domingo, 22 de octubre de 2023

UNA HISTORIA DE AMOR


“¿Podré volver a verte?”. La conoció en un súper y algo inesperado sucedió en el camino
Rubén quería saber si existía la magia y la respuesta la encontró entre las góndolas, en un encuentro que selló su destino
Un encuentro casual, o no tanto, que se tradujo en 46 años de vida en pareja
Ese mediodía de otoño estaba sentado a la sombra de uno de los árboles que estaban en su casa. Mientras pensaba, jugueteaba distraídamente con sus dedos sobre la suave Dichondra. De pronto, sin razón aparente, pareció despertar de un largo letargo. Sus ojos volvieron a parpadear. Y, cada vez que eso sucedía, generalmente era porque había llegado a alguna conclusión y estaba decidido a entrar en acción. La mente de Rubén Ardosian merecía un capítulo aparte en el libro de su vida.
Ya en la biblioteca de su casa, comenzó la recopilación de la información que minutos atrás lo había mantenido absorto en sus pensamientos. Buscó material sobre diferentes habitantes del mundo en las distintas épocas, referencias arqueológicas, nombres de presuntos magos, hechos misteriosos referidos al tema, artículos en los periódicos en todo el mundo, fórmulas de alquimistas famosos, leyendas y más. Las horas comenzaron a correr y la tarea parecía en pañales. Miró la hora y se dio cuenta de que era de madrugada. Decidió tomar un descanso.
A la mañana siguiente continuó la tarea luego de un desayuno liviano. Ya al finalizar el día parecía haber concluido. Pero ¿qué era lo que buscaba Rubén? Simplemente la cantidad de probabilidades de que existieran magos y brujas. En realidad quería saber si existía la magia. Y el resultado lo sorprendió. El porcentaje de 65% que había encontrado significaba que muy probablemente hubiera magos y por lo tanto existiera la magia. ¿Dónde estaban? ¿Qué hacían? ¿Quiénes eran? Pensó que cuantas más personas reunidas en un lugar hubiera, más probabilidades de encontrar un mago o una bruja tendría.
¡De pronto la vio!
Miró por la ventana, era de noche, el cielo estaba gris y caía una persistente garúa, hacía algo de frío. ¿Dónde ir para matar un poco el tiempo? De repente se le iluminaron los ojos, claro, al hipermercado que tenía cercano. Sin dudarlo salió rápido a buscar su bicicleta y se dirigió inmediatamente al híper. No sabía qué debía observar, aunque suponía que alguna rareza debían tener los magos y las brujas.
Estaba claro que no tenía que ver con sus ojos sino con su mente y mantenerse atento a eventos que antes pasarían desapercibidos. Ya concentrado en el nuevo método, comenzó a mirar a todos los que se encontraban a su paso en medio de las góndolas. Estuvo un buen rato siguiendo aquí y allá y nada. ¡Hasta que de pronto la vio!
Era una joven mujer de armoniosa figura en la góndola de los quesos. No supo por qué le llamo la atención. Ella en un momento movió la cabeza y cruzó su mirada, tenía ojos que refulgían. El corazón le dio un brinco y un rayo atravesó su corazón. Rubén se corrió detrás de una gran pila de naranjas que había en el pasillo central, para pasar desapercibido y seguir observándola.
Era hermosa y de aspecto delicado, mechones de cabello enmarcaban un rostro que parecía dibujado por Botticelli, o al menos a Rubén le pareció así, ya que le recordaba a Simonetta Vespucci. En esos instantes un parpadeo de la luz, seguramente producto de un fallo en el suministro de energía, oscureció el lugar. ¿Era una casualidad? Fueron unos segundos pero bastaron para que Rubén viera alrededor de la joven mujer un halo brillante y pequeñas estrellitas. ¡Era lo que estaba buscando!
Justo en ese momento pasaron dos niños corriendo una pelota. Lo tocaron y desequilibraron un poco y como estaba inclinado en extraña pose detrás de las naranjas, cayó sobre ellas. El desparramo fue total. En el piso, se puso rojo como un tomate de la vergüenza. Hasta que una voz muy dulce y cálida, le preguntó
–¿Se hizo dañó? Y una mano muy suave lo ayudó a ponerse de pie. Era la hermosa chica que había estado observando. Él no atinaba a responder ni hacer nada. La chica continuó hablándole. Él la miraba, casi sin escuchar. Sus ojos tenían un fulgor maravilloso y su sonrisa le pareció irresistible. Al rato se dio cuenta de que no le había soltado la mano.
Ella comenzó a moverse con su chango. Él se mantuvo a su lado. A ella no pareció molestarle, lo observaba y sonreía mientras lo guiaba en la charla. Al rato él se dio cuenta de que su chango estaba lleno. Otra vez se puso colorado, al recordar que no había traído dinero. Siguieron recorriendo las góndolas. Fueron con el chango al estacionamiento que estaba por debajo del híper y ella se dirigió a su auto.
–¿Dónde está su coche? –Él le indicó que no había venido en coche.
–Pero está lloviendo fuerte . Permítame alcanzarlo a su casa, ¿dónde es?
Él trató de negarse sin mucha convicción, pero ella insistió. Rubén le indicó la dirección y ella le comentó que era a 3 cuadras de su casa.
– Solo le acepto que me alcance hasta su domicilio. Ya hizo demasiado por mí, luego iré caminando, le dijo.
Ella aceptó luego de observarlo unos momentos, una pícara sonrisa apareció en su hermoso rostro. Llegados al domicilio de ella, bajaron y mientras ella abría el garaje, el hombre en el colmo de su audacia y en forma bastante increíble en él, le preguntó
–¿Podré volver a verla? Mientras miraba sus increíbles ojos que brillaban más con la lluvia. Ella lo miró con una sonrisa ahora cautivadora y dijo
–Creo que sí, pero tengo que irme ahora.
Dio media vuelta y entró a su domicilio. Rubén pudo verle la inicial de su nombre bordada en un pañuelo que llevaba la letra A. Él quedó flotando, comenzó a ir hacia su casa, llovía fuerte. Desde ese momento un hechizo lo cubriría para siempre. La volvió a ver, desde luego. Y vivió junto a ella 46 años hasta que falleció. “Tuvimos tres hijos y fuimos muy felices, la extraño mucho”.

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