viernes, 14 de junio de 2019

MANUSCRITOS,


El simulacro de la despolarización
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Héctor M. Guyot
Cuando ungió a Alberto Fernández como candidato presidencial, Cristina Kirchner abrió el primer acto de un simulacro que sacudió la escena electoral. Con esa movida, volvió al juego que mejor juega y que más le gusta: urdir un relato que se instale en la conversación pública y teja un velo de palabras para dar cauce secreto a sus verdaderas intenciones. Este relato es diferente del anterior. Esta vez no es su discurso el que lo sostiene. Al contrario, entendió que ahora lo más conveniente es callar y ofrecer a la platea un paso al costado. Tras ese paso, otros aportan el palabrerío que desdibuja la realidad. Así es como la prensa y la opinión pública en general empezaron a jugar con la idea de un kirchnerismo moderado. Aun aquellos que miraban con escepticismo esa hipótesis contribuían a instalar el debate y la noción de que tal cosa, por discutible, era al fin y al cabo una posibilidad. Al correrse, al poner a otro por encima de ella en la fórmula, Cristina despolarizó la campaña. Y así debilitó la principal estrategia de campaña de un oficialismo predecible y falto de reflejos.
Alberto Fernández trata de llevar adelante el papel que le asignaron. Lo delató sin embargo el celo excesivo que puso en la defensa de su jefa ante los requerimientos judiciales que la cercan. Pese al volumen de las pruebas que se acumulan en los tribunales, no dudó en calificar el trabajo de la Justicia de persecución política y en amedrentar a jueces y fiscales con una amenaza explícita. Al moderado se le corrió la máscara, acaso porque actuaba más para la expresidenta que para la platea. Más difícil es borrar el pasado. "En el segundo mandato de Cristina a mí me cuesta muchísimo encontrar un elemento valioso", dijo el exjefe de Gabinete en 2015, después de calificar de "deplorable" todo lo actuado por su ahora compañera de fórmula, a quien le adjudicó "una enorme distorsión de la realidad" y "actitudes psicóticas". Hoy, consustanciado con su rol, pegó una voltereta de 180 grados: "Cristina me llamó para decirme lo de la fórmula y para mí es un gran honor".
Las costuras del simulacro son evidentes y hay periodistas que las señalan. Pero la mayor parte de las veces, pasan. A fin de cuentas, Alberto era hombre de Néstor, y Néstor no era Cristina sino "otra cosa". Por propiedad transitiva, Fernández es entonces otra cosa. Puede que lo sea, si hay alguna identidad tras la máscara, pero el problema persiste: esa versión original del kirchnerismo ofrece tantos aspectos delictivos y "deplorables" como la segunda. Los apuros judiciales de la expresidenta se explican por la red de corrupción que montó aquel amante de las cajas fuertes, sistema que ella continuó tras la muerte de su esposo. Aunque es justo reconocer que hay causas que le pertenecen por entero: por ejemplo, la del pacto con Irán, cuyo memorándum es prueba suficiente del encubrimiento, según el mismo Alberto Fernández (o el anterior).
Otras cosas se soslayan para dar paso a esta versión light y amable del kirchnerismo. Entre ellas, la forma en que la expresidenta mueve los hilos entre bambalinas. Allí queda claro que la voluntad absolutista de la dama sigue intacta, como observó Rosendo Fraga. Fue ella la que decidió y anunció la candidatura del exministro, que se puso a su servicio. Fue ella la que decidió la fórmula bonaerense Kicillof-Magario y se dio el gusto de humillar a Martín Insaurralde, que aspiraba a la gobernación, exigiéndole que la anunciara. Fue ella la que puso a los gastados capitostes del PJ a comer de nuevo de su mano. Tiene el poder y sabe cómo ejercerlo. Y conoce muy bien a los compañeros. Esos que ahora buscan el calor de la unidad para salvar a la patria. Total, la excusa de la moderación está servida.
A esa mesa se arrima Sergio Massa. Otro exministro que, como Alberto Fernández, criticó durante años a Cristina y apela ahora a la falta de memoria para sumarse al simulacro sin el menor remordimiento. El problema con Massa es que quiere estar en todos lados. Que exista una posibilidad de que lo consiga habla del estado en que se encuentra el sistema político argentino. El vacío que han dejado las convicciones y las ideas ha sido ocupado por la ambición personal. Y eso, al parecer, la opinión pública lo naturaliza. Hay que ver qué pasa cuando hable el votante.
Esta vez no se puede estar con unos y con otros. Aunque la señora cierre la boca para que al kirchnerismo no se le vean los dientes, se trata de una elección polarizada, que va mucho más allá de las identificaciones partidarias tradicionales. Conviene no dejarse engañar: en octubre vamos a votar entre dos países diferentes y entre dos sistemas antitéticos, que se excluyen mutuamente. Y uno de ellos pretende devorarse al otro.

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