viernes, 31 de agosto de 2018

HISTORIAS DE LA PATRIA

El negro Falucho (soldado Antonio Ruíz fusilado en febrero de 1824)


Este hermoso poema, cuyo autor es Rafael Obligado. En este mes de tributo al General José de San Martín, por el aniversario de su fallecimiento, consideramos oportuno compartirlo con nuestros lectores.

La pequeña plazoleta triangular de Fitz Roy, Santa Fe y Luis María Campos, en Palermo. Está allí desde el 23 de mayo de 1923 y es la primera obra íntegramente realizada por artistas argentinos. Hecha en bronce fundido también en talleres argentinos, la obra fue iniciada por Francisco Cafferata (1861-1890), quien se suicidó a los 29 años. La continuó su discípulo Lucio Correa Morales y después de estar instalada un tiempo en el cruce de Florida y Marcelo T. de Alvear, junto a la plaza San Martín, fue trasladada a su actual ubicación. Pero lo más curioso de la obra no es esa imagen heroica de un soldado abrazado a su bandera, sino el personaje al que evoca. Según la historia recopilada por Bartolomé Mitre en su libro sobre San Martín y la emancipación sudamericana, recuerda la heroica gesta de Antonio Ruiz, un soldado negro que había nacido en Buenos Aires y que en el momento del acto que le costó la vida integraba el Regimiento del Río de la Plata, que se encontraba en Perú como parte de la campaña libertadora. Pero lo más curioso de la obra no es esa imagen heroica de un soldado abrazado a su bandera, sino el personaje al que evoca. Según la historia recopilada por Bartolomé Mitre en su libro sobre San Martín y la emancipación sudamericana, recuerda la heroica gesta de Antonio Ruiz, un soldado negro que había nacido en Buenos Aires y que en el momento del acto que le costó la vida integraba el Regimiento del Río de la Plata, que se encontraba en Perú como parte de la campaña libertadora.


Duerme el Callao / ronco son hace del mar la resaca / y en la sombra se destaca / del real Felipe el torreón.
En él está de facción porque alejarle quisieron, un negro de los que fueron con San Martín de los grandes, que en la pampa y en los Andes batallaron y vencieron.
Por la pequeña azotea Falucho, erguido y gentil, echado al hombro el fusil lentamente se pasea. Piensa en la patria, en la aldea donde dejó el hijo amado donde su dueña adorada lo aguarda triste y llorosa y en Buenos Aires, la hermosa que es su pasión de soldado.
Llega del fuerte a su oído, rumor de voces no usadas de bayonetas y espadas agrio y áspero ruido Un ¡Viva España! seguido de un otro ¡Viva Fernando! y está Falucho dudando si dan los gritos que escucha sus compañeros de lucha o si está loco o soñando.
Abierta el ala luciente hacia los mares batía cuando Falucho que ansía dar un viva a su manera izó nervioso a tirones la azul y blanca bandera.
Por mi cuenta te despliego dijo airado, y de esta suerte, si a tus pies está la muerte, a tu sombra muera luego. Nació el sol. Besos de fuego dióla en rayas de carmín. Rodó el mar desde el confín un instante estremecido y en la torre quedó erguido el negro de San Martín.
No bien así desplegados / nuestros colores lucían, / por la escalera subían / tropel los sublevados. / Ven a Falucho y airados / hacia él se precipitan.
¡Baja ese trapo! le gritan ¡y nuestra enseña enarbola! ¡Y es la bandera española a que los criollos agitan!
Dobló Falucho entretanto la oscura faz sin sonrojos y ante aquel crimen sus ojos se estremecieron en llanto. Vencido al punto el quebranto con fiero arranque exclamó: ¿Enarbolar esa yo, cuando está aquella en su puesto? Y un juramento fue el gesto con que el negro dijo: ¡No!
Con un acento glacial en que la muerte predicen, ¡Presenta el arma! le dicen ¡al estandarte real! Rotos por la orden fatal de la obediencia los lazos, alzó el fusil en sus brazos con un rugido de fiera y contra el asta bandera lo hizo de un golpe pedazos.
Ante tamaña insolencia de una acción inesperada la infame turba exitada clamó: ¡Muera el insurgente! y asestados al valiente cuatro fusiles brillaron. ¡Ríndete al Rey! le intimaron mas como el negro exclamó: ¡Viva la Patria y no yo! los cuatro tiros sonaron.
Uno, el más vil, corre y baja el estandarte sagrado que cayó sobre el soldado como gloriosa mortaja. Alegre diana la caja de los traidores batía. El Pacífico gemía melancólico y desierto y en la bandera del muerto nuestro sol resplandecía.

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