domingo, 23 de agosto de 2020

FERNANDO LABORDA OPINA,


La postergada emancipación de Alberto Fernández
Fernando Laborda
La Argentina tiene todos los síntomas para padecer del virus de la autarquía. La sentencia fue pronunciada horas atrás por la lúcida escritora y periodista española Pilar Rahola y es un incómodo indicador acerca de cómo se ve a nuestro país en el mundo. “¿A quién se le puede ocurrir, como no sea a un autarca, una reforma judicial en este momento de pandemia? Huele a podrido”, expresó la columnista del diario catalán La Vanguardia, para quien, además de acercarse al modelo venezolano a pasos demasiado rápidos, el gobierno de Alberto Fernández encuentra semejanzas con los regímenes de Hungría o Turquía: “No se puede decir que sean dictaduras, pero tampoco que sean democracias”. Pilar Rahola, durante un diálogo con A24, sostuvo que, detrás del proyecto de reforma de la Justicia anunciado por el presidente argentino, solo podía entreverse el propósito de “blindar a una expresidenta con considerables líos judiciales” y de “asustar” a los jueces para recordarles que hay un poder por encima de ellos.
La caída en la imagen personal de Alberto Fernández y de su gestión que exhiben distintas encuestas podría explicarse fácilmente por la presente situación económica. Pero quizás más aún por la percepción de que el Gobierno impulsa una agenda política que marcha a contramano de las principales inquietudes ciudadanas. Concretamente, la proyectada reforma de la Justicia, además de desatar un conflicto con el propio Poder Judicial, es vista por una vasta porción de la ciudadanía como una mera farsa para que Cristina Kirchner pueda zafar de las causas judiciales en las cuales se halla procesada por diferentes escándalos de corrupción.
Por primera vez, desde que, un año atrás, se impuso en las primarias abiertas que lo consagraron formalmente como candidato presidencial, Alberto Fernández registró una imagen negativa superior a su imagen positiva. Al menos eso mostró el sondeo de la consultora Synopsis, concluido el 3 de agosto y relevado entre 1188 personas. según esa encuesta, la percepción positiva del Presidente se ubicó en el 40,6%, mientras que la negativa creció al 43,3%. Se trata de una diferencia negativa de 2,7 puntos que tranquilamente puede ubicarse dentro del margen de error y ser refutada por otros relevamientos. Sin embargo, marca una clara tendencia y da cuenta de una disminución progresiva en la valoración que la ciudadanía tiene del primer mandatario desde su mejor momento en la opinión pública, producido en abril, durante las primeras semanas de la cuarentena.
De acuerdo con la citada encuesta, a casi 6 de cada 10 argentinos les preocupa más la situación económica que el Covid-19. Y el nivel de aprobación de las medidas oficiales ante la pandemia ha pasado del 75% hacia fines de abril al 40,8% en los últimos días.
En ese contexto, se entiende que, durante la conferencia que encabezó anteayer en Olivos, el Presidente haya procurado defender su gestión sanitaria de las fuertes críticas que viene recibiendo de la oposición. Buscó refutar el cuestionamiento por haber adoptado tan tempranamente la cuarentena, señalando que eso sirvió para fortalecer el sistema de salud y que hoy no haya un solo enfermo grave sin respirador. E intentó sembrar esperanzas, afirmando que con la novedad de que la vacuna ideada por la Universidad de Oxford se fabricará en la Argentina, hay ahora un horizonte: el tan ansiado punto de llegada que morigere tanta incertidumbre.
La sobreactuación estuvo a cargo de Axel Kicillof cuando, en respuesta a las quejas que suscitan las consecuencias del aislamiento social obligatorio, habló de la angustia. “Angustioso es lidiar con esta enfermedad, que se acaben las camas, que se te muera un familiar. No es angustioso no poder jugar al golf”, enfatizó. Aunque no lo dijo, también es angustiosa la perspectiva de perder un trabajo, no poder pagar un alquiler o tener un comercio cerrado y no poder abonar los sueldos de sus empleados. La angustia, palabra latina que alude a “angostura” o “dificultad”, es un estado afectivo que implica un malestar psicológico ante un peligro o algo desconocido, acompañado por cambios en el organismo, tales como temblores, taquicardia, sudoración excesiva o falta de aire. Los cuadros de angustia pueden vincularse con innumerables causas. Pretender ceñirlos a la muerte de un ser querido, como pretendió Kicillof, es una subestimación del problema. Su respuesta frente al sentimiento actual de la sociedad distó de ser la más efectiva.
El mensaje de un “Estado presente” que le impone una multa a un remero olímpico por “violar” la cuarentena y le perdona una deuda millonaria por evasión a un empresario amigo tampoco es el mejor.
La comunicación oficial puede ser en ocasiones un problema, que no se resolverá eliminando la palabra “cuarentena” del léxico oficial. Pero detrás de los errores comunicacionales se esconden las contradicciones y limitaciones de una coalición gobernante que llevó a la presidencia a un hombre cuyos compromisos con quien lo ungió como su candidato pueden conducirlo a la subordinación política.
Alberto Fernández ha dado algunas señales que lo diferencian de Cristina Kirchner. Es más proclive que ella a escuchar a todos los sectores y es capaz de dar marcha atrás con una decisión, a diferencia de su mentora, con frecuencia dispuesta a redoblar su apuesta ante un traspié. Lo ha demostrado con el llamativo retroceso en la proyectada intervención y expropiación de la cerealera Vicentin. Le resultará más difícil recular con la reforma judicial, pese a los tropiezos y los costos políticos que ya acumula.
Cristina Kirchner será una aliada tan incómoda como cara si el Presidente aspira a seguir gozando del acompañamiento de un porcentaje no menor del electorado independiente, que lo apoyó en octubre porque imaginó que podía encarnar un proyecto diferente al del cristinismo. Pero la emancipación del albertismo es por ahora poco menos que una utopía.
Allegados a Alberto Fernández entienden que el proceso emancipador respecto del cristinismo debe ser visto como una maratón y no como una carrera de 100 metros. Al principio, será necesario preservar energías sin perder de vista al pelotón que comanda la carrera, y evitar pasos en falso para llegar en buenas condiciones al sprint final.
Nadie se ilusiona cerca del Presidente con la posibilidad de que este consolide su autoridad y relegue a un segundo plano a Cristina del mismo modo que Néstor Kirchner lo hizo con Eduardo Duhalde en las elecciones legislativas realizadas dos años después de su llegada a la Casa Rosada. Esa alternativa es inimaginable y ni siquiera está en la cabeza de Alberto Fernández. “No es negocio que el Frente de Todos se convierta en el Frente de Algunos”, se reflexiona en inmediaciones del despacho presidencial.
Entretanto, el jefe del Estado se sigue moviendo como un equilibrista que parece tener que estar rindiendo continuamente exámenes de fidelidad o de pureza kirchnerista.
El proyecto emancipador del albertismo también está atado a un fuerte cambio en las expectativas económicas que hoy no se ve. Mientras el rumbo que muestra el Gobierno continúe signado por las sospechas de extravíos autoritarios, como las derivadas de la política en materia judicial, la economía seguirá expuesta a un alto nivel de desconfianza, que grupos radicalizados pero no menos influyentes del oficialismo identificarán impotentemente como golpes de mercado, ante los cuales reclamarán mayores dosis de intervencionismo que alejarán aún más al país del crecimiento. Un triste círculo vicioso.
Cristina Kirchner será una aliada tan incómoda como cara si el Presidente aspira a seguir gozando del acompañamiento del electorado independiente

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