domingo, 26 de junio de 2022

UN NUEVO REDENTOR


Petro, el manual del populista
Cualquiera que esté un poco familiarizado con el flamante presidente colombiano sabe que, para él, en las últimas elecciones el bien le ha ganado al mal
Loris Zanatta
En Colombia ganó “la izquierda”. Si lo dice todo el mundo, debe ser verdad. En abstracto, no me desagrada. Me conmueve la alegría de la vicepresidenta, el orgullo de los afroamericanos colombianos. Y estoy feliz por la felicidad de la comunidad gay. Un buen día, en un país tan machista. Amigo de los animales, aplaudo la idea de acabar con la corrida: cruel ritual de antaño. Por supuesto, no me gustan los “grupos” y las “tribus”, me gustaría que a todos se los respete por lo que son, sin agruparse por color o gustos sexuales. Incluso la “tribu” más oprimida puede oprimir a su vez, incluso la “familia” más dulce puede convertirse en una jaula. Pero ¿qué puedo hacer si los liberales latinoamericanos, tan conservadores, le regalan a la “izquierda” estas causas que deberían ser suyas? Y en todo caso, la alternancia en el poder siempre es saludable. ¿Nunca había gobernado Colombia la “izquierda”? ¡Que gobierne! Aire fresco en los pasillos del poder.
Alguien pensará que me subo al carro del ganador. Para nada. De hecho, estoy preocupado por Colombia. Ningún pánico, ¡por favor!, estoy listo para dejarme sorprender. Pero preocupado sí. Porque en realidad no creo que haya ganado la ”izquierda”. Gracioso, porque no soy yo quien lo piensa, sino el mismo ganador, Gustavo Petro, quien lo dice: “La política en Colombia ya no se divide entre la izquierda y la derecha”. Y esto, repito, me preocupa. Porque si hubiera ganado la “izquierda”, deduciría que existe una “derecha” igualmente legítima, un centro moderado, y todos los matices que tiñen toda democracia. Pero no. Cualquiera que esté un poco familiarizado con el nuevo presidente colombiano sabe que para él el bien le ha ganado al mal. Sí, señores, tenemos un nuevo mesías. La historia latinoamericana no deja de producirlos en serie. Si América Latina produjera bienes como produce mesías, sería un continente más próspero y menos autoritario.
No sé si Petro copia o emula a los mesías más famosos de la historia continental, a Perón y Castro, Morales y Chávez, si es un fruto más del cristianismo “progresista” o del socialismo “cristiano”. Lo que sí sé es que habla como ellos, piensa como ellos, siempre el mismo guion, siempre la misma comedia, cero imaginación, cero creatividad: la misma planta da siempre el mismo fruto, de nada sirve pedir peras al olmo. Será que funciona. Y que se lo creen. Pero si las premisas son las mismas, uno tiene razón para temer que las consecuencias lo serán también. Porque si él es la “democracia” y los demás son la “violencia”, si él “ama” y los demás “odian”, ¿quién lo convencerá jamás de que deje de “salvarnos”? Un redentor es para siempre.
Si no fuera inquietante, si no diera escalofríos, la pedantería con la que Petro recita el manual del buen populista latinoamericano haría morirse de risa. Érase una vez un “pueblo puro”, nos explica, su pueblo. ¿Cómo es? Un condensado de justicia social, paz, reconciliación, democracia, equidad, respeto, pluralidad, diversidad, amor, libertad. Pero una “élite corrupta” llegó a subyugarlo. ¿Cómo es? Un condensado de violencia, corrupción, degradación moral, mafia, desigualdad social, anacronismo, guerra, odio, injusticia y discriminación. Hasta que un día, después de “cinco siglos de esclavitud”, Petro- Moisés partió las aguas del Mar Rojo y liberó al pueblo elegido. ¿Podría faltar la parábola bíblica? ¿El pasaje favorito de todo “buen revolucionario”? Cinco siglos: invoca las Sagradas Escrituras para emanciparse de una esclavitud nacida, según él, con la evangelización. ¡Qué hipócritas estos caudillos populistas! Como si de ahí, precisamente, no viniera su repertorio ideal.
Cómo nos gustan los relatos maniqueos, ¿verdad? Los buenos aquí, los malos allá: el pueblo y la oligarquía, los revolucionarios y los gusanos, los bolivarianos y los escuálidos. El cielo y el infierno. ¿Pero es así Colombia? ¿Era así la Argentina en 1946, Cuba en 1959, Venezuela en 1996? ¿O son construcciones ideológicas, mitos políticos? Hace tiempo que Colombia es un país en proceso de frenética transformación. Es un país demasiado diferenciado y abigarrado, plural y dinámico para clavarlo en un esquema tan rígido y vetusto. Miren el resultado electoral, tan diversificado en la primera vuelta, tan equilibrado en el ballottage. A menos de empujarlo a fuerza. En nombre del “amor”, claro. De obligar a todos a amar al mismo dios de la misma manera, un dios llamado “pueblo”. De la invocación a “eliminar los sectarismos” al silenciamiento de los “pluralismos” hay un pequeño paso. ¿De qué amor habla Petro? ¡Cuánto se odia por amor! Sería hora de que los políticos dejen el amor al corazón o a las alcobas y nos hablen de forma racional sobre problemas concretos, proponiéndonos “mejorar” y no “renacer”, “reformar” y no empezar siempre de cero. ¡Trátennos como adultos! Mejor: ¡compórtense como adultos! ¡Basta de sentimentalismos infantiles! Pero no, he aquí otro “nos perdonamos”, otro “gobierno de la esperanza”, otro “gran acuerdo nacional”, otra lluvia de “derechos”, obviamente “gratis”, muchos destinados a permanecer virtuales. Y aquí, inevitable, la tierra prometida, “la democracia plena y viva”.
Cada vez que veo un adjetivo junto a la palabra “democracia” me asusto. Suena a: democracia sí, pero a mi manera. ¿Cuántos hemos visto pasar por debajo de los puentes? Uno más nefasto que el otro. Democracia sustancial y popular, democracia orgánica y funcional, democracia plebeya y participativa, democracia social y nacional. “¿Quién no es demócrata al día de hoy?”, decía Mussolini. Cuando sucede, me viene a la mente Karl Popper. Hay dos tipos de gobierno, observaba. El primero es aquel del que se puede salir en paz. Es el gobierno democrático. El segundo es aquel del que solo nos podemos liberar por la fuerza. Es la tiranía.
En sí misma, la democracia no tiene una “esencia” especial. ¿Quién determina si está “llena” o vacía, “viva” o muerta? La democracia es un sistema de reglas y controles destinados a prevenir la tiranía. Como no es verdadera ni completa, sino imperfecta y precaria, está sujeta a errores y correcciones. Por eso, suele decirse con razón, la peor democracia será siempre preferible a la tiranía, incluso la más sabia e ilustrada. Porque por naturaleza la tiranía no acepta la crítica, no admite errores, no reconoce límites, no acaba sino con sangre. Los venezolanos aprendieron tarde la diferencia. Los colombianos han decidido cambiar de forma pacífica. Bien. Espero que nadie les incline la cancha, que cuiden la libertad tanto de cometer errores como de corregirlos. Y que Petro deje de jugar al salvador, el rol le queda grande. 
Sería hora de que los políticos dejen el amor al corazón o a las alcobas y nos hablen de forma racional sobre problemas concretos; trátennos como adultos; mejor: compórtense como adultos

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