EL HONOR DE SER MUJER

Entre mis recuerdos de infancia, hay uno un poco triste. Después de sobrevivir a la separación de su familia (de once hermanos) y al desplazamiento forzado desde el norte de Europa hasta esta lejana urbe sudamericana (a la que llegó sin saber una palabra de español), una de las ambiciones de mi mamá fue trabajar en una oficina; lo hizo durante 10 años, pero se retiró para dedicarse a la crianza de mi hermano y de mí. Cada vez que escuchaba este relato, entre otros de la historia familiar que armaban un sinuoso recorrido de senderos dominados por circunstancias azarosas, intuía la amarga frustración que anidaba en las entrañas de esos días dedicados a labores domésticas no solo sin paga, sino también sin reconocimiento.
Así eran las cosas hace décadas, cuando se descontaba que la casa y la familia eran tareas excluyentes de la mujer, muy pocas se liberaban de las cadenas sociales, las chicas crecían con la idea de que la amistad con otras era casi imposible y se dedicaban a competir por la mirada de los hombres.
No es que faltaran modelos inspiradores. Siempre hubo heroínas que se atrevieron a mostrar otros caminos. Integran un extenso linaje que probablemente comience con Enheduanna, que vivió hace cuatro milenios entre los sumerios, fue suma sacerdotisa del templo de la ciudad de Ur, dominó los conocimientos astronómicos de su época y se convirtió en la primera mujer que se animó a escribir (en tablillas grabadas con escritura cuneiforme) en primera persona.
Es más, tal como cuenta Adela Muñoz Páez en el maravilloso Sabias. La cara oculta de la ciencia (Debate2017), dado que no se tienen registros de ninguna otra obra no anónima escrita con anterioridad, se la considera la primera "persona escritora" de la humanidad. Sus poemas se copiaron y recitaron hasta dos mil años después de su muerte.
Siguieron muchas otras mujeres talentosas. Las conocemos con nombre y apellido: son las Lovelace, las Curie, las Levi-Montalcini, las Dosne Pasqualini... Tantas son que suman miles. Contra viento y marea, y a contramano de lo que se esperaba de ellas, estas adelantadas sobresalieron en las más diversas actividades humanas. Pero también están los millones de mujeres menos conocidas que, en una resistencia silenciosa pero obstinada, reivindicaron su condición y fueron cimentando una sociedad más equitativa.
Aquí, sin ir más lejos, una brillante genealogía de pioneras viene dando el ejemplo, desde el amanecer de nuestra historia y sin hacer aspavientos, de cómo se pueden alcanzar logros impensables hasta ayer. En las luchas por la independencia, en la Plaza de Mayo, en laboratorios, consultorios, aulas...
Aunque falta ganar otros espacios, a todas ellas les debemos el lugar que hoy ocupamos como si fuera lo más natural del mundo. Pero creo que ni en los sueños de las más osadas figuraban escenas como las que se vieron en las manifestaciones contra el femicidio o, la semana última, durante la discusión de la ley que ofrece la posibilidad de recibir servicios de salud legales, seguros y gratuitos para proteger a las que no desean o no pueden seguir adelante con un embarazo.
Este movimiento multitudinario que desbordó las calles y hermanó a las mujeres más allá de su edad, banderas políticas o posición social, que promovió con un entusiasmo incomparable el debate con disidencias, sí, pero respetuoso, es algo que ofreció un magnífico e inesperado ejemplo de democracia, y reveló de qué somos capaces las argentinas.
Solía agradecer a la vida por la felicidad de haberme enamorado con locura, por haber tenido hijos maravillosos (para uno, claro), por tener el privilegio de un trabajo que me apasiona. Pero después de las emociones de los últimos días agrego algo más: gracias a todas por permitirme sentir orgullo de ser mujer.

N. B.