo de las ideas y la filosofía de la música, o de los sentimientos, o de la técnica?
-Yo no sé sobre filosofía así que no pienso en términos filosóficos. Sí en cambio de la historia y del pensamiento porque en realidad, la música siempre está contando historias y para poder contarlas lo que se necesita es disponer de una habilidad específica. Allí entra la técnica, la herramienta que me permite tocar sin preocupaciones, sin estar pensando más que en la música y sin que el público siquiera preste atención a esa habilidad sino precisamente a la historia.
-Hablando de contar historias ¿cómo se inició en la literatura infantil?
-Con mi propio hijo. Él estaba creciendo en un ambiente artístico, escuchando música todo el tiempo. Así comenzó a interesarse por Schumann, que era el compositor más frecuente, ¡de hecho pensaba que toda la música clásica era siempre así! Quise comprarle un libro sobre el tema, pero no encontré nada satisfactorio. Entonces lo escribí yo mismo. Me fue bien y después escribí otro para músicos jóvenes basado en los consejos de Schumann. Luego un tercer título dedicado a las suites de Bach y así fui pasando de uno a otro hasta que mis libros fueran traducidos al castellano, lo cual me agrada mucho.
Steven Isserlis es presentado por el Mozarteum
-Como descendiente de un abuelo ruso que desertó del régimen stalinista ¿qué siente respecto de los músicos que en la Rusia actual se oponen a Putin y desean escapar como lo hizo su abuelo a comienzos del siglo XX?
-¡Que es una pesadilla! Absolutamente una pesadilla. Tienen toda mi compasión y solidaridad aquellas personas que, oponiéndose al régimen de Putin, siguen atrapadas en una Rusia que no pueden abandonar. Pero por desgracia también hay que recordar que otros artistas sí lo apoyan. A esas otras personas definitivamente no necesito volver a verlas nunca más.
-¿Le hablaban a usted sobre el tema en el seno de la familia?
-Mi padre solía hablar del tema. Cuando él salió de Rusia solo tenía 5 años de modo que me hablaba más bien de las historias de su padre, mi abuelo. Más que de Rusia, escuché historias de la época en que vivieron en Viena, entre 1923 y 1938. ¡Mi abuelo estudió con el pianista Serguei Taneyev! uno de los discípulos favoritos de Tchaikovsky (y gran amigo de Leon Tolstoi). Él conocía a muchos grandes como Glazunov, Rachmaninoff y Prokofiev. Creo que para ellos fue muy doloroso porque tuvieron que emprender ese cambio en sus vidas dos veces: primero dejando Rusia en 1922 y después debiendo abandonar Viena en 1938. Creo que tuvieron una vida muy dura en Inglaterra. Mi abuelo ya tenía 50 años y tuvo que comenzar su vida de cero. Algo tremendamente difícil para él que no tenía dinero y no hablaba una palabra en inglés. Mi padre tenía 20 años y hablaba perfectamente o sea que a él le fue bien en Inglaterra, no así a mi abuelo. Pero en fin… él había tenido la suerte enorme de que Stalin diera un permiso solo a 12 músicos para que salieran del país junto a sus familias durante 6 meses, para viajar al exterior “y mostrarle al mundo” el extraordinario nivel cultural que había en la Unión Soviética. No fue una gran idea, parece, ya que ninguno de esos 12 músicos jamás regresó a Rusia.
-De sus varios cellos, todos instrumentos excepcionales ¿cómo elige el sonido para cada repertorio?
-Si toco Shostakovich, por ejemplo, prefiero un cello con cuerdas modernas y aunque no muchos músicos las usen, yo sí las prefiero. Para Schumann, en cambio, elijo las más antiguas (las cuerdas de tripa) y un cello que me brinde una belleza lo más aristocrática posible. No puede sonar como un trombón, sino como la voz de un cantante, de un instrumento antiguo que suena más humano y sensible.
-Con esas condiciones ¿cuál es su ejemplar preferido?
-¡El violoncello de mis sueños!, el Stradivarius Marquis de Corberon [que debe su nombre al primer propietario, el diplomático francés y músico aficionado, Pierre Bourrée, marqués de Corberon], propiedad de la Royal Academy of Music de Londres que me lo cede amablemente. Yo simplemente imagino un color ¡y este cello lo produce!
-¿Por qué ha elegido el concierto de Schumann?
-Porque si tuviera que quedarme con un concierto, elegir uno solo de todo el repertorio, sin dudas sería el concierto de Schumann. ¡Adoro esta música que llega tan profundo a la vida interior del compositor! Creo que es un trabajo grandioso, la obra de un genio absolutamente único, diferente a cualquier otro concierto de cualquier otro instrumento, de hecho, originalmente no iba ser un concierto [está escrito en un solo movimiento con tres partes diferenciadas, pero sin interrupciones]. Es tan personal, tan pleno de imaginación. Es como un ciclo de canciones o como una gran canción, que tiene esa intimidad y ternura propias de Schumann, que tiene su lirismo, por supuesto, pero también tiene drama; que cuenta una historia y lo hace de una manera incomparable y especial. Yo amo toda la música de Schumann y ésta definitivamente es una de mis grandes favoritas.
-¿Cuál es la historia que cuenta?
-Una historia de amor. Cuenta varios conflictos entre las voces internas en la sección intermedia, pero nunca es trágica. Describe un clima celestial en el movimiento lento y un sentimiento de alegría en el final.
-Si hay algo inconfundible en Schumann es ese tono de ternura e intimidad. ¿Cómo diría que se expresa la ternura en su música?
-Creo que Thomas Beecham [célebre director inglés nacido a finales del siglo XIX], lo ha descripto mejor que nadie. Él dijo que Schumann tenía el don de convencernos de que en su música nos estaba confiando sus secretos más profundos. Pero a cada uno, a cada oyente en particular. Creo que esa idea es la más apropiada para describir el clima de su arte porque Schumann realmente “te habla”. Él sabe hablarte sobre el amor, sobre sus desventuras, sus alegrías y sufrimientos, porque volcó en su música todo lo que le sucedió en la vida. Él mismo lo explicó de esa manera y creo que es lo que sentimos: la honestidad que comparte con los demás, con todos, pero de a uno, individualmente. Schumann te está contando lo que atraviesa en su vida como una confidencia, lo revela, lo expone y lo deja allí, al descubierto para vos. Este concierto y muchas otras obras son, por antonomasia, una música en primera persona.
-¿Qué lugar ocupa una música tan personal en la vida de hoy, dominada por las realidades virtuales?
Creo que lo descubrimos después del confinamiento del covid, por cuánto la gente necesitaba de la música, por cuánto el público de la música clásica estaba desesperado por escuchar música en vivo. Esa experiencia se extrañaba y las cuerdas en especial… Desde luego que están las grabaciones, YouTube y todas las plataformas del mundo, pero el vivo como parte de la vida cotidiana es algo irremplazable. Apenas se levantó el confinamiento hicimos un experimento con las suites para cello solo de Johann Sebastian Bach. Se nos permitía un público de hasta 25 personas. Reunimos a esas personas y las vimos emocionarse hasta las lágrimas, pero no solo por la belleza de lo que escuchaban sino porque volvían a salir al mundo, esa era la primera música ¡y era precisamente Bach! Fue una atmósfera especial la que vivimos en ese tiempo hasta recuperar la normalidad. La música pública significó mucho en el camino de regreso a una vida cotidiana, a una vida que volvía a ser real.
En el Teatro Colón
El Mozarteum Argentino presenta a la Orquesta Sinfónica de Lucerna. Dirección: Michael Sanderling. Solista: Steven Isserlis. Obras: Concierto para violoncello y orquesta op 129 de Robert Schumann; Obertura Egmont y Sinfonía nº 5 op 67, de Ludwig van Beethoven.

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