martes, 1 de marzo de 2016

HISTORIAS DE VIDA


Valeria Aguilar es una joven maestra que se trasladó a Cholila, en Chubut, para enseñar en una escuela agrotécnica adonde impulsa el crecimiento de jóvenes del ámbito rural con ganas de superarse. A sus 27 años trabaja con inmensa vocación para mejorar la calidad educativa de sus alumnos y combatir el abandono escolar que amenaza el futuro de numerosos chicos en la zona.
Valeria Aguilar cumple un año como docente en Cholila.Foto:Fundación Cruzada Patagónica
"Es como cuando te tirás a la pileta: sabés que el agua va a estar fría, pero te zambullís igual. Si lo pensaba demasiado iban a aparecer todos los miedos e inseguridades." Así describe Valeria Aguilar la decisión que la llevó a mudarse a Cholila, al noroeste de Chubut, a 1800 kilómetros de su familia, amigos y el barrio que la vio crecer en Lomas de Zamora. "Me vine absolutamente sola, fue difícil el cambio", cuenta esta joven de 27 años que hoy disfruta al ejercer su vocación como docente de biología en el Centro Educativo Agrotécnico de la Fundación Cruzada Patagónica, que brinda oportunidades para una mejor educación a jóvenes de sectores vulnerables del ámbito rural.


El disparador fue el aburrimiento. Todo surgió durante las vacaciones de verano de 2015, antes del comienzo de clases de las escuelas donde Valeria trabajaba hasta ese momento en Buenos Aires. Para aprovechar el tiempo libre su mamá la alentó: "Mientras tanto, ¿por qué no te buscás algo para ayudar a la gente?" Así fue como se contactó con la Fundación Cruzada Patagónica que le dio la posibilidad de viajar a Junín de los Andes (Neuquén) por unos días para sumarse a actividades de voluntariado, como pintar la escuela, participar en tareas de cocina, ordenar donaciones y colaborar con la comunidad mapuche.
Durante su estada en Junín de los Andes se movilizó hasta Cholila para conocer otra de las escuelas de la fundación. Allí se sintió cautivada por este lugar, la energía de su gente y la paz de la naturaleza. A las pocas semanas de su regreso a Buenos Aires recibió la llamada inesperada del director de esta institución con una buena noticia: la profesora de biología se había jubilado y quedaba vacante ese puesto para ella, la decisión estaba en sus manos. Acto seguido, Valeria renunció a las seis escuelas privadas adonde trabajaba y armó su bolso para hacer frente a este desafío.



"Yo estaba trabajando muy bien, no tenía necesidad de cambiar. Tuve que renunciar seis veces, presentarme delante de seis directoras y decirles: en 15 días me voy y tenés que conseguir un reemplazo", se ríe. "Y para mi sorpresa, la respuesta que recibí fue muy linda, todas me abrazaron y me desearon la mejor suerte."

Los primeros meses en Cholila vivió junto a las jóvenes del albergue estudiantil de la fundación porque todavía no tenía un sitio donde instalarse. Como ésta, muchas otras experiencias le sirvieron para crecer a nivel personal y profesional. "Aprendo muchos de mis alumnos, de sus historias de vida, del esfuerzo que hacen por superarse a pesar de las dificultades. Acá siento que puedo aportar mi entusiasmo por emprender nuevos proyectos, mis herramientas pedagógicas y, sobre todo, dejar una huella en el crecimiento del colegio y en el objetivo de la fundación, que es incluir cada vez a más chicos y combatir el fracaso escolar que se vive mucho en la zona", dice Valeria.


Esta joven docente, que ya se ganó el cariño de sus alumnos -con quienes muchas veces sale a caminar por el lago, a juntar manzanas o incluso les cocina algo rico para compartir en clase-, concluye: "Disfruto ir a trabajar todos los días porque creo que la docencia es un servicio, como un médico: tenés la vida y el futuro de un chico en tus manos. Si lo hacés sentir que fracasa, lo podés marcar mucho, pero si lo acompañás con afecto y empatía podés generar un impacto positivo en su vida".

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