martes, 16 de julio de 2019

DEL POPULISMO AL CRECIMIENTO


El dilema de la Argentina: cruzar o no el Rubicón hacia el siglo XXI
Resultado de imagen para Ian Sielecki
Ian Sielecki
En la antigua Roma, ningún general que gobernara tierras conquistadas podía volver con sus tropas en armas a territorio romano. Significaba una declaración de guerra al poder central y la pretensión de cambiar el régimen. El límite infranqueable era un pequeño y emblemático río, el Rubicón.
En la noche del 11 de enero del año 49 a.C., Julio César llegó a orillas del Rubicón al mando de una poderosa legión. Había decidido enfrentar a la elite gobernante y transformar Roma para siempre. Cuenta la leyenda que, tras haber marchado durante días sin suspirar, se detuvo frente al río hasta el amanecer, dudando ante la enormidad histórica de lo que ese simple acto -el cruce del río- desencadenaría. Entendía que el próximo paso sería irreversible, para él como persona y para Roma como civilización.
Todos los episodios fundacionales de la historia humana tienen un Rubicón. Y un momento en que sus protagonistas, tras haber recorrido un largo camino hacia el destino anhelado, titubean porque saben que, al dar el paso siguiente, ya no habrá retorno posible.
La Argentina se encuentra hoy estremecida a orillas del Rubicón. Un río estrecho por el que corre un caudal avasallante de temores, frustraciones y desconfianza acumulados durante décadas. Los protagonistas no son los políticos, sino una sociedad que debe decidir si, en su espinosa marcha hacia un país libre y próspero, está dispuesta a transformarse a sí misma. De eso se trata el cambio irreversible: de redefinir la manera en que nos pensamos y nos sentimos como argentinos, frente al Estado, frente al otro y, esencialmente, frente a nosotros mismos.
En momentos de transformación profunda, recae sobre la comunicación la colosal tarea de sentar al país en el diván para ayudarlo a entender qué le impide avanzar. En otras palabras, el discurso político -casi siempre coyuntural- se convierte en algo mucho más trascendente: un discurso cultural que debe desbloquear la entrada a una nueva era.
En ese contexto, pensar que darle importancia a la comunicación es una concepción light de la política es malinterpretar la naturaleza de su misión. Se trata, en realidad, de una concepción más ambiciosa que aquella que recomendaba gobernar desde el inicio mediante discusiones con actores de pensamiento anacrónico.
Porque, para permitir un cambio de era, debe haber primero una renovación conceptual del paisaje en el que esos actores operan. En definitiva, en una mesa de negociación oxidada y corroída, cualquier acuerdo hubiera nacido infectado. La apertura hacia otros actores tiene hoy sentido porque estamos a las puertas de una victoria cultural que los cambió a ellos también y reparó la mesa.
Resultado de imagen para cruzar el rubicón
Más allá de las evidentes dificultades económicas, es irrebatible que el gobierno de Cambiemos gobernó tres años y medio dando pasos que nos acercaron al Rubicón del cambio cultural. Desde la ejecución de obras de largo plazo en transporte y el cambio de paradigma en la integración de barrios populares hasta la importancia atribuida a la terminalidad educativa, pasando por la aprobación de un presupuesto equilibrado, el respeto del federalismo mediante la distribución imparcial de la coparticipación, la modernización del Estado y la inserción internacional más allá de lo ideológico, sobran referencias de esa redefinición profunda de la política y de sus prioridades.
Cuando este gobierno sea el primero no peronista en terminar su mandato en casi un siglo, quedará demostrado que se puede gobernar la Argentina con códigos culturales pertenecientes a una nueva era. El síndrome de Estocolmo habrá expirado y ya no seremos rehenes. Si, además, los argentinos confirman con su voto la voluntad de adentrarse en una nueva etapa histórica, habremos cruzado el Rubicón. La transformación, entonces sí, será irreversible.
Como Julio César aquella noche, hoy estamos absortos dudando frente a esa posibilidad. Y el populismo, que no quiere que crucemos el río, corre con la ventaja de seguir comunicando con los códigos inescrupulosos de la era que estamos dejando atrás. Son el cortoplacismo, el facilismo y la manipulación estadística a los que nos volvimos adictos durante décadas. Jamás lo olvidemos: el populismo es una bestia que se alimenta de mentiras y engaños y, una vez que es fuerte, devora la esperanza.
El Gobierno, por el contrario, usa cifras reales y proyectos realizables. Por ende, cuando se dice que el Gobierno comunica mal porque no entusiasma a la gente, es como quejarse de que un café ristretto no excita a un adicto a la cocaína. Por más cafeína que tenga, nunca generará lo mismo que una droga dura (pero es más sano). Y el famoso optimismo, tan criticado, no es otra cosa que la herramienta que tiene el discurso democrático para generar épica emocional sin caer en la estafa discursiva.
Se puede acusar de muchas cosas a Perón, pero fue un líder de su tiempo que supo interpretar que la historia estaba pasando de página y la política debía aportar soluciones con un nuevo formato de liderazgo (al igual que Vargas en Brasil y Cárdenas en México). Perón fue, ante todo, un hombre de su época. Ya es hora de que los líderes peronistas se inspiren en él, porque la única verdad es la realidad y la realidad es que el mundo cambió y ellos no. Miguel Ángel Pichetto es la prueba clara de que existía un desfase y es solo cuestión de tiempo hasta que el resto de los peronistas respetables sigan sus pasos. Cruzar el Rubicón es, también, dejar que Perón entre en la historia para permitirnos por fin imaginar la Argentina del siglo XXI.
En teoría literaria, existe un concepto fascinante llamado resistencia imaginativa. Supone que es posible imaginar cualquier relato, con una excepción: la mente del lector no puede imaginar que algo que considera inmoral sea moralmente correcto. Por ejemplo, si en pleno régimen del apartheid un lector racista leyera una historia en la que personas blancas y negras acceden a los mismos lugares, aunque lo incomodaría, podría visualizar la situación. Ahora bien, si el autor le pidiera imaginar que esa igualdad entre blancos y negros es una necesidad moral, la mente del lector, con su filtro de creencias racistas, resistiría, porque la imaginación no tiene la capacidad de desarmar nuestra estructura de imperativos morales.
Con el tiempo -con el correr del progreso social e institucional-, los imperativos morales que constituyen nuestro filtro tienden a evolucionar y podemos imaginar mundos que antes no hubiésemos podido, porque, al tratar de visualizarlos, nuestra mente hubiese resistido.
La mente argentina se encuentra, hoy, superando un fenómeno masivo y múltiple de resistencia imaginativa. El relato del Gobierno -que nos propone visualizar una nueva era en la que el crecimiento está basado en el imperativo moral de la previsibilidad y el equilibrio fiscal; la justicia social, en el de la formación profesional y las oportunidades reales para cada argentino, y la República, en el de la transparencia y la institucionalidad- luchó hasta ahora contra un marco cultural heredado del populismo del siglo XX y carente de imperativos morales lo suficientemente progresistas.
Resultado de imagen para cruzar el rubicón
Gane quien gane las elecciones, los políticos se sentarán a negociar nuestro porvenir. La pregunta que debemos hacernos, entonces, es quién queremos que se siente en la cabecera. En otras palabras, sobre qué imperativos morales y culturales queremos imaginar y pactar la Argentina del siglo XXI.
Debemos decidir, en definitiva, de qué lado del Rubicón deseamos que nos encuentre el futuro. Como Julio César, tengamos el coraje de cruzarlo.
Organizador del Foro Democrático de The New York Times

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.