lunes, 27 de junio de 2022

MITRE Y LA HISTORIA


Mitre, figura crucial de la consolidación del país, ante la historia
Aunque fue en su tiempo uno de los políticos de sesgo más modernizante, sectores progresistas lo impugnaron
Eduardo Miguez
Bartolomé Mitre, en 1905
“Yo me siento con grandes aspiraciones y tengo la pretensión de creer que existe en mí el germen de alguna cosa”, escribía Mitre a sus 21 años en su diario de juventud, seguro de estar destinado a un lugar en la historia. No se equivocaba. Historiador él mismo, se ocupó toda su vida de dejar un registro de su notorio paso por este mundo. Y a la vez, de que ese registro se pareciera lo más posible a la imagen que él quería construir de sí mismo.
"Mitre siempre guardó gran consideración con los grupos menos favorecidos de la sociedad"
De manera previsible, sin embargo, esta no ha dominado su figura histórica. Al año de su muerte, en 1906, dos ensayos comenzaron a trazar los perfiles de su imagen. Julio Victorica, nieto de su gran rival político, Justo José de Urquiza, realizó una semblanza de la vida de ambos hombres en la que, previsiblemente, Mitre no queda bien parado. José Niño, periodista del diario que Mitre fundó, lo dibujó con rasgos íntimos, sin alcanzar a transmitir las “grandes aspiraciones” que había concretado en vida.
Poco importó entonces; aquellos eran años mitristas. Desde fines del siglo XIX, en cuya segunda mitad fue un protagonista insoslayable de la consolidación de la nación, sobreviviendo a otros actores protagónicos, como el mismo Urquiza, Sarmiento y Avellaneda, Mitre fue el símbolo vivo de la nacionalidad pujante. Ya fuera de la política activa, a la que renunció definitivamente al cumplir 80 años en 1901, era entonces más una figura simbólica que un actor, y eso se reflejó en los fastuosos festejos de aquel cumpleaños, y en los lutos celebratorios de una vida consagrada a la patria, cuando murió, cuatro años más tarde.
Por entonces, hasta el mayor partido de oposición al sistema social dominante, el Partido Socialista, trataba a Mitre con respeto. Pero cuando las glorias de esa patria exitosa fueron apagándose, especialmente tras la crisis de 1930, su imagen histórica pasó a pintarse de rasgos oscuros. De forma curiosa, quien fuera en su tiempo uno de los políticos de sesgo más modernizante, y un protagonista crucial de la consolidación de la Nación, fue impugnado por los sectores progresistas y nacionalistas.
Rasgo de nacionalidad
Mitre siempre guardó gran consideración por los grupos menos favorecidos de la sociedad. Y si bien fue crítico de lo que él llamaba las tendencias anárquicas del pueblo, siempre encontró en su independencia y su espíritu rebelde el rasgo distintivo de la nacionalidad. En consecuencia, nunca participó del desprecio por lo popular que fuera frecuente en aquellos años de poder oligárquico. Más aún, aunque no podía estar libre del racismo de sus contemporáneos, abogó por la igualdad de derechos y reconocimiento a las que hoy llamaríamos minorías étnicas. Los afrodescendientes y las poblaciones autóctonas encuentran un lugar de respeto en su discurso, y si bien propició el sometimiento de las poblaciones nativas independientes, se opuso a su exterminio, buscando su incorporación como ciudadanos plenos. Tan temprano como en 1871 especulaba sobre la posibilidad de “ampliar el derecho de sufragio, de extenderlo por ejemplo a las mujeres, de darlo a todos los habitantes sin distinción...”, preanunciando una amplitud democrática que tardaría muchas décadas en ser considerada seriamente.
"El proyecto de una nación fue cobrando forma desde antes de Mayo"
Puede decirse que su discurso democrático no fue más que eso, un discurso apagado por la dinámica de su tiempo, una solidaridad desde arriba que no alteró la estructura de una sociedad segmentada. En cambio, su papel en la formación de la Nación Argentina, un papel único y protagónico, fue sin duda la concreción de ese “germen de alguna cosa” que presentía en su juventud. El proyecto de una nación, que eventualmente se llamaría Argentina, fue cobrando forma desde poco antes de Mayo y a lo largo de las décadas siguientes. Pero a la caída de Rosas, en 1852, cuando se dieron las condiciones para consolidarlo, un problema presente ya desde el mismo 1810 aparecía insoluble. Las aspiraciones hegemónicas de Buenos Aires eran resistidas por las provincias, y eso llevó a una separación cuyo desenlace no era posible prever.
Urquiza, presidente de la nación y líder indiscutido del interior, buscó por todos los medios, políticos, diplomáticos, militares, integrar a Buenos Aires con las provincias, constituidas en nación por su iniciativa en 1853. Su victoria en Cepeda en 1859, y su apoyo a las reformas constitucionales propuestas por Buenos Aires en 1860, dieron solución formal al problema. Pero se necesitaba una auténtica convivencia de años para llevar a cabo la efectiva integración política, y ni su sucesor Derqui, ni el propio Urquiza, parado detrás del sillón presidencial, pudieron llevarla a cabo.
"Nadie es dueño de escribir su propia historia, ni siquiera un gran historiador"
Mitre había sido elegido como el gobernador de Buenos Aires que pudiera defender los intereses porteños en aquel proceso de integración; el fracaso del mismo dio lugar a que liderara a la provincia en una exitosa rebelión contra la nación. Una nueva batalla en Pavón abrió el camino para el predominio de Buenos Aires y los aliados provinciales que Sarmiento, su ministro de gobierno, había sabido reunir. Y presionando a las provincias renuentes a la nueva situación, en pocos meses, y con limitada violencia, impuso la supremacía porteña y de sus aliados, accediendo a una presidencia consentida por las circunstancias.
Convivencia
Fue ese su momento de mayor gloria. Aunque oscurecida por la guerra contra Paraguay, la presidencia de Mitre fue logrando un trabajoso equilibrio, una forzada convivencia entre la nueva nación, las provincias y Buenos Aires. Respetó hasta donde pudo las autonomías provinciales y utilizó su prestigio porteño para que su provincia aceptara un lugar subordinado al gobierno federal.
A través de pugnas y de acuerdos, su presidencia hizo posible que la integridad de las catorce provincias quedara más allá de los avatares políticos. Al no interferir en 1868 en el conflictivo proceso de la elección de su sucesor, que terminaría siendo Sarmiento, dio espacio a que las provincias recuperaran el protagonismo que habían perdido en Pavón. Fue así hasta el punto de que, cuando 12 años después, en 1880, Buenos Aires volvió a rebelarse, carecía ya de cualquier programa viable.
Su vida política posterior no tuvo el brillo alcanzado en su presidencia. El porteñismo acérrimo de los años 1850, el del Partido Autonomista, bajo la astuta dirección de Adolfo Alsina, supo ir adaptándose a las nuevas condiciones en las décadas siguientes, sellando alianzas con las dirigencias provinciales. Así, el Partido Nacionalista de Mitre fue quedando relegado al ámbito porteño, con lazos débiles en la mayoría de las otras provincias, como se vio en el fallido intento revolucionario de 1874.
Últimos años
En 1880 el Partido Nacionalista fue nuevamente arrastrado a la fracasada revolución porteña, aunque en esta ocasión Mitre supo limitar su compromiso y sufrió escaso daño en su imagen. Su intervención en la construcción de la Unión Cívica en 1889 vuelve a mostrar su faceta republicana, pero sensatamente prefirió salvaguardar su figura ya añosa con un viaje a Europa que lo alejó de la revolución de 1890.
Comprometido a su regreso en las hábiles maniobras de Roca, logró pese a ello salvar el prestigio ganado en su gobernación y su presidencia, y en su destacada acción intelectual, árbitro literario de su tiempo y dueño de uno de los grandes diarios porteños, que ya dejaba de ser un mero órgano partidario –condición que la nacion oficializaría en 1909, a la muerte de su hijo Emilio Mitre– para buscar un lugar en la moderna prensa.
Nadie es dueño de escribir su historia; ni siquiera un gran historiador como Mitre. Más aún, su figura será reescrita una y otra vez, con diferentes tonos. Pero si de joven aspiraba a ser alguna cosa, sin duda lo logró en la vida adulta, y en su vejez cosechó el resultado de tanto esfuerzo.

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