domingo, 22 de mayo de 2016

LAS IDEAS QUE CAMBIARON EL MUNDO


Me dejé influir por la sugerencia de la escritora, periodista y bloguera búlgara residente en Nueva York María Popova (creadora de Brainpickings.org), y compré por Internet el libro de Steven Johnson, publicado por Random House en 2014, How We Got to Now: Six Innovations That Made the Modern World (Cómo llegamos a hoy: seis innovaciones que hicieron el mundo moderno).



En su última obra, Johnson examina un puñado de inventos (como las lentes, la luz artificial o los grabadores de sonido) que desatarían cambios sociales impensables. Cuando uno recorre estas historias de descubrimiento, genialidad, trabajo arduo y una dosis nada despreciable de azar, comprende que poder medir el tiempo con exactitud o tomar agua de la canilla sin tener que preocuparnos de que 48 horas más tarde moriremos de cólera no sólo son verdaderos lujos, sino también hitos que fueron torciendo el rumbo de la civilización.



Más que concentrarse en los inventos propiamente dichos, este especialista en procesos de innovación nos invita a seguirles el rastro a las múltiples conexiones inesperadas que van surgiendo entre desarrollos que a primera vista parecerían no tener relación entre sí. Muestra, por ejemplo, cómo la invención del aire acondicionado permitió la mayor migración humana de la historia a zonas que habrían sido virtualmente inhabitables, como Dubai, y cómo disponer de agua limpia también volvió factible fabricar chips de computadora.

Así, la influencia de la imprenta de Gutenberg fue mucho más allá de la popularización de los textos escritos. Al hacer que europeos de todo el continente se dieran cuenta súbitamente de que eran cortos de vista, creó un aumento en la demanda de anteojos; ésta alentó la experimentación con lentes que luego condujo a la invención del microscopio, y poco después permitió descubrir las células.


Otro ejemplo fascinante es el de la creación del reloj de péndulo, base de la medición precisa del tiempo. Según se cuenta, en 1582 u 83 (las fechas difieren según la fuente que se consulte), un jovencísimo Galileo que estaba estudiando en la Universidad de Pisa quedó hipnotizado por los vaivenes de un candelabro de la catedral. El genio pisano no tardó en advertir que, sin importar la amplitud del arco que describía, la lámpara parecía tardar lo mismo en ir y volver. Y para comprobarlo, midió el balanceo con el único reloj confiable con el que contaba: su pulso.


A Galileo, cuyo padre era un músico y matemático aficionado, se le ocurrió la idea de que la regularidad del péndulo podía servir para medir el compás del tiempo. Debieron pasar 58 años para que, ya septuagenario, mientras pasaba sus días en la finca de Arcetri donde había sido confinado por el Santo Oficio, precisa Pablo Capanna en Maquinaciones. El otro lado de la tecnología (Paidós, 2011), decidiera ponerse a desarrollar un reloj más exacto basado en el isocronismo del péndulo. Y luego otros 20 para que el astrónomo holandés Christiaan Huyghens lograra construirlo y patentarlo.
Pero después vendría lo mejor. En el siglo XVI, la época dorada de la navegación global y en la que los relojes disponibles a veces perdían 20 minutos por día, contar con un instrumento de precisión para medir el tiempo ofrecería por primera vez una forma de determinar la longitud (se usaban dos relojes, uno con la hora del punto de origen y el otro, con la de la ubicación en el mar; de la diferencia entre ambos se podía inferir la posición longitudinal, porque cuatro minutos se traducían en un grado de longitud o 109 kilómetros en el ecuador terrestre).
Desde entonces, dispositivos cada vez más exactos hicieron posible la tecnología de la revolución industrial, las computadoras, Internet y la exploración espacial.



Walter Isaacson, que dedicó su último libro, Los innovadores. Los genios que inventaron el futuro (Debate, 2014), a las figuras que dieron forma a la era digital, se pregunta si las innovaciones son resultado del genio individual o de las fuerzas sociales. Llega a la conclusión de que, por lo menos en el caso que analiza extensamente, surgen de un ecosistema nutrido por el gasto público y gestionado por la colaboración académica.










Sea como fuere, aunque con frecuencia se los subvalora como meros "artesanos", no cabe duda de que estamos en deuda con estos genios, miles y miles de talentos que supieron ver la utilidad del conocimiento aparentemente inútil.
N. B. 

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