¿Siguen o ya se fueron?Las dos grandes complicaciones para la vida de los rusos en la Argentina
Texto de Jesús Allende
Cuando la onda expansiva de la invasión de Rusia a Ucrania, el 24 de febrero de 2022, se materializó en un inesperado aluvión de rusos en Buenos Aires, la hermenéutica de los porteños fue puesta a prueba frente a un fenómeno vivo ¿una nueva ola inmigratoria o una parada golondrina de expatriados? La suspicacia, el temor a lo incomprendido dejó espacio a diversas teorías y un improvisado intento de explicar aquello que sólo el tiempo pone en perspectiva. A dos años, el fenómeno adoptó una forma que no se define del todo y al menos ofrece una certeza: la convivencia con los rusos en barrios como Palermo, Belgrano Villa Crespo y Recoleta es una realidad. Muchos regresaron u optaron por nuevos destinos, sea por las dificultades para obtener la residencia o en su adaptación a la vida en Buenos Aires, pero quienes permanecen son parte de una comunidad incipiente -aún dispersa-, que empezó a fortalecer una tendencia. La aparición en diferentes puntos de la ciudad de comercios y centros de formación ligados a la cultura rusa lo reflejan. A los dolarizados nómades digitales se le sumaron los emprendedores que facturan en pesos, con negocios de identidad rusa convertidos en salones de belleza, bares, restaurantes y cafeterías de la especialidad moscovita. Con un limitado conocimiento del español aprovechan las oportunidades que les ofrece la ciudad sin desatender a las variables que podrían finiquitar su radicación. Entre ellas, les preocupa su estado migratorio indefinido por las autoridades, la dificultad de alquilar un departamento en iguales condiciones que los argentinos y los impedimentos para bancarizarse.




BUCAREST GASTRO BAR
Es el bar que los jóvenes rusos adoptaron como lugar de encuentro con su comunidad y abrió en julio de 2023
En Palermo, donde la calle Virasoro se vuelve un pasaje, hay un local con una fachada discreta y un ventanal que trasluce un interior más estridente y vivo, con una barra de mármol negro, espejos con luces naranjas y sillones de peluquería. Al entrar, todos hablan ruso. Allí Ilia, de 19 años, prepara café. El joven llegó de Kalingrad junto con su novio hace cinco meses, justo cuando empezó a funcionar Mint Lounge, el salón de belleza de propietarias rusas, donde pronto consiguió trabajo. Estudió con un maestro colorista en Rusia y aunque no habla español quiere ser estilista profesional en Argentina. En la heladera detrás de él hay productos tradicionales de su tierra: milhojas napoleón y pirozhnoe kartoshka -una especie de trufa de chocolate con forma de corazón- además de paquetes de varenikes, que parecen ravioles y están rellenos de carne. Maria, de 38, la dueña de Mint Lounge se comunica en inglés y dice que todavía no tuvo tiempo de aprender español porque abre el salón todos los días y, si un cliente lo llega a requerir, también por la noche. Su filosofía laboral le dicta que así es la única manera de que un negocio prospere. “Llegué hace nueve meses y fue muy difícil, pero me encanta Argentina. Los argentinos desconfían de nuestra llegada y nos preguntan qué hacemos acá, por qué abrimos comercios y qué queremos y la realidad es muy simple: queremos abrir negocios porque sabemos mucho de ellos, estudiamos y nos preparamos”, dice Maria. Nació en Turkmenistán, cuando el territorio pertenecía a la ahora disuelta Unión Soviética, y trabajó en puestos de gerencia ejecutiva en empresas de tecnología y mayoristas en Estados Unidos y en Rusia. Arribó a Buenos Aires con su hija y hace cinco meses, junto con dos socias rusas, se animó a abrir su propio negocio, Mint Lounge, de pedicura, peluquería, manicura, colocación de pestañas y masajes faciales a la moda rusa. Sus clientes son principalmente compatriotas, aunque también van argentinos y brasileños, y toda la información del local en sus redes sociales la publica en cirílico. “Nos gusta vivir acá, pero tenemos muchos problemas con migraciones, tengo la residencia precaria, lo que es una traba para los negocios. Los argentinos nos tienen que dar una oportunidad porque pueden aprender mucho de nosotros”, cuenta Maria. Sin hablar español hay una palabra que entiende bien y aprendió a odiar: mañana. "Aquí todo es mañana, mañana. Hace tres meses que esperamos que nos entreguen la marquesina de neón que ordenamos y pagamos a una empresa de iluminación. No tenemos cartel y a la gente le cuesta encontrar el local por el ´mañana´ de los argentinos”, se ríe para no frustrarse. Su socia, Uma, de 36, le corta el pelo a una clienta y después de lavarlo habla a la distancia con Maria en ruso por encima del ruido del secador que suena como una turbina. “A los argentinos les importa la comida y el deporte, pero a nosotros el cuidado de la cara, el cabello, las manos y el cuerpo. El estándar de belleza en Rusia es alto y estudiamos la industria todo el tiempo”, dice Uma, de San Petersburgo. Y agrega: “Trabajamos mucho. Allá la cosmética es muy activa, pero aquí no. En la Argentina la economía está muy mal y los rusos se van porque es aún peor que la economía en guerra. Yo me quedo porque me gusta la naturaleza, la libertad y el humor positivo de los argentinos”. Los productos que necesitan no los encuentran en el mercado local y para abastecerse dependen de otra socia rusa que les prepara bálsamos y exfoliantes. Además, les está desarrollando una fragancia para el salón.
BIRDY BIRDS
En Villa Crespo abrió hace un mes un café de especialidad al que acuden los rusos por el raf, una bebida clásica moscovita y el syrnik, un bizcocho de ricota que se acompaña con leche condensada
Otro negocio ruso que abre de lunes a lunes es Ioshek, un café en Recoleta que sirve las especialidades del país. Por la tarde, el negocio está lleno y Evgeny Poluyantsev, de 38, se acerca al mostrador y pide un café para llevar. A diferencia de sus compatriotas recién llegados no tiene dificultades para comunicarse porque es traductor y habla cinco idiomas. “Pensamos que iba a ser más fácil conseguir la ciudadanía, pero claramente estábamos equivocados. No sentimos que haya discriminación contra los rusos, pero si mucha desconfianza. La mayoría de los que llegaron son de clase media, trabajan remotamente, no hablan castellano y vinieron por cuestiones políticas, gente opuesta al gobierno del Estado ruso actual”, dice Evgeny, vestido con boina blanca, en un español con acento porteño. Al traductor le fascina la cultura argentina y ya había vivido en Buenos Aires en 2015 y decidió volver con su novia, en marzo de 2022, para radicarse definitivamente y estudiar Ciencia Política en la UBA donde ya está cursando el CBC. “La invasión a Ucrania fue el punto pivotal de mi decisión. Me encantaba vivir en San Petersburgo, pero no quería vivir en un estado beligerante que dejó de parecerse a mi país”, dice Evgeny. En su nueva vida en Argentina se rebautizó “Eugenio”, trabaja también como sonidista y administra un grupo de Telegram que aglutina a 3000 rusos. Señala dos “puntos de dolor” que son comunes entre los reclamos de la comunidad: la residencia y el alquiler. “Son varios miles de rusos tratando de resolver su situación migratoria y algunos empezaron a irse desesperados a Brasil, Europa o Asia. Te otorgan una residencia precaria, un documento temporal, mientras se resuelve el estado en migraciones, pero en el mejor de los casos lo único que hacen es renovártela por tres meses más”, dice y muestra en la pantalla de su celular que el trámite de su documento está paralizado en el paso 2 de “Verificación” hace meses sin que las autoridades migratorias resuelvan si le conceden una residencia temporal o permanente. La precaria les permite trabajar, pero no bancarizarse, ni abrir una cuenta en una billetera virtual local, como MercadoPago, darse de alta en el monotributo o registrar la patente de un vehículo, por ejemplo. “No podemos comprar nada en cuotas, y tenemos que manejar todo en efectivo. Dependemos que un familiar o amigo nos traiga dinero de afuera”. Las limitaciones financieras inciden directamente a la hora de alquilar. “Cuando saben que sos ruso es imposible conseguir en pesos y sólo nos alquilan temporario. Nos ven como una fuente de divisas y los agentes inmobiliarios nos cobran un 40% de comisión por cada mes de estadía.”
DE UN RUSO PARA LOS RUSOS
El café Birdy Birds fue fundado por un ruso y apunta al público de los recién emigrados
En Villa Crespo abrió hace un mes Birdy Birds, un café de especialidad al que acuden los rusos por el raf, una bebida clásica moscovita y el syrnik, un bizcocho de ricota que se acompaña con leche condensada. “Todos los que están reunidos hoy son rusos”, dice detrás del mostrador rodeado de licuadoras y cafeteras, Igor, de 36, dueño de Birdy Birds. Llegó desde Samara, una ciudad industrial y eligió la Argentina porque la siente familiar. “En Rusia trabajaba en tecnología y estaba abriendo una empresa cuando estalló la guerra. Si me quedaba tenía que hacer el servicio militar, pero no tenía ninguna intención de matar a un ucraniano”. Igor habla un español básico que le permite manejarse cuando van clientes argentinos. “Hay muchas oportunidades para los negocios, los precios para alquilar locales en Buenos Aires son muy buenos, mucho más barato que alquilar un departamento para vivir. Pago en pesos el local mientras que el departamento en dólares”. Cuando se le pregunta por su proyecto en la Argentina no lo duda: ”Voy a abrir 100 cafeterías en todo el país. Los rusos tenemos profesión y nivel para hacerlo”. Cerca de allí, en Scalabrini Ortiz se encuentra Bucarest Gastro Bar, el lugar que los jóvenes rusos apuntan como punto de encuentro con su comunidad. Abrió sus puertas en julio de 2023 y su dueño, Danil Tchaposvki, es un emprendedor experimentado que incursionó en el negocio de las salas de escape, siendo un precursor, cuando todavía eran una novedad en la Argentina. “Planeamos Bucarest para tener un espacio de encuentro donde la comunidad eslava pueda integrarse con los locales y así armar una red de intercambio cultural. Hace 24 años vivo en la Argentina, amo este país, fui papá hace un año y mi proyecto es seguir emprendiendo aquí, seguir esforzándome para mejorar las cosas desde el lugar que estoy para que mi hijo tenga un futuro mejor”, comparte Danil sobre su nuevo emprendimiento. Aunque no todo son negocios. Dimitri Danilov, de 43, es compositor y director coral y llegó a Buenos Aires hace un año y se instaló en Villa Urquiza, un barrio que a su esposa le recuerda a Peterhof, un suburbio de San Petersburgo, de donde vinieron. En poco tiempo creó el coro ruso-argentino Cruz del Sur, de 40 personas. La mayoría son inmigrantes rusos que llegaron en 2022 y 2023. “El coro es donde las personas tienen la oportunidad de reunirse con sus compatriotas, comunicarse, encontrar amigos y todo lo que les falta estando lejos de su patria”. Hasta la fecha brindó siete conciertos y su repertorio mezcla música rusa con argentina. “Es importante que los compatriotas que recién llegan se sientan en casa, interpretando música rusa, moderna y tradicional, y a la vez se integren en la cultura Argentina”, dice Dimitri. El músico se graduó en el Conservatorio de San Petersburgo y da conciertos como cantante y pianista. Además del coro sigue su formación profesional en la UNA para especializarse en dirección de orquesta sinfónica. Como estudiante pudo obtener su DNI mientras que su esposa e hijos, que llegaron más tarde, todavía están en el proceso de migraciones. “En mi familia crecen dos niños pequeños y criarlos en un país con operaciones militares era inaceptable. Argentina fue la oportunidad de obtener una educación superior gratuita y de calidad que decidí aprovechar. Probarme a mí mismo en esta actividad es mi sueño de larga data. Nos sentimos cómodos en Argentina, no vamos a mudarnos a ningún otro país porque nuestro proyecto está acá”.


MINT LOUNGE
El salón de belleza queda en la calle Virasoro, de Palermo, y todos hablan ruso
Al momento de buscar fuentes de información sobre la vida en Argentina los rusos se vuelcan a Telegram, YouTube o Instagram antes que acudir a los representantes oficiales de su país. “En las redes sociales continúa la lluvia de consultas por los partos, los mejores barrios donde instalarse, cómo obtener la residencia y dónde estudiar español u otras carreras”, dice Tamara Yevtushenko, coordinadora de la cátedra de Rusia en IRI-UNLP y representante de la Universidad Estatal de San Petersburgo en la Argentina. Yevtushenko es profesora del ISEN de la Cancillería y señala que para estudiar español los rusos evitan el contacto con las organizaciones oficiales rusas. “Cuando les informamos que nuestra institución es la representante oficial de la universidad de San Petersburgo, no vuelven a contactarse con nosotros. Nos ven como un organismo oficial prorruso y no quieren proporcionar datos personales. Tienen miedo que le pasemos después los datos a nuestro país”. Según la profesora, el promedio de edad de los expatriados es de entre 27 y 45 años, con estudios universitarios e ingresos significativos para costear el traslado y la radicación en el país. Por otro lado, sostiene, aumentó la demanda del personal de escuelas privadas y hospitales argentinos que empezó a estudiar el idioma ruso para poder comunicarse con los recién llegados como efecto del incremento de pacientes y de niños matriculados en las escuelas primarias. Los rusos suelen buscar para sus hijos escuelas bilingües y las más elegidas, informa Yevtushenko, son el Colegio Lincoln, el Oxford High School, el Colegio N° 05 Bartolomé Mitre y la Escuela N° 19 Leandro Alem. Recientemente abrió en Buenos Aires una sede de Gymnasium N1, una escuela de fin de semana para niños de entre 2 y 11 años donde se enseña en ruso astronomía, matemática, química, literatura, historia de las civilizaciones antiguas, música, arte y dramaturgia. Dependiendo del programa, la cuota oscila entre los 140 y los 260 dólares al mes. Otra opción que encuentran para sus hijos es el centro cultural Kids Conexion que dirige grupos educativos infantiles para niños de 2 a 5 años con clases de ruso y español.
ESCENOGRAFÍA
El salón tiene una fachada discreta y un ventanal que trasluce un interior más estridente y vivo, con una barra de mármol negro, espejos con luces naranjas y sillones de peluquería
La religión juega un rol importante para gran parte de los que se radican, no solo para practicar su fe en los templos cristianos ortodoxos sino porque funciona como punto de contacto con su comunidad. Al llegar, principalmente acuden a la iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero, Catedral de la Resurrección de Nuestro Señor, en Nuñez. La congregación también aumentó en otras. Por ejemplo, de acuerdo a lo que informaron representantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad, frente al Parque Lezama, creció un 50% su cantidad de feligreses el último año. Existe a la vez un proyecto ligado a la iglesia, informa la profesora, para establecer una comunidad rusa en San Luis y construir un templo ortodoxo. La provincia resulta atractiva para los rusos practicantes porque se trata de “una zona más tranquila, económica y menos explorada”. Para Yevtushenko el objetivo de los llegados en la última ola es todavía la obtención del documento argentino. “Debido a las sanciones, tener pasaporte ruso proporciona complicaciones a la hora de emigrar a cualquier país de la Unión Europea o a Estados Unidos y, para la mayoría, la Argentina no es el lugar para quedarse siempre. Los que optaron por quedarse destacan la libertad con la que se puede vivir, el clima agradable, la gente solidaria y la alta calidad de los servicios y alimentos”. Alexandra Petrachkova, de 41, es profesora de Política Rusa en la Universidad Di Tella y llegó hace 16 años desde la ciudad de Kovrov. Pudo ver una diferencia importante entre su experiencia y la de los inmigrantes de la última ola. “El cambio es total, antes no existía una comunidad rusa como la que existe hoy en Buenos Aires. Vivían algunos, pero todos muy dispersos. Con los recién llegados vi cómo se formó una comunidad desde cero. Ahora hay miles y miles de personas que empezaron a construir su vida acá y no quieren volver. En la ciudad apareció una cantidad impresionante de negocios y se puede conseguir cualquier producto o servicio que necesitamos en ruso”. Petrachkova está en un grupo de Telegram con 10.000 rusos que viven en el país. “Creemos que dos tercios de las mujeres que dieron a luz a sus hijos acá se volvieron, aunque no sabemos si es exactamente así porque muchas se quedaron. Las personas que no tuvieron hijos acá son las que más problemas tienen con sus documentos y dependen que cada tres meses les renueven la residencia precaria porque se les complica después salir de Argentina. La infraestructura no estaba preparada para recibir esta ola de rusos y muchos están desesperados esperando los papeles
Texto de Jesús Allende
Cuando la onda expansiva de la invasión de Rusia a Ucrania, el 24 de febrero de 2022, se materializó en un inesperado aluvión de rusos en Buenos Aires, la hermenéutica de los porteños fue puesta a prueba frente a un fenómeno vivo ¿una nueva ola inmigratoria o una parada golondrina de expatriados? La suspicacia, el temor a lo incomprendido dejó espacio a diversas teorías y un improvisado intento de explicar aquello que sólo el tiempo pone en perspectiva. A dos años, el fenómeno adoptó una forma que no se define del todo y al menos ofrece una certeza: la convivencia con los rusos en barrios como Palermo, Belgrano Villa Crespo y Recoleta es una realidad. Muchos regresaron u optaron por nuevos destinos, sea por las dificultades para obtener la residencia o en su adaptación a la vida en Buenos Aires, pero quienes permanecen son parte de una comunidad incipiente -aún dispersa-, que empezó a fortalecer una tendencia. La aparición en diferentes puntos de la ciudad de comercios y centros de formación ligados a la cultura rusa lo reflejan. A los dolarizados nómades digitales se le sumaron los emprendedores que facturan en pesos, con negocios de identidad rusa convertidos en salones de belleza, bares, restaurantes y cafeterías de la especialidad moscovita. Con un limitado conocimiento del español aprovechan las oportunidades que les ofrece la ciudad sin desatender a las variables que podrían finiquitar su radicación. Entre ellas, les preocupa su estado migratorio indefinido por las autoridades, la dificultad de alquilar un departamento en iguales condiciones que los argentinos y los impedimentos para bancarizarse.
Es el bar que los jóvenes rusos adoptaron como lugar de encuentro con su comunidad y abrió en julio de 2023
En Palermo, donde la calle Virasoro se vuelve un pasaje, hay un local con una fachada discreta y un ventanal que trasluce un interior más estridente y vivo, con una barra de mármol negro, espejos con luces naranjas y sillones de peluquería. Al entrar, todos hablan ruso. Allí Ilia, de 19 años, prepara café. El joven llegó de Kalingrad junto con su novio hace cinco meses, justo cuando empezó a funcionar Mint Lounge, el salón de belleza de propietarias rusas, donde pronto consiguió trabajo. Estudió con un maestro colorista en Rusia y aunque no habla español quiere ser estilista profesional en Argentina. En la heladera detrás de él hay productos tradicionales de su tierra: milhojas napoleón y pirozhnoe kartoshka -una especie de trufa de chocolate con forma de corazón- además de paquetes de varenikes, que parecen ravioles y están rellenos de carne. Maria, de 38, la dueña de Mint Lounge se comunica en inglés y dice que todavía no tuvo tiempo de aprender español porque abre el salón todos los días y, si un cliente lo llega a requerir, también por la noche. Su filosofía laboral le dicta que así es la única manera de que un negocio prospere. “Llegué hace nueve meses y fue muy difícil, pero me encanta Argentina. Los argentinos desconfían de nuestra llegada y nos preguntan qué hacemos acá, por qué abrimos comercios y qué queremos y la realidad es muy simple: queremos abrir negocios porque sabemos mucho de ellos, estudiamos y nos preparamos”, dice Maria. Nació en Turkmenistán, cuando el territorio pertenecía a la ahora disuelta Unión Soviética, y trabajó en puestos de gerencia ejecutiva en empresas de tecnología y mayoristas en Estados Unidos y en Rusia. Arribó a Buenos Aires con su hija y hace cinco meses, junto con dos socias rusas, se animó a abrir su propio negocio, Mint Lounge, de pedicura, peluquería, manicura, colocación de pestañas y masajes faciales a la moda rusa. Sus clientes son principalmente compatriotas, aunque también van argentinos y brasileños, y toda la información del local en sus redes sociales la publica en cirílico. “Nos gusta vivir acá, pero tenemos muchos problemas con migraciones, tengo la residencia precaria, lo que es una traba para los negocios. Los argentinos nos tienen que dar una oportunidad porque pueden aprender mucho de nosotros”, cuenta Maria. Sin hablar español hay una palabra que entiende bien y aprendió a odiar: mañana. "Aquí todo es mañana, mañana. Hace tres meses que esperamos que nos entreguen la marquesina de neón que ordenamos y pagamos a una empresa de iluminación. No tenemos cartel y a la gente le cuesta encontrar el local por el ´mañana´ de los argentinos”, se ríe para no frustrarse. Su socia, Uma, de 36, le corta el pelo a una clienta y después de lavarlo habla a la distancia con Maria en ruso por encima del ruido del secador que suena como una turbina. “A los argentinos les importa la comida y el deporte, pero a nosotros el cuidado de la cara, el cabello, las manos y el cuerpo. El estándar de belleza en Rusia es alto y estudiamos la industria todo el tiempo”, dice Uma, de San Petersburgo. Y agrega: “Trabajamos mucho. Allá la cosmética es muy activa, pero aquí no. En la Argentina la economía está muy mal y los rusos se van porque es aún peor que la economía en guerra. Yo me quedo porque me gusta la naturaleza, la libertad y el humor positivo de los argentinos”. Los productos que necesitan no los encuentran en el mercado local y para abastecerse dependen de otra socia rusa que les prepara bálsamos y exfoliantes. Además, les está desarrollando una fragancia para el salón.
En Villa Crespo abrió hace un mes un café de especialidad al que acuden los rusos por el raf, una bebida clásica moscovita y el syrnik, un bizcocho de ricota que se acompaña con leche condensada
Otro negocio ruso que abre de lunes a lunes es Ioshek, un café en Recoleta que sirve las especialidades del país. Por la tarde, el negocio está lleno y Evgeny Poluyantsev, de 38, se acerca al mostrador y pide un café para llevar. A diferencia de sus compatriotas recién llegados no tiene dificultades para comunicarse porque es traductor y habla cinco idiomas. “Pensamos que iba a ser más fácil conseguir la ciudadanía, pero claramente estábamos equivocados. No sentimos que haya discriminación contra los rusos, pero si mucha desconfianza. La mayoría de los que llegaron son de clase media, trabajan remotamente, no hablan castellano y vinieron por cuestiones políticas, gente opuesta al gobierno del Estado ruso actual”, dice Evgeny, vestido con boina blanca, en un español con acento porteño. Al traductor le fascina la cultura argentina y ya había vivido en Buenos Aires en 2015 y decidió volver con su novia, en marzo de 2022, para radicarse definitivamente y estudiar Ciencia Política en la UBA donde ya está cursando el CBC. “La invasión a Ucrania fue el punto pivotal de mi decisión. Me encantaba vivir en San Petersburgo, pero no quería vivir en un estado beligerante que dejó de parecerse a mi país”, dice Evgeny. En su nueva vida en Argentina se rebautizó “Eugenio”, trabaja también como sonidista y administra un grupo de Telegram que aglutina a 3000 rusos. Señala dos “puntos de dolor” que son comunes entre los reclamos de la comunidad: la residencia y el alquiler. “Son varios miles de rusos tratando de resolver su situación migratoria y algunos empezaron a irse desesperados a Brasil, Europa o Asia. Te otorgan una residencia precaria, un documento temporal, mientras se resuelve el estado en migraciones, pero en el mejor de los casos lo único que hacen es renovártela por tres meses más”, dice y muestra en la pantalla de su celular que el trámite de su documento está paralizado en el paso 2 de “Verificación” hace meses sin que las autoridades migratorias resuelvan si le conceden una residencia temporal o permanente. La precaria les permite trabajar, pero no bancarizarse, ni abrir una cuenta en una billetera virtual local, como MercadoPago, darse de alta en el monotributo o registrar la patente de un vehículo, por ejemplo. “No podemos comprar nada en cuotas, y tenemos que manejar todo en efectivo. Dependemos que un familiar o amigo nos traiga dinero de afuera”. Las limitaciones financieras inciden directamente a la hora de alquilar. “Cuando saben que sos ruso es imposible conseguir en pesos y sólo nos alquilan temporario. Nos ven como una fuente de divisas y los agentes inmobiliarios nos cobran un 40% de comisión por cada mes de estadía.”
El café Birdy Birds fue fundado por un ruso y apunta al público de los recién emigrados
En Villa Crespo abrió hace un mes Birdy Birds, un café de especialidad al que acuden los rusos por el raf, una bebida clásica moscovita y el syrnik, un bizcocho de ricota que se acompaña con leche condensada. “Todos los que están reunidos hoy son rusos”, dice detrás del mostrador rodeado de licuadoras y cafeteras, Igor, de 36, dueño de Birdy Birds. Llegó desde Samara, una ciudad industrial y eligió la Argentina porque la siente familiar. “En Rusia trabajaba en tecnología y estaba abriendo una empresa cuando estalló la guerra. Si me quedaba tenía que hacer el servicio militar, pero no tenía ninguna intención de matar a un ucraniano”. Igor habla un español básico que le permite manejarse cuando van clientes argentinos. “Hay muchas oportunidades para los negocios, los precios para alquilar locales en Buenos Aires son muy buenos, mucho más barato que alquilar un departamento para vivir. Pago en pesos el local mientras que el departamento en dólares”. Cuando se le pregunta por su proyecto en la Argentina no lo duda: ”Voy a abrir 100 cafeterías en todo el país. Los rusos tenemos profesión y nivel para hacerlo”. Cerca de allí, en Scalabrini Ortiz se encuentra Bucarest Gastro Bar, el lugar que los jóvenes rusos apuntan como punto de encuentro con su comunidad. Abrió sus puertas en julio de 2023 y su dueño, Danil Tchaposvki, es un emprendedor experimentado que incursionó en el negocio de las salas de escape, siendo un precursor, cuando todavía eran una novedad en la Argentina. “Planeamos Bucarest para tener un espacio de encuentro donde la comunidad eslava pueda integrarse con los locales y así armar una red de intercambio cultural. Hace 24 años vivo en la Argentina, amo este país, fui papá hace un año y mi proyecto es seguir emprendiendo aquí, seguir esforzándome para mejorar las cosas desde el lugar que estoy para que mi hijo tenga un futuro mejor”, comparte Danil sobre su nuevo emprendimiento. Aunque no todo son negocios. Dimitri Danilov, de 43, es compositor y director coral y llegó a Buenos Aires hace un año y se instaló en Villa Urquiza, un barrio que a su esposa le recuerda a Peterhof, un suburbio de San Petersburgo, de donde vinieron. En poco tiempo creó el coro ruso-argentino Cruz del Sur, de 40 personas. La mayoría son inmigrantes rusos que llegaron en 2022 y 2023. “El coro es donde las personas tienen la oportunidad de reunirse con sus compatriotas, comunicarse, encontrar amigos y todo lo que les falta estando lejos de su patria”. Hasta la fecha brindó siete conciertos y su repertorio mezcla música rusa con argentina. “Es importante que los compatriotas que recién llegan se sientan en casa, interpretando música rusa, moderna y tradicional, y a la vez se integren en la cultura Argentina”, dice Dimitri. El músico se graduó en el Conservatorio de San Petersburgo y da conciertos como cantante y pianista. Además del coro sigue su formación profesional en la UNA para especializarse en dirección de orquesta sinfónica. Como estudiante pudo obtener su DNI mientras que su esposa e hijos, que llegaron más tarde, todavía están en el proceso de migraciones. “En mi familia crecen dos niños pequeños y criarlos en un país con operaciones militares era inaceptable. Argentina fue la oportunidad de obtener una educación superior gratuita y de calidad que decidí aprovechar. Probarme a mí mismo en esta actividad es mi sueño de larga data. Nos sentimos cómodos en Argentina, no vamos a mudarnos a ningún otro país porque nuestro proyecto está acá”.
El salón de belleza queda en la calle Virasoro, de Palermo, y todos hablan ruso
Al momento de buscar fuentes de información sobre la vida en Argentina los rusos se vuelcan a Telegram, YouTube o Instagram antes que acudir a los representantes oficiales de su país. “En las redes sociales continúa la lluvia de consultas por los partos, los mejores barrios donde instalarse, cómo obtener la residencia y dónde estudiar español u otras carreras”, dice Tamara Yevtushenko, coordinadora de la cátedra de Rusia en IRI-UNLP y representante de la Universidad Estatal de San Petersburgo en la Argentina. Yevtushenko es profesora del ISEN de la Cancillería y señala que para estudiar español los rusos evitan el contacto con las organizaciones oficiales rusas. “Cuando les informamos que nuestra institución es la representante oficial de la universidad de San Petersburgo, no vuelven a contactarse con nosotros. Nos ven como un organismo oficial prorruso y no quieren proporcionar datos personales. Tienen miedo que le pasemos después los datos a nuestro país”. Según la profesora, el promedio de edad de los expatriados es de entre 27 y 45 años, con estudios universitarios e ingresos significativos para costear el traslado y la radicación en el país. Por otro lado, sostiene, aumentó la demanda del personal de escuelas privadas y hospitales argentinos que empezó a estudiar el idioma ruso para poder comunicarse con los recién llegados como efecto del incremento de pacientes y de niños matriculados en las escuelas primarias. Los rusos suelen buscar para sus hijos escuelas bilingües y las más elegidas, informa Yevtushenko, son el Colegio Lincoln, el Oxford High School, el Colegio N° 05 Bartolomé Mitre y la Escuela N° 19 Leandro Alem. Recientemente abrió en Buenos Aires una sede de Gymnasium N1, una escuela de fin de semana para niños de entre 2 y 11 años donde se enseña en ruso astronomía, matemática, química, literatura, historia de las civilizaciones antiguas, música, arte y dramaturgia. Dependiendo del programa, la cuota oscila entre los 140 y los 260 dólares al mes. Otra opción que encuentran para sus hijos es el centro cultural Kids Conexion que dirige grupos educativos infantiles para niños de 2 a 5 años con clases de ruso y español.
El salón tiene una fachada discreta y un ventanal que trasluce un interior más estridente y vivo, con una barra de mármol negro, espejos con luces naranjas y sillones de peluquería
La religión juega un rol importante para gran parte de los que se radican, no solo para practicar su fe en los templos cristianos ortodoxos sino porque funciona como punto de contacto con su comunidad. Al llegar, principalmente acuden a la iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero, Catedral de la Resurrección de Nuestro Señor, en Nuñez. La congregación también aumentó en otras. Por ejemplo, de acuerdo a lo que informaron representantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad, frente al Parque Lezama, creció un 50% su cantidad de feligreses el último año. Existe a la vez un proyecto ligado a la iglesia, informa la profesora, para establecer una comunidad rusa en San Luis y construir un templo ortodoxo. La provincia resulta atractiva para los rusos practicantes porque se trata de “una zona más tranquila, económica y menos explorada”. Para Yevtushenko el objetivo de los llegados en la última ola es todavía la obtención del documento argentino. “Debido a las sanciones, tener pasaporte ruso proporciona complicaciones a la hora de emigrar a cualquier país de la Unión Europea o a Estados Unidos y, para la mayoría, la Argentina no es el lugar para quedarse siempre. Los que optaron por quedarse destacan la libertad con la que se puede vivir, el clima agradable, la gente solidaria y la alta calidad de los servicios y alimentos”. Alexandra Petrachkova, de 41, es profesora de Política Rusa en la Universidad Di Tella y llegó hace 16 años desde la ciudad de Kovrov. Pudo ver una diferencia importante entre su experiencia y la de los inmigrantes de la última ola. “El cambio es total, antes no existía una comunidad rusa como la que existe hoy en Buenos Aires. Vivían algunos, pero todos muy dispersos. Con los recién llegados vi cómo se formó una comunidad desde cero. Ahora hay miles y miles de personas que empezaron a construir su vida acá y no quieren volver. En la ciudad apareció una cantidad impresionante de negocios y se puede conseguir cualquier producto o servicio que necesitamos en ruso”. Petrachkova está en un grupo de Telegram con 10.000 rusos que viven en el país. “Creemos que dos tercios de las mujeres que dieron a luz a sus hijos acá se volvieron, aunque no sabemos si es exactamente así porque muchas se quedaron. Las personas que no tuvieron hijos acá son las que más problemas tienen con sus documentos y dependen que cada tres meses les renueven la residencia precaria porque se les complica después salir de Argentina. La infraestructura no estaba preparada para recibir esta ola de rusos y muchos están desesperados esperando los papeles
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