El día que llegué a París, comí en Chez l'Ami Louis. Abrió sus puertas en 1941, es un bistró sencillo y controvertido por su hacer conservador de cocina onerosa. Para mí es un estandarte, baluarte y resistencia heroica de aquel espíritu llano, franco y galo que parece perderse en el modernismo de los gestos innovadores que ha abrazado el universo de las cocinas.
Apenas amanece, me despierto en París, con las cortinas abiertas. Desde la cama veo en el cielo unas pequeñas nubes finas y alargadas de color rosa. Pienso que ya debería estar en Montmartre, sentado debajo del Sacre Coeur mirando la ciudad iluminarse con el alba. Preparo mi bolso rojo de jardín sin tapa con un termo de café, cuchillo de viaje, un pedazo de queso Comte, un frasco de dulce de frambuesas y rodajas de pan de Poilâne.
En otro bolsillo, mis lápices, cuaderno y el Libro del éxtasis, de Al-Niffari, escrito hace mil años. El bolso que no tiene tapa contiene abiertamente mis contenidos para mi mañana, y mientras camino puedo ver y soñar con ilusión mi próximo estar y destino: los sombreados peldaños de piedra. Ahora sentado en un banco, debajo de mí la ciudad se ilumina mientras leo el capítulo El éxtasis del conocimiento de los conocimientos. Dice: "Transformas la ciencia en la bestia de tus bestias y el universo entero en el camino de tus caminos".
Los gestos del día me recuerdan siempre que mas allá de los museos, mi corbata y planes de jornada, hay constantemente expresiones dadas por la luz y la sombra que en conjunto con el tiempo me siguen enseñando. Diariamente. Pequeñas voces que me recuerdan el valor de una sencillez que por lapsos rige mi hacer, dándole fortaleza y contenido a ciertos momentos que me regresan a un llano, a una entidad menos sonora o adornada del estar, pasar, amar, hacer, vivir.
Delacroix está con una retrospectiva magnífica en el Louvre entre tigres, desnudos y batallas. Me gustó el cuadro de la Libertad con la bandera, sus ninfas desnudas y la joven huérfana en el cementerio. Luego de disfrutarlo durante décadas en el mínimo museo que fue su casa y estudio en Place de Furstenberg. Aquí adquiere una grandeza de luz que muestra en detalle los gestos de los días, las expresiones de la luz y el color, una dicción trasladada a las imágenes extremas de la humanidad en sus estados de tristeza, alegría, deseo y crueldad.
También estuve en Balagan, el nuevo restaurante judío de París, donde Dan Yosha comanda los fuegos con sabores esenciales al arraigo de su país. Sorprendido por la alegría reinante durante el despacho con música muy fuerte; todos bailaban mientras cocinaban las delicias que llegaron al mostrador donde estábamos sentados frente a los fuegos. Me hicieron casi bailar, festejando los gestos de la noche, del sabor y del deseo por la vida.
En el Quai d'Orsay revisité los impresionistas que no veía desde que estaban en el museo del Jeu de Paume, revisten el uso de la luz al aire libre y del instante, siendo Monet, con Soleil Levant quien dio nombre al movimiento.
Varios segundos desayunos de media mañana de mis días en París; huevos a la coque en el café de Flore, siempre en el comedor de adentro, donde se sientan los parisinos. Almorcé en el nuevo restaurante italiano Pink Mamma, extendido en tres pisos de un edificio lleno de luz y cuadros; burratta con tomates antiguos y dorada a la plancha con hinojos, con un vino blanco de Sicilia.
Mañana tomaré mi café en los jardines de Luxemburgo leyendo Le Monde, que guardé, con un homenaje a Simone Weil, en una de las sillas metálicas sobre la parte más alta, encima de la fuente.
París, sus gestos de luz y civilidad son un templo, que, con avenencia, halagan el pensamiento.
Allegra y papá.
Los gestos del día me recuerdan siempre que mas allá de los museos, mi corbata y planes de jornada, hay constantemente expresiones dadas por la luz y la sombra que en conjunto con el tiempo me siguen enseñando. Diariamente. Pequeñas voces que me recuerdan el valor de una sencillez que por lapsos rige mi hacer, dándole fortaleza y contenido a ciertos momentos que me regresan a un llano, a una entidad menos sonora o adornada del estar, pasar, amar, hacer, vivir.
Delacroix está con una retrospectiva magnífica en el Louvre entre tigres, desnudos y batallas. Me gustó el cuadro de la Libertad con la bandera, sus ninfas desnudas y la joven huérfana en el cementerio. Luego de disfrutarlo durante décadas en el mínimo museo que fue su casa y estudio en Place de Furstenberg. Aquí adquiere una grandeza de luz que muestra en detalle los gestos de los días, las expresiones de la luz y el color, una dicción trasladada a las imágenes extremas de la humanidad en sus estados de tristeza, alegría, deseo y crueldad.
También estuve en Balagan, el nuevo restaurante judío de París, donde Dan Yosha comanda los fuegos con sabores esenciales al arraigo de su país. Sorprendido por la alegría reinante durante el despacho con música muy fuerte; todos bailaban mientras cocinaban las delicias que llegaron al mostrador donde estábamos sentados frente a los fuegos. Me hicieron casi bailar, festejando los gestos de la noche, del sabor y del deseo por la vida.
En el Quai d'Orsay revisité los impresionistas que no veía desde que estaban en el museo del Jeu de Paume, revisten el uso de la luz al aire libre y del instante, siendo Monet, con Soleil Levant quien dio nombre al movimiento.
Varios segundos desayunos de media mañana de mis días en París; huevos a la coque en el café de Flore, siempre en el comedor de adentro, donde se sientan los parisinos. Almorcé en el nuevo restaurante italiano Pink Mamma, extendido en tres pisos de un edificio lleno de luz y cuadros; burratta con tomates antiguos y dorada a la plancha con hinojos, con un vino blanco de Sicilia.
Mañana tomaré mi café en los jardines de Luxemburgo leyendo Le Monde, que guardé, con un homenaje a Simone Weil, en una de las sillas metálicas sobre la parte más alta, encima de la fuente.
París, sus gestos de luz y civilidad son un templo, que, con avenencia, halagan el pensamiento.
Allegra y papá.
F. M.
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