martes, 20 de febrero de 2018

ADOLESCENCIA; OPINA MARITCHÚ SEITÚN


MARITCHU SEITÚN
Es muy impactante la noticia de que la adolescencia hoy no termina a los 19 años sino a los 24, aunque no hace sino confirmar lo que vemos en la vida diaria y en el consultorio.
A diferencia del adolescente, el adulto se autoabastece, física, emocional y es de desear también económicamente. Con esta definición podríamos decir entonces que la adolescencia hoy sigue a menudo hasta los 30 o más.
Es real que hay factores económicos que les hacen muy complicado a los jóvenes levantar vuelo, pero... ¿no están los adultos colaborando en este fenómeno? Durante décadas con el crecimiento llegaban derechos y también responsabilidades y obligaciones. Lamentábamos un poco las segundas, pero se justificaban porque disfrutábamos a pleno esos derechos tan esperados, que incluían usar tacos, o pantalones largos, vestirnos de negro, acostarnos tarde, tener permiso para estudiar después de comer, ir a fiestas de noche, andar solos por la calle y también en colectivo. Años más tarde se agregó el acceso libre a Internet y el teléfono celular. Todo eso iba condicionado a tener buenas notas y ayudar un poco en casa, ya sea poniendo la mesa, haciendo la cama, cuidando un hermanito. Implicaba también respetar ciertas pautas familiares de convivencia: los novios/as no van a los dormitorios, avisar con tiempo si no llegábamos a comer, decir a dónde íbamos y a qué hora, avisar de antemano si nos quedábamos a dormir en casa de un amigo, ordenar nuestro cuarto, etcétera.
No todos cumplíamos siempre con estas pautas, pero perdíamos derechos y permisos y sufríamos consecuencias por no hacerlo.
Hoy, vemos en muchas casas que los derechos empiezan a edades cada vez más tempranas, y se postergan en cambio las responsabilidades y obligaciones, y entonces la adolescencia se convierte en un larguísimo período del que los jóvenes no tienen ningún interés en salir porque lo pasan muy bien, pagando muy pocos precios.
Los padres protestan un poco, o bastante, y también disfrutan, eternizando una etapa, por miedo a hacer sufrir a los hijos y/ o por miedo a la etapa siguiente: el nido no se vacía, no pasan por el dolor de tenerlos lejos, pero tampoco llega el tiempo para ellos, no bajan los gastos -muy interesante cuando uno se acerca a la jubilación-, ni tienen la posibilidad de reinventarse cuando todavía tienen energía y fuerzas para hacerlo.
Muchos adolescentes se sienten con derecho de usar la casa como un hotel, no avisar si vienen a comer, o a dormir, llegar con amigos a cualquier hora y asaltar la heladera. Somos los padres los que no supimos poner el freno, es nuestra responsabilidad que ellos sigan creyéndose "su majestad" el hijo.
En una película francesa, Grupo de familia, una pareja trata de poner freno a su "adolescente" de 29 años. Cuando finalmente lo logran aparece la fragilidad de ese hijo, quien no había podido fortalecerse por falta de responsabilidades, obligaciones, por falta de "no" de sus padres. Es para tenerlo en cuenta.

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