sábado, 20 de abril de 2019

LECTURA RECOMENDADA,


¿Por qué escribir?, de Philip Roth
Philip Roth, el incendiario a su pesar que solo quería escribir
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Al lado de las casi treinta obras de ficción que escribió, las quinientas páginas de ¿Por qué escribir? parecen un gesto de modestia. Ocurre en realidad que Philip Roth (1933-2018) es un ensayista episódico, sobre todo si se lo compara con pares como John Updike o Susan Sontag, más centrado en sí mismo que en la asociación sorprendente del gusto o en la vocación crítica del gurú.
Las tres secciones del libro -que reproduce el último tomo de sus escritos completos en la Library of America- muestran al novelista en etapas bien contrastadas de su trayectoria. La primera parte, "Lecturas de mí mismo", es una selección de Reading Myself and Others (1975) y combina artículos críticos tempranos con varias entrevistas que le hicieron. "El oficio" ( The Shop Talk: A Writer and His Colleagues and Their Work, 2001), la segunda, reproduce en su totalidad los retratos de primera mano que realizó de autores como Primo Levi, Aharon Appelfeld o Milan Kundera. Las catorce piezas de "Aclaraciones", inéditas hasta ahora, pertenecen en cambio al último período (de 1994 a 2013) y reúnen textos varios.
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En la parte inicial, Roth busca desarmar polémicamente, en tiempo real, los ataques que estaba recibiendo su obra durante los años sesenta y setenta. En los textos más juveniles, cuando empezaba a hacer carrera, busca su lugar en la narrativa norteamericana de entonces y en la tradición de autores judíos como Saul Bellow o Bernard Malamud, con los que seguiría midiéndose a lo largo del tiempo. Son los días en que pensaba que la fama le llegaría con honor, como a Aschenbach, el escritor protagonista de La muerte en Venecia, y no "por todo lo que Aschenbach había suprimido y mantenido en vergonzoso secreto". Roth se refiere en esa frase a la recepción de sus primeros libros, que le valieron la ira de la comunidad judía (al punto de señalarlo como antisemita, siendo él mismo judío) y las posteriores acusaciones de pornógrafo por El lamento de Portnoy (1969), su novela sobre un onanista. "Me tomaron por un tipo incendiario cuando todavía estaba en pañales", anota años más tarde. Con la publicación de Mi vida como hombre (1974), donde reaparece el psicoanálisis, será además acusado de misógino por las feministas. ¿La razón?: "Haber retratado a una mujer que no era buena, que perseguía y explotaba a los demás? Estaba en el lado equivocado de la causa. Era tabú".
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Sus libros, sugiere Roth en más de un diálogo, fueron moldeados de manera reactiva por esos escándalos y no a la inversa -la comedia ácida no estaba en su naturaleza- y subraya que la leyenda del yo (que los lectores confunden a menudo con autobiografía velada) no es más que una construcción ficcional. Ni Portnoy, ni Kepesh, ni Zuckerman, supuestos álter egos, se le parecen: él es solo "el amorfo Roth", un escritor de vida aburrida que escribe ocho horas diarias por reloj.
En "El oficio", pasa del egotismo defensivo a la reflexión sobre temas más amplios. Retorna la figura tutelar de Kafka, también Bruno Schulz (en una entrevista que le hace a Isaac Bashevis Singer), pero sobre todo se preocupa por cómo otros escritores lidian, en otros países, con lo real. El largo diálogo en Praga con Ivan Klíma, a la par que Vaclav Havel llega al poder, deja en claro la perspicacia política de Roth. Los checos bajo el comunismo -le sugiere al autor de Amor y basura- tenían cosas importantes que decir donde no se podía decir nada. El dilema a partir de entonces -si copian el capitalismo- será poder decir de todo sin que le importe a nadie.
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En el último apartado hay menos exasperación, aunque sin perder filo. Son tiempos de unanimidad y consagración, de novelas más meditabundas, menos satíricas. La anécdota que cuenta al recibir el premio de una institución judía habla por sí sola. Roth, que cena con Bellow y Appelfeld, escucha cómo conversan en yiddish, sin entender una palabra. Aunque se esforzó por escapar a muchas trampas de la vida, descubre que de algo quedó cautivo: "Mi responsabilidad estética -el imperativo del novelista estadounidense- es la lengua inglesa, la lengua materna con la que intento sacar a la luz mis fantasías de la realidad, esas alucinaciones sin límite disfrazadas de novelas realistas." Al final del camino advierte, como en un satori, que, más allá del judaísmo, su última patria es el idioma. Esa es la enorme parábola que traza¿Por qué escribir? para los lectores de Roth.

¿Por qué escribir?
Por Philip Roth
Random House
Trad.: Varios traductores. 564 páginas $ 999


P. B. R.

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