lunes, 27 de junio de 2022

TECNOLOGÍA


¿Por qué todavía necesitamos Firefox?
El navegador de software libre está en vías de extinción, con solo el 4 por ciento del mercado; la parte del león, previsiblemente, quedó en manos de Google. Pero el browser de la Fundación Mozilla es hoy más indispensable que cuando salió al mercado
Ariel Torres
La versión actual del navegador de la Fundación Mozilla
Esta es una industria que le habría encantado a Friedrich Nietzsche. Por lo del eterno retorno, digo. Para ser enteramente precisos, lo del tiempo circular no es una idea original de Nietzsche, pero ustedes me entienden. En este industria hay fenómenos que se repiten con un paralelismo escalofriante.
Por ejemplo, durante alrededor de tres décadas, el único contendiente serio que tuvo Microsoft en su actividad más visible (no necesariamente la más rentable, pero sí la que le daba el cimiento para todo lo demás) fue una ONG. No otra corporación multinacional, sino una ONG. Su nombre es bien conocido hoy: Linux.
Aunque al sistema operativo de software libre compite con éxito en el ámbito corporativo y en las compañías de internet, fracasó catastróficamente en los escritorios del público en general. En parte por errores propios, pero sobre todo porque, para decirlo en términos políticos, Microsoft tenía el aparato y la billetera. Aclaración nerd: Si vos usás Linux desde hace años y no lo cambiarías por nada, te entiendo, a mí me pasa lo mismo, pero no estoy hablando de casos aislados. Windows sigue siendo el rey. Incluso sobre macOS, que tuvo la palanca épica del iPhone.
El caso es que las empresas prefirieron no competir contra el monopolio de Microsoft. Le dejaron esa batalla –de antemano perdida– a una ONG. Y se sentaron a ver como, al revés que en la historia bíblica, Goliat destrozaba a David. Pero pasó algo completamente diferente e inesperado. Ese es el otro de los fenómenos que se repiten en esta industria: lo disruptivo, lo que no ves venir.
En 2005, Google (que iba camino de convertirse en un monopolio) compró una pequeña empresa llamada Android, que usaba en su sistema operativo para cámaras digitales el núcleo de Linux. ¿Por qué lo usaban? Porque podían. Lo genial de Linux (de la GPL, en rigor) es que te da libertad. No vocifera sobre la libertad, sino que efectivamente te proporciona la libertad de hacer con el código lo que se te de la gana; incluso construir un imperio. Con una sola condición: ese imperio debe ser también de software libre.
Android no necesita presentación, pero sí una explicación. A la vuelta de los años, el principal golpe que recibió Microsoft vino del lado menos esperado (es el problema con las hondas) y hoy casi todos los seres humanos llevamos en el bolsillo una pequeña computadora personal cuyo sistema operativo usa el núcleo creado por Linus Torvalds en 1991. Es decir, Linux. Paradójicamente, este hondazo que selló el imperio de Google, condujo a una contradicción, porque aunque Android debería ser de software libre, en la práctica es controlado con mano férrea por el gigante de las búsquedas.
Todo cromado
Google iba a tener en 2008 una idea brillante. Recuerdo el diálogo cuando una persona de la compañía me llamó y me preguntó si me parecía que era una noticia que Google lanzara su propio navegador web. Le respondí:
–Un noticia, no. Es una noticia de tapa.
Me ofreció la primicia y se publicó la noticia unos quince días después. Era una noticia de tapa, pero no era una buena noticia. Con las búsquedas, Android y un navegador, Google se iba a quedar con la web; o, si quieren ser más precisos, con el negocio de la publicidad en la web. Cosa que efectivamente ocurrió. Con Internet Explorer en caída libre (su existencia estaba basada pura y exclusivamente en que venía preinstalado con Windows), de nuevo, el único contendiente contra el nuevo Goliat fue una ONG, la Fundación Mozilla.
Gracias a un número de factores que sería muy largo explorar, Firefox la piloteó bastante bien y llegó a tener una proporción muy significativa del mercado de los navegadores, por encima del 20 por ciento. Pero desde el momento en que Google entró en esa cancha, su suerte estaba echada. Mozilla tuvo una relación no libre de polémica con Google, pero la polémica podemos dejársela a los que no entienden los costos de mantener un software como Firefox. O sea, está lleno de opinadores; sobre todo los que confunden libre con gratis.
El caso es que hoy Firefox está en menos del 4% de las computadoras personales y un 0,5% en los smartphones. El caso es también que necesitamos Firefox más que nunca. En un escenario en el que las grandes compañías despedazan nuestra privacidad como si no fuera un derecho constitucional, el contar con al menos un navegador independiente de Wall Street es tan importante como contar con diarios, radios y canales de TV independientes del Estado. Nunca tuve nada contra los avisos dirigidos sobre la base de nuestras búsquedas e intereses. Pero este mecanismo mesurado de la publicidad dirigida, al combinarse con inteligencia artificial y billeteras sin fondo (literalmente sin fondo), han hecho de la web un panóptico inadmisible. Firefox siempre fue parte de la solución (más compleja, más trabajosa) para ese problema. Y ahora vemos que Firefox está en pleno declive.
Google se quedó con la web y fue lo bastante inteligente para lanzar su propio teléfono tipo iPhone, cinco meses después del primer iPhone. Aplastado entre estos movimientos tectónicos quedó Firefox. Pero el final está abierto, como pasó con la primera guerra de los browsers, con la batalla por los sistemas operativos, con la movilidad, con las redes sociales y con la contienda por el silicio. Por mi parte, seguiré usando Firefox para todo lo que concierne a mi vida privada. A esta altura, es más un derecho que un software.

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