Cristina tiktokera; Milei, experto en proyectos de riesgo
— por Pablo Sirvén
La comparación puede sonar irreverente, pero lo es más que una expresidenta y actual vice (su mandato se extingue en menos de una semana) agite el fantasma de la “catástrofe social” desde un formato tan superficial y juguetón como Tiktok, que desmerece la gravedad institucional de lo que denuncia. O no le importa nada, lo cual convierte a su comentario en frívolo y desaprensivo al mismo tiempo.
Viéndola avanzar en primera línea, con aire suficiente, en el Congreso, mientras deja atrás como involuntarias edecanes a Claudia Ledesma Abdala de Zamora y a Cecilia Moreau, evoca involuntariamente, en versión femenina, a Los Tres Chiflados, por lo desopilante y forzada que resulta la situación.
Al tomar la posta con aires y tono mandón, Cristina Kirchner encarna una suerte de versión criolla de Moe Howard, el malhumorado flequilludo que se cree el más esclarecido del legendario trío cómico, siempre dando órdenes con mala onda y que, si no le hacen caso, les retuerce las orejas o la nariz a sus compañeros, o les hace piquete de ojos. La titular de
Diputados y la presidenta provisional del Senado, en este caso, podrían hacer las veces de Larry y Curly, calladas, sin letra, apenas siguiendo de cerca a la poderosa dama, entre desconcertadas y divertidas.
En realidad, CFK entabla un forzado diálogo con quien en el video se ve que sale a la carrera desde muy atrás, en cuarto lugar.
“¿Viste, Luchy, lo que dijo el presidente [se refiere a Javier Milei y no a Alberto Fernández, que aún lo es; su enésima manera de despreciar a su creación] de estanflación?”, le apunta la vice saliente a la que viene rezagada. Luchy es la pampeana María Luz Alonso, secretaria administrativa de la Cámara alta, diputada provincial electa y, por sobre todo, incondicional de Cristina Kirchner. Acaba de publicar un libro titulado Pensar La Pampa, que prologó su admirada jefa, quien la describe mezquinamente como “la que se sentó y se sienta a mi lado, desde hace ya cuatro años, en el estrado de la presidencia del Senado de la Nación Argentina”. Luchy es la “artista invitada” más frecuente en sus videítos. Su misión es darle el pie a Cristina, en este caso para que pueda referirse a una de sus “clases magistrales” en la que calificó como el “infierno más temido” a la “recesión con inflación”, que es a lo que se denomina estanflación. Es su manera de aludir a lo que Milei, con descarnada sinceridad, anunció que será inevitable transitar en los primeros meses de su severo plan de ajuste en ciernes.
¿Hizo antes Cristina Kirchner alguna autocrítica, aunque sea mínima, de cuáles fueron las causas de la peor derrota de la historia del peronismo, encima asestada por un dirigente que entró en la política formal hace apenas dos años y que hasta su vertiginosa performance electoral solo se destacaba como ruidoso panelista televisivo?
No, no la hizo, al menos públicamente. ¿Creerá en serio que no tiene nada que ver con lo que pasó? Campante, prefirió grabar otro Tiktok con el mismo elenco, cuando iban camino a la Asamblea Legislativa en la que proclamaría, con cara larga, a Milei y a Victoria Villarruel como presidente y vicepresidenta electos. “Acá estamos las poderosas chicas del Poder Legislativo”, arrancó ocurrente CFK. Y otra vez de muy atrás surgió la vocecita de Luchy: “¿Escuchaste lo que dijo Avelluto?” (por el exministro de Cultura de Macri, arrepentido, según confesó, de haber consumido la “droga del antikirchnerismo rabioso”, aunque asegura que un día la dejó).
Si no quiere hacer autocrítica, al menos podría preguntarse por qué no logra nunca imponer un candidato presidencial de su riñón más militante. No lo fue Daniel Scioli, en 2015; ni Alberto Fernández, en 2019, y en 2023 su preferido, Wado de Pedro, duró solo 24 horas como candidato, reemplazado enseguida por Sergio Massa, tampoco muy cercano a sus afectos. Difícilmente mejore la performance electoral de su espacio si continúa solamente haciendo videítos cual si fuera una adolescente a punto de egresar del secundario libre de culpa y cargo.
Mientras tanto, desde el holding encabezado por Eduardo Eurnekian (Corporación América), donde el nuevo presidente trabajó quince años, destacan que antes de convertirse en una estrella televisiva Milei tenía bajo su responsabilidad el análisis de riesgo de inversiones a futuro de alto impacto y que era muy meticuloso y asertivo. Aunque su influencia se empezó a atenuar cuando las nuevas empresas del grupo armaron sus propios equipos. Eurnekian lo trata paternalmente y hasta comen juntos de vez en cuando. Por la cercanía del patriarca de ese conglomerado industrial con el Papa hubo un chisporroteo pasajero cuando Milei atacó a Francisco. El mote de “dictador”, que le endilgó el empresario, ya quedó en el recuerdo
La vice saliente le tira sus dardos envenenados en formato adolescente; el presidente electo se fogueó en la Corporación América
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Riquelme vs. Macri: la elección que se juega en los tribunales
Alejandro Casar González
Juan Román Riquelme y Mauricio Macri solo tienen en común los colores. Lo único que los hermana son el azul y el amarillo. La semana que pasó refleja cómo ambos ni se ven ni se tutean; no se toleran. El expresidente se jacta de ser el dirigente más exitoso de la historia de Boca. El otro, un ídolo sin par, más cercano al corazón de los hinchas que cualquier otro. Uno habla de gestión; el otro, de identidad. Uno se cree experto de escritorio; el otro, el mesías que salvará al club de los capitales golondrina; de la privatización.
La Argentina actual parece acostumbrada a los procesos electorales con propuestas antagónicas. No existe el término medio. Todo es negro o blanco. Así como hace unos días el balotaje nacional enfrentó a Javier Milei con Sergio Massa, la contienda boquense, comparable a una provincia en padrón, mide dos modelos de club que no tienen un solo punto en común. Si uno (Riquelme) propone quedarse en la Bombonera actual e ir “casa por casa” para poder anexar más terreno y ampliar el estadio, el otro (Macri) habla de dos canchas, incluida una último modelo –Bombonera siglo XXI– que se construiría a pasos del templo xeneize. Si uno (Riquelme) tiene fotos con Sergio Massa y vive en Don Torcuato, el otro (Macri) firmó el acuerdo de gobernabilidad con Javier Milei, el presidente electo. Si uno (Riquelme) saca a relucir el millonario superávit del último ejercicio contable, el otro (Macri) piensa en aportes externos de capital para financiar la construcción del nuevo estadio. Y así, un juego de mil contrastes.
La última de esas diferencias llegó a los tribunales. Fue por la confección del padrón, una estrategia común en el fútbol argentino que suele funcionar para dilatar los comicios. Basta una inspección en los listados de los socios habilitados para votar para encontrar incongruencias. Puede pasar en Boca, River,
Sacachispas o Yupanqui. Ningún club está exento de que en las nóminas de electores aparezcan personas ya fallecidas, por ejemplo. En el caso de Boca, los comicios pasaron dos veces por los tribunales. Primero, la Justicia resolvió la postergación del 2 al 3 de diciembre. De sábado a domingo, para permitir que los empadronados de religión judía pudieran ir a votar.
Boca club –o sea, Riquelme y Jorge Amor Ameal– protestó por la decisión a través de las redes sociales. Pero aceptó celebrar las elecciones el día propuesto. Es decir, hoy. Sin embargo, nadie acusemana dirá a las urnas y las tres carpas preparadas para tal fin quedarán desiertas. El oficialismo dice que perderá millones por la decisión de la jueza Alejandra Abrevaya, quien dictó una medida cautelar que pone en suspenso los comicios. Hubo más de 13.000 nombres “observados” (el término técnico para indicar que están faltos de papeles). Sobrevino entonces una larguísima conciliación entre dos partes destinadas a no conciliar. La oposición quiere votar sin aquellos impugnados. El oficialismo pretendía que sufragaran todos. Por supuesto, no hubo acuerdo. Y comienza la próxima un laberinto judicial que, con una ráfaga –ni siquiera un viento– a favor podría volver a convocar a los socios a las urnas el próximo 17. Es eso o votar en marzo-abril de 2024.
Mientras tanto, Riquelme apuesta todas sus fichas a ese diferencial que sabe que tiene: el amor de los hinchas, esos en los que todavía pervive su talento como futbolista, por más que sus últimas imágenes con la pelota y la camiseta xeneize daten de junio de 2014. Hace casi una década. A ellos, que lo siguen con una reverencia casi mística, es imposible pedirles que separen al deportista del gestor; el número 10 del dirigente. Riquelme será siempre Román. En la función que sea.
Sin embargo, al ídolo le jugaron una mala pasada el calendario y el andar del equipo. La final de la Copa Libertadores en Río de Janeiro, perdida en el alargue ante Fluminense, hizo que Boca tuviera sus venas abiertas. Un puñado de días después, y con el resultado todavía fresco, Macri decidió postularse como vicepresidente. Hasta esa derrota deportiva, Riquelme estaba seguro de que ganaría la contienda caminando. Habló de “95 a 5”. Le siguieron la derrota en las semifinales de la Copa Argentina a manos de Estudiantes, la no clasificación a los cuartos de final de la Copa de la Liga y la certeza de que en 2024 no habrá Copa Libertadores, sino Sudamericana, el segundo torneo sudamericano en importancia. Además, renunció Jorge Almirón, el DT elegido por Riquelme.
El socio de Boca no pudo emitir un solo voto, pero la contienda electoral se juega desde hace más de un mes. Serán los tiempos judiciales los que definan cuándo y cómo se vota. Riquelme tiene clarísimo por dónde librar su batalla: codo a codo con los hinchas. Hoy los acompañará en la Bombonera. Muchos de ellos lo hubieran votado. Él está seguro de que le hubiesen alcanzado esos votos para ganar. El partido entre Macri y Riquelme empezó hace rato. Nadie sabe cómo puede terminar.
La contienda de Boca es comparable, por el tamaño del padrón, a la de algunas provincias argentinas; se juegan dos modelos antagónicos
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