Infancia y futuro. En mil días podemos cambiar nuestra sociedad
Hay que iniciar una cruzada para que los chicos tengan un desarrollo pleno
Por María Eugenia Estenssoro
Periodista y exsenadora nacional
Las urnas están listas. Tenemos la posibilidad de elegir un nuevo rumbo. ¿Pero sabemos hacia dónde queremos ir? Séneca decía que ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va. Terminaron las campañas electorales y ninguno de los candidatos a presidente mencionó como prioridad el problema más acuciante que tiene la argentina. No, no es el dólar; tampoco la inseguridad, problemas gravísimos. Está relacionado con la educación, tema que tampoco fue central, pero implica mucho más. Me refiero a la pobreza infantil que afecta a dos de cada tres niños, niñas y adolescentes menores de 17 años en nuestro país.
Estamos hablando de siete millones de chicos cuyas familias no cubren la canasta familiar, aunque reciban la AUH. Un millón padece hambre y se saltea al menos una comida diaria. Si incluimos a los que además sufren la falta de una vivienda adecuada, agua potable, saneamiento o educación, la cifra trepa a 8,6 millones, 68% de los menores de edad.
Los niños son el porvenir de una nación. ¿Qué futuro nos espera si la mayoría de los chicos de cinco años llega a preescolar con una madurez cognitiva de un niño de 3,5 años? ¿Qué futuro tendrán si la falta de nutrición y estimulación temprana impide que las conexiones neuronales de sus cerebros se desarrollen plenamente para alcanzar su potencial? ¿cómo vamos a entrar al futuro como sociedad y participar en la era del conocimiento si la mayoría de los alumnos de sexto grado en nuestro país no sabe ler, escribir, sumar y restar, de acuerdo con las evaluaciones aprender?
Estas son algunas de las cifras oficiales difundidas por la campaña “Votá por la infancia” lanzada por Unicef. ¿Qué dicen quienes se postulan para gobernar la nación y las provincias? Silencio. ¿Nadie va a recoger el guante?
Voz de alerta
El futbolista carlos Tevez alertó hace unos días sobre lo que está pasando. contó en un programa de televisión que durante un entrenamiento con jugadores de primera división hizo un ejercicio que algunos no pudieron cumplir: “Nos tocó hacer un ejercicio en la cancha de velocidad, y en esa velocidad traigo el tema de la neurociencia. al estar ahogado le hago solucionar un problema: 2 + 2. Es un ejercicio para tomar decisiones cuando estás ahogado. Tres de los chicos del plantel me dijeron que no saben ni sumar ni restar. ahí está la pobreza. Le podemos llevar comida, los podemos ayudar con un montón de cosas, pero el estudio, que se sepa defender, que sepa lo que está firmando … Somos todos culpables”, concluyó.
recordando las privaciones de su niñez, Tevez señaló la importancia de la cultura del trabajo y la educación para salir adelante: “Nosotros fuimos pobres, pero a nuestros viejos los veíamos levantarse a las seis de la mañana y volver a las siete de la tarde llenos de cal, con los pantalones rotos .... Tu papá se rompía la cabeza para traer la plata a la casa y vos tenés que saber leer, expresarte, para saber si te están diciendo la verdad”.
La capacidad de aprender es lo más importante, según el campeón mundial: “Tenemos que entender que se puede porque la vida es un aprendizaje. cuando lo entendés, no tenés techo para seguir aprendiendo. cuando no quieras aprender algo más es que no tenés un motivo para seguir viviendo”, consideró Tevez.
Pero ¿qué ocurre cuando un niño padece múltiples privaciones desde la gestación hasta los tres años, ese tiempo precioso conocido como “los mil días” en que el cerebro desarrolla gran parte de la masa cerebral y las conexiones neuronales imprescindibles para desplegar las capacidades cognitivas que el individuo necesitará para aprender durante toda la vida?
La situación de las infancias (que son múltiples y diversas) es un predictor preciso del futuro que le espera a una sociedad. Si la gran mayoría de niños, niñas y adolescentes nace, crece y vive en contextos de exclusión material, sanitaria, social, educativa, cultural y laboral como ocurre en la argentina, y no hacemos nada para cambiar de raíz la situación, cuando esos chicos lleguen a la vida adulta serán casi irremediablemente hombres y mujeres pobres, condenados a replicar el círculo de pobreza como sus madres, padres y abuelos. Por simple crecimiento demográfico, la pobreza aumentará exponencialmente. Ya llegó al 40% de la población adulta; en 20 años será del 60% o más.
Hay otro elemento que hace que la pobreza se multiplique en forma alarmante. Por un lado, las familias de los sectores humildes tienen en promedio más hijos que las familias de clase media (4,3 contra 2), de acuerdo con un estudio demográfico realizado por el doctor y científico Juan carlos Parodi en base a datos oficiales. Por el otro, en los barrios pobres las mujeres se embarazan a edades más tempranas, por lo cual las generaciones se reproducen en períodos más cortos, cada 16 años. “Es una cuestión matemática”, advierte Parodi.
Fui testigo de esta realidad dramática cuando recorría regularmente las villas de la ciudad de Buenos aries como legisladora y senadora nacional. Nunca voy a olvidar un domingo, cuando salía de la iglesia Nuestra Señora de cacupé en la Villa 21-24. Un cura me presentó a una joven. Era obesa (otra de las caras de la malnutrición) y estaba acompañada de una hija adolescente con un bebe en brazos y otro de la mano. El cura dijo cariñosamente: “Tiene 29 años y es abuela”. internamente entré en shock. No dije nada, pero comprendí la magnitud del problema social que se incubaba en la argentina.
Quién dijo que todo está perdido
No me resigno a vivir en un país de ricos y pobres, con cada vez más familias viviendo en la miseria, sin posibilidades de progresar. Llegué a la argentina en 1962 como inmigrante. Mis padres, ambos bolivianos como yo, habían vivido y trabajado en Estados Unidos y México, pero se radicaron aquí definitivamente con sus hijos. Estaban convencidos de que la argentina –con una amplia clase media, bajos índices de pobreza (menos del 4%) y una buena educación– podía convertirse en el primer país plenamente desarrollado de la región. Ese ideal me acompaña desde niña y no estoy dispuesta a enterrarlo.
Zulma ortiz nació en los años 60 en el seno de una familia humilde. Su historia es un ejemplo de la argentina de la movilidad social y el de mi hijo el doctor. En su caso, doctora. Creció en el barrio Desamparados, de San Juan capital. “Había una calle principal, otra calle que llamábamos ‘del medio’ donde vivíamos nosotros, frente a un baldío que era la cancha de futbol. Más allá, la pobreza iba en aumento. Mi padre era un gendarme retirado y trabajaba en una mueblería. Mi madre, ama de casa. Éramos cinco hermanos. Cuando mi padre se enfermó de Ela, en ese entonces no se sabía lo que era, nos tuvimos que venir a Buenos Aires para que lo atendieran”.
Tras la muerte de su padre, su madre empezó a trabajar durante el día en un hotel de Constitución y de noche como cuidadora. Sus otros hermanos también trabajaban para que ella, la menor, pudiera estudiar. “Cuando me recibí de médica, mi mamá pudo quedarse en casa. Soy la primera universitaria de mi familia. Si tuviera que decir qué nos ayudó a superar las limitaciones, fue la educación. Mis sobrinos son todos universitarios… Pero no sé qué va a pasar con las nuevas generaciones”, agrega preocupada. “Antes, en la facultad la diferencia de clase social tenía más que ver con la ropa que podías comprarte o no. Ahora veo que las diferencias son de lenguaje, de cultura, de capacidad de comprensión”.
Zulma Ortiz fue ministra de la Salud de la provincia de Buenos Aires con María Eugenia Vidal. Previamente trabajó en Unicef, donde comprobó que para garantizar la salud de la población y revertir la situación de pobreza actual es esencial intervenir activamente en los primeros años de vida del niño. Su modelo es el programa Chile Crece Contigo, lanzado por Michel Bachelet en 2009, que acompaña a las madres de hogares pobres desde el embarazo hasta los ocho años. “Que ningún niño quede atrás debido al lugar o la familia en la que nació. Que la cuna no marque la diferencia”, dijo la expresidenta chilena en su momento.
“Cuando uno habla de primera infancia, uno se refiere a los primeros mil días o cinco años de vida. Pero lo ideal es comenzar antes, desde la salud sexual y reproductiva de la mujer. Si al menos uno invierte desde el embarazo, el nacimiento y hasta los primeros cinco años, puede revertir con esa inversión todas las situaciones que hoy lamentablemente tenemos”, señala Ortiz. “De los cuatro elementos clave de la primera infancia, lenguaje, cognitivo, físico y socio ambiental, el cognitivo, es decir el desarrollo neuronal, es la base del capital intelectual que luego se convertirá en el capital social y económico que permite la movilidad social”.
La adecuada nutrición de la madre y del niño, la lactancia, la estimulación a través de la palabra, el juego, los cuentos y el arte son esenciales para el desarrollo cognitivo y del lenguaje de los niños. Estos hábitos de crianza están ausentes en gran parte de los hogares pobres, donde la cotidianidad está atravesada por el hacinamiento, la falta de higiene, la violencia doméstica, los abusos sexuales y carencias de todo tipo. Por eso son imprescindibles los espacios de cuidado, jardines maternales y centros de primera infancia con personal capacitado y supervisado por profesionales
Bachelet construyó durante su primera presidencia 5000 jardines maternales para niños de 0 a 3 años, muchos de ellos en escuelas secundarias, para que las madres y padres adolescentes no abandonen el colegio y puedan integrarse al mercado laboral. El BID promueve este modelo por su enfoque integral. Intervienen conjuntamente los ministerios de Desueño sarrollo Social, Educación, Salud, Infraestructura y Economía.
La calidad de la atención brindada en estos centros es fundamental para lograr cambios palpables. “nosotros trabajamos con adolescentes que son madres y padres y sus hijos, en programas de salud mental, terminalidad educativa, prácticas de crianza y proyecto de vida”, cuenta ricky Gorodisch, médico psiquiatra y psicoanalista, especializado en psiquiatría infantil y comunitaria, quien preside la Fundación Kaleidos. “En nuestro jardín maternal de Chacarita, que es gratuito y de doble turno, desarrollamos protocolos de intervención que luego compartimos con otras organizaciones a través de talleres de formación”.
¿Qué esperamos?
En los últimos años hemos escuchado hasta el hartazgo términos como inclusión social, justicia social, garantizar derechos, soberanía alimentaria, las dos vidas. Pero las estadísticas muestran que los discursos van por un lado y la realidad y los presupuestos públicos lamentablemente por otro.
Jorge Colina, economista de Idesa, especialista en políticas sociales, señala “la desproporción” que hay entre el gasto social para la tercera edad comparado con lo que se invierte en la infancia. “El sistema previsional a nivel nacional y provincial representa un 10% del PBI. La Asignación Universal por Hijo, la principal política social orientada a la pobreza infantil, 0,4%. Era el 1% del PBI cuando comenzó, pero la inflación y los recortes la licuaron a menos de la mitad. Alberto Fernández comenzó su gobierno anunciando la soberanía alimentaria con la creación de la tarjeta alimentaria, que representa otro 0,4% del PBI. Una verdadera manipulación, porque ni siquiera se compensó lo que la asignación universal perdió con la inflación”.
Si incluimos la inversión en educación básica (preescolar, primaria y secundaria) hay que sumar otro 4% del Producto Bruto al gasto en infancia. “Pero el 95% de ese gasto se destina a salarios. ¿Cuánto le llega al niño realmente?”, pregunta Colina, consciente del dramático deterioro educativo.
Yo tengo un sueño
Los científicos, inventores y emprendedores saben que muchos de los grandes descubrimientos y logros de la humanidad surgieron porque alguien se animó a preguntar: ¿qué pasaría si…? Y luego aplicó toda su imaginación, inteligencia, pasión y voluntad a solucionar algún problema o necesidad.
Pregunto entonces: ¿qué pasaría si más allá de quien gane las elecciones de mañana y llegue a la presidencia el próximo 10 de diciembre, los argentinos y argentinas de bien, de todas las ideologías, quienes realmente quieran cambiar de raíz el destino de nuestro país, organizamos una gran cruzada público, privada, empresarial, social y sindical por la infancia? ¿Qué pasaría si cada niño que nace hoy tuviera la posibilidad desde la gestación de crecer y desarrollarse de forma sana, segura y plena, gracias a un conjunto de políticas públicas nacionales, provinciales y municipales y al esfuerzo de miles de instituciones y voluntarios de todo el país? En solo mil días podemos empezar a cambiar sus vidas. Y en 18 años seríamos otra Argentina. Tendríamos una nueva generación de jóvenes preparados para los desafíos de este mundo, orgullosos de lo que el país les dio y decididos a devolver con trabajo y dedicación lo recibido. Como siempre, todo dependerá de nuestra voluntad política. ¿Qué esperamos?
Las urnas están listas. Tenemos la posibilidad de elegir un nuevo rumbo. ¿Pero sabemos hacia dónde queremos ir? Séneca decía que ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va. Terminaron las campañas electorales y ninguno de los candidatos a presidente mencionó como prioridad el problema más acuciante que tiene la argentina. No, no es el dólar; tampoco la inseguridad, problemas gravísimos. Está relacionado con la educación, tema que tampoco fue central, pero implica mucho más. Me refiero a la pobreza infantil que afecta a dos de cada tres niños, niñas y adolescentes menores de 17 años en nuestro país.
Estamos hablando de siete millones de chicos cuyas familias no cubren la canasta familiar, aunque reciban la AUH. Un millón padece hambre y se saltea al menos una comida diaria. Si incluimos a los que además sufren la falta de una vivienda adecuada, agua potable, saneamiento o educación, la cifra trepa a 8,6 millones, 68% de los menores de edad.
Los niños son el porvenir de una nación. ¿Qué futuro nos espera si la mayoría de los chicos de cinco años llega a preescolar con una madurez cognitiva de un niño de 3,5 años? ¿Qué futuro tendrán si la falta de nutrición y estimulación temprana impide que las conexiones neuronales de sus cerebros se desarrollen plenamente para alcanzar su potencial? ¿cómo vamos a entrar al futuro como sociedad y participar en la era del conocimiento si la mayoría de los alumnos de sexto grado en nuestro país no sabe ler, escribir, sumar y restar, de acuerdo con las evaluaciones aprender?
Estas son algunas de las cifras oficiales difundidas por la campaña “Votá por la infancia” lanzada por Unicef. ¿Qué dicen quienes se postulan para gobernar la nación y las provincias? Silencio. ¿Nadie va a recoger el guante?
Voz de alerta
El futbolista carlos Tevez alertó hace unos días sobre lo que está pasando. contó en un programa de televisión que durante un entrenamiento con jugadores de primera división hizo un ejercicio que algunos no pudieron cumplir: “Nos tocó hacer un ejercicio en la cancha de velocidad, y en esa velocidad traigo el tema de la neurociencia. al estar ahogado le hago solucionar un problema: 2 + 2. Es un ejercicio para tomar decisiones cuando estás ahogado. Tres de los chicos del plantel me dijeron que no saben ni sumar ni restar. ahí está la pobreza. Le podemos llevar comida, los podemos ayudar con un montón de cosas, pero el estudio, que se sepa defender, que sepa lo que está firmando … Somos todos culpables”, concluyó.
recordando las privaciones de su niñez, Tevez señaló la importancia de la cultura del trabajo y la educación para salir adelante: “Nosotros fuimos pobres, pero a nuestros viejos los veíamos levantarse a las seis de la mañana y volver a las siete de la tarde llenos de cal, con los pantalones rotos .... Tu papá se rompía la cabeza para traer la plata a la casa y vos tenés que saber leer, expresarte, para saber si te están diciendo la verdad”.
La capacidad de aprender es lo más importante, según el campeón mundial: “Tenemos que entender que se puede porque la vida es un aprendizaje. cuando lo entendés, no tenés techo para seguir aprendiendo. cuando no quieras aprender algo más es que no tenés un motivo para seguir viviendo”, consideró Tevez.
Pero ¿qué ocurre cuando un niño padece múltiples privaciones desde la gestación hasta los tres años, ese tiempo precioso conocido como “los mil días” en que el cerebro desarrolla gran parte de la masa cerebral y las conexiones neuronales imprescindibles para desplegar las capacidades cognitivas que el individuo necesitará para aprender durante toda la vida?
La situación de las infancias (que son múltiples y diversas) es un predictor preciso del futuro que le espera a una sociedad. Si la gran mayoría de niños, niñas y adolescentes nace, crece y vive en contextos de exclusión material, sanitaria, social, educativa, cultural y laboral como ocurre en la argentina, y no hacemos nada para cambiar de raíz la situación, cuando esos chicos lleguen a la vida adulta serán casi irremediablemente hombres y mujeres pobres, condenados a replicar el círculo de pobreza como sus madres, padres y abuelos. Por simple crecimiento demográfico, la pobreza aumentará exponencialmente. Ya llegó al 40% de la población adulta; en 20 años será del 60% o más.
Hay otro elemento que hace que la pobreza se multiplique en forma alarmante. Por un lado, las familias de los sectores humildes tienen en promedio más hijos que las familias de clase media (4,3 contra 2), de acuerdo con un estudio demográfico realizado por el doctor y científico Juan carlos Parodi en base a datos oficiales. Por el otro, en los barrios pobres las mujeres se embarazan a edades más tempranas, por lo cual las generaciones se reproducen en períodos más cortos, cada 16 años. “Es una cuestión matemática”, advierte Parodi.
Fui testigo de esta realidad dramática cuando recorría regularmente las villas de la ciudad de Buenos aries como legisladora y senadora nacional. Nunca voy a olvidar un domingo, cuando salía de la iglesia Nuestra Señora de cacupé en la Villa 21-24. Un cura me presentó a una joven. Era obesa (otra de las caras de la malnutrición) y estaba acompañada de una hija adolescente con un bebe en brazos y otro de la mano. El cura dijo cariñosamente: “Tiene 29 años y es abuela”. internamente entré en shock. No dije nada, pero comprendí la magnitud del problema social que se incubaba en la argentina.
Quién dijo que todo está perdido
No me resigno a vivir en un país de ricos y pobres, con cada vez más familias viviendo en la miseria, sin posibilidades de progresar. Llegué a la argentina en 1962 como inmigrante. Mis padres, ambos bolivianos como yo, habían vivido y trabajado en Estados Unidos y México, pero se radicaron aquí definitivamente con sus hijos. Estaban convencidos de que la argentina –con una amplia clase media, bajos índices de pobreza (menos del 4%) y una buena educación– podía convertirse en el primer país plenamente desarrollado de la región. Ese ideal me acompaña desde niña y no estoy dispuesta a enterrarlo.
Zulma ortiz nació en los años 60 en el seno de una familia humilde. Su historia es un ejemplo de la argentina de la movilidad social y el de mi hijo el doctor. En su caso, doctora. Creció en el barrio Desamparados, de San Juan capital. “Había una calle principal, otra calle que llamábamos ‘del medio’ donde vivíamos nosotros, frente a un baldío que era la cancha de futbol. Más allá, la pobreza iba en aumento. Mi padre era un gendarme retirado y trabajaba en una mueblería. Mi madre, ama de casa. Éramos cinco hermanos. Cuando mi padre se enfermó de Ela, en ese entonces no se sabía lo que era, nos tuvimos que venir a Buenos Aires para que lo atendieran”.
Tras la muerte de su padre, su madre empezó a trabajar durante el día en un hotel de Constitución y de noche como cuidadora. Sus otros hermanos también trabajaban para que ella, la menor, pudiera estudiar. “Cuando me recibí de médica, mi mamá pudo quedarse en casa. Soy la primera universitaria de mi familia. Si tuviera que decir qué nos ayudó a superar las limitaciones, fue la educación. Mis sobrinos son todos universitarios… Pero no sé qué va a pasar con las nuevas generaciones”, agrega preocupada. “Antes, en la facultad la diferencia de clase social tenía más que ver con la ropa que podías comprarte o no. Ahora veo que las diferencias son de lenguaje, de cultura, de capacidad de comprensión”.
Zulma Ortiz fue ministra de la Salud de la provincia de Buenos Aires con María Eugenia Vidal. Previamente trabajó en Unicef, donde comprobó que para garantizar la salud de la población y revertir la situación de pobreza actual es esencial intervenir activamente en los primeros años de vida del niño. Su modelo es el programa Chile Crece Contigo, lanzado por Michel Bachelet en 2009, que acompaña a las madres de hogares pobres desde el embarazo hasta los ocho años. “Que ningún niño quede atrás debido al lugar o la familia en la que nació. Que la cuna no marque la diferencia”, dijo la expresidenta chilena en su momento.
“Cuando uno habla de primera infancia, uno se refiere a los primeros mil días o cinco años de vida. Pero lo ideal es comenzar antes, desde la salud sexual y reproductiva de la mujer. Si al menos uno invierte desde el embarazo, el nacimiento y hasta los primeros cinco años, puede revertir con esa inversión todas las situaciones que hoy lamentablemente tenemos”, señala Ortiz. “De los cuatro elementos clave de la primera infancia, lenguaje, cognitivo, físico y socio ambiental, el cognitivo, es decir el desarrollo neuronal, es la base del capital intelectual que luego se convertirá en el capital social y económico que permite la movilidad social”.
La adecuada nutrición de la madre y del niño, la lactancia, la estimulación a través de la palabra, el juego, los cuentos y el arte son esenciales para el desarrollo cognitivo y del lenguaje de los niños. Estos hábitos de crianza están ausentes en gran parte de los hogares pobres, donde la cotidianidad está atravesada por el hacinamiento, la falta de higiene, la violencia doméstica, los abusos sexuales y carencias de todo tipo. Por eso son imprescindibles los espacios de cuidado, jardines maternales y centros de primera infancia con personal capacitado y supervisado por profesionales
Bachelet construyó durante su primera presidencia 5000 jardines maternales para niños de 0 a 3 años, muchos de ellos en escuelas secundarias, para que las madres y padres adolescentes no abandonen el colegio y puedan integrarse al mercado laboral. El BID promueve este modelo por su enfoque integral. Intervienen conjuntamente los ministerios de Desueño sarrollo Social, Educación, Salud, Infraestructura y Economía.
La calidad de la atención brindada en estos centros es fundamental para lograr cambios palpables. “nosotros trabajamos con adolescentes que son madres y padres y sus hijos, en programas de salud mental, terminalidad educativa, prácticas de crianza y proyecto de vida”, cuenta ricky Gorodisch, médico psiquiatra y psicoanalista, especializado en psiquiatría infantil y comunitaria, quien preside la Fundación Kaleidos. “En nuestro jardín maternal de Chacarita, que es gratuito y de doble turno, desarrollamos protocolos de intervención que luego compartimos con otras organizaciones a través de talleres de formación”.
¿Qué esperamos?
En los últimos años hemos escuchado hasta el hartazgo términos como inclusión social, justicia social, garantizar derechos, soberanía alimentaria, las dos vidas. Pero las estadísticas muestran que los discursos van por un lado y la realidad y los presupuestos públicos lamentablemente por otro.
Jorge Colina, economista de Idesa, especialista en políticas sociales, señala “la desproporción” que hay entre el gasto social para la tercera edad comparado con lo que se invierte en la infancia. “El sistema previsional a nivel nacional y provincial representa un 10% del PBI. La Asignación Universal por Hijo, la principal política social orientada a la pobreza infantil, 0,4%. Era el 1% del PBI cuando comenzó, pero la inflación y los recortes la licuaron a menos de la mitad. Alberto Fernández comenzó su gobierno anunciando la soberanía alimentaria con la creación de la tarjeta alimentaria, que representa otro 0,4% del PBI. Una verdadera manipulación, porque ni siquiera se compensó lo que la asignación universal perdió con la inflación”.
Si incluimos la inversión en educación básica (preescolar, primaria y secundaria) hay que sumar otro 4% del Producto Bruto al gasto en infancia. “Pero el 95% de ese gasto se destina a salarios. ¿Cuánto le llega al niño realmente?”, pregunta Colina, consciente del dramático deterioro educativo.
Yo tengo un sueño
Los científicos, inventores y emprendedores saben que muchos de los grandes descubrimientos y logros de la humanidad surgieron porque alguien se animó a preguntar: ¿qué pasaría si…? Y luego aplicó toda su imaginación, inteligencia, pasión y voluntad a solucionar algún problema o necesidad.
Pregunto entonces: ¿qué pasaría si más allá de quien gane las elecciones de mañana y llegue a la presidencia el próximo 10 de diciembre, los argentinos y argentinas de bien, de todas las ideologías, quienes realmente quieran cambiar de raíz el destino de nuestro país, organizamos una gran cruzada público, privada, empresarial, social y sindical por la infancia? ¿Qué pasaría si cada niño que nace hoy tuviera la posibilidad desde la gestación de crecer y desarrollarse de forma sana, segura y plena, gracias a un conjunto de políticas públicas nacionales, provinciales y municipales y al esfuerzo de miles de instituciones y voluntarios de todo el país? En solo mil días podemos empezar a cambiar sus vidas. Y en 18 años seríamos otra Argentina. Tendríamos una nueva generación de jóvenes preparados para los desafíos de este mundo, orgullosos de lo que el país les dio y decididos a devolver con trabajo y dedicación lo recibido. Como siempre, todo dependerá de nuestra voluntad política. ¿Qué esperamos?
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