martes, 30 de abril de 2019

LECTURA RECOMENDADA,

LA MARCHA DE LA LOCURA
«Mientras que todas las demás ciencias han avanzado, el gobierno está estancado; apenas se lo practica mejor hoy que hace 3000 o 4000 años» (John Adams, cit. por la autora).
¿Qué tienen en común la historia del Caballo de Troya, la política de los papas renacentistas, la de la Corona británica en las colonias americanas y la intervención estadounidense en Vietnam? Según Barbara Tuchman, constituyen ejemplos notorios de una especie de mal gobierno: el de las políticas contrarias al propio interés (de los electores, del gobierno, del Estado); justamente al tema al que se aboca en su libro La marcha de la locura, publicado la primera vez en 1985.
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Barbara Tuchman (1912-1989), historiadora estadounidense de cuya obra tenemos noticia en esta página, distingue sucintamente cuatro especies de mal gobierno –de un modo un poco incoherente, a mi entender, puesto que a partir del segundo tipo parece referirse más bien a causas de mal gobierno-: 1) tiranía u opresión; 2) ambición excesiva; 3) incompetencia o decadencia; 4) insensatez o perversidad. En el estudio que reseño se ocupa del último caso, abordando manifestaciones de políticas contraproducentes para el interés o bienestar del cuerpo gobernado –los casos arriba mencionados-. Ya que estamos con (posibles) fallos: he echado en falta alguna precisión mayor con respecto al distingo entre el interés del gobernante y el de los gobernados, variable nada desdeñable. De todos modos, creo que el esquema resulta en principio válido.
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Según la perspectiva asumida por la autora, para calificar como insensatez una política debe satisfacer tres requisitos: debe ser percibida como contraproducente en su propia época –por evitar distorsiones debidas a consideraciones extemporáneas y juicios retrospectivos-; debe haber existido alternativas viables, otros cursos de acción; debe haber sido dictada por un gobierno de tipo colectivo o por una sucesión de gobernantes en un mismo cargo, tal el caso de los papas renacentistas –esto, para marginar la variable de la individualidad, decisiva en los gobiernos despóticos unipersonales-.
En concordancia con la idea expresada por quien fuera el segundo Presidente de los EE.UU., John Adams (véase el epígrafe), la señora Tuchman piensa que, al parecer, en cuestiones de gobierno la humanidad ha mostrado peor desempeño que en cualquier otra esfera de actividad. Autoengaño y testarudez serían factores determinantes en la insensatez gubernamental, conforme el modelo forjado por nuestra autora. Una de sus marcas más típicas: la desproporción entre el esfuerzo realizado, enorme, y la posible ganancia, modesta. «La locura consiste en persistir», aun después de haberse revelado una medida o política implementada como ineficiente e incluso descabellada; mayor es la locura cuando quienes ejercen el gobierno se obcecan en no ver alternativas a las políticas aplicadas y, por tanto, se niegan a cancelarlas o a invertirlas en 180 grados: una de las peores categorías del autoengaño. «Si perseguir la desventaja después de que ésta se ha hecho obvia resulta irracional, entonces el rechazo de la razón es la primera característica de la locura».
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¿Qué necesidad tenían los troyanos de introducir a su ciudad el caballo de madera aparentemente abandonado por sus enemigos, los aqueos? Cual sea su grado de historicidad, en disputa con lo que deba al mito y la leyenda, el relato vale en tanto «prototipo de todos los cuentos de conflicto humano», y el que los troyanos mordieran el anzuelo establece, en concepto de la sra. Tuchman, el arquetipo primario de la insensatez.
En seis decenios (de 1470 a 1530), una sucesión de seis papas llevó a extremos alarmantes la depravación y la torpeza en el ejercicio del poder, plasmando una conducción que tendría resultados calamitosos para la cristiandad. Según la señora Tuchman, la locura de aquellos papas consistió no sólo en anteponer sus intereses personales al interés público, sino también en hacer oídos sordos al descontento expresado por la feligresía (negándose a admitir cualquier posible desafección), y en la ilusión de su presunta invulnerabilidad.
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Diversos ministros de Jorge III, rey de Inglaterra en el siglo XVIII, se empecinaron en coaccionar a las colonias americanas –las que darían origen a los EE.UU.-, en vez de optar por conciliarse con ellas. Entre los factores que perjudicaron la política inglesa: el sentido de superioridad del que se imbuían sus dirigentes y la subestimación de la población colonial. El propio interés de la Corona aconsejaba retener las colonias en base a buena voluntad y espíritu de conciliación, pero fue precisamente esto de lo que carecieron las autoridades pertinentes.
La intervención de los EE.UU. en el conflicto desatado en Vietnam ilustra la posibilidad de que un país –su gobierno- pueda caer en la trampa tendida por medio de su propia propaganda, o cómo una encendida retórica acabe por embrujar a sus propios emisores (suerte de absurda autohipnosis). Pues locura debió ser el que se creyera amenazada la seguridad del país por el avance del comunismo en Indochina (teoría del dominó y otros aderezos ideológicos).
El libro cierra con consideraciones relativas a la sed de poder y a la inercia o anquilosamiento mental en quienes detentan facultades de gobierno. Con respecto al último factor, la autora propone un sencillo modelo de progresión etápica: 1) el estancamiento mental fija principios y límites de un problema político; 2) apareciendo disonancias y fallas, los principios iniciales se vuelven rígidos, dificultando la realización de análisis sensatos y obstruyendo la enmienda de rumbos; 3) la insistencia en medidas fallidas multiplica los daños, tornándose en práctica autodestructiva.
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Como no puede dejar de suceder, los planteamientos de la señora Tuchman son susceptibles de discusión, sobre todo por quienes tengan mejores conocimientos históricos que los míos. A pesar de algunas posibles incoherencias e imprecisiones como las arriba aludidas, no creo que el libro abunde en simplificaciones ni reduccionismos exorbitantes. Es un muy estimulante ensayo de interpretación, que por demás confirma las dotes expositivas y narrativas de las que su autora diera prueba (al menos dentro de lo que de su obra conozco).
En suma: pienso que La marcha de la locura constituye un buen puntal para aquello de las «lecciones brindadas por la Historia», aserto tan manido como desatendido.
-Barbara Tuchman. La marcha de la locura. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México; segunda reimpresión, 2005. 369 pp.

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