martes, 28 de agosto de 2018

HISTORIAS DE MUCHAS VIDAS...


Hernán (5 años) y Eluney Cuminao (4 años) se despiertan tiritando de frío en Mamuel Choique, un paraje de la región sur de Río Negro. Hacen -20 grados y sus camas están húmedas. Su papá ya se levantó una hora antes que ellos en busca de leña para poner en la cocina y poder calefaccionar al menos un ambiente en el que puedan cambiarse más calentitos.
"Cuando arrancamos el día, está todo congelado. Esta casa no está para tener a los chicos", dice Jorge el padre de familia. Siempre vivieron en el campo pero a partir de este año, los días de semana viven en el pueblo, para que sus hijos vayan a la escuela. El se queda en el campo para cuidar de los animales.
En invierno todo se congela: los pisos, las cañerías, el combustible. En definitiva, la vida. "La vivienda nos las prestó el comisionado pero está bastante deteriorada. En la primavera pienso construir una casa para nosotros porque esto es una heladera", agrega
Las escuelas están equipadas con calefacción y ahí los chicos disfrutan de una realidad muy distinta a la de sus casas. En el campo, en cambio, toda la familia está acostumbrada a ayudar a "picar" leña. Lo hacen las mujeres y también los chicos. A Nasael , de 7 años, es una de las actividades que más le gusta hacer en su casa. "Yo siempre que puedo lo ayudo al papá con eso", dice con mostrando una pila de leña sobre la nieve.
Nestor Nahuelfil vive en el campo, a 10 km de Mamuel Choique
Nestor  vive en el campo, a 10 km de Mamuel Choique
En los últimos cinco años, el gobierno de la provincia implementó un plan de construcción de "chanchitas" o zeppelin de gas para los parajes -muchos están a más de 1000 metros de altura sobre el nivel del mar- , y eso modificó notablemente la vida de las familias. En invierno, se ocupan de rellenarla gratis y de entregar garrafas.
"Gracias al plan Garrafón Social le instalamos las chanchas a 34 parajes, a través de sus comisiones de fomento. Hicimos un convenio con YPF, y ellos instalaron la chancha con una cocina y un calefactor para cada familias. Hoy les hacemos las cargas cada 45 días. Todo es totalmente gratuito", explica Luis Di Giácomo, ministro de Gobierno de Río Negro.
Si bien ese beneficio llegó a Mamuel  hace dos años -pero no a la casa de los Cuminao - , a Ojos de Agua y a Laguna Blanca, por mencionar algunos, todavía hay otros que están esperando como Las Bayas. Marcelino  vive en Las Bayas junto a su mujer. Allí todavía no llegaron los zeppelines ni tampoco la leña. "Nos prometieron que iba a llegar. Lo último que tenemos son unos palitos para poner en el fuego pero no podemos pasar el invierno así", se queja.
Las que también esperan son las familias que viven en el campo. A ellas todavía no les llegó el gas, y su situación es mucho más crítica. Sólo sobreviven con la leña. En estos lugares, el mate dulce siempre es un buen compañero.

Las familias que viven en el campo no tienen gas. Sobreviven con leña y garrafa
Las familias que viven en el campo no tienen gas. Sobreviven con leña y garrafa
"Las chanchas se cargan con camiones grandes, por lo tanto tiene que haber un acceso posible. Los caminos de los campos hacen que no se pueda circular camiones de ese porte. Para ellos tenemos previsto el Proyecto de Energías Renovables en Mercados Rurales (Permer) en donde se busca llevar paneles solares y estufas rusas para los pobladores aislados", cuenta Di Giácomo.
Luis tiene una hija de 4 años que vive con él y su mujer en el campo, a 35 kilómetros de Laguna Blanca. De la poca plata que le queda por la venta anual de lana, en lo que más gasta es en leña, comida y ropa para abrigar a su hija. Hoy está costando cerca de $1300 el metro de leña. "En donde yo vivo es un infierno, cuando viene el temporal de nieve no se puede salir. Si te llegás a enfermar hay que salir a caballo", explica.
Marcelino Garcés se queja de que le falta leña para pasar el invierno
Marcelino se queja de que le falta leña para pasar el invierno
A través del Plan Calor, la provincia gira los fondos para entregar 1000 kilos de leña embolsada a cada familia rural, para ayudarlos a pasar el invierno. Pero no alcanza. "El abastecimiento de leña a través del Plan Calor es importante porque ahí no hay ni luz ni gas. Y sino ellos tienen que arreglársela para canjear un camión de leña por un animal o un fardo", dice Franca extensionista rural de INTA Bariloche.
Sobre la posibilidad de aumentar la cantidad de leña destinada a cada familia, Di Giacomo sostiene que "siempre puede haber reclamos y faltas pero de alguna manera se intenta tener una presencia permanente".
Mamuel  ahora tiene gas. Desde la Comisión de Fomento van controlando las chanchas y cuando están en un 30%, avisan para que la vayan a reponer. "Así que la leña que está llegando es para las 36 familias que tenemos en el campo. La mayoría está cobrando las jubilaciones y eso es un gran ayuda", cuenta Elida Matilde, integrante de la entidad.
Nahuelfil usa una cocina a leña para calefaccionarse
Nahuelfil usa una cocina a leña para calefaccionarse
Sin embargo, ese sistema puede fallar. El pueblo se ha quedado una semana sin gas por problemas en la gestión, en pleno invierno. "No todos pueden comprar la leña. Ahora no llega el gas y la gente está un poco preocupada. Todos tienen una cocina a garrafa en su casa", agrega Michelena con preocupación.
La logística para que las donaciones de leña lleguen efectivamente, casa por casa, se canaliza a través de las 34 comisiones de fomento que existen en la provincia. "La promesa que hizo este gobierno es que las garrafas y las chanchas también iban a llegar al campo", cuenta Huentemil. A su lado, Enrique, integrante de la Comisión de Fomento de Ojos de Agua, explica que la calidad del servicio mejoró en los últimos años: "Antes eran 400 kilos y sin cortar. Ahora son 1000 kilos y cortada", dice.
Lo que sí reconoce es que este año están atrasados con el reparto de la leña. Recién a mediados de julio, estaban llegan a algunos campos. Inesperadamente, las bajas temperaturas habían empezado hacía rato. "Las condiciones climáticas de este año son muchas más duras que las habituales en el último tiempo. Llevábamos 12 años sin grandes nevadas. Recién este año volvió a caer nieve fuerte", explica Di Giácomo.
Un vecino de Laguna Blanca protege la leña con un nylon para que no se moje
Un vecino de Laguna Blanca protege la leña con un nylon para que no se moje
Para Pedrazza, siempre lo más difícil es poder llegar a todas las casas a pesar del hielo y de la nieve. "Las zonas más alejadas de las ciudades son más bajas y las más alejadas, como nosotros, son las más altas y frías. Sólo para la zona de Ojos de Agua, tenemos que hacer 35 viajes para poder llegar a cada productor".
Para poder tener a un chico "calentito" durante todo el día, hay que quemar leña permanentemente. Por eso toda la familia de Angie, está reunida alrededor de la mesa ubicada pegada a la cocina a leña. "Nos acaban de dar 20 bolsitas de refuerzo pero no nos alcanza. Ahora con el frío se consume mucho", dice Mónica  su madre.
Una vecina de Mamuel Choique hachando leña
Una vecina de Mamuel hachando leña
Cuando a las familias se les termina la leña que les dan tienen que salir a comprarla porque ya no quedan árboles en el campo producto del desmonte. Desde el INTA Jacobacci, están trabajando para instalar boquetes leñeros para que a futuro puedan sacar la leña o postes de ahí. "Ahora estamos en la etapa de esperar a que crezcan los árboles", explica Virginia  extensionista rural de la entidad.
A veces, los pequeños productores hasta recurren a la bosta de los animales para generar calor. Esto es lo que hace Rubén , en la zona de Ojos de Agua. "Usamos la bosta de vaca y ya que estamos también limpiamos el mallín. En invierno la Comisión de Fomento me trae leña y también tres garrafas por mes. Y sino la compro yo", cuenta Rubén.
En su casa tiene luz de farol a gas y cocina a leña. "Como vivo solo, salgo a mirar a los animales y cuando vuelvo a la tarde, está todo frío. A la mañana el chiflete entra por la puerta y los vidrios se congelan", concluye.
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Pobres en Patagonia: Tuvo su primera ducha caliente a los 7
OJOS DE AGUA, Río Negro – Nasael tiene 7 años y vive en un paraje ubicado en Ojos de Agua, en la línea sur de Río Negro. Este año empezó la primaria en la Escuela Hogar Nro 307 Horacio R. Ruiz, ubicada en Lipetrén Grande, a 40 kilómetros de su casa. Todavía recuerda lo que sintió cuando, hace apenas cuatro meses, pudo darse ahí la primera ducha de agua caliente de su vida.
“Abrí la canilla y dije, ¿No será agua fría? Y después la toqué y re caliente estaba. El cuerpo me ardía”, cuenta haciendo el ademán de girar la canilla hacia la derecha, todavía con sorpresa en los ojos. Y agrega: “En mi casa no es así, calentamos una olla o una pava y nos bañamos en un fuentón”.
Nasa, como todos lo llaman, pasa su infancia en Ojos de Agua, la décima localidad más vulnerable de la Patagoniaen términos de pobreza infantil, según el relevamiento confeccionado en exclusiva por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA
Y su realidad no escapa a estas cifras. Su familia está instalada en el campo y hace malabares para llegar a fin de mes. Su papá se dedica a criar ovejas y chivas, y todavía se está recuperando de la enorme cantidad que perdió con las cenizas del volcán Peyehue en 2011. Hoy tiene un total de 160, entre ambas especies. Y con eso viven. Su mamá, Marisol, terminó la primaria, es ama de casa y cobra la Asignación Universal por Hijo. Su hermano Axel, de 14 años, está estudiando el secundario en Ingeniero Jacobacci.
“Está fulero. Si comprás leña, no comprás mercadería y si comprás mercadería, no te vestís”, dice Marisol para intentar explicar las difíciles decisiones que tiene que hacer todos los días. Su lógica se maneja por prioridades.
Es viernes por la mañana en la escuela, hacen -15 grados y Nasa está contento porque sabe que después de dos semanas, hoy vuelve a su casa por el fin de semana. Se levanta de su cama cucheta a las 7:30 – “los más chicos dormimos abajo y los grandes arriba”, explica – y se viste con botas, bombachas de campo, un sueter con los colores de la Argentina y el guardapolvos. Se lava la cara y los dientes en la bacha, cuelga la mochila en sus hombros y va para el comedor. Agarra una tostada y la moja en el mate cocido.
Si pudiera pedir tres deseos, serían una pelota de River, útiles y una pistolita de agua. Sobre su futuro, ya decidió que quiere ser bombero. “Así salvo a la gente y a sus casas. También me gusta el traje”, dice riéndose hasta que los ojos se le achinan.
Vivir en los parajes de la línea sur de Río Negro, en la Patagonia, es duro. No es la misma pobreza que se ve en las provincias el norte, en donde falta la comida y sobra la sed. En esta región – la de menor índice de pobreza infantil – el frío es el que manda.
En invierno las temperaturas son negativas, la nieve cubre el campo y lo cerros, los caminos se tornan intransitables, el viento corta la cara, las cañerías y los paneles solares se congelan, y el frío se cuela por cada rendija. El mayor desafío es mantener caliente las casas y cuidar a las cabras y chivas, el principal ingreso de las familias.
“En esta zona la gente siempre tiene algo para comer. Porque caza un guanaco, un avestruz o una liebre. Sí están malnutridos porque acá es muy difícil conseguir frutas o verduras, o productos de estación. Tampoco hay muchos chicos obesos en la zona rural porque tienen mucha actividad, se ocupan de los animales y van a buscar leña”, explica Virginia integrante de INTA Jacobacci.
Río Negro, su provincia, encabeza el ranking de la región en términos de pobreza infantil. Allí, los niños de hasta 17 años tienen la mayor privación de derechos en temas vinculados con la vivienda, la educación, y la salud, entre otros. Le siguen Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, en ese orden, pero sin diferencias significativas.
Ojos de Agua en una localidad de 77.000 hectáreas, ubicada a 56 kilómetros al sudoeste de Ingeniero Jacobacci, y la única manera de llegar es a través de la ruta 6, todavía de ripio y en muy malas condiciones. Integra los parajes de Lileptrén Grande, Lipetrén Chico, Cerro Banderas, Pampa Alegre, Yuquiche y Futarruin.
Ahí viven 148 familias, que en su mayoría son mapuches y están desperdigadas en el campo – solo hay ocho familias en el pueblo- , donde el 96,88% de los hogares no tiene agua de red, baño exclusivo ni heladera.
La casa de Nasa queda en Lipetrén Chico, a 40 kilómetros de la escuela, y entra en esta categoría: no tiene gas, se calefacciona con una cocina a leña, no tiene baño y en invierno solo tiene luz un par de horas, cuando funcionan los paneles solares.

La casa de Nasa queda en Lipetrén Chico, a 40 kilómetros de la escuela

La casa de Nasa queda en Lipetrén Chico, a 40 kilómetros de la escuela
Pero su vida cambió por completo este año cuando arrancó la escuela. Allí el contraste en relación a los servicios es enorme y se siente como en un hotel cinco estrellas. Tiene electricidad, Internet, televisión, baño completo y calefacción, entre otras comodidades. “¿Cómo no voy a querer venir a la a escuela si es más linda que la casa? Acá te bañás más calentito y tenés comida rica”, explica sin poder terminar de asimilar tanta asimetría.
Diana García, ex directora de la escuela, explica que “en la escuela los chicos tienen todas las comodidades pero en sus casas no es lo mismo. Allá tienen un solo dormitorio para toda la familia y no tienen una alimentación variada porque comen solo carne, torta frita y mate”.
Este nuevo bienestar contrasta, sin embargo, con todas las lágrimas que Nasa derramó, en marzo pasado, por tener que separarse de sus padres para irse a vivir a la escuela. Empezó el colegio un año más tarde porque ni él ni su mamá soportaron el desgarro de tener que dejar de verse durante tantos días.
“No conocía a nadie y la primera vez que vine a la escuela lloré un montón. Pero mi mamá me dijo que me tenía que quedar. Ahora ya estoy más tranquilo”, dice todavía afectado. Se tapa la cara con las manos. Las lágrimas vuelven a asomarse cuando dice que extraña su casa, a sus papás y a sus animales.
Este desarraigo es el mismo que sufren muchos de los chicos que viven en el campo. En esos casos, sus padres tienen dos opciones: o construir una vivienda precaria en el pueblo y mantener dos casas, o mandarlos a una escuela albergue.
“Es una realidad triste porque uno sabe que es obligatoria la educación y los chicos sufren mucho el desarraigo de las familias, lloran los primeros días, principalmente a la noche antes de irse a dormir. Los auxiliares de turno son los que más los acompañan y los contienen. El hogar de lo que más se ocupa es de la contención en todos los aspectos”, explica García.
Con Nasa, el problema era que su mamá tenía miedo de dejarlo solo y de que lo maltrataran. “Al principio lloraba un montón. Por la edad no lo podíamos anotar en primer grado, así que yo le meto pata para que alcance a los otros nenes y nivelarlos a todos. Ahora lee bárbaro”, dice Silvia  su docente, que se encariñó tanto con Nasa que hasta se convirtió en su madrina.
A Marisol, la mamá de Nasa, le sobran los motivos para querer cuidar a su hijo. Se le nubla la mirada cuando recrea los días tortuosos que pasó en la escuela albergue a la que fue en Paso del Sapo, en Chubut, en donde terminó la primaria.
“Mis papás me mandaron ahí porque tampoco tenían movilidad. La viví muy mal. Éramos como 90 alumnos. Todos te pegaban, te retaban y pasamos hambre y frío. Comíamos la comida de los chanchos, teníamos piojos. Y no había derecho a nada. Por un lío te ponían un mes en penitencia. Por eso me costó tanto dejar a Nasa ir a una”, explica Marisol.
Las primeras semanas de marzo, Nasa y su papá hablaban todos los días por radio – es el único medio de comunicación que tienen en su casa- a la noche para calmar la angustia y los miedos. “La repetidora no está funcionando y yo me tengo que subir a un cerro a 3000 metros de altura para poder hablar a través de un handy. Antes lo llamaba todos los días y ahora lo hago un día por medio”, cuenta su papá.
Su mamá, busca distraerse en su día a día para no extrañarlo tanto: “Los días cuando Nasa no está son de un silencio terrible. Mi marido se va al campo y yo me pongo a hacer cosas afuera para no estar sola y no pensar tanto en él”.
Al mediodía los alumnos almuerzan una sopa y canelones. Antes, hacen una bendición: “Niñito Jesús, nacido en Belén, bendice a esta mesa y a nosotros también”. “A la tarde a veces salimos cuando no hace mucho frío por la nieve. Sino jugamos adentro o tenemos la hora de lectura. Después nos bañamos, cenamos y nos vamos a dormir”, explica Nasa, ya acostumbrado a la rutina.
Pero hoy el día es distinto. A las 17, Santiago , el comisionado de Ojos de Agua, llega con una camioneta para repartir a los alumnos en sus casas. Muchas veces, por cuestiones climáticas, los chicos se quedan más días en la escuela o en sus casas porque no pueden salir.
“El camino se pone muy intransitable con la nieve y el hielo. Las máquinas pasan de vez en cuando para despejarlo pero es muy difícil. La ruta la están haciendo hace un montón pero trabajan en el verano nomás”, explica Enrique , también integrante de la Comisión de Fomento.
El viaje a su casa tarda una hora porque hay que hacerlo con cuidado por el hielo, parar a abrir y cerrar tranqueras. Nasa no para de hablar durante todo el trayecto, va señalando los animales que se cruzan, como los choiques o las liebres. “Hay que tener cuidado de que no chocarlas y que se peguen al radiador”, dice divertido.
En medio de una alfombra blanca interminable, se divisa la casa de Nasa – la construyó su papá durante tres años porque “no queda otra, los albañiles no llegan ni locos”, aclara – hecha de ladrillos y techo de chapa. Consta de dos habitaciones, un comedor y un cuartito en donde guardan la mercadería.
“Hola, mami. Hola, papi”, dice Nasa, mientras se funden en un abrazo. La cocina a leña está prendida para calefaccionar ese ambiente. Las habitaciones están congeladas. De hecho, en invierno Nasa duerme en el cuarto de sus padres. “En mi casa estamos calentitos, a veces”, confiesa Nasa. Además, no tienen agua caliente, ni gas, el baño es una letrina ubicada afuera y solo tienen luz durante algunas horas del día, detalla
“Agua hay bastante por el momento. Antes teníamos que ir arriba del cerro y la bajábamos con manguera. Nos instalaron paneles solares pero en invierno las baterías no cargan porque hiela mucho. Así que solo sirven del mediodía a las cuatro de la tarde. Después estamos a oscuras”, explica Esmir su papá.
Él se levanta todos los días a las 7 de la mañana para ir a controlar los animales a caballo, cambiarlos de lugar y darles de comer. “Lo único que tenemos son los animales. La lana es a fin de año y ahí aprovechamos para hacer la compra anual de mercadería”, agrega Esmir.
A Nasa le gusta la vida rural, andar a caballo con su papá, ayudar con las ovejas, cortar leña, y cocinar de todo. “Sé cocinar estofado, bife, tallarines. Mi mamá a veces no puede prender el motor y yo se lo prendo. Si mi papá está mal yo lo ayudo a cuidar a los caballos. Para qué estar jugando, si ellos te agradecen un montón”, dice Nasa.
En invierno si hay nevada o están muy congelados los caminos, se cancelan los traslados y las personas se quedan en sus casas, aisladas. Y cualquier ayuda necesaria, como la atención médica, no llega.
En el caso de Nasa, sus papás no tienen auto. Cada vez que se quieren trasladar, tienen que pagar un flete o un remis. O conseguir a alguien que los lleve. Por eso, prefieren vender la lana y comprarle la mercadería al “mercachifle”, un comerciante que va parando con su camioneta por cada una de las casas de las zonas rurales.
Cuando está en la escuela, Nasa juega al fútbol con sus amigos, se entretiene con juegos de mesa o miran alguna película. Pero en su casa está solo, y no tiene con quien jugar. Su bicicleta ya le queda chica y no hay plata para comprar otra.
“Nasa hace todo lo que hace una persona grande. Jugamos con él un rato para que no se aburra. El me ayuda en todo. En donde ando yo, él también. Y sino lo saco a andar un rato a caballo”, dice su papá. Con su mamá, le gusta jugar a las cartas.
Los tres deseos de Nasa son una pelota de River, útiles y una pistolita de agua.
Los tres deseos de Nasa son una pelota de River, útiles y una pistolita de agua.
“Es importante ir a la escuela a aprender. Mi mamá me enseñó a contar hasta el 30 y ahora me sé hasta el 100”, dice Nasa con su verborragia particular. Sabe que está en juego su futuro, por eso hace el esfuerzo de abandonar a los suyos y crecer de golpe. “Los extraño pero ya me acostumbré“, agrega con cara de nene más grande.
M. U.

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