viernes, 21 de septiembre de 2018

TEMA DE ANÁLISIS Y REFLEXIÓN


MIGUEL ESPECHE

El tema es antiguo, casi vetusto, pero existe y genera la siguiente pregunta: ¿existe en verdad el amor no correspondido? Ya no se habla del amor como se hacía en relación a aquellos relatos o textos literarios del romanticismo trágico. A la vez, la gama de relaciones posibles entre dos personas se ha incrementado mucho desde aquellos amores corteses y crueles que asolaban la iconografía romántica de toda una era.
Sin embargo, hay gente que siente que ama, pero que su amor no es correspondido por aquel dueño de tales afanes. Eso ocurre, y mucho, en los siempre complejos, fascinantes y a veces inconfesables territorios de la pareja.
Obviamente no hablamos de atracción ya que, es sabido, hay atracciones circunstanciales y hasta oportunistas que rápidamente quedan en el olvido. Esas atracciones van y vienen, como en una novela juvenil, y habilitan un juego de proyecciones, embelesos, idealizaciones y demás como, por ejemplo, las que vive un adolescente ante la presencia de su ídolo.
No hablamos entonces de ese tipo de atracción, sino de amor: aquello que, en términos de sentimiento y relación, va más allá del momento y marca la vida de los involucrados.
Apuntamos, por ejemplo, al amor como el que dice sentir una mujer por su marido, si bien él la menosprecia, la engaña o, inclusive, la maltrata físicamente. O como el amor de ese hombre que dice amar a quien lo explota económicamente o lo desprecia en el territorio de los afectos, por solo poner algunos ejemplos de los varios posibles.
Involucramos variables que son muy específicas al hablar de amor de pareja. Por ejemplo, el compromiso de reciprocidad, la intención de hacerse bien el uno al otro, la noción de sustentabilidad afectiva, y dosis importantes de honestidad. También hablamos de algún nivel de deseo afectivo o erótico (sexualizado o no, según la etapa de la vida), sabiendo que "querer como amigo" o "como la niña desvalida que en el fondo es" no valen a la hora de definir una pareja como tal.
Lo antedicho responde a que, si se dice amar lo que daña, o no circula lo que tiene que circular a la hora del afecto compartido, quizás eso que se llama amor deba cambiar de nombre para ser bien definido.
Hay que ofrecerle a quien se ama la oportunidad de ser generoso, evitándole así la tentación de ser mezquino y narcisista. El amor de pareja ofrece la oportunidad de recibir, de dar y de compartir, y desde allí es importante entonces verse como humano y no como superhéroe que puede vivir sin recibir lo debido.
La verdad de los hechos es que una gran mayoría de aquellos que dicen amar y no ser correspondidos buscan cambiar algo del otro, y no es poco común que el vínculo así visto sea planteado como desafío. "Algún día lo conseguiré", dicen, mientras perseveran en su supuesto amor de ida, y nunca de vuelta.
La noticia es que no, no lo conseguirán, por lo que mejor es rumbear para otro lado, que hay vida más allá de ese territorio árido al cual no vale ya la pena continuar regando con lágrimas y anhelos que a nada llevan, salvo a la tristeza aquella, la que no tiene fin

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