¿Derecho a desconectarse del trabajo?
Andrés Oppenheimer
El plan de Australia de combatir el agotamiento laboral estableciendo un “derecho a desconectarse” de los celulares después del horario de trabajo se ha convertido en una noticia mundial. El Senado australiano aprobó el 8 de febrero el proyecto de ley del “derecho a desconectarse”, que permitiría a los trabajadores ignorar las llamadas o e-mails de sus jefes fuera del horario laboral. Según la prensa australiana, es casi seguro que el proyecto de ley será aprobado por la Cámara de Representantes y se convertirá en ley.
“Alguien a quien no se le paga por trabajar 24 horas diarias no debería ser penalizado si no está en línea y disponible las 24 horas del día”, dijo el primer ministro australiano, Anthony Albanese, el 7 de febrero. La nueva propuesta de Australia parece confirmar una creciente tendencia mundial a permitir el “derecho a desconectarse”. Francia, Alemania, Bélgica e Italia, entre otros países, han aprobado leyes similares en años recientes. La insatisfacción laboral es un tema cada vez más importante, porque hay un aumento global de la infelicidad. Una encuesta de Gallup realizada en 142 países encontró que la infelicidad aumentó del 24% de los encuestados en 2006 al 32% en 2023.
Y entre las principales causas de infelicidad están el estrés y la ansiedad en el trabajo. “El estrés laboral mundial se mantiene en un récord histórico”, dice el estudio de Gallup. Otros estudios citados por partidarios del “derecho a desconectarse” muestran que las empresas con trabajadores felices son más exitosas. Un conocido estudio realizado entre 1793 empleados de ventas de la empresa de telecomunicaciones británica BT concluyó que los trabajadores feQuizás lices son un 13% más productivos que los infelices. “Descubrimos que cuando los trabajadores están más felices, trabajan más rápido, hacen más llamadas por hora y, lo que es más importante, convierten más llamadas en ventas”, dijo el profesor de la Universidad de Oxford Jan-Emmanuel De Neve, uno de los autores del estudio.
Los críticos del “derecho a desconectarse” señalan que muchas industrias deben hacer frente a emergencias que no pueden ser dejadas sin responder. Y en algunos países con leyes laborales estrictas y baja productividad, no responder correos electrónicos o llamadas de urgencia puede reducir aún más la productividad y el crecimiento económico, afirman. Además, algunos empleados, especialmente las madres de niños pequeños, prefieren responder correos electrónicos después del horario laboral, señalan los críticos. Son argumentos valederos, que no pueden ser desestimados.
la mejor alternativa a las leyes que establecen el “derecho a desconectarse” de manera irrestricta son las que lo hacen fijando excepciones razonables, e incitan a las empresas a permitir horarios flexibles. Jen Fisher, directora de Sostenibilidad Humana Deloitte, una empresa consultora con más de 400.000 empleados en todo el mundo, me dijo que su empresa alienta a sus trabajadores a turnarse para tener “tiempo de desconexión”. Cuando la entrevisté para mi libro Cómo salir del pozo, Fisher me dijo que ella recomienda “crear horarios rotativos, cosa de que por ejemplo tú me cubras los martes y miércoles por la noche, y yo te cubra los jueves y viernes. Y siempre se pueden intercambiar los días, si uno de los dos lo necesita”.
Esto se puede hacer fácilmente, redirigiendo automáticamente los correos electrónicos a algún compañero que está de turno, me explicó. Todo indica que una prohibición estricta a todos los correos electrónicos o llamadas telefónicas de trabajo fuera del horario laboral sería contraproducente porque paralizaría la productividad y el crecimiento económico.
Pero hay una crisis de agotamiento laboral en el mundo que no puede dejar de ser atendida. El estrés laboral hace que cada vez más gente sea infeliz, produce una cada vez mayor rotación laboral en las empresas y aumenta enormemente los costos de salud de los países. Aunque la tecnología nos ha servido para estar más cerca de nuestros amigos y familiares, también está haciendo que vivamos pendientes de nuestros celulares por problemas laborales en todo momento. Es hora de encontrar soluciones para que tengamos más “tiempo de desconexión” del trabajo, y seamos más felices.
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Debate de época: democracia e inteligencia artificial
Oscar A. Moscariello Politólogo, sec. gral. PDP y exembajador en Portugal
Todas las épocas plantean cuestiones definitorias sobre el futuro de la civilización y la dirección que toma la humanidad. A casi un cuarto de este siglo, ya está claro que la relación entre la democracia, cuando en el corriente año más de la mitad de la población global va a las urnas, y la inteligencia artificial constituye el gran debate de nuestro tiempo.
La inteligencia artificial conlleva riesgos que nosotros, los que vivimos y queremos seguir viviendo en democracia, nunca hemos enfrentado. Son amenazas nuevas, por su especificidad y magnitud, que pueden perturbar violentamente el equilibrio social y la robustez de los valores liberales que seguimos.
Los riesgos aparecen, en primer lugar, en el nivel del mercado laboral. Claro que anteriores choques tecnológicos, como el desencadenado por la aparición de las computadoras y el ordenador personal, también resultaron un cambio sustantivo en las modalidades de empleo y muy destructivo sobre el trabajador menos cualificado y que no pudo adaptarse a los cambios. Pero nunca en esta escala: según un informe del Fondo Monetario Internacional presentado en Davos, el 40% de los empleos en todo el mundo se verá afectado por la inteligencia artificial. Otra novedad histórica: el impacto será tanto mayor cuanto más cualificado sea el empleo.
En segundo lugar, en el nivel del fenómeno de la desinformación, que representa un dilema dentro de la democracia. Por un lado, no podemos evidentemente criminalizar las fake news, porque sería atentar contra la libertad de expresión. Por otro lado, no podemos seguir asistiendo de brazos cruzados a la persistente manipulación de la opinión pública, particularmente en períodos electorales y muchas veces con actores extranjeros involucrados. Manipulación cada vez más profesional y sofisticada y que, recurriendo a la inteligencia artificial, pone en boca y en voz de presidentes y candidatos cosas que ellos nunca dijeron.
El tercer gran riesgo se sitúa en el campo de los derechos y libertades individuales, como la privacidad. En cierta medida, la inteligencia artificial es una obra maestra a los ojos autocráticos. Ninguna otra tecnología facilitó tanto la vigilancia masiva y ha sido capaz de rastrear, en tiempo real, dónde se encuentra cada ciudadano en cada momento, recurriendo, por ejemplo, al reconocimiento facial. Otra caja de Pandora es la policía predictiva, es decir, el uso de algoritmos, tantas veces opacos, para identificar el potencial criminal de determinados individuos o comunidades. Ni pensar en la mala utilización del patrimonio genético con la evolución predictiva que tiene el genoma humano.
Por último, importa resaltar que, sin la debida regulación, la inteligencia artificial podría agravar aún más las desigualdades, ya hoy en punto de ebullición en algunas sociedades democráticas. Sobre todo, por dos vías: la concentración de poder en un pequeño número de gigantes empresariales de media docena de países, y la distancia aún mayor que esta tecnología puede abrir entre el rendimiento del trabajo y el del capital.
La convergencia entre democracia e inteligencia artificial presenta un escenario de posibilidades sin precedentes, brindando innovaciones y mejoras en diversos aspectos de nuestras vidas. Pero es imperativo abordar con urgencia los riesgos inherentes a esta relación para salvaguardar los valores fundamentales de nuestra sociedad. En este crucial diálogo entre beneficios y riesgos, la responsabilidad recae en la sociedad en su conjunto, desde legisladores hasta universidades y ciudadanos, para garantizar que este avance tecnológico se integre de manera justa y equitativa en el tejido de nuestras democracias
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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