domingo, 13 de marzo de 2016

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE GUY TALESE


Habían transcurrido dos horas de camaradería. Estaban en un restaurante adonde llegaron para despedir el año, bebieron buen vino y conversaron con humor sobre naderías y el oficio que los une. Todos los días procuran comprender qué es lo que sucede en el mundo, y cada madrugada sienten que pudieron haberlo hecho mejor cuando reciben el diario debajo de la puerta. Cuando la charla parecía menguar, sofocada por el alcohol y la fatiga, uno de ellos tomó la palabra. A menudo escuchan con atención lo que tiene para decirles por muy buenas razones; la menos importante de ellas es que es su jefe. Pero esta vez utilizó un truco que los dejó en suspenso por unos segundos. Quiero agradecerles el año que compartimos -dijo-, y para celebrarlo les traje un regalo. Déjenme antes contarles una pequeña historia -agregó, y se tomó unos minutos para develar el pequeño misterio.


Contó entonces que hacía algunas semanas, cuando pensó en reunirlos para despedir el año, decidió que quería regalarles un libro. Esa noche lo llamé a Fernández -dijo, y señaló con un ademán a Jorge Fernández Díaz, el periodista que gracias a textos como Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán y El puñal se convirtió en uno de los grandes autores de policiales de la última década. Fernández, halagado, asintió desde un recodo de la mesa con un ademán de discreta coquetería-. Le pedí que me hiciera algunas recomendaciones, y elegí uno de esos títulos.

 Al día siguiente recorrí dos o tres librerías, pero pronto me di cuenta de que no iba a conseguir quince ejemplares idénticos.
 Les dije a mis secretarias, sin mucha esperanza, que los buscasen, y me olvidé del asunto. Por las dudas, empecé a elegir un libro para cada uno de ustedes -dijo con una sonrisa. Disfrutó de una breve pausa sabiendo que había conquistado la atención de la mesa. Siguieron unos segundos de silencio. Nadie abrió la boca, algo raro entre periodistas que siempre sienten que tienen algo para decir y, peor aún, que el mundo quiere escucharlos.

Una mañana compré dos ejemplares de Desayuno en Tiffany's, de Truman Capote, y uno de Bloody Miami, de Tom Wolfe -agregó, y empezó a desovillar el enigma. Alguien dijo después, cuando los hechos se habían consumado, que en esa develación comenzó a entender una parte del truco. Había elegido autores que hicieron escuela entre los cronistas enamorados del nuevo periodismo en los años 60, aquella corriente conocida como literatura de no ficción en la que estuvieron Joan Didion y Hunter S. Thompson. Los otros libros eran de escritores que, de una manera u otra, habían seguido esa huella en un tiempo más cercano-. También compré un clásico de Ryszard Kapuscinski, Viajes con Heródoto, y dos ejemplares del cubano Leonardo Padura, Herejes y Adiós, Hemingway. Pero algo sucedió de pronto antes de que pudiese hacerme del resto. Una de mis asistentes me dijo que habían conseguido los quince ejemplares del libro en el que había pensado desde el comienzo.
Sonrió de nuevo. Se alejó unos metros de la mesa y tomó de detrás de un mueble los quince libros cuidadosamente envueltos. En el silencio del salón se escuchó el crujir del papel rasgado y la respiración palpitante de quienes están a punto de develar un enigma. Eran quince ejemplares de Retratos y encuentros, la obra de Gay Talese.


Algunos de los presentes habían leído cinco o seis textos clásicos de ese volumen tan a menudo utilizado en las escuelas de periodismo a los que siempre es bueno regresar: los retratos de Frank Sinatra y Floyd Patterson están entre lo mejor que se escribió en el periodismo norteamericano de la segunda mitad del siglo pasado.
La escena despertó la imaginación de uno de los jóvenes periodistas veteranos que estaban sentados a la mesa. Pensé en cuál sería la conversación que podría resultar del hecho de que quince personas leyeran al mismo tiempo el mismo libro en una suerte de comunión literaria que tiene algo de ritual espiritual -dijo el día después. El gesto encierra acaso otras verdades: un hombre decide regalarles a sus colegas periodistas, la mayoría de ellos fogueados en la profesión, una obra cumbre que enseña lo mejor del oficio porque sabe que así los pondrá en contacto con el milagro de la lectura, que es el principio de la escritura. Es, también, la generosa invitación a ser aún mejores en el arte de contar historias y desentrañar los misterios del mundo.

V. H. G. 

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