lunes, 27 de febrero de 2023

LECTURA


Colditz, el castillo nazi donde se encerraba a los expertos en fugas
Un nuevo libro del británico Ben Mcintyre recupera y desmitifica una de las resistencias más heroicas de la Segunda Guerra Mundial
Jacinto Antón


En la gran tradición heroica británica de la segunda Guerra Mundial de la que forman parte la evacuación de Dunkerque, losfew de la Batalla de Inglaterra, la decodificación de Enigma o el hundimiento del Bismarck, figura con letras mayúsculas Colditz. El castillo alemán, 37 kilómetros al noroeste de leipzig, sirvió durante la contienda de lugar de internamiento para oficiales aliados capturados que se habían revelado como expertos en fugas en otros lugares. Un Sonderlager, campo especial bautizado oficialmente como Offizierslager Oflag IV-C.
Colditz, que contaba con sus propias “heladeras” –celdas de aislamiento–, estaba considerada la prisión militar definitiva, la supercárcel, el alcatraz del III Reich para prisioneros de guerra, y ahí fue enviada la crème de la crème de los escapistas recalcitrantes. libros, películas, series y juegos de mesa han contado y reproducido la historia legendaria de Colditz, siempre para gloria de unos hombres supuestamente con gran sentido del honor y del humor, verdaderos swashbucklers, aventureros burlones, que, pese a toda la férrea seguridad, nunca dejaron de tratar de escapar por los medios más imaginativos.
Sin embargo, un nuevo libro del especialista en la segunda Guerra Mundial y el espionaje Ben Macintyre, Los prisioneros de Colditz explica, tras una profunda investigación, otra versión de la historia. En Colditz hubo fugas asombrosas, sí, y valor y heroísmo, y situaciones de alta comedia (los presos fantasma que se mantenían escondidos, los muñecos para confundir el recuento), pero también, entre los encerrados, cuestiones muy feas: conflictos de clase, racismo, antisemitismo, insolidaridad, corrupción y traición, por no hablar de las miserias sexuales que provocaba la reclusión.
Una visión desmitificadora, entonces. “sí, y mucho más amplia”, explica Macintyre, que con este libro, como hizo antes con los dedicados al agente Zigzag, la operación Carne Picada o la historia secreta del Día D, vuelve a apasionar a los lectores. “Yo crecí, como la mayoría de los británicos, envuelto en el mito de Colditz. a los 14 años veía la serie de la BBC de 1972 con David Mccallum, jugaba al juego de mesa, del que era autor Pat Reid, uno de los fugados auténticos (también asesor de la serie); los héroes de Colditz formaban parte de mi mitología personal, una historia de ingleses valientes y de coraje. Pero como suele suceder, la historia no era tan sencilla ni tan edificante. la de los presos de Colditz es en realidad la de una sociedad dividida por clases, por razas, por la sexualidad. Es también la historia de un gran sufrimiento, de actitudes ruines, aburrimiento, hambre, y derrumbes psicológicos y morales”.
Uno de los casos más desmiticadores que aparecen en el libro es el del célebre piloto Douglas Bader, uno de los más legendarios de la segunda Guerra Mundial, un as de caza con 30 victorias sobre la luftwaffe y que, amputado de las dos piernas tras un accidente, combatía con sendas prótesis (que rellenó de pelotas de pingpong para flotar si caía en el Canal). Bader fue derribado en agosto de 1941, capturado e internado en varios campos de los que indefectiblemente trataba de escapar hasta que lo enviaron a Colditz. “Fue uno de mis héroes de infancia, como de muchos chicos británicos, pero aunque dio ejemplo de tesón y fuerza de voluntad y valor también era un cabrón”. Macintyre explica en el libro cómo abusaba psicológicamente de su ordenanza, alex Ross, se hacía llevar por él a caballito e impidió que lo liberaran en un intercambio de prisioneros a fin de que se quedara para seguir sirviéndole. “Era un monstruo, eso probablemente lo hace todavía más interesante como personaje; se puede ser valiente y a la vez deleznable”, reflexiona el autor.
Los ordenanzas que acompañaban en prisión a los oficiales eran tratados por estos con altivez y desprecio, y no se los dejaba formar parte de los planes de fuga. Eran la “clase baja” de Colditz, donde se reproducía la estricta e inamovible estratificación social de la Gran Bretaña de la época. Incluso había clubes en los que no te dejaban entrar si no habías estudiado en Eton. También hubo racismo, con oficiales indios, y antisemitismo, especialmente con un grupo de oficiales franceses judíos, segregados por sus compatriotas en una especie de gueto. Colditz, recuerda Macintyre, no era una prisión solo para británicos, y al principio convivían muchas nacionalidades.
El autor subraya también que en relación con el castillo hay que olvidarse, con algunas excepciones, del estereotipo de los guardias alemanes nazis brutales. De hecho, en su relato hasta parece que fueron muy pacientes con las burlas constantes de los prisioneros británicos y las fugas, algunas de las cuales eran realmente insólitas, como la del teniente francés Émile Boulé, que trató de salir por la puerta disfrazado de mujer. los alemanes respetaban la Convención de Ginebra y trataban a los oficiales presos de manera acorde a su rango; incluso llegaron a crear un museo con elementos de las fugas. las cosas cambiaron al final de la guerra y algunos prisioneros prominentes se salvaron por un pelo de ser ejecutados por las ss como venganza. los alrededores del castillo fueron escenario de una verdadera batalla antes de su liberación por las tropas estadounidenses. El libro cuenta que se elaboró un plan para liberar a los prisioneros con unidades de operaciones especiales que debía comandar ¡el escritor Patrick leigh Fermor!
¿Cuáles son las fugas favoritas de Macintyre? ¿la del elegante oficial de caballería francés que escapó con un pañuelo de Givenchy al cuello, recorrió los 80 kilómetros finales hasta suiza en una bicicleta solo con las llantas y había dejado un mensaje en su celda para que le enviaran su equipaje? ¿la de airey Neave, que trató de escapar disfrazado de soldado alemán con un uniforme casero tan mal hecho que parecía una mezcla de extra de opereta de Gilbert & sullivan y Duende Verde? ¿la de Michael sinclair, el Zorro rojo, que se caracterizó como el sargento alemán Rothenberger después de estudiarlo durante meses y fue a topar con el guardia para estupefacción de este en una escena digna de los hermanos Marx? “la del francés, Pierre Mairesse-lebrun, me parece magnífica; huyó mientras le disparaban y lo de pedir que le enviaran la ropa, me encanta. Y los intentos fracasados son muy interesantes. lo de los disfraces revela el amor de los británicos por el teatro”.
Colditz es también una historia de sufrimiento había conflictos de clase, racismo y antisemitismo

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