martes, 25 de agosto de 2020

OPINA GUILLERMO OLIVETO,


¿Cómo seremos cuando llegue la vacuna?
Oliveto: “El problema de consumo que tenemos es que no compra el ...
Guillermo Oliveto

Un día miraremos hacia atrás y nos daremos cuenta de que todo esto fue una locura. Una película de ciencia ficción “clase B”, de esas que cada tanto repite la televisión algún sábado a la tarde. Lo delirante es que esta vez la remake se estrenó de manera sincronizada a nivel global teniendo en vilo a todo el mundo durante un año tan eterno como etéreo. Un tiempo en que los días se estiraban y, paradójicamente, en una especie de efecto alucinógeno, desaparecían casi sin dejar rastro. Las consecuencias de este exitoso estreno que combinó terror y drama, cuya audiencia fue carcomida por la ansiedad de llegar al final de una vez por todas, no fueron ni serán nada banales.
Nos habremos pasado un año hablando de muerte. Algo totalmente antinatural. Decidimos apagar la economía provocando una inédita recesión autogenerada que se extiende de Oriente a Occidente. Impensable. En un momento del proceso, llegamos a encerrar en sus casas a un tercio de la población mundial: 2500 millones de habitantes. Directamente una distopía. Vivir todos en casa todo el tiempo no tiene nada de normal, ni en la vieja normalidad ni en la supuestamente nueva. Experimento social inaudito en regímenes democráticos.
A fin de no perder perspectiva, cabe recordar que este año, en mayor o menor grado dependiendo de los países, los chicos no fueron al colegio, las familias y los amigos dejaron de juntarse; se cerraron los bares, restaurantes, peluquerías y shoppings; se suspendieron los vuelos; el comercio físico se restringió a lo esencial; desaparecieron el turismo, el cine, el teatro, los recitales y los eventos; las oficinas se vaciaron; muchos trabajadores, sobre todo del sector servicios, se vieron impedidos de trabajar; se prohibió la práctica de deportes; para circular por la calle hubo que pedir permiso; ya no se pudo ir a la cancha, y hasta se vio restringido el uso del transporte público, otrora emblema de la movilidad urbana siglo XXI.
Casi de un día para el otro, la vida tal como la conocíamos se apagó.
El filósofo español José Antonio Marina, apoyándose en la sabiduría de Spinoza –quien dijo hace ya más de 300 años que “la esencia del ser humano es el deseo”–, plantea que como especie tenemos tres deseos básicos: el de bienestar, el de vinculación social y el de afirmación del yo. Los tres se vieron fuertemente afectados este año. La pasamos muy mal. Por eso los sentimientos dominantes son de malestar. Nos abruma la incertidumbre. Duelen la preocupación y el estrés. Pesan la apatía y el desgano. No nos podemos ver, ni juntar, ni abrazar, ni siquiera tocar. La sociabilidad digital no alcanza para tangibilizar los vínculos. Nuestra condición gregaria está fuertemente afectada. Y la autoestima de millones de personas quedó por el piso, agobiadas por la repentina y omnipresente cultura del “no”. No se puede salir, no se puede trabajar, no se puede compartir.
El 10 de abril, en plena explosión de la pandemia en Europa, Yuval Harari, en su carácter de historiador, volvió a demostrar la lucidez que lo caracteriza siendo contrafáctico en una entrevista en la BBC: “No es la Edad Media. No es la peste negra. No es como si la gente estuviera muriendo y no tuviéramos ni idea de qué la está matando y qué se puede hacer al respecto. La humanidad tiene todo lo que necesita para contener y vencer esta epidemia”.
Tenía razón. De acuerdo con los datos publicados por la OMS el 27 de julio, el mundo tiene 141 vacunas en desarrollo, 25 en pruebas humanas y seis de ellas en fase 3, que es la etapa final de prueba. Tres son chinas; dos, norteamericanas, y la restante es la de la Universidad de Oxford y el laboratorio sueco-inglés Astrazeneca, que, entre otros países, se producirá en la Argentina. El mundo las espera para fines de este año o comienzos del próximo. La prueba más clara de su potencial éxito es la apuesta económica y política que se está haciendo. Tanto el sector público como el privado están invirtiendo millones de dólares para producirla ya mismo, a fin de ganar tiempo y comenzar a aplicarla el día 1 en que se apruebe.
Bill Gates, quien no solo financia parte de los avances científicos para dar con la vacuna, sino que también predijo la pan de mi a varios años antes de que ocurriese, acaba de declarar a la revista Wired que todo esto terminará hacia fines de 2021 en los países ricos y 2022 en el resto. “En uno o dos años podremos regresar al estado que teníamos antes de la pandemia”. Sin embargo alertó también que lo que sucedió, si bien “no es la Primera ni la Segunda Guerra Mundial, está en ese orden de magnitud como un impacto negativo para el sistema”.
En el ciclo de entrevistas a pensadores notables que viene realizando la nacion, le preguntaron al novelista y ensayista italiano Alessandro Baricco si se detendría la sociedad del movimiento por el miedo. Fue también en pleno pico de la pandemia, el 20 de marzo. Dijo: “No creo que la gente deje de viajar después de esto. Lo necesitamos, no volveremos atrás”. Otro de los pensadores convocados fue el filósofo español Fernando Savater –30 de junio–, quien hizo un llamado al realismo: “No creo que vayamos a salir más fuertes ni más buenos. No. Vamos a salir más pobres, porque esto será un golpe muy grande para todos los países y causará problemas económicos y laborales enormes. Vamos a seguir siendo lo mismo, pero un poco peor”. Coincidió en su perspectiva escéptica con otros dos intelectuales que participaron del mismo ciclo. El novelista francés Michel Houellebecq dijo el 6 de mayo. “No creo ni por un segundo en las declaraciones de tipo ‘nada será como antes’. Al contrario, creo que será exactamente igual. No nos despertaremos después del confinamiento en un nuevo mundo, será el mismo, pero un poco peor”. La socióloga y economista Saskia Sassen, el 23 de mayo, recordó cuando la interrogaron sobre los aprendizajes que dejaría la pandemia: “La historia nos muestra la facilidad con la cual nos olvidamos cómo hemos sufrido o sentido el terror. Es un mecanismo de la sobrevivencia, pero claro, nos hace un poco egoístas”.
La experiencia del verano europeo anticipa parcialmente, dado que todavía hay ciertas restricciones, y obviamente contagios, lo que sucederá cuando tengamos la vacuna. Volveremos a abrazarnos, a reunirnos, a comer en familia, a visitar amigos, a tocarnos, a bailar juntos, a salir de noche, a ir a la playa, a nadar en el mar, a tomar algo en un bar relajados, a hablar sin preocuparnos por la distancia social, a viajar, a planear, a probarnos ropa en un local, a jugar al fútbol, a entrenar en el gimnasio, a vivir sin protocolos. Volverán el cine, el teatro, los shows y los estadios. Lo necesitamos. El Coliseo romano está allí desde hace 1950 años para recordárnoslo.
Quedarán borrosos recuerdos del año que estuvimos en ninguna parte y daremos vuelta la página. Volverán a preocuparnos las cosas de siempre. Especialmente la economía, que traerá en sus consecuencias sobre el empleo y el poder adquisitivo la memoria de la distopía hecha realidad. Regresarán las insatisfacciones y la confrontación de intereses propias de una especie movilizada por el deseo. Conflictividad que se verá potenciada por todo lo que “se rompió” en el tortuoso tránsito por la oscuridad que todavía estamos atravesando.
Cuando esté la vacuna habrá fiesta por haber superado la pandemia. Y enojo por su pesado legado. Volveremos a ser humanos.

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