jueves, 11 de agosto de 2016

LECTURA Y FILOSOFÍA RECOMENDADA



Lo que hasta no hace mucho (¿30 años?) no parecía posible ahora lo es: ver más allá del horizonte físico que abarcan nuestros ojos. Para eso el ojo tecnológico mira por nosotros y nos entrega imágenes, sonidos, información sin que nos movamos. A comienzos de este año, en un breve ensayo que viene al caso, tituladoProvincianos y cosmopolitas (publicado en el diario El País, de Madrid), el filósofo, novelista y poeta catalán Rafael Argullol rescató un relato de Xavier de Maistre (1763-1852), que en su momento tuvo bastante difusión: Viaje alrededor de mi cuarto(también se lo cita como Expedición nocturna alrededor de mi habitación). De Maistre, francés, hermano del filósofo Joseph de Maistre, acérrimo crítico de la Revolución, se radicó en Rusia, donde murió, tras alejarse de Francia luego de la anexión de Saboya.



Viaje alrededor de mi cuarto es producto de una enfermedad que durante más de 40 días le impidió a su autor salir de su habitación. Valiéndose de su propio cosmopolitismo y conocimiento del mundo, de las diferentes culturas y personas, De Maistre imaginó un largo viaje durante el cual se sucedían escenarios, personajes, riquísimas y variadas ideas. Sin Internet ni redes sociales, trajo el mundo entero, y más, a su pequeño entorno. Y desde allí conservaba y celebraba la diversidad. Algo opuesto parece ocurrir hoy, cuando las herramientas globalizadoras tienden a uniformar al planeta, a sus fenómenos, a las experiencias y a las personas. Algo que es paradójico cuando dos palabras se multiplican por todos lados: diversidad y personalizar.
El mundo real nos muestra, en cuanto nos paseamos por él, aeropuertos, museos, cines, edificios, restaurantes, resorts, shoppings y hasta centros históricos de las ciudades, todos similares entre sí, como diseñados en el mismo estudio por el mismo arquitecto. Salimos de nuestras fronteras para encontrarnos, cada vez más, con la réplica de nuestros escenarios cotidianos. Temerosos de lo distinto, y clamando por seguridad, a pesar de la reiterada invocación de la diversidad, cada vez nos atrevemos menos a explorarla más allá de declaraciones. Queremos comer lo mismo que en casa, movernos como en nuestra ciudad, reconocer las mismas modas, autos y arquitecturas y hablar el mismo idioma. Adoptamos entonces el inglés. De las seis mil lenguas que quedan en el mundo, se calcula que desaparece un par cada dos semanas (con la muerte de su último hablante), y que hacia fines de siglo se habrá extinguido el 95 por ciento de ellas (según la Unesco y el Worldwatch Institute). Con cada lengua mueren culturas y memorias. Lo realmente distinto va quedando arrinconado en zonas de penumbra mientras el mundo se llena de turistas que pasan en masa por la superficie del planeta y cada vez hay menos viajeros dispuestos a internarse en esa compleja riqueza que se alimenta de lo diverso
Una cosa es la globalización, con sus herramientas que permiten acercamientos, mixturas, intercambio de información y conocimiento, y otra es la uniformidad. Hay un peligro cierto de que, con los instrumentos de aquella, esta última licúe y lime mucho de lo que hace tan apasionante al universo que habitamos. Aquello que desde siempre convocó a la humanidad a internarse en él.
De Maistre escribió Viaje alrededor de mi habitación porque era su manera de salir de su cuarto y sondear el vasto mundo. Expandirlo. La uniformidad quita motivos para hacerlo. No habrá allí nada nuevo, ningún misterio. Podremos quedarnos en nuestros cuartos, con nuestras pantallas. Mientras afuera el mundo real seguirá su marcha, más ancho de lo que creemos. Y más ajeno.

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