lunes, 13 de agosto de 2018

LA INOCENCIA DE LOS METEORÓLOGOS

Una super celda sobre las planicies de Kansas, Estados Unidos. El clima siempre fue difícil de pronosticar, pero ahora se ha vuelto extremo. A fin de año, el Servicio Meteorológico Nacional aumentará casi 49 veces su capacidad de cómputo, para poder crear modelos probabilísticos más precisos
Una super celda sobre las planicies de Kansas, Estados Unidos. El clima siempre fue difícil de pronosticar, pero ahora se ha vuelto extremo. A fin de año, el Servicio Meteorológico Nacional aumentará casi 49 veces su capacidad de cómputo, para poder crear modelos probabilísticos más precisos
En otra vida habré sido meteorólogo, supongo, porque me enoja mucho cuando, casi siempre con una ironía mal disimulada y una ligereza de lo más frívola, se mofan de los errores que (supuestamente) cometen los pronosticadores. Para todos los meteorólogos, los mediáticos y los que trabajan de forma anónima, mi solidaridad. Sus críticos, francamente, no tienen idea de lo que hablan.
No solo no tienen idea, sino que todos (incluso los críticos) somos responsables de que estemos entrando en una era de fenómenos climáticos extremos. Hace un par de semanas,se publicaba un titular que parecía sacado de una película de ciencia ficción. "Cambio climático: el calor rompe récords en todo el mundo en otro año preocupante," decía el diario en su página 2. En la bajada, un dato alarmante. En el Círculo Ártico la temperatura llegó a 32,4° Celsius. O sea, en el Círculo Ártico hizo falta poner el aire acondicionado. Quiero decir, si tuvieran aire acondicionado, lo habrían tenido que prender.
Si prever lo que va a pasar en el futuro es normalmente bastante difícil, en el caso de la atmósfera se trata de un desafío de proporciones ciclópeas. Acertar es, además, indispensable. La economía depende de que sepamos más o menos cómo van a estar las cosas en la veleidosa, volátil y frágil burbuja de aire en la que vivimos. No sé si alguna vez se lo pusieron a pensar, pero, por mucho que hayamos progresado técnicamente, todavía somos una civilización que depende de la agricultura y la ganadería. El riesgo del cambio climático no está sólo en inviernos más crudos, olas de calor homicidas y tormentas nunca antes vistas. El riesgo es que nos quedemos sin qué comer.
Una sequía histórica le ha hecho perder a la Argentina unos 8000 millones de dólares en la última campaña de cosecha gruesa. Es un aperitivo de lo que vendrá, si no ejecutamos ya mismo, hoy y en el nivel global, medidas para reducir el consumo de energía y la producción de gases de invernadero (entre muchas otras cosas). Esto dejó hace mucho de ser un asunto político. Ahora se trata de supervivencia.
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Hablando de política, da vuelta una teoría que asegura que el calentamiento global forma parte de un ciclo planetario natural. Me encantan estos razonamientos. De verdad, me encantan. Supongamos por un instante que sea cierto, que este evento de calentamiento global sea normal, en términos geológicos. Fantástico. ¿Y nuestra respuesta a este ciclo presuntamente natural es inyectar gases de invernadero, destruir los océanos y desforestar? Aplausos, por favor.
Cada lamparita
Ahora, ¿es posible hacer algo? Daré un ejemplo simple y bien concreto. Las 54 luces de mi casa encendidas a la vez consumen hoy menos electricidad que 4,5 lamparitas de las que había en la casa de mi abuelo, cuando yo era chico. Si pudiera hacer lo mismo con el auto, un tanque de nafta me duraría 4 meses. Obviamente, nunca están todas encendidas al mismo tiempo, así que, a juzgar por la factura, la compañía eléctrica debe pensar que en casa usamos velas.
Las ciencias básicas, un conjunto de disciplinas que el simplificador serial también desprecia, nos han dado lo que se conoce como LED de alto brillo. Como se sabe, una de estas lámparas consume, por ejemplo, 5 Watts, pero ilumina como una incandescente de 50. Imaginen ganar 10 veces más dinero por mes; tal es la dimensión de este progreso.
Me dicen que las luces LED son caras. Sí, pero duran muchísimo más. De hecho, en el largo plazo son más económicas. Y, además, como en todas estas industrias, la escala va bajando los precios.
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Es una cuestión de inteligencia. Podemos reducir mucho el consumo de energía e invertir en renovables. O podemos terminar de romper el planeta. Es también una cuestión de educación. Pero no solo de los chicos (más sobre esto luego), que suelen tener más consciencia ecológica que sus padres, sino de los adultos. O podemos seguir bailando en el Titanic.
Del mismo modo que, en mi opinión, habría que impartir un breve curso sobre las Leyes de Newton antes de concederle a un ciudadano el permiso para conducir vehículos, todos los habitantes deberían entender el Principio de Conservación de la Energía. Dicho fácil, que esa lamparita en un cuarto vacío está transformando electricidad en luz, y que esa electricidad se obtiene en la mayoría de los casos quemando combustibles fósiles. Los gases de esa combustión, por supuesto, van a parar a la atmósfera.
Es decir, esa lamparita que no se usa está contaminando en vano. La tele encendida sin que nadie la mire está contaminando sin ninguna necesidad. El aire a 16 contamina más que a 24. La caldera encendida todo el tiempo, en lugar de lo suficiente para conseguir una temperatura agradable (19° C) -y ponerse un bucito, aunque más de un tarambana se mofe-, está contaminando inútilmente.
Las tarifas de energía a precio vil no han contribuido ni un poco a la educación energética de los adultos. No sólo porque si es barato tendemos a derrocharlo, sino porque el debate se centra solo en el precio. La factura debería incluir cuál es nuestro costo en contaminación ambiental, en cambio climático. El monitor de mi computadora lo dice. No es tan difícil.
Supercomputadoras
Sí, por supuesto, tengo muy claro que lo que digo suena tan ingenuo como desconectado de la realidad. No importa. Esa sensación se esfumará con la próxima granizada devastadora, con cada ola de calor homicida y cada diluvio bíblico. O cuando nos caiga la ficha de la clase de mundo que les estamos dejando a nuestros hijos.
El hecho es que los meteorólogos están tratando de predecir el futuro con el más imprevisible de los personajes, el clima. Ese personaje tornadizo, además, ahora tiende a los extremos. Y descalificamos a los pronosticadores cuando no aciertan. En vivo, al aire. Es una vergüenza.
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Un dato, para que el animador de turno y sus acólitos empiecen a tener más consideración con único el periodista del piso que en lugar de hablar de lo que pasó en la jornada anticipa lo que podría ocurrir mañana. Hace poco más de dos años, el servicio meteorológico nacional de Estados Unidos actualizó sus sistemas informáticos. Sí, es tan endemoniado el clima que se requieren computadoras para anticipar su humor. Pero no cualquier maquinita del montón. En enero de 2016 adquirieron dos supercomputadoras (una IBM y una Cray) para un total de 5,78 petaFLOPS de poder de cómputo. ¿Qué significa eso?
Sin entrar en detalles, un petaFLOPS son mil billones de operaciones de coma flotante por segundo (un número de 15 ceros). Esto suena a poesía dadaísta. Pongámoslo más claro.
Con mucha suerte, a una persona le llevaría cerca de un minuto multiplicar dos números de 7 dígitos, sin tomar en consideración que en tales tareas solemos cometer errores. Puesto que las personas necesitamos comer y dormir, y dejando de lado que hacer aritmética nos cansa -por lo que cuantos más números hacemos, más tardamos y más errores cometemos-, hagamos una jornada de cálculo de 6 horas (insostenible, pero síganme un momento más).
En 6 horas una persona habrá conseguido -digamos- 360 resultados. O sea, 360 resultados por día. Si no le concedemos siquiera el descanso del fin de semana y se la pasa garrapateando cuentas seis horas por día durante los 365 días del año, necesitará casi 44.000 millones de años para hacer la aritmética que el Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos completa a cada segundo. Eso es nueve veces la cantidad de tiempo desde el nacimiento del sistema solar. O tres veces la edad total del universo.
Se trata de una simplificación, desde luego. En el mundo real, las máquinas son mucho más poderosas en esto de la aritmética.
¿Y por casa?
En un país como la Argentina, el pronóstico del tiempo es crítico. Mariela de Diego, del Servicio Meteorológico Nacional (SMN), me dice que en este momento contamos con 7 teraFLOPS de poder de cómputo. Eso es 825 veces menos capacidad que la de Estados Unidos. Pero, en la práctica, la brecha es menor, porque Estados Unidos hace modelos para todo el planeta, mientras que el SMN lo hace solo para el territorio argentino. Además, me informa de Diego, hace unos quince días se adjudicó una licitación para llevar el cómputo del SMN a 340 teraFLOPS, algo que esperan esté listo a fin de año. Es decir, casi 49 veces más que ahora. "Se podrán correr los modelos entre 20 y 40 veces", explica de Diego. Eso significa que será posible hacer pronósticos probabilísticos de alta resolución. Acerca de cómo se usan las computadoras para crear modelos climáticos, de Diego me pasó este clarísimo video sobre el tema.
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Hace mucho que pienso que la meteorología debería enseñarse en los colegios. Tenemos física de un lado y geografía del otro, caramba, falta una pieza no solo fundamental, sino cotidiana. Siempre creí, también, que era algo demasiado loco, quizá fruto de mi pasión por estas ciencias. Para mi asombro, Celeste Saulo, directora del SMN, propone exactamente lo mismo en esta charla de MET.
Así que no es tan simple como salir a la terraza, mirar el cielo y augurar con precisión si mañana helará o no. La próxima vez que los pronosticadores anuncien una muy esperada lluvia y, como a veces ocurre, no caiga ni una gota, tomemos en cuenta dos cosas.
Primero, que no llovió en el ínfimo espacio de la superficie terrestre del que somos testigos. Podría estar diluviando a cinco kilómetros.
Segundo, que ni siquiera es posible predecir por completo el tiempo con máquinas capaces de hacer tanto cálculo que a toda la humanidad, trabajando junta (incluidos los recién nacidos), le llevaría cinco años y medio hacer lo que esas supercomputadoras consiguen a cada segundo. Así que más respeto.

A. T.

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