sábado, 29 de agosto de 2020

SERGIO SUPPO PIENSA QUE....,


Fernández dejó pasar otro tren
Texto Sergio Suppo
Sergio Suppo (@ssuppo) | Twitter
Alberto Fernández eligió el desprecio y dejó pasar la que pudo haber sido la última oportunidad para ser presidente por sí mismo. Ignoró “a los que gritan” y en lugar de su prometido consenso aplicó la táctica más conocida del kirchnerismo: dobló la apuesta y aceleró con la consumación de la intención de Cristina Kirchner de someter al Poder Judicial a sus necesidades penales.
El Presidente atentó más que nunca contra sus propios intereses y reafirmó sus propios límites. Eligió reducir las posibilidades de acuerdos esenciales para su gobierno en nombre de las urgencias y de las obsesiones de la jefa partidaria, a la que está subordinado.
¿Había de verdad un mensaje conciliador hacia Fernández en la protesta del 17 de agosto? No es difícil encontrarlo si se desgajan los reclamos principales y múltiples de esa convocatoria sin líderes.
El planteo más filoso fue contra la impunidad de Cristina Kirchner, expresado en el rechazo a la reforma judicial y a la creación de una mayoría kirchnerista en la Corte. Dicho de otro modo, el deseo manifestado en las calles es que no se destruya el principio republicano básico de la división de poderes.
La gran mayoría de quienes se movilizaron el 17 de agosto también habían marchado el 20 de junio contra la expropiación de Vicentin. Aquel remedo del chavista “exprópiese” que la vicepresidenta le impuso a Fernández fracasó luego de que aparecieran obstáculos hasta en la propia alianza oficialista. El Presidente dijo entonces estar sorprendido por el masivo rechazo a la expropiación, en un llamativo reconocimiento de que había perdido conexión con la realidad.
Si siempre se protestó por el impacto económico que provoca la cuarentena, el 20 de junio se defendió la propiedad y el 17 de agosto a la Justicia.
Hay, por lo tanto, un primer común denominador que saca a los votantes opositores al oficialismo a la calle. Ese motivo central es el rechazo al fanatismo ideológico de Cristina y a sus intentos de usar todo el poder político para anular las causas de corrupción en su contra. Es Cristina la que convierte en enérgicos actores políticos en su contra a argentinos acostumbrados a mirar la política desde sus hogares. Y es Alberto el que desaprovecha la oportunidad para ejercer la demanda social de la construcción de consensos y buen trato al adversario.
El Presidente tuvo su pico de popularidad cuando debió anunciar el encierro completo de la Argentina, y lo hizo con formas amables y un discurso racional acompañado por gobernadores propios y ajenos. Cristina recela de ese estilo y le marca la cancha a Fernández para anularle su ventaja comparativa. Predomina entonces el compromiso que tiene Fernández con Kirchner y es más fuerte que su personalidad dialoguista y que la misma promesa de acuerdos con que asumió.
El tiempo y su consecuente acumulación de hechos convierten en inmodificable esa conducta y borran los vestigios de una esperanza construida por quienes creyeron que Alberto llegaba para romper los enfrentamientos binarios.
¿Creyó el Presidente que ayudar a Cristina en su ambición de impunidad no sería un obstáculo para ejercer como un mandatario dialoguista? Las sucesivas protestas callejeras le están dando una respuesta que Fernández no quiere, no puede o no sabe ver (Alfonsín dixit).
Nada sería tan grave si todo se redujera a una puja de poder interno dentro del Gobierno. La recesión económica, la crisis de empleo, la multiplicación de la pobreza a una escala superior a la de 2002 y un escenario global convulsionado obligan a pensar en consensos esenciales para una compleja reconstrucción.
El músculo político del Gobierno, en cambio, está enfocado en ver si su vicepresidenta zafa de los apremios judiciales. ¿Qué opositor se sentaría con el Presidente sin pensar en la condena que recibiría por pactar con un oficialismo que pugna por la impunidad de su líder? La calle también condiciona el comportamiento de Juntos por el Cambio.
No es solo Fernández el que pierde la chance de cambiar su destino. Millones de argentinos están incluidos en esa oportunidad desperdiciada.

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