lunes, 31 de agosto de 2020

MARTÍN RODRIGUEZ YEBRA ANALIZA Y OPINA,


Las palabras del Presidente contra sí mismo
Martin R. Yebra (@myebra) | Twitter
Martín Rodríguez Yebra
Alberto Fernández ejerce un novedoso pragmatismo invertido. En lugar de ajustar sus ideales en función de intereses de corto plazo, ensaya una persistente reinvención personal que devalúa sus principales activos políticos y dificulta la consecución de los objetivos que se propone.
El ataque del domingo contra Mauricio Macri constituye otro eslabón en esa estrategia: quema puentes que le impiden acercarse a una oposición con capacidad de bloqueo y limitan su empatía con los sectores no kirchneristas que lo votaron o que, sin haberlo apoyado, se esperanzaron con la fundación de una etapa distinta en la Argentina.
Recostado en el facilismo de la grieta, Fernández atenta contra sí mismo. Es cristinismo sin cara amable. Hacia adentro diluye su potencial. Hacia afuera se limita a disputar el trofeo del mal menor.
Su argumento de que “estamos mejor este año con la pandemia que en 2019 con el gobierno de Macri” persigue apenas el aplauso que ya tiene. Hoy trató de sostenerlo con datos, al mostrar que la destrucción de empleo registrado fue similar en los primeros cinco meses de cada año, aunque sin decir que en 2020 rigen la prohibición de despidos y la doble indemnización. Es como festejar que hayan bajado los accidentes de tránsito. La histórica disrupción del coronavirus hace vana cualquier comparación.
Cuando contó en radio una supuesta frase que le dijo Macri contra la cuarentena –“que se mueran todos los que tengan que morirse”– también infligió un daño a su confianza personal. Independientemente de que Macri niegue haberle dicho eso, lo habitual es que un presidente respete la confidencialidad de los diálogos de ese nivel.
Si en política el juicio ético muchas veces queda subordinado a la tiranía de los resultados, lo curioso en este caso es que Fernández consigue lo contrario a lo que necesita. Unifica a una oposición cruzada por serias diferencias estratégicas e intereses personales, cuando su juego era fracturarla. Pierde el apoyo de sectores medios a los que él se ofrecía como una evolución positiva del kirchnerismo. Frustra a los moderados del Frente de Todos a los que ilusionó con fundar el “albertismo”. Y reduce sus acciones como valor electoral ante Cristina Kirchner, al mimetizarse con ella. El proceso se acentuó después de la multitudinaria protesta del 17-A, en gran parte gestada en rechazo de esa reconversión presidencial.
Las encuestas –biblia de los pragmáticos– revelan cómo perdió imagen positiva con la extensión de la cuarentena y con medidas incongruentes con sus promesas de concordia, como la estatización fallida de Vicentin y la reforma judicial.
Este último proyecto se gestó como la apuesta de un legado personal del Presidente y terminó convertido en una bandera de la vice. La cláusula Parrilli contra los medios fue el epílogo de ese proceso de “desalbertización” de la reforma. Fernández, pese al malestar que dejó trascender su gabinete por el cambio que introdujeron los senadores kirchneristas, terminó por avalar la alusión a los “poderes mediáticos” al opinar que era “un agregado casi ocioso”. Como quien relata una travesura sin consecuencias.
Nadie puede garantizarle hoy la aprobación de la reforma, con el diálogo político cortado. El Gobierno se arriesga a una derrota política dolorosa.
Las cifras actuales de Fernández en las encuestas todavía son altas, pero tienden a equipararse con las de Cristina. La crisis económica ya es dura y será peor. Todo apunta a un 2021 electoral recesivo, con las consecuencias del desastre del virus y que incluirá casi seguramente un ajuste del gasto para lograr un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que despeje el riesgo de otro default.
En ese contexto, puede interpretarse como necesaria la estrategia “contra Macri es más fácil”. El Gobierno sueña con el expresidente como candidato y una oposición con la cara pintada. Solo hay que sacarlo a la cancha.
Nada original: Cambiemos también apostó a la lógica de enfrentarse a todo o nada contra Cristina cuando la economía solo le daba amarguras. Le salió medianamente bien hasta que ella encontró el contraataque ideal, con nombre y apellido. Alberto Fernández.
Los planes de Larreta
Es una lección que tiene muy clara Horacio Rodríguez Larreta, el opositor mejor posicionado en la carrera hacia 2023 y que se ató a la moderación con fervor religioso. Aunque le peguen los propios.
La estrategia de Larreta podría sintetizarse en preceptos que ya fueron escritos y dichos:
• “Apostar a la fractura y a la grieta significa apostar a que esas heridas sigan sangrando. Actuar de ese modo sería los mismo que empujarnos al abismo”.
• “No cuenten conmigo para seguir transitando el camino del desencuentro”.
• “Quiero ser el presidente capaz de descubrir la mejor faceta de quien piensa distinto a mí. Y quiero ser el primero en convivir con él sin horadar en sus falencias”.
• “Si actuamos de buena fe, podemos ser capaces de identificar prioridades urgentísimas y compartidas para acordar después mecanismos que superen aquellas contradicciones”.
El autor fue Alberto Fernández, el 10 de diciembre pasado, en su discurso de asunción. Un verano y una cuarentena después, siguen siendo palabras a la espera de una acción.
Recostado en la grieta, Fernández atenta contra sí. Frustra a los moderados a los que ilusionó y reduce su valor electoral, al mimetizarse con Cristina Kirchner

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