miércoles, 19 de junio de 2019

HISTORIAS DEL CRIMEN,


Crónicas del crimen: la historia del descuartizador silencioso
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El frío era insoportable en la celda de hormigón, pero Eduardo Rodríguez Pastor no temblaba por la humedad gélida que le calaba los huesos en la madrugada del domingo 26 de julio de 2014, sino por la bronca de no poder juntar el valor necesario para terminar con todo. Para matarse.
En medio de la oscuridad y el silencio había arrancado un pedazo de fierro de la cama de cemento del calabozo y había intentado clavárselo en el pecho, como una especie de sacrificio ritual, para que los fantasmas huyeran de una vez por todas de su cabeza. ¿Qué lo había llevado a convertirse en un monstruo, en un asesino?
Rodríguez Pastor no logró suicidarse esa madrugada, y los médicos que lo atendieron horas después en el Hospital Alberdi, de Rosario, dudaron de que realmente lo hubiese intentado. ¿Era otra de las mentiras que atravesaban su vida? Luego de que le curaron la herida en el pecho, este hombre, de 54 años, alto, de físico envidiable, fibroso y delgado, dijo la verdad más profunda de su vida.
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Cuando uno de los policías que lo iban a llevar a los tribunales se acercó, le susurró al oído: "Yo lo maté y lo descuarticé. Está en la autopista". ¿Fue otra forma de suicidarse? El policía quedó pasmado y avisó a sus superiores lo que acababa de escuchar. Unas horas después, en el lugar que Rodríguez Pastor había indicado, en un camino rural sucio y polvoriento cercano a la autopista Rosario-Santa Fe, fueron encontradas siete bolsas de residuos; en ellas estaban los restos de su amigo Néstor Smud, de 69 años.
¿Qué lo había llevado a descuartizarlo? El misterio permanecía en el aire, sin respuestas. Y nadie quería revelarlas. Había un culpable, con eso bastaba, y no era necesario saber mucho más. ¿Para qué escarbar? Dolor era lo que sobraba en esta historia, cuyos protagonistas eran dos hombres mayores, de clase media, con dos hijos cada uno, que vivían en pleno centro de Rosario, que salían a hacer caminatas por la costa del río Paraná luego de haberse conocido por internet. Uno estaba preso y había intentado autoflagelarse y el otro estaba muerto en siete bolsas de residuos.
El último día de vida de Néstor Smud fue el 7 de julio de 2014. A las 17.30 recibió una llamada al celular de Rodríguez Pastor. Hablaron poco, y nadie, salvo ellos, sabe de qué hablaron durante esos 38 segundos.
Néstor provenía de una familia de dinero, pero no le había ido bien en los negocios, como aparentaba. Era contador, pero no ejercía, y vivía de un local de venta de bijouterie que manejaba con su esposa en el centro de Rosario. Era socio de un club judío que quedaba cerca de su casa, donde transcurría parte de su vida social.

Algo lo unía con Rodríguez Pastor, a quien tampoco le había ido bien en lo económico, a diferencia de sus dos hijas, una azafata y la otra, dueña de un gimnasio. Había pasado por varios oficios; fue mucho tiempo carnicero, taxista y personal trainer de gente mayor. Al menos eso decía él.
En este último tramo de su vida conoció a Smud, 14 años mayor que él. Fue por las redes sociales. Siempre se mostró como un dandy, con su cuerpo cuidado y bien vestido, lo que le daba fama de mujeriego. Estaba quebrado económicamente y amigos como Néstor lo ayudaban a cambio de secretos que quedaban en las cuatro paredes de aquel departamento de Salta y Alvear.
Pero la tarde del 7 de julio de 2014 algo se quebró. Rodríguez Pastor golpeó en la cabeza con una mancuerna a Smud, que se desplomó. El impacto de esa pesa de 10 kilos le provocó la muerte, según reveló la autopsia. Él declaró que no había tenido intención de asesinarlo con ese golpe y que Smud se le había ido encima.
Pero lo que pasó después desbarata esa argumento, porque llevó el cuerpo de Néstor a la bañera y lo dejó allí tres días. Limpió la sangre que había manado de la cabeza de la víctima de un modo casi quirúrgico. No dejó un solo rastro. Y decidió llamar con el celular del hombre que estaba muerto en el baño a la esposa, ya que sospechaba que lo estaría buscando y que estaría preocupada porque su marido había roto su rutina.
Ese teléfono sonó varias veces antes de que él llamara. Pensó un momento qué debía decir, qué coartada podía tejer. Nunca había estado preso en su vida y ese futuro irreversible lo torturaba. A las 19.30, decidió atender. Era la esposa de Néstor. Se le ocurrió exponer la teoría del secuestro. Eso le daría tiempo. Entonces, cuando atendió, dijo que Smud había tomado "el remise equivocado" y reclamó a la mujer, bajo la sombra del anonimato, que debía entregar 20.000 pesos "para volver a ver a su marido".
La mujer estaba desesperada. Dos horas después recibió otra llamada similar desde un locutorio de la zona de la terminal de ómnibus de Rosario. La Tropa de Operaciones Especiales montó un operativo en la casa de Smud; le intervinieron el teléfono celular y el fijo. Los investigadores creían que se trataba de un secuestro extorsivo, aunque les llamaba la atención la escasa cantidad de dinero que pedían por una persona que tenía contactos con gente a la que le sobraba plata. Pero no hubo más llamadas extorsivas.
La policía comenzó a contactar al círculo cercano a Smud en busca de indicios, de alguna pista de la desaparición del comerciante. Un hombre del club aportó un dato clave: el hombre de 69 años al que buscaban era amigo de un personal trainer con el que salía a hacer ejercicio. Y tenían previsto encontrarse. Este testigo pidió la reserva de su identidad; a la prensa se le dijo que la información vital la había dado un taxista.
La hora del horror

El cuerpo de Smud ya no estaba en el baño. Tres días después de matarlo, Rodríguez Pastor decidió descuartizarlo. Había comenzado a despedir un olor fétido. "¿Cómo saca una persona sola un cadáver de un departamento en pleno centro de Rosario?", preguntó meses después el asesino a un allegado. Aunque tenía fuerza, mover el cuerpo fue para él una tarea agotadora. Lo hizo por etapas. Afiló un cuchillo y usó una sierra de mano de sus tiempos de carnicero. Desguazó el cuerpo de Smud como sabía hacerlo con una media res y repartió las partes en siete bolsas que, en varias etapas, bajó y cargó en el baúl de su VW Polo.
Fue hasta un camino perdido cerca de Capitán Bermúdez. Tiró las bolsas y volvió al departamento, donde limpió todo.
Cuando la policía allanó su departamento, sabía que su suerte estaba echada. Aunque había limpiado todo con un empeño enfermizo, quedaron pequeños rastros que encendieron las alarmas de los investigadores. En el departamento fueron halladas dos armas, pero no las había usado. La causa de la muerte de Smud fue un golpe en la cabeza con una mancuerna que usaba para ejercitar sus bíceps.
A Rodríguez Pastor lo llevaron a la subcomisaría 27», del barrio Alberdi. En un calabozo, solo, la madrugada que tramó matarse decidió confesar todo. Hacia la zona rural de Capitán Bermúdez se dirigieron los policías, al mando de Mariel Arévalo, jefa de Seguridad Personal. En el lugar señalado encontraron los siete bultos. La escena era atroz. El forense del Instituto Médico Legal admitió que nunca había visto nada parecido. "Es un hito en la historia del crimen de Santa Fe", apuntó Arévalo.
El asesino fue enviado a la cárcel de Piñero, donde tenía una convivencia amena con los otros internos y con los guardias. En los partidos de fútbol se ocupaba de masajear a los jugadores que se acalambraban o sufrían alguna lesión. Decía que era kinesiólogo, pero era otra más de sus mentiras. No eran más que trucos aprendidos por haber practicado deporte toda su vida.
Dos años después, en febrero de 2016, Rodríguez Pastor falleció en la cárcel por un problema cardiovascular. Fue tres meses antes de que empezara el juicio por el crimen de Smud, que nadie quería que se hiciera, ni los familiares de la víctima ni los del victimario. En eso coincidían: el paso del tiempo debía encargarse de enterrar la historia.

Protagonistas de una pesadilla
Néstor Smud (víctima)
Tenía 69 años, casado y con dos hijos ya mayores. Provenía de una familia acomodada que, sin embargo, no tenía la prosperidad que aparentaba. Él era contador, pero no ejercía. Se dedicaba al comercio de accesorios de moda en un local que manejaba junto a su mujer en el centro de Rosario
Trabó relación con Eduardo Rodríguez Pastor, a quien había conocido a través de redes sociales. Salían a hacer caminatas juntos por la costa del río Paraná
En circunstancias nunca debidamente aclaradas, el 7 de julio de 2014 fue muerto de un golpe en la cabeza en el departamento de Rodríguez Pastor, que lo había citado a través de una breve llamada al teléfono celular
Eduardo Rodríguez Pastor (victimario)
Tenía 54 años y dos hijas de prósperas carreras personales -una, arquitecta; la otra, propietaria de un gimnasio- que contrastaban con la suya, signada por los altibajos económicos. Tuvo varios oficios: dijo haber sido carnicero, taxista y personal trainer de personas mayores
Alto y atlético, delgado y siempre bien vestido, se dejaba ayudar económicamente por amigos a quienes recibía en su departamento del centro de Rosario
El 7 de julio de 2014 golpeó en la cabeza a Smud con una mancuerna de 10 kilos; lo mató en el acto. Mantuvo el cadáver durante tres días en la bañera hasta que decidió descuartizarlo para poder deshacerse de él
El crimen, en tres momentos
Ataque artero
Sangre en el centro rosarino: Rodríguez Pastor mató a Néstor Smud con una pesa; mientras retenía el cadáver en su casa, llamó a la mujer de la víctima y le exigió $20.000 por un presunto secuestro
Hora de confesión
Revelaciones en la seccional: Agobiado, Rodríguez Pastor se clavó un fleje de hierro en el pecho, pero no logró quitarse la vida. Mientras se recuperaba le confió a un guardia que había matado y seccionado a Néstor Smud
Final sin juicio
Un infarto selló el silencio: Dos años después, y cuando esperaba el juicio en el penal de Piñero, donde se había hecho amigo de presos y guardias, Rodríguez Pastor murió de un problema cardíaco

G. d. l. S.

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