lunes, 23 de octubre de 2023

OPINIONES


El vencedor menos pensado
Nunca antes -nunca en los en los últimos 40 años de democracia, al menos- un candidato presidencial hizo tanto despilfarro de recursos públicos en beneficio de su propia campaña electoral

Joaquín Morales Solá
Sergio Massa obtuvo más del 36 por ciento de los votos y disputará la presidencia en una segunda vuelta contra Javier Milei
Una porción importante de la sociedad argentina eligió ayer perseverar en el facilismo, ese camino que evita el sacrificio y se queda solo con los pequeños parches para una economía diezmada. La excelente elección de Sergio Massa confirma, además, que el populismo es siempre posible cuando la mitad de la sociedad chapotea bajo la línea de la pobreza.
Nunca antes (nunca en los en los últimos 40 años de democracia, al menos) un candidato presidencial hizo tanto despilfarro de recursos públicos en beneficio de su propia campaña electoral. Los varios “planes platita” funcionaron perfectamente en el domingo de elecciones. Hubo bonos extraordinarios de dinero para trabajadores y no trabajadores; existió también una parcial eliminación del impuesto a las ganancias, que benefició a 800 mil personas de clase media, e intercedió la devolución del IVA a jubilados, empleados y monotributistas, que significó más dinero para nueve millones de argentinos.
“Se quemaron todos los argumentos racionales y sus exponentes”, concluyó anoche un dirigente de Juntos por el Cambio, tras observar la elección de Massa, y se incluía él mismo
A más de seis puntos de diferencia con respecto de quien salió segundo, Javier Milei, muchos observadores y experimentados funcionarios electorales inferían que el actual ministro de Economía está en mejores condiciones de ser el próximo presidente de la Nación. Se trata solo de una deducción; la segunda vuelta electoral, que se realizará el 19 de noviembre, es siempre otra elección, sin ninguna relación con las anteriores. Lo cierto es que el domingo lleno de sorpresas dejó a Massa muy cerca de ganar la presidencia ayer mismo, en la primera vuelta electoral. Casi lo logró, pero no pudo tanto. Deberá enfrentar el ballotage.


Es raro, pero en los comicios de la víspera se impuso el bombero que ayudó a apagar el fuego que el mismo bombero atizó. Solo una sociedad muy confundida estuvo a punto de darle el triunfo en primera vuelta al representante de una dinastía política que destruyó todos los stocks de la Argentina: desde las reservas de dólares hasta la carne, pasando por la energía. Dejó en las puertas de la Casa de Gobierno al jefe del equipo económico de una inflación del 12 por ciento mensual y de un dólar al precio de 1000 pesos. Massa es también el nuevo mejor amigo de Cristina Kirchner, la jefa de una facción política acusada de múltiples hechos de corrupción en graves investigaciones judiciales. Nadie sabe, y esto es igualmente cierto, si esa amistad durará más allá de la segunda vuelta electoral.
Si se mira bien la historia de Massa, es muy probable que si él fuera el próximo presidente sus primeras decisiones como mandatario estarán destinadas a relevar a la actual vicepresidenta como jefa del peronismo. Massa tiene más amigos de los que se sabe en los tribunales; es una mala noticia para Cristina Kirchner. Nada mejor que reiteradas condenas judiciales contra ella para consumar su reemplazo político.
En los comicios de la víspera se impuso el bombero que ayudó a apagar el fuego que el mismo bombero atizó
“Se quemaron todos los argumentos racionales y sus exponentes”, concluyó anoche un dirigente de Juntos por el Cambio, tras observar la elección de Massa, y se incluía él mismo. Los sorpresivos resultados del ministro de Economía ocurrieron luego de que se conocieran las imágenes de Martín Insaurralde derrochando dólares, que ningún cargo oficial puede darle, en la costa más exclusiva de España. No podía caber ninguna duda de que esos gastos fueron posibles porque hubo numerosos actos de corrupción por parte de quien fue el segundo funcionario de la provincia de Buenos Aires, después del gobernador Axel Kicillof. Resulta que Kicillof también fue reelegido por un amplísimo margen de votos. También se lo vio a Julio Rigau, más conocido como Chocolate, sacando dinero de tarjetas de débito de 49 empleados ñoquis de la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. Luego se supo que hay varios personajes como “Chocolate” Rigau en la Legislatura bonaerense, pero no se sabe cuántos partidos políticos están comprometidos con esas prácticas. De hecho, la oposición de Juntos por el Cambio tiene un representante en la conducción de la Legislatura provincial; es Fabián Perechodnik, vicepresidente de la Cámara de Diputados. Pero no pasó nada. Nadie se conmovió ni por la costosa juerga de Insaurralde en el Mediterráneo ni por el dispendio de clientelismo político en la provincia con más cantidad de pobres del país. Tanto Insaurralde como Rigau expresan a segundas líneas de la política. Insaurralde fue hasta 2021 solo el intendente de Lomas de Zamora, y los senadores y diputados bonaerenses tienen una envergadura política insignificante. Vale la pena señalar tales naderías políticas y la cantidad de dinero mal habido para inferir la dimensión de la corrupción política en la Argentina.
Sergio Massa habla a sus partidarios en el búnker de UxP en Chacarita
De todos modos, ya había sucedido que los argentinos, o una franja importante de ellos, le dispensaran una increíble tolerancia a la corrupción del peronismo. Carlos Menem fue reelegido en 1995 cuando ya existían en la Justicia varias denuncias de corrupción contra él y sus funcionarios, y Cristina Kirchner fue reelegida en 2011 cuando también varios jueces investigaban supuestos hechos de corrupción durante el auge del kichnerismo. De hecho, la denuncia original por el manejo corrupto de los recursos de Vialidad Nacional en beneficio de Lázaro Báez (es decir, en beneficio de los propios Kirchner) fue presentada en la Justicia por Elisa Carrió en 2008 junto con varios diputados más, Patricia Bullrich entre ellos.
Es novedoso, sí, que la devastadora marcha de la economía no haya sido tenida en cuenta por un sector importante de los argentinos. Esa nueva extravagancia argentina obligará a escribir otros manuales sobre la ciencia política y sobre las encuestas. Quedó hecha trizas la vieja aseveración de los encuestadores de que las elecciones las ganaban solo los gobiernos con una economía en buen estado. Ahí es donde entra a jugar la influencia del populismo sobre sociedades muy carenciadas; la Capital es un buen ejemplo de que los resultados electorales son diferentes cuando hay ciudadanos libres del padrinazgo estatal. En cambio, noticias coincidentes subrayaron que en el conurbano bonaerense y en las provincias pobres del norte argentino operaron, como no lo habían hecho en las primarias del 13 de agosto, los poderosos aparatos partidarios del peronismo que se aprovechan de la penuria social. Es cierto, por lo demás, que el holgado triunfo de Massa es producto de la división de la oposición. Si se suman los votos obtenidos por Milei y Bullrich, un solo candidato opositor hubiera ganado en primera vuelta.
Todos los dirigentes cambiemitas (no solo Bullrich y Rodríguez Larreta) modificaron el curso natural del destino, pero en contra de ellos mismos
“Será una lluvia de verano”. Esa fue la tajante conclusión de un viejo funcionario electoral sobre la presencia de Milei en la política argentina después de ver los resultados finales de las elecciones de ayer. Milei tendrá un importante bloque de diputados nacionales, pero es cierto que Massa preferirá negociar con el bloque de Juntos por el Cambio, que también será significativo. Ahí tiene, al menos, viejos interlocutores como los radicales Martín Lousteau, Emiliano Giacobitti y el propio Gerardo Morales. Incluso, anoche circuló la versión de que algunos dirigentes de Juntos por el Cambio le pidieron a Bullrich que no criticara a Massa. Regresemos a Milei.
Javier Milei obtuvo el 30 por ciento de los votos
El candidato libertario se escondió la última semana para que su carácter disruptivo no le jugara una mala pasada, pero no pudo esconder a toda la pandilla que lo rodea. Apareció desde una candidata a diputada nacional que prometió una ley para que los hombres pudieran renunciar a la paternidad, si sospecharan que la mujer rompió premeditadamente el preservativo, hasta el intelectual de extrema derecha Alberto Benegas Lynch, que anunció que le aconsejaría a Milei que rompiera relación con el Vaticano mientras el papa sea el argentino Jorge Bergoglio. La Iglesia se puso de pie. Acostumbrados los políticos a la conducción religiosa del cardenal Mario Poli, que nunca habló en público, nadie imaginó que el nuevo arzobispo de Buenos Aires y primado del país, monseñor Jorge García Cuerva, dejaría pasar sin respuesta una ofensa al Pontífice. García Cuerva habló públicamente de una Iglesia “azorada” por las declaraciones de Benegas Lynch, un discurso que seguramente se repitió en casi todas las misas del domingo. Tal vez la Iglesia haya demostrado, así las cosas, que conserva un considerable ascendiente en vastos sectores de la sociedad argentina. Milei estuvo muy lejos de los resultados que le pronosticaban todas las encuestas. Hasta cosechó menos votos que en las primarias de agosto, cuando todas las mediciones de opinión pública lo colocaban primero, diputando con buenos pronósticos un ballottage con Massa. Fue el ministro de Economía, en cambio, el que sumó 8 puntos porcentuales más al porcentaje que logró en agosto.
Es novedoso, sí, que la devastadora marcha de la economía no haya sido tenida en cuenta por un sector importante de los argentinos. Esa nueva extravagancia argentina obligará a escribir otros manuales sobre la ciencia política y sobre las encuestas
También Juntos por el Cambio cayó casi seis puntos con respecto de las elecciones de agosto. Pagó caro la falta de plasticidad que tuvo al no percibir que la dura disputa entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta se dio en un contexto en el que sus dos principales contrincantes, Massa y Milei, no competían con nadie. Peor: el peronismo hizo lo que hace siempre; esto es, se disciplina solo en las vísperas electorales hasta que conquista el poder. Luego, suele regresar a sus habituales grescas internas para discernir quién manda. Por el contrario, Juntos por el Cambio vivió una intensa lucha interna hasta que solo las primarias de agosto resolvieron la pendencia entre Bullrich y Rodríguez Larreta. Todos los dirigentes cambiemitas (no solo Bullrich y Rodríguez Larreta) modificaron el curso natural del destino, pero en contra de ellos mismos. Hace solo dos años, en 2021, ganaron ampliamente las elecciones legislativas de mitad de mandato. Solo tenían que elegir un candidato presidencial (o una candidata) y no equivocar el camino hacia el poder. Se equivocaron, según salta a la vista de cualquiera, y ahora deberán arremangarse para que esa coalición de republicanos, que los llevó a sus dirigentes al poder en 2015, no se rompa.
Patricia Bullrich habla en el bunker de Juntos por el Cambio
En dos años, Juntos por el Cambio perdió más de 18 puntos porcentuales. Al revés, el peronismo recuperó más de tres puntos con respecto de 2021. Ayer, la coalición opositora que gobernó entre 2015 y 2019 quedó fuera del campo de juego. Ahí estarán en el próximo mes, hasta el 19 de noviembre, solo Massa y Milei. La tentación de la ruptura existirá en varios de los dirigentes de Juntos por el Cambio, sin duda, pero ninguno tendrá otra oportunidad de poder si esa alianza de partidos se fragmentara. Deberán elegir un nuevo líder, porque ni Bullrich ni Rodríguez Larreta están ya en condiciones de exigir esa jefatura política. Y, sobre todo, deberán comprender que la victoria política es siempre el resultado de un trabajo prolijo, difícil, arduo y constante

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El especialista en metamorfosis que va por su sueño presidencial
Sergio Massa recorrió un sinuoso trayecto político, de la Ucedé al kirchnerismo; hoy ve cerca su gran objetivo
Jaime Rosemberg
Una marea de adolescentes con mochilas en la espalda se apretuja en el salón de actos del Colegio Nacional de Buenos Aires. Entre gritos desaforados, dedos en V, selfies interminables y remeras de la selección argentina, Sergio Massa disfruta con la efervescencia de decenas de estudiantes del histórico colegio, reunidos para escuchar a su candidato favorito, sin críticas ni cuestionamientos a la vista.
Por un momento, y mientras recibe palmadas amistosas, en el rostro de Massa aparece esa sonrisa pícara que muchos califican de soberbia y que es su marca registrada a lo largo de casi 35 años de actividad política. Una mueca de pibe de barrio con aires de triunfador que el hoy candidato presidencial de Unión por la Patria moderó todo lo que pudo durante la campaña, vertiginoso transcurrir repleto de anuncios de medidas y promesas, parte final de una extensa carrera que espera lo deposite en el lugar que siempre ansió: la presidencia.
“Fue lo mejor de la campaña”, resumió Massa a sus colaboradores luego de aquel encuentro con alumnos porteños. Tal vez entonces recordó Massa sus propios inicios, en el más modesto colegio parroquial Agustiniano de San Andrés, en el conurbano bonaerense, desde donde saltó a la política activa, en la que con el paso de los años se transformó en un experto en metamorfosis, cambiando sucesivamente de camiseta y de aliados, con la meta presidencial entre ceja y ceja.
“El responsable de todo fue Alejandro Keck, dirigente de la Ucedé que va a dar una charla al Agustiniano y ahí lo recluta”, cuenta Marcelo Daletto, hoy senador provincial de Juntos por el Cambio y compañero de Massa en aquellos primeros palotes como militante de Álvaro Alsogaray, que en 1989 fue candidato a presidente y terminó lejos del ganador, Carlos Menem. “Siempre fue igual, por ahí te venía con un bombo y diez camisetas de Chacarita y te copaba las reuniones”, completa Daletto, hoy lejos del ministro de Economía y candidato presidencial, que empezó como empleado de Keck en el Concejo Deliberante de esa localidad del oeste bonaerense.
De la Ucedé, donde logró afincarse como destacado dirigente juvenil, Massa saltó al peronismo, al igual que otros dirigentes del liberalismo que comulgaban con las políticas de Menem. “Era un muchacho muy despierto, de los que avanzan rápido”, lo definió alguna vez Keck, quien se resignó a perder a la joven promesa cuando aparecieron en escena el gastronómico Luis Barrionuevo y su entonces pareja, Graciela Camaño, dirigentes dominantes en el PJ de San Martín. Un encuentro en la casa que Barrionuevo y Camaño compartían en Villa Ballester fue el puntapié inicial de un vínculo con el PJ que se extendería por tres décadas. Dueño de varias frases célebres, el gastronómico lo recibiría con una de antología, según recuerda Keck: “En política tengo todos los indios que necesito, lo que preciso es alguien que se pueda poner un saco y corbata”.
En los noventa, Menem incorpora a sus filas a Ramón “Palito” Ortega, a quien proyecta como figura nacional. El popular cantautor, gobernador de Tucumán entre 1991 y 1995, comienza a armar estructura política con miras a las elecciones presidenciales de 1999. Allí estuvieron, junto a Massa, jóvenes como Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli y Jorge Capitanich, conducidos por el orteguista Pablo Fontdevila. Sería el inicio de la amistad entre Massa y Rodríguez Larreta, una muestra de la versatilidad de Massa para generar vínculos por fuera de su partido de pertenencia, y un vínculo que el tigrense sigue reivindicando en la intimidad. Ortega perdió la interna con Eduardo Duhalde, pero fue su compañero de fórmula, y Massa, con 27 años, logró una banca como diputado provincial bonaerense.
Ya por entonces se consolidaba la familia Galmarini en el centro de la vida de Massa. Sebastián, uno de los hijos de Fernando “Pato” Galmarini y Marcela Durrieu, recuerda a Massa llegando a su casa “mientras militaba con Palito” el mismo día que el entonces asesor del autor del hit “Yo tengo fe” se conocía con su hermana Malena, con quien se casaría en 2001.
Luego de la hecatombe de diciembre de ese año, y por influjo de Galmarini padre, Duhalde designó a Massa titular de la Anses, cargo desde el cual, con 30 años recién cumplidos, el nuevo vecino de Tigre comenzó a proyectarse a nivel nacional, en un rol que se extendería hasta el final del gobierno de Néstor Kirchner, en diciembre de 2007. El propio Kirchner lo avala, antes del fin de su mandato, como candidato a la intendencia de Tigre, su patria adoptiva.
La historia es conocida: Massa es elegido intendente y refuerza su perfil de gestor hiperactivo y detallista, con eje en la seguridad, como él mismo recordó en el segundo de los debates presidenciales, y lejos del ideologismo militante que comenzaba a encarnar la entonces presidenta Cristina Kirchner, quien de todos modos recurrió a él en un momento de explosión interna, cuando la crisis con el campo por la resolución 125 terminó con la gestión, como jefe de Gabinete, del hoy presidente Alberto Fernández.
La primera experiencia con los Kirchner a su lado no fue buena y duró solo un año. Obligado a formar parte de las listas testimoniales de 2009, Massa renunció días después de la derrota del expresidente en la provincia de Buenos Aires a manos de Francisco de Narváez. Regresó a la intendencia de Tigre, aunque Kirchner (que falleció al año siguiente) nunca le perdonaría a Massa que
Malena Galmarini sacara más votos a concejal por Tigre que él mismo como candidato a diputado en esa localidad.
En ese quiebre estuvo el germen de la conformación del Frente Renovador, la agrupación que en principio formaba parte del Frente para la Victoria, pero que de a poco fue tomando distancia del kirchnerismo. Reelegido intendente en 2011, Massa decidió enfrentar poco después la consigna de “Cristina eterna” que el kirchnerismo enarbolaba como bandera para extender el dominio de la hoy vicepresidenta más allá de 2015.
“A todos les digo lo mismo: no hay que volverse locos”, decía Massa en el verano de 2013 a relajado en el balneario CR, de Pinamar. Al poco tiempo, y ya con La Cámpora como enemigo declarado, decidió enfrentar al cristinismo y lo derrotó en las legislativas de ese año. Fue el inicio de un divorcio que duraría seis años.
El propio Massa reconoció, bastante después, que aquella victoria de 2013 lo mareó, e influyó negativamente en la presidencial de 2015, donde terminó tercero, muy lejos de Mauricio Macri y Daniel Scioli. “Rodríguez Larreta cometió ahora los mismos errores que yo en 2014 y 2015. Se preocupó por sumar dirigentes, se olvidó de la gente”, confesó durante la campaña presidencial, en referencia a su viejo aliado, derrotado por Patricia Bullrich en la interna de Juntos por el Cambio.
Luego de un breve coqueteo que terminó mal con el gobierno de Macri y su discreta elección legislativa en 2017, con la progresista Margarita Stolbizer como aliada, Massa volvió al hogar kirchnerista dos años después. Archivó sus recordadas promesas de “meter presos a los ñoquis de La Cámpora” y ejerció durante casi tres años la presidencia de la Cámara de Diputados, hasta que en agosto del año pasado se hizo cargo de la “papa caliente”, el Ministerio de Economía.
Fue una gestión tormentosa, en la que se multiplicó la inflación, creció la pobreza y se acentuó la corrida cambiaria. Pero Massa asumió la candidatura oficialista sin dejar el sillón de Economía. Y parece haber logrado la extraña alquimia de despegar los resultados de su gestión de sus promesas de campaña. El resultado de ayer superó sus expectativas y, una vez más, dejó en offside a las encuestas, que no descartaban la posibilidad de que entrara al ballottage, pero no en la primera posición.
“Le prometió a su familia que era el último cargo que iba a ejercer”, contaban cerca de él por esos días. Está claro que no cumplió, y en medio de la inflación desbocada y el dólar por las nubes, Massa busca hacer realidad el sueño que, a los seis años, le contó a su maestra del Agustiniano: ser presidente

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