martes, 12 de septiembre de 2023

LA VIOLENCIA POLÍTICA....OTRA GRIETA..


La violencia política. Cada ideología tiene sus propios muertos
El acto de homenaje a las víctimas del terrorismo y las protestas que despertó
Por Norma Morandini

¿Qué hacemos con nuestros muertos, asesinados por la sinrazón de la violencia política? La pregunta vuelve a imponerse ante el reciente acto por las víctimas del terrorismo en la Legislatura de Buenos Aires. Una triste emulación de los enfrentamientos ideológicos del pasado. Todos los muertos, despojados de la ideología, son parte de la misma tragedia. No se puede equiparar la violencia administrada por el Estado con la de los grupos guerrilleros. Pero, en términos de sufrimiento, no hay jerarquías ni diferencias en el dolor que sentimos ante la falta de un ser querido en la mesa familiar. Sin embargo, a juzgar por los nuevos enfrentamientos y cruces verbales a los que asistimos en estos días, seguimos caminando sobre cadáveres y corremos el riesgo de que nuevamente el pasado se interponga entre nosotros, ya no como una grieta, sino como una fosa imposible de atravesar con el único puente con el que contamos: la ley democrática, igual para todos, y el respeto a todos los muertos, despojados de ideologías porque los tribunales de la democracia ya juzgaron y condenaron a los que mataron, secuestraron y torturaron.
“Se puede dejar de ser terrorista, pero nunca dejar de ser asesino”, afirma el periodista italiano Mario Calabresi, cuyo padre, el comisario Luigi Calabresi, fue muerto de dos tiros, acusado por la izquierda de haber matado a un militante anarquista. Con el tiempo la Justicia demostró la inocencia del comisario, pero su hijo debió esperar para recrear, en su libro Salir de noche, la historia de esa venganza equivocada y el clima de terror que imperaba en Italia en los años 70.
Calabresi llegó a la misma conclusión a la que llegaron la mayor parte de las sociedades que debieron lidiar con un pasado trágico: para dar vuelta la página es necesario leer antes leer el libro completo, sobre la base de la verdad, la justicia y la memoria. También, aceptar y acatar que la democracia es el sistema que permite reconciliar la participación política de aquellos que ayer se mataron y hoy han decidido convivir en paz, sin reivindicar ni a la guerrilla ni a la dictadura.
Todas las sociedades en las que la muerte deja ausencia y dolor tienen sus ceremonias de recogimiento, silencio y respeto. La emoción compartida crea lazos profundos de identificación y pertenencia a la comunidad. Y aquellas sociedades que como la nuestra cayeron en el desvarío de una guerra ideológica no le temen a palabras intensas como paz y reconciliación. Cuando en España el calendario marcó los diez años de la disolución de la banda armada ETA, en el país Vasco recordaron a “todas las víctimas” y los exetarras reconocieron públicamente el sufrimiento causado y se comprometieron a mitigarlo con memoria y respeto. Estas ceremonias miden la evolución democrática de esas sociedades tras los enfrentamientos que las desgarraron. ¿Qué se ha dañado de modo tan profundo en nuestro país para que los lugares de muerte se hayan convertido en unidades básicas de la memoria ideologizada y desde el poder se incite al odio y a la violencia? Los únicos muertos que cuentan son los propios. No por compasión, sino por utilitarismo político.
Nuestra historia está tapizada de muertes. La violencia política nos atraviesa, pero no es un destino inevitable ni un ADN adherido a nuestra piel. Los países que padecieron la insensatez de guerras fratricidas debieron ser razonables para evitar su repetición. Negados o exaltados como víctimas, nuestros muertos permanecen aislados de la vida. Sin tumbas ni registros, invocados en falsos juramentos y discursos impostados, han sido presa del oportunismo de los que los utilizan para acrecentar el poder político personal o partidario. Todo en nombre de la política, cuando, en realidad, la niegan, porque al profanar lo que hay de sagrado en toda vida que termina cancelan la política, que siempre se realiza con los otros.
Muertos insepultos, sin cruces ni rezos, privados de ese mantra universal que en castellano se traduce con las cuatro siglas del QEPD y acompaña los epitafios . “Que en paz descansen”. ¿Tienen paz nuestros muertos, reducidos en la Argentina a un número o a una ideología y despojados de nombre y por eso de humanidad?
Con tantos muertos en nuestros cementerios históricos, ¿por qué los argentinos carecemos de rituales compartidos, en los que la ideología ya no divida? Los rituales de Estado ecuménicos son los que nos permiten hacer una pausa frente a la muerte y cancelar la pelea entre los cadáveres. En el silencio habilitamos en nuestras almas lo que nos engrandece, la compasión para volver a empezar. ¿Por qué la compasión brilla por su ausencia en nuestro país? Especialmente entre aquellos que reclaman por la igualdad, la libertad, pero ignoran que la traducción de la fraternidad es la compasión, una emoción tan poderosa como el miedo, porque ambas pertenecen a la naturaleza de los seres humanos.
Mi pregunta es recurrente: ¿qué es lo que mantiene herida el alma de la Argentina? Un país sembrado de muertes, con familiares en duelo que se instalan en la plaza pública, increpan al poder o desnudan vergüenzas ocultas frente a una sociedad que hasta que no ofrece sus propios muertos mira con distancia. Así, no hemos podido enterrarlos en paz. Y así vamos por la vida, cada grupo con sus propios muertos, sin que unos y otros comprendan que son parte del mismo desvarío, ni reconozcan que son parte de la misma omisión de un Estado que eludió su obligación de proteger a sus ciudadanos, encubrió la responsabilidad de sus funcionarios, abandonó a las víctimas y dejó un país habitado por almas en pena, sin tumbas ni cruces para exorcizar esa tragedia colectiva. Por muertos sin velar y por esa razón, vidas a novelar en la ficción de la narrativa inventada. No pudimos terminar de reconciliar lo que fue violado, la convivencia democrática. La política es siempre con los otros. En democracia, los otros son diferenciados, diversos, plurales. Si fuéramos idénticos, no harían falta las palabras.
El miedo a la muerte y la insuficiencia de la vida son los manantiales del deseo, escribió Hannah Arendt, para decirnos que lo contrario, la gratitud por la vida, es el manantial del recuerdo. Porque una vida merece ser apreciada incluso en la miseria.
¿No habrá que buscar en esa incapacidad de mirar la vida con gratitud aquello que nos impide resolver nuestros conflictos sin negarnos ni matarnos unos a otros? ¿Por qué no hemos sido capaces de despolitizar los rituales de despedida? Estas ceremonias no cancelan el derecho a la verdad completa, pero nos devuelven a lo sublime que existe en todo acto humano en el que regresamos a nosotros mismos y tomamos conciencia de nuestra finitud y propia mortalidad. Un requisito fundamental del respeto, y lo que nos falta para que nuestros muertos descansen en paz y nosotros podamos lidiar con la vida, que siempre es soberana, sagrada y compartida con los otros.

Tensión en la calle

El lunes, Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza, encabezó un acto de homenaje a las víctimas del terrorismo que reunió a unas 300 personas en el Salón Dorado de la Legislatura porteña. Organizaciones de derechos humanos y partidos de izquierda protestaron en las calles en torno al edificio y por momentos hubo escenas de tensión. Villarruel rindió homenaje “a las víctimas del terrorismo”, en alusión a los fallecidos en ataques de organizaciones como Montoneros y el ERP en la década del 70, cuyos exintegrantes, dijo, gozan de “impunidad”. Aunque los asistentes manifestaron su rechazo a la última dictadura, los detractores del evento vieron en este homenaje, que Villarruel impulsa todos los años, una reivindicación del gobierno militar.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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