domingo, 23 de agosto de 2020

MANUSCRITOS,


Cuando nos aburríamos por todas partes
Relaxdays 10020579 Maneki Neko Gato Chino de la Suerte a Pilas ...
Qué largos son los sábados últimamente. Se parecen tanto al gatito dorado de plástico que tengo en la biblioteca de casa. El que solo debe regalarse. El que está justo encima de las guías de viajes que compramos con Ezequiel cada vez que viajamos. Qué lindo era viajar. El gatito que mueve el brazo sin parar hasta que se queda sin pilas y tiene pintados un collar rojo con tachas negras y un dije, un pañuelo verde y, en la mano derecha, la que deja quieta, una moneda antigua japonesa. Leí en internet que su raza es bobtail. Que es doméstico y que dicen que luce como un conejo por su cola corta y peluda. Últimamente los sábados son igual de cortos, qué ironía. Todos los días. Las semanas y los meses. No entiendo cómo fue que llegué hasta aquí. Hasta agosto.
Por qué hacer maratones de series se ha vuelto tan adictivo?
No hice mucho. Menos los sábados. Algunos fueron de maratones de serie. Otros de siestas para no pensar. O de enojos, largos, densos, como la bruma que se instala, baja. 
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El ocio en el encierro, el ocio por decisión ajena, es algo complicado. También comí pochoclo. Pedí helado, bombones y miré películas, solo comedias, sin excepción. Incluso hice un poco de nada y fue lo peor.
Las mejores series para hacer una maratón en Netflix o HBO
 Aburrirse ahora, en esta época, pasó a ser tan difícil. Qué distintos eran antes los sábados. Los sábados a la mañana. Mi momento favorito. Un café rico y bien caliente. Algunas frutas, quizá una tostada de pan casero o un pedazo de un dulce que sobró. La resolana en el balcón y la expectativa hasta en la punta de los dedos. Y cuán diferentes eran hace unos años, cuando desayunaba pizza por las tardes. La que sobraba de la cena familiar entre amigos. La que cocinaban a propósito, para que quedara al día siguiente.Bombones helados, estilo chomp de Savory | En Mi Cocina Hoy
Durante mi adolescencia la mañana de los sábados se dormía. A veces en casa. Otras en la casa de las mellizas. Mis mejores amigas. Las hijas de mi madrina y del que nos cocinaba las pizzas. Las ahijadas, de papel una y de costumbre la otra, de mi madre. Dormíamos juntas porque salíamos a bailar juntas. Las tres y el resto de mis amigas, las que siguen hoy, las mismas. Juntas, todas, también, aprendimos a fumar, unos cigarrillos espantosos, a tragar el humo y aguantar la tos, en el pasillo del fondo de uno de los boliches de la zona sur del conurbano bonaerense al que íbamos porque nadie podía dejar de ir. La adolescencia en los 90 y en Lomas de Zamora se vivía así, de a rebaños. Apretados en un único lugar, desde las diez de la noche, quizá un poco más tarde, hasta las tres de la mañana, quizá a veces antes. En los rincones. Un fin de semana tras otro, sin falta, con un único atuendo, en diferentes versiones, como en un día de la marmota cualquiera. De nuevo y de nuevo. Hasta que cambiaba algo, muy pequeño, y lo volvíamos a hacer. Como si fuera una religión. Justo yo, parte de una fe.
Lo que hacíamos en los 90 y ya no hacemos más - Mendoza Post
Después dormíamos. Algunas más que otras, yo era de las que menos, nunca dormí mucho, nos levantábamos, comíamos pizza, escuchábamos canciones de Diego Torres, a veces lo traicionábamos con Alejandro Sanz, nos sacábamos el gusto de boliche de la boca e intentábamos de a poco y por teléfono, de línea, no había otros, que se despertara nuestra amiga a la que debíamos despertar porque si no dormía, por días. Entonces nos volvíamos a ver antes de volver a vernos para volver a salir de noche, a ese mismo lugar. Era sábado por la tarde y nos reuníamos para no hacer nada. Qué hermoso. Mi casa de la infancia estaba estratégicamente ubicada y además la pulsión de mi madre por
No hice mucho. Menos los sábados. Maratones de serie. Siestas para no pensar. Enojos densos, como la bruma
comprar galletitas Oreo bañadas en chocolate y madalenas en cajas era la excusa perfecta para mis amigas.
Galleta bañada de chocolate con leche OREO, caja 246 g
 También la casa de la que más dormía. Tenía un quincho alejado y eso nos daba tanta libertad. A los 16 éramos tan dependientes que rastreábamos la libertad en migajas, con las uñas, con la boca atestada de saliva y de las ganas. Ojalá hubiéramos encontrado más. Así, en plural, las siete, por las siete, pero en verdad más que nada por mí.Magdalenas de aceite de oliva - Productos Custodio - Repostería ...
Y así las horas de las tardes nos pasaban en pantalones de jogging, zapatillas sucias y buzos con los personajes de Disney. Por elección, no era descuido. No hacíamos nada, crecíamos allí, con las hormonas despatarradas por los sillones que habían sido de mi abuela, la que compraba bombones en una confitería que se fundió hace décadas y solo para tenerlos, no para comerlos, como una decoración, para los invitados. 
Nos aburrimos porque nos divertimos dema
Hablábamos por horas. Decíamos muy poco o todavía no entendíamos lo que decíamos. Pero no nos cansábamos. Nos aburríamos por todas partes y lo disfrutábamos.

D. C.

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