miércoles, 28 de febrero de 2018

TEMA DE REFLEXIÓN

Aunque pueda parecer paradójico, cultivar una sana soltería cuando se está en una relación estable es la mejor forma de desarrollar redes e intereses que mejoran el vínculo con el otro
"Para estar en pareja hay que saber estar solo", reza una frase popular que se escucha de tanto en tanto, en particular para justificar rupturas amorosas y aliviar desilusiones. Sin embargo, más que un consuelo sin asidero, esta frase podría dar en el blanco con una concepción que recién ahora se está respaldando desde las ciencias sociales, de la mano de estadísticas y cambios en la cultura: saber disfrutar de la soledad resulta clave para estar de a dos. De hecho, las parejas más duraderas lo hacen gracias a haber desarrollado redes afectivas e intereses por fuera de la pareja. Tiene sentido, al fin y al cabo, hoy pasamos más tiempo solteros y viviendo por nuestra cuenta que en otro momento de la historia.
"Mientras pasamos más y más de nuestras vidas fuera del matrimonio, es importante cultivar las habilidades de una soltería exitosa. Esto no solo beneficia a aquellos que nunca se casarán, sino que también puede aportar a los que sí", explica Stephanie Coontz, autora de varios libros sobre la historia del matrimonio y la familia desde una editorial reciente de The New York Times titulada "Para mejores matrimonios, actuá como un soltero". Lejos de ser un juego de palabras, en el mismo artículo se menciona que tener una red afectiva por fuera de la familia puede ser beneficioso, según lo muestra un estudio del Reino Unido sobre la base de 6500 casos. Tanto entre hombres como entre mujeres se encontró que aquellos que tenían 10 o más amigos a la edad de 45 presentaban niveles mayores de bienestar psicológico, independientemente del estatus (solteros o en pareja) que aquellos con menos amigos. En la misma dirección señalaron otros dos estudios masivos realizados en varios países.

¿La caída del estigma?

Esto puede resultar noticia vieja para algunos, pero lo interesante recae en el hecho de que mientras que por años los estudios sobre la gente casada o en pareja explicaban una mejora en la salud psicológica y física de estas personas, que empeoraba cuando la gente se quedaba sola, ahora esta distinción se hace sobre aquellos viudos o divorciados y el problema no es tanto que se queden solos, sino que se hayan focalizado en su pareja, descuidando tener una vida aparte. Es más: los únicos indicadores actuales de mayor infelicidad, estando casados o no, se dan en las franjas de menores ingresos, y por motivos que podemos adivinar, poco tienen que ver con su vida amorosa.
En este sentido, lo que parece estar permeabilizando ahora ámbitos más masivos, y mientras cae el estigma del solterón/solterona, es la idea de que vivir solo (indefinida o temporalmente) pueda ser una experiencia potencialmente gregaria y hasta productiva para la sociedad. Uno de los primeros en hablar de esto, Eric Klinenberg, autor del libroGoing solo. The extraordinary rise and surprising appeal of living alone (2012), explicaba que gracias a fenómenos netamente contemporáneos como la interconectividad y movilidad, la urbanización y la revolución en la longevidad, la experiencia single se había transformado significativa y irreversiblemente y que los "solos" tienden a tener lazos muy fuertes con amigos, vecinos, compañeros de trabajo y familia extendida, redefiniendo de este modo el significado tradicional y los confines del hogar, la familia y la comunidad.
Otra nota de este mes titulada "Más gente es soltera y eso es algo bueno", de salon.com, explica que distintas investigaciones recientes comprueban los dichos de Klinenberg, ya que los solteros tienden a socializar más y a realizar actividades con otros, estar en contacto con sus familias aun a distancia (y reconectarse con parientes lejanos), relacionarse con sus vecinos y participar en grupos cívicos o eventos públicos e interesarse en tomar clases y aprender cosas nuevas. De igual manera, son más propensos a realizar voluntariado y aportar a la comunidad que las personas casadas, que tienden a volverse insulares, tengan o no hijos.
Por estos motivos es que más terapias de pareja apuntan a focalizarse en el individuo más que en reforzar las habilidades de la dupla: se fomenta la interacción con otros, desarrollar amistades duraderas por fuera de la pareja, disfrutar de la soledad, etcétera. En definitiva, cultivar una "sana soltería" o actuar como lo haría un soltero -dejando a un lado el tema del matrimonio, que localmente viene en caída- ha demostrado que aumenta la confianza en las partes de la pareja, permitiendo el desarrollo y el crecimiento propio. Encontrar quiénes somos (emocional, profesional, proyectual o espiritualmente) fortalece los vínculos amorosos a la larga. A veces la mejor forma de estar de a dos es aprender a ser uno.

L. M

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