sábado, 4 de agosto de 2018

LECTURA RECOMENDADA


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Hay relaciones líquidas y amores sólidos. Las primeras no echan raíces, desconocen el compromiso y, como la mayoría de la tecnología de hoy, incluyen la obsolescencia programada. Corresponden a un tiempo que muy bien definió el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), en el que nada se consolida, ni cobra forma, ni echa raíces, todo es fugaz, descartable. Lo transitorio se impone a lo permanente, la ansiedad vence a la paciencia, la satisfacción inmediata es una exigencia, importan los resultados antes que los procesos. La urgencia del deseo (urgencia casi infantil) impide el contacto con la experiencia.
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Los amores sólidos se cuecen en el tiempo, a través de experiencias compartidas, algunas gozosas, otras dolorosas, que van forjando una historia. Se fortalecen en cuanto gestan una visión compartida. Tienen un para qué, y este propósito alumbra un sentido. Dejan huella, primero en la vida de quienes los viven y también en otras, a menudo sin proponérselo. Esos amores perduran porque se actualizan, son un organismo vivo que se va transformando, sin dejar de ser el mismo, en la medida en que mutan sus protagonistas, que son sus células originarias.
Todo amor es una construcción. Me ocupo de ello en mi libro El amor sólido en tiempos líquidos. Como tal, necesita la preparación de un terreno, materiales, cimientos, paciencia, tiempo, presencia, constancia, proyecto. Y tiene un fin. Ser habitado. Habitado para algo. Se construye con acciones amorosas, actos por los cuales el amor de uno llega al otro de modo nutricio y fecundo. Para que sea así resulta necesario un proceso de mutuo conocimiento. Y de aceptación.
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Los hoy llamados nuevos contratos de pareja denuncian la liquidez desde su mismo nombre. Son contratos. Convierten al vínculo en una transacción. Se rescinden o prolongan a demanda, e incluyen prestaciones y contraprestaciones. Cada firmante prioriza lo que obtendrá por sobre lo que dará. Como en cualquier contrato, importan sobre todo las cláusulas que preservan los intereses personales de los firmantes. Prevalece el temor a resignar hábitos, espacios físicos y psíquicos, prioridades individuales, el temor a postergar o desechar deseos. Estos contratos parecen tener una enmienda principal: lo quiero todo y lo quiero ya, pero no me pidas demasiado y no lo esperes de inmediato.
¿Cómo construir una convivencia conviviendo lo menos posible? ¿Cómo aprender de los escollos y cómo fortalecerse en la dificultad si se deserta al primer obstáculo? ¿Cómo compartir una visión si la mirada se dispersa en objetos y sujetos de deseo que están fuera de la pareja? ¿Cómo comprometerse con un pie fuera del vínculo? En una época en que la novedad parece un fin en sí misma, los amores sólidos, y las parejas que los construyen, siguen el mismo proceso alquímico de siempre, que incluye tiempo, presencia, compromiso, dedicación, permanencia, lealtad, respeto, aceptación. En la liquidez, todo esto se disuelve. En tierra firme, echa raíces y da frutos. Frutos de amor

S. S.

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