martes, 27 de marzo de 2018

EDUARDO FIDANZA...ENTREVISTÓ JORGE FERNANDEZ DÍAZ


Es uno de los analistas más brillantes y escuchados por la dirigencia política y por los empresarios locales y extranjeros. Es sociólogo y está auscultando permanentemente el humor social a través de vastos sondeos que realiza su consultora, Poliarquía. Pero Eduardo Fidanza es también un reconocido intelectual y una verdadera sorpresa como articulista de fondo. Sus polémicas piezas, que se publican cada sábado en las páginas de Opinión de este diario, forman un mosaico sobre la Argentina moderna, y son el embrión de un futuro libro de ensayos. Aquí habla del gradualismo, de los blancos y negros de la administración Macri y también de los grises.
-Da la impresión de que el plan del Gobierno es mediocre y de que nos espera más dolor en los próximos tiempos. También, de que se ve obligado a sacar a relucir la parte más política porque en la economía sigue con las manos atadas. ¿Vos qué opinás?

-Tenemos que pensar primero en el famoso tema de la herencia. Queremos ser un país normal. Y esa es una aspiración buena para los argentinos… Ahora, ¿qué es un país normal? Es un país cuyos parámetros sociales y económicos se parecen a naciones del mundo, incluso de la región, que han hecho bien las cosas. Si nosotros a ese país sensato y normal lo comparamos con lo que dejaron 12 años de kirchnerismo, vamos a encontrar una desviación muy grande. Esa desviación requería desde 2015 una corrección. Y esa corrección es ardua, porque conlleva un requisito: se tiene que hacer en un tiempo determinado y con modulación; a eso lo llamamos vulgarmente “gradualismo”. Por otro lado, esta no es una época en la que estemos preparados para la lentitud. Por la tecnología y las costumbres, estamos más bien predispuestos a los resultados rápidos. Y aquí la propuesta es: “No lo podemos hacer sino a este ritmo”. Es un gobierno que implica un cambio cultural muy grande en la historia de la política argentina. Una vez escribí una pequeña columna después del triunfo en las elecciones de medio término y me criticaron mucho porque dije que Macri era “un político de otra galaxia”. No dije “de otra galaxia” en un sentido elogioso, sino en un sentido empírico: es el primer presidente argentino que viene estrictamente de la actividad privada antes de empezar su desarrollo como político y antes de sus antecedentes como jefe de gobierno. No solamente viene desde fuera de la política, sino que el 70% de su vida se desempeñó en el campo privado.

-Vos estás todo el tiempo sondeando lo que piensa la sociedad. ¿Qué novedades hay? Tengo entendido que el Gobierno bajó en la consideración pública y creció cierto pesimismo, pero que a la vez se detuvo la caída de la imagen presidencial…

-Hasta los datos de febrero se amesetó esa caída, basada en dos parámetros: la aprobación y la imagen presidencial, que es el mismo paquete. También registramos el descenso de las expectativas. Gustavo Posse, el intendente de San Isidro, decía que cuando tocan el timbre en las casas la gente se queja por el aumento de tarifas, pero que los entiende y que, además, siente que los “banca”. Si dividimos en tres o cuatro segmentos a la opinión pública argentina, vamos a encontrar un grupo que cree que el país ahora está bien y va a estar mejor. Cuando examinás ese grupo, encontrás que ahí el Presidente es Gardel, con 90% de imagen positiva. Ese grupo representa el primer 25% que Macri obtiene en las PASO presidenciales. Son sus votos más próximos, más duros. Luego, hay un segmento en el orden del 40% que dice que el país está mal y va a estar peor. Ahí están los que piensan que el Presidente encabeza el “gobierno de los ricos”. Que él es rico y, por lo tanto, un explotador. Y encontrás a la gente que está con Cristina: ahí ella tiene más del 50% de imagen positiva. También hay mucha gente de capas medias y medias bajas que, de cierta manera, lleva la parte más dura de todo este proceso. Pero entre estos dos segmentos en pugna hay un 35% de la población que dice: “El país está mal, pero va a estar mejor”. A estos últimos los llamé “los que hacen el aguante”. Hacen el aguante porque, por un lado, tienen confianza en que las cosas van a mejorar, y empalman esa fe subjetiva con el fenómeno político de Cambiemos: mantienen una imagen positiva del Presidente, aunque no tan intensa como en el primer grupo. Pero la mantienen. Sobre todo, porque no quieren volver atrás. Es gente que ha percibido que el país de los Kirchner cada vez se iba apartando más y más del mundo.

-Vos hablás con inversores y economistas, ¿te parece que había otro modo de pagar la fiesta?

-Hay un diagnóstico histórico de esta última década kirchnerista, pero después hay un análisis más largo: la Argentina es un país que fue hecho en los últimos 70 u 80 años por dos grandes partidos históricos de la Argentina, peronismo y radicalismo. Esos dos partidos, de alguna manera, desarrollaron una división del trabajo no tan perceptible: el peronismo se dedicó a los derechos sociales, laborales, a la “justicia social” en forma genérica, y el radicalismo, a los derechos civiles y a los logros que tienen que ver con una república. ¿Qué surgió de esa mixtura? Primero, un tema nunca resuelto porque, como se lee en Uno y el universo, de Ernesto Sabato, no logramos tener una plaza con Sarmiento y Rosas en el mismo lugar. Así que quedó una tensión no saldada, pero quedaron también instituciones del mundo del trabajo, sindicatos fuertes y un país relativamente pluralista en su base social. Esto es algo que tiene que ver con esa tradición democrático-liberal preservada. Esta sociedad de los peronistas y los radicales generó enormes expectativas de bienestar. Que, como este país es volátil, en determinados momentos se pudieron satisfacer, específicamente cuando el ciclo económico fue favorable, cuando las materias primas tuvieron un valor ventajoso… Cuando se dieron una serie de condiciones, esas expectativas efectivamente se satisficieron. Pero después, cuando la Argentina vuelve a sus ciclos depresivos, esas expectativas se mantienen y se tiene que atravesar la frustración. Fijate que cuando empieza este gobierno, estos núcleos que yo describí dan una señal, que podría traducirse así: “Tenemos expectativas y no las vamos a abandonar, pero comprendemos que no pueden ser satisfechas inmediatamente”. Es como si la gente se hubiera dado cuenta de que hay algo tramposo o inconsistente entre manifestar la expectativa y tener la respuesta. Hubo cosas como, por ejemplo, las jubilaciones de las amas de casa: tendríamos que analizar comparativamente la situación de todos los países que desde hace 30 o 40 años tienen un grave problema de seguridad social. ¡Y acá de pronto definimos que vamos a incorporarlas a la base de jubilados! O el hecho de que teníamos gratis la energía: estamos en un mundo interconectado, donde la gente tiene acceso a lo que pasa en el mundo, y entonces creo que hay un núcleo de la clase media que se dio cuenta de que allí había una inconsistencia. Experimentaron la sensación de “tengo una demanda y me la satisfacen”, pero esto no funciona así en los países que llamamos “normales”, entonces…

-En los últimos tiempos el Gobierno está peleándose con los empresarios y con los laboratorios, impulsando una agenda de progresismo de género y, por lo tanto, peleándose con el Papa… ¿Qué te parece ese giro?

-El Gobierno sabe retomar la iniciativa política, lo que se llama “el manejo de la agenda”. Creo que necesita descomprimir la tensión social que viene de la puja distributiva económica y entonces está en condiciones de abrir un campo de un programa civil con un toque “kennedyano”. Uno de los episodios fundamentales de la presidencia de Kennedy fue enfrentarse con los industriales del acero. En las encuestas, las norteamericanas y las argentinas, todos los grandes negocios le generan sospechas a la gente. Los gobiernos periódicamente pueden recordarles a los grandes empresarios o al gran capital: “Miren que ustedes son sospechosos de no actuar acordes con el interés general”. Y de paso, los sindicalistas también. Voy a este punto: es un recurso. Me parece que cuando se abre el grifo de la legalización del aborto, se descomprime la sociedad y, a su vez, se distrae. Alfonsín, en su momento, abrió el grifo del divorcio. Lo que hace eso, a su vez, es aproximar el país a una modernidad. El tema del aborto es muy difícil para discutir, pero, en general, la verdad en la posmodernidad se obtiene por consensos. Vamos a llegar a un consenso en algún momento respecto del aborto y no va a ser una discusión sobre derechos naturales.

-Me parece interesante esa faceta, también que un “gobierno de empresarios” se enfrente con los empresarios. Pero me preocupa el ritmo del endeudamiento. Aunque ¿cómo puede dejar de endeudarse y a la vez no hacer un ajuste salvaje del Estado?

-Vuelvo al país de los peronistas y los radicales. Vos tenés un principio de realismo político: no podés ir contra esas expectativas y contra las instituciones que objetivan las expectativas. No podés ir contra la organización sindical porque no te dan, además, las relaciones de poder. Este presidente lo tiene clarísimo. No le dan las relaciones de poder, no tiene mayoría en el Congreso. Es un gobierno novedoso, es el gobierno menos probable. Porque es el gobierno de los empresarios y el gobierno de los no peronistas. Estadísticamente está en minoría. No tiene la fuerza política suficiente. Entonces está obligado a hacer esta corrección lenta. Eso ya es, como indica el sentido común de los argentinos, para que no haya un estallido social. Vos ves que pequeños progresos o pequeñas reformas como la que tuvimos en diciembre del año pasado ya generan una inestabilidad o una tensión social muy grande. La pregunta es si resulta viable o no, y ahí hay un espectro donde tienen que opinar mucho los economistas. Pero, además, te lo digo en lenguaje futbolístico: este es un club cuyo destino en el campeonato no depende solo de sus resultados, sino de los resultados de otros.

-Que están fuera del país…

-Sí, que en general están fuera del país. De modo que avanzaremos con estas incertidumbres. Hay cosas que yo creo que a nuestra generación y a nuestra formación -a los socialdemócratas- les cuestan: cosas de este gobierno que son cosas muy duras. A mí, cuando el Presidente recibió a Chocobar…

-Bueno, esa la crítica más dura que le hemos hecho.

-O cuando se coqueteó con la mano dura, o cuando mataron por la espalda al chico de Villa Mascardi…

-Pero a la vez lo perturbador es que se trata de un clamor popular…

-Claro, pero eso es un tema que está planteado desde hace tiempo: ¿solo se gobierna mirando encuestas o, además de mirar los números, se le ponen por delante a la sociedad determinados valores? Durante el debate por la legalización de la marihuana en Uruguay, el entonces presidente Mujica dijo en un momento: “¿Qué sabe el pueblo uruguayo para la marihuana?”. Creo que los gobiernos deben mirar algo más que las encuestas. Si vos hoy mirás las encuestas, un diez por ciento más de argentinos se inclinan por políticas más duras contra la delincuencia. Pero el problema, además, es de qué hablamos cuando hablamos de “mano dura”. Ahora en Tucumán tuvimos otro chico de 11 años que murió de un tiro por la espalda. Y todavía un periodista dice que ese chico “no era inocentón”. Cuidado, porque la mano dura puede ser exactamente la estación antes del fascismo. Hay gente en Cambiemos que no va a permitir el fascismo, ni debería convalidar la corrupción, y el Gobierno tiene dos o tres funcionarios claves sospechados de corrupción o por lo menos sospechados de mentir en temas de dinero.

ENTREVISTÓ JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ
Si no lo hace por convicción, que mire las encuestas, porque este es un gobierno al que no le sobra nada: que no maldisponga al 10% de sus votantes con “Chocobares”, “offshores” y todas estas historias. Este es un gobierno que aspira a tomar voto peronista, lo que me parece bien, pero yo empezaría por cuidar el electorado natural y propio.

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