viernes, 21 de junio de 2019

EL ANÁLISIS DE JOAQUÍN MORALES SOLÁ,


Massa, ante un ocaso que puede ser definitivo

Joaquín Morales Solá
Sergio Massa comenzó ayer el camino de un ocaso que podría ser definitivo. Se sometió a una rendición absoluta, después de afirmar cosas que nunca cumplió. Que nunca volvería al kirchnerismo. Que sería candidato a presidente o no sería nada. No respetó ninguna de esas promesas. Peor: las formuló y las incumplió en un lapso muy corto. Después de seis años de presentarse ante el electorado argentino como peronista alejado del kirchnerismo, terminó ayer por cerrar el menos explicable de los acuerdos. Será primer candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires con la fórmula Fernández-Kirchner; es decir, integrará como uno más la boleta de Cristina Kirchner. ¿Quería volver a la Cámara de Diputados? ¿Extrañaba sus interminables debates? Difícil.
En 2017, pudo renovar su banca de diputado y prefirió ser candidato a senador por el distrito bonaerense en elecciones en las que competía con el candidato de Mauricio Macri (este en su mejor momento) y con la propia Cristina, que obtuvo entonces su banca de senadora por la minoría. Fue otro suicidio: nunca podría haber ganado en ese choque entre los dos principales líderes de la política argentina.

Massa tiene un problema con el valor de la palabra. Sus compromisos van mutando de acuerdo con la dirección de las encuestas. Se acercó a Macri en el período inaugural de Macri. Se alejó de Macri cuando Macri comenzó a tener problemas con la economía. Se arrimó al peronismo alternativo (no kirchnerista) cuando Cristina comenzó a ser señalada por la Justicia como responsable de incontables hechos de corrupción. Tomó distancia de ese peronismo cuando la polarización le indicó que los diversos núcleos sociales se inclinaban hacia el macrismo o el kirchnerismo. Jugó con Juan Schiaretti, con Miguel Ángel Pichetto y con Juan Manuel Urtubey haciéndose pasar por uno de ellos mientras hablaba con Alberto Fernández sobre su regreso al kirchnerismo.
¿Por qué no compitió con Urtubey en una interna entre peronistas no kirchneristas por la candidatura presidencial? Hasta era más probable el triunfo de Massa que el de Urtubey en esa contienda, porque el ahora candidato a diputado nacional tiene una porción (pequeña tal vez, pero porción al fin) de la provincia de Buenos Aires.


El gobernador salteño carece de penetración en el principal distrito electoral del país. Es probable que luego hubiera perdido en las elecciones generales frente a Macri y a Cristina. Pero ¿acaso no era mejor conservar el papel de contrincante de Macri y de la expresidenta para futuras elecciones que correr hacia la capitulación? ¿Qué cambió en poco tiempo, salvo los resultados de las encuestas?
Hace cerca de dos meses, tres amigos de Roberto Lavagna (Julio Bárbaro, Carlos Campolongo y Luis Barrionuevo) se reunieron con el empresarios de medios Daniel Vila para pedirle que le aconsejara a Massa desistir de su candidatura presidencial. Creían que de esa manera los votos de Massa se deslizarían hacia Lavagna. La respuesta de Vila fue tajante: "¡Yo no lo bajo a Sergio!". Uno de los tres solo atinó a responderle: "No sabía que eras el dueño de Sergio".
Poco después, Vila se sentó (fue sentado) en la primera fila de la presentación del libro de Cristina en la Feria del Libro. Semanas más tarde, Alberto Fernández lo invitó públicamente a Massa a acordar su regreso al kirchnerismo: "Tomemos un café y terminemos con esto", le dijo. 
Solo se termina lo que se ha comenzado. Aquella imagen de Vila en la primera fila del debut de Cristina como escritora (aunque su libro sea el "magistral cotorreo de una señora de barrio", según lo describió Pola Oloixarac en el diario El País, de España) fue el primer indicio de que Massa terminaría regresando al cristikirchnerismo.
Aun volviendo, pudo protagonizar un papel más elegante. Desafiar, por ejemplo, en una interna al binomio Fernández-Kirchner. Hubiera perdido, sin duda. Pero le habría quedado el argumento de que buscaba la unidad de la oposición sin despojarse del todo de su identidad crítica de Cristina.
Voceros de Massa señalan que carecía de recursos para emprender una campaña nacional para presidente. A Massa nunca le faltaron aportantes significativos para sus campañas. A todo esto, ¿para que dijo entonces, hasta hace poco, que sería candidato a presidente o volvería a casa? ¿Se quedó de pronto sin aportantes? ¿No era mejor, en ese caso, ser sincero y contar que los apoyos económicos con los que contaba se habían esfumado? 


Volver a la Cámara de Diputados, como volverá seguramente, para integrar el bloque cristinista es un suicidio inútil. Nadie puede asegurar que a la edad de Massa, 47 años, se ha muerto políticamente. Pero deberá empezar de cero. Deberá emprender el trabajo duro, arduo, difícil de resucitar.
Ni siquiera tuvo en cuenta recientes declaraciones o actitudes de cristinistas que ponen en riesgo valores esenciales del sistema democrático. Se les dio demasiado importancia a las declaraciones contra el periodismo del actor Dady Brieva; este es sencillamente un analfabeto político.
Mucho peor es la foto de Máximo Kirchner abrazado a Santiago Cúneo, un seudoperiodista más conocido por su antisemitismo y su misoginia que por cualquier otra cosa. Cúneo llegó al extremo de dirigirse a la DAIA, la máxima representación política de la comunidad judía, como una organización extranjera. Equiparar a una persona de religión judía con un extranjero es antisemitismo puro y expuesto. Hay pocos ejemplos en los últimos tiempos más expresivos del antisemitismo que esas declaraciones de Cúneo.
A su vez, Máximo Kirchner no puede ignorar quién es Cúneo ni el grado de inhumanidad que significa el antisemitismo. Es probable que su madre conserve el rencor a la DAIA porque esta no dejó nunca de impugnar el acuerdo con Irán (país cuyo gobierno fue señalado por la Justicia argentina como autor intelectual del atentado contra la AMIA) ni de reclamar el esclarecimiento del crimen del fiscal Alberto Nisman. Sin embargo, una cosa es el rencor político y otra cosa es cruzar límites infranqueables para cualquiera que conserve la sensibilidad moral.
En ese contexto de tantos saltos, cabriolas y desconciertos, Lavagna confirmará mañana que su fórmula se integrará con Urtubey. Es obvio que el exministro de Economía quiere hacer de la coherencia su mayor aporte al proceso electoral. "Soy un fanático de la coherencia y la previsibilidad", acaba de decir como un mensaje a la deserción de Massa.


La fórmula terminará siendo demasiado peronista para un espacio que se presentó en sociedad como multipartidario y multisectorial. Pero los socialistas, que fueron sus principales socios hasta que llegó Urtubey, acaban de perder Santa Fe, la única provincia que gobernaban. Margarita Stolbizer, antigua socia de Massa y la primera decepcionada con él, podría ser candidata a diputada nacional.
Lavagna necesita el historial de lucha contra la corrupción de Stolbizer, su coraje para investigar al cristinismo cuando este estaba en el poder, porque el exministro no quiere hablar de corrupción. Ya hablan todos de eso, suele razonar. Lavagna le reservaría al gobernador saliente de Santa Fe, el socialista Miguel Lifschitz, una jerarquizada Jefatura de Gabinete si llegara a la presidencia.
Massa lo dejó a Urtubey sin alternativa, después de que le prometió hasta último momento que competiría con él en las internas del peronismo no kirchnerista. La historia de Massa es así: deja enemigos donde tenía amigos. Ya sea porque les hace promesas que nunca cumple o porque los notifica de informaciones que no son ciertas. Si lo abandonó por inconstante Graciela Camaño, su madrina política desde que Massa tiene 17 años, al exalcalde ya no le queda nada ni nadie.

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